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Capítulo 19. Esto no es lo que parece

Cuando me desperté al día siguiente todavía estaba asimilando todo lo que había pasado la noche anterior. Me dolía un poco la cabeza de tanto pensar. Me levanté de mi cama y me fui directa a la ducha. Me tiré como media hora reflexionando e ideando un plan para que Brigitte no se enfadara. «¿Y si le digo la verdad? No, la destrozaría», me dije a mi misma. Alguien tocó la puerta.

—Espera, un momento. —Dije saliendo de la ducha cogiendo una toalla—. ¿Quién es?

—Soy Lena. Winston nos ha llamado y quiere que nos reunamos en la sala de comunicaciones. Date prisa, vamos ya para allá.

Me vestí con lo primero que había cogido. Pensé que daba igual porque de todas maneras fuera para lo que fuese me iba a cambiar: si teníamos una misión tendríamos que vestirnos de paisanas o con la armadura. Salí por la puerta y vi que Lena me estaba esperando. Caminamos juntas por el pasillo intuyendo un poco de que nos iba a decir. Cuando abrimos la puerta vi que éramos las últimas en llegar pero no pareció un problema. Tomamos asientos, Winston asintió de manera en el que todos nos encontrábamos allí y comenzó a hablar.

—Tenéis que hacer parejas otra vez. Ahora podéis ir con quien queráis y os vestiréis de paisano, así que tened cuidado. —Dijo Winston.

Miré a Brigitte con un poco de vergüenza. Me dije que si nos poníamos juntas no nos íbamos a centrar en la misión. Quizá tampoco hablaríamos durante ella, ya que creo que estaríamos un poco cortadas. Vi como venía hacia mi con una sonrisa.

—Morena, ponte conmigo. —Me giré y para mi sorpresa la doctora me habló. Vi como a Brigitte se le borró la sonrisa al instante.

—Deja de decirme morena. Me pondré contigo si dejas de llamarme así.

—Lo que tú digas, morena. —Se echó a reír.

.

Fuimos cada pareja por las calles para ver si estaba todo en orden. Todos nos dividimos por la ciudad recorriendo cada manzana del lugar.

—Parece todo tranquilo. Me aburro. —Bostezó Angela.

—No te comportes así. Quieras o no, es nuestro trabajo saber si hay algún listillo pasándose de la raya en algún sitio. —La miré enfadada.

—Tranquila—sonrío—, que sé para que estamos aquí.

De repente escuchamos una especie de explosión, pero sonaban como petardos.

—Vamos a echar un vistazo. —Sugerí.

—Sí, a ver alguien se está quemando.

—Angela, eres tonta. —Me burlé un poco de ella tirándola de la oreja.

—La tonta aquí eres tú. —Se apartó y me dio un golpecito en el brazo.

Por un momento nos miramos y sonreímos. Vi como la verdadera Angela había vuelto. Nos pusimos a andar y fuimos al lugar donde se escuchaban, lo que efectivamente eran, petardos. Vimos a varios niños pequeños agachados haciendo un coro. Se les veían muy felices.

—Hola niños. —Dijo Angela acercándose—. ¿Qué estáis haciendo? —Se agachó con los niños.

—Mi papá nos ha comprado petardos y bengalas para esta noche y los estábamos probando con mis amigos, mañana es la feria anual de aquí, ¿a que sí, papi? —Dijo girándose y dirigiéndose a su padre.

—Sí, ¿ocurre algo malo? Si es así, podemos parar. —Dijo el padre preocupado.

—No, que va. Con tanto trabajo se me olvidó por completo la feria. —Dijo Angela con ternura.

—¿Feria? —Intervine.

—Sí, todos los años se celebra una feria benéfica. Todo el dinero que se gane se repartirán para todos los más necesitados. —Me explicó Angela.

Nunca había ido a una feria, ni sabía que era. Si que había escuchado que eran atracciones, juegos y fiestas, pero no me había imaginado que irían niños tan pequeños, parecían que tenían cuatro o cinco años. Seré un poco inculta, pensé.

—Podéis seguir, pero tened mucho cuidado. —Sonrió Angela con ternura.

—Sí, les he comprado los petardos más pequeños. Pensaba que no hacían mucho ruido pero veo que es justo lo contrario. —Se echó el padre la mano a la cabeza.

—No se preocupe —Dije—, mientras no les pase nada, todo está en orden.

—¿Queréis probar? —Dijo uno de los niños.

—Claro, aquí tengo mi pequeñaja. —Dijo Angela refiriéndose a mi.

—¿A quién llamas pequeñaja? —Dije enfadada.

—No asustes a los niños con tu cara y ven aquí. —Me cogió de la mano para que me agachara.

Nos pