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Capítulo 29. Symmetra con nosotros

A los dos días nos levantamos para ir a la sala de comunicaciones para interrogar a Symmetra. No queríamos hacerlo de inmediato ya que acababa de pasar un episodio trágico por decirlo asi.

—Bien, Symmetra. Cuéntanos, quién era Doomfist para ti —empezó Winston con el interrogatorio.

—Doomfist me tenía secuestrada porque sabía hacer alta tecnología. Me sentía amenazada, no sabía qué hacer. Sabía que era un hombre peligroso... —dijo Symmetra nerviosa.

—¿Qué cosas sabes hacer? —preguntó mi madre.

—Sé hacer mini torretas que daña y aturde a las personas y puedo crear teletransportes de la nada... —dijo Symmetra cabizbaja—. No quería hacer daño a nadie...

—No te preocupes, es como el caso de Ana. No tenías opción —dijo Winston calmando a la mujer—. ¿Sabes por qué asesinaba a gente?

—Le mandaron a hacerlo unos amigos suyos o yo que sé. Iban a por una reliquia o algo así. No tengo ni idea, la verdad. No me decía mucho...

—El ocho tumbado. Seguro que está con Amélie y esos tipos en algún sitio —intervino mi madre.

—Solo hay que saber dónde están, pero ¿cómo? En París no creo, sería muy obvio —dijo Reindhart.

—En Venecia —para nuestra sorpresa lo dijo Tracer con seguridad.

—¿Cómo lo sabes, pequeña? —miró Winston con cara de preocupado.

—Amelie me lo dijo en París... —confesó la piloto.

—Si sabías que han ido a por esos archivos y encima te han secuestrado, ¿por qué no nos has dicho nada? —preguntó el mono.

—Porque le dije yo que se callase porque tal vez sería una trampa —intervine yo—. Puede que estén en París otra vez o en Italia como le ha dicho Amélie o en cualquier parte. Nunca lo sabremos pero hay que moverse ya. Si esos tipos cogen el ocho tumbado a saber que harán con él.

—Tienes razón, Pharah. Lo siento, Tracer —se lamentó Winston—. Pues vamos hacer el plan.

Nos pusimos manos a la obra. Symmetra nos quería acompañar y aceptamos su ayuda. Habíamos recibido una llamada de la policía: han ayudado a Doomfist a escapar. Symmetra no mentía. Nos dividimos para ir a varios posibles lugares donde estuviera aquellos delincuentes.

.

“Italia. Hermosa Italia. Y más contigo. Pedir un deseo en la Fontana di Trevi. Tocar cada resquebrajo con las puntas de los dedos el Coliseo. Hacer la típica foto con la Torre de Pisa. Recorrer el centro de la ciudad, el Foro Romano. Y pasear por el puente de Rialto. Pero el recurso turístico más hermoso eres tú. Y me quedo contigo”.

Dejé de leer cuando Ángela puso su mano en mi cabeza. Me quedé mirándola como si el texto fuese para ella.

—¿Qué os pasa a vosotras? —preguntó Tracer—. En nada llegamos —dijo Tracer mirando por la ventana del avión.

Aterrizamos y fuimos directamente a por el equipaje. Queríamos ir cuanto antes al apartamento porque no queríamos perder el tiempo. Nos pusimos nuestras armaduras y nuestras armas.
Nuestro objetivo era Rialto, la única posibilidad de que estuvieran allí. Era tranquilo con respecto a otros sitios. Buscamos sitios en los que pudieran estar. Pasamos por el puente de Rialto. Nos resultaba raro de que no hubiese nadie y conforme íbamos avanzando, descubrimos que la iglesia de San Bartolomeo estaba cerrado con cintas. Miramos por la ventana y no nos lo podíamos creer. Estaban todos ahí.

—¿Por qué aquí? —pregunté.

—¿Creéis que el ocho tumbado esté aquí? Están todos. Son cuatro y nosotras somos tres.

—Avisa a Winston para que vengan hacia aquí... —dijo Tracer alarmada.

—Está bien... —cogí el comunicador—. ¿Winston? Están aquí... —le di todas las indicaciones—. No, no nos ven pero poco les faltará...

—¿Y Sombra? —dijo Tracer recordando qué Winston dio su nombre y miré hacia donde estaban y, efectivamente, faltaba una—. ¿¡Dónde está!?

—Bup —dijo una mujer detrás nuestra.

Mire por la ventana y se habían dado cuenta de que estábamos aquí ya que los otros tres  iban hacia la salida.

—Hacedme caso y no sufriréis daño —dijo Sombra—. Acompáñame.

Fuimos con ella pero Tracer hizo el amago de acompañarnos, sacó su pistola y le dio en la nuca.

—¡Pharah, a volar! —dijo la piloto agarrando a Mercy y juntándose a mi e hice lo que me pidió.

—Maldita cría —dijo Sombra.

Nos subimos en lo alto de los tejados de unos edificios al lado de la iglesia. Nos cubrimos por el lado del cual no nos veían. Informé de la situación a Winston y que enviara refuerzos lo más rápido posible. Nada más cortar la comunicación, Doomfist apareció en el cielo.

—¿A dónde vais? —dijo sonriendo—. Sabía yo que no erais de fiar —nos reconoció al instante.

—¡Corred! —gritó Mercy.

Cada una se fue por un lado y yo antes de irme con Mercy, Doomfist me pegó un puñetazo en el estómago que caí en dirección a la iglesia. Volvió a propinarme otro puñetazo haciéndome levitar hacia el cielo. Casi sin aire, reaccioné y activé mis propulsores pero aunque subiese más, Doomfist ya estaba encima mía. Me pegó otro puñetazo que hice caída libre y con mi cuerpo, rompió el techo de la iglesia. Me quedé en el suelo, sin poder moverme y dolorida. El grandullón tenía ganas de rematarme ya que vino hacia a mi.

—¡No lo hagas! —gritó Amélie desde la entrada acompañada del desconocido sujetando a Angela y de Sombra y Amelie que estaba con Tracer.

—¿Por qué queréis que pare? —dijo y giró su mirada hacia mi.

—¡Por favor, no lo hagas! —suplicó Angela, vi como quería quitarse de encima del desconocido.

—Déjala Reaper... —le ordenó Doomfist dirigiéndose al desconocido. «Se llamaba... Reaper entonces...», pensé.

Mercy vino hacia a mi y se tumbó al lado mía acariciándome el pelo. Empezó a llorar y a pedirme perdón porque no estaba cuidándome. Yo le sonreí y le acaricié la mejilla.

—Qué conmovedor —dijo Doomfist.

De repente Doomfist pisó mi cabeza y apuntó a Ángela con su escopeta.

—Doomfist, no hemos venido aquí para matar a nadie —dijo Amélie.

—Ni tampoco para dejarles con vida.

Explosión. Se escuchó detrás de dónde estaba Amélie y los demás. Winston entró rugiendo apartando a todos. Vi como Amélie utilizó un gancho y se llevó a Tracer a una esquina. El otro desapareció de la nada al igual que Sombra. Doomfist cogió a Angela del cuello y puso su escopeta en la cabeza.

—Calmémonos todos. No quiero que haya heridos —dijo el mono acompañado de todos los agentes—. Estáis rodeados, no tenéis escapatoria.

—Bajad las armas —dijo Amélie cogiendo a Tracer del cuello y apuntando con su francotirador.

—Tracer... —dijo Winston con flaqueza.

—No me hará nada, no te preocupes por mí —dijo Tracer segura.

—Creo que estamos buscando lo mismo... —dijo Reaper apareciendo entre las sombras a mi lado. Me apuntaba con la escopeta mientras sus palabras se dirigían a los agentes.

—¿Buscáis el ocho tumbado? ¿Para qué lo queréis? —dijo mi madre.

—Otorga vida y fuerza, ¿tú qué crees? —dijo Doomfist sonriendo.

—Entonces, está aquí, en Rialto —dijo Reindhart.

—No lo sabemos, estamos investigando en eso. Pero nos habéis interrumpido —dijo Doomfist —, así que, sino queréis que haya una masacre ahora, idos.

—Nos iremos cuando entreguéis a las chicas —cocluyó Winston.

Doomfist dejó a Angela y vino hacia a mi. Mi madre también vino y me cogieron entre las dos.

—¿Y Tracer? —preguntó buscando a la piloto con la mirada.

—¿Y Amélie? —preguntó Sombra haciendo lo mismo.

Doomfist exigió que nos fuéramos o abrían fuego. Le hicimos caso y salimos por la puerta. Todos iban a paso ligero mientras que yo estaba con Ángela y mi madre atrás que casi no podía andar. Me dolía mucho el vientre y mi boca, me dolía tanto que me costaba hablar.

—Id... delante —dije sin fuerzas.

—¿Has perdido la cabeza? —dijo mi madre.

—Ana, déjame con ella... —suplicó la rubia.

Mi madre se fue con los demás mientras que Angela y yo nos sentamos en medio del puente de Rialto. Me apoye en la barandilla del puente para descansar un poco. Ángela sacó un pañuelo y empezó a limpiarme la sangre de mis labios. Empecemos a recordar el texto y me miró a los ojos. Vi que ella los tenía vidriosos y pensaba que podría ser por lo de antes.

—No llores —cogí su mano —. Estoy bien, soy dura de roer.

—Pharah, yo... No me quiero imaginar que hubiera pasado si Winston no hubiese llegado con los demás... —comenzó a lagrimear.

—Oye —dije secando sus lágrimas con mi mano—, no te imagines cosas. No ha pasado nada, estoy aquí. Estamos aquí.

La rubia comenzó a mirarme y siguió limpiandome el labio. Por un momento pensé en que nos besariamos pero Symmetra intervino.

—¿Estás bien? —dijo agachándose—. Lo siento mucho. A las dos. No os avisé de que no tenía alma, él mata a la gente por placer —dijo Symmetra cogiendo mi mano.

—No te preocupes —dijo la rubia levantándose —. Voy con los demás.

—Ven, que te ayudo —dijo Symmetra cogiendome.

—Angela, espera —dije pero creo que hizo como si no me escuchara porque siguió su camino.

—¿He interrumpido algo? —dijo Symmetra preocupada.

—No, que va. A veces no la entiendo —sonreí.

Llegamos al apartamento. Fui a ducharme porque estaba llena de sangre y suciedad. Cerré las cortinas, abrí el grifo y esperé a que el agua saliera caliente. De repente alguien tocó la puerta.

—Soy Symmetra, ¿puedo pasar? —preguntó.

—Sí, claro —contesté.

—He venido a por unas toallas que en el otro baño no hay y no hay nadie que me indique dónde están —me dijo mientras abría los cajones.

—¿Estás sola? —pregunté sorprendida.

—Estamos. Se han ido a tomar algo, estaban un poco alterados y querían planear qué hacer —me dijo cerrando el cajón.

—¿Te quieres meter conmigo? —le propuse sin intenciones, no era la primera vez que me duchaba con alguien.

—Eh, ¿estás segura? —me preguntó sorprendida.

—Sí, no sé de qué te preocupas.

—Bueno, Angela y tú... —dijo insinuando cosas que no eran.

—No, no hay nada entre Angela y yo —dije sin saber si lo que decía era cierto.

Abrí la cortina y le hice un gesto de que viniera a donde yo estuviese. Ella se dio media vuelta para quitarse la ropa. Parecía avergonzada, y le dije que tenía un cuerpo precioso para que dejará de mirar al suelo. Se metió conmigo, parecía un poco incómoda aunque era normal: no me conocía realmente y no sé si sería la primera vez que se duchase con una mujer. Poco a poco vi como se relajaba y nos tumbamos en la bañera. Realmente parecíamos una pareja, solo que en vez de abrazarme a mi, nos abrazamos a nosotras mismas. Cuando estábamos normal, entró la rubia por la puerta. Menos mal que tenía la cortina echada y no podía ver con quién estaba.

—Pharah, ¿estás ahí?

—Sí, ¿qué pasa? —dije nerviosa, no quería que en ningún momento corriera la cortina.

—Están pensando en atacar cuando tú estés mejor y no quiero que eso suceda... —dijo con un tono triste.

—Mi trabajo es para servir y proteger. Estamos entre la espada y la pared, Angela. No tenemos elección, imagínate lo que harían con la reliquia —me levanté y sin querer pisé a Symmetra.

—Ay... —dijo la hindú tapándose la boca.

—¿Estás con alguien? —preguntó con un tono de enfado.

—Angela —dije cogiendo la toalla que estaba colgada en la barra de la cortina—, me acabo de hacer daño al levantarme —salí lo más despacio posible pero no sirvió de nada.

Angela corrió la cortina y quedó asombrada. Pidió disculpas y se marchó por la puerta antes de que dijera nada. Symmetra me preguntó preocupada si estaba bien y yo le dije que sí, no tenía razones para estar mal.

—Pharah, aunque tú no lo sepas, le gustas a Angela... —dijo Symmetra.

—¿Qué? Es imposible, si ni si quiera...

—No has visto su mirada clavada en mis ojos. Además, se nota a la legua de que algo siente.

—No sé si hablar con ella... —dije saliendo del baño.

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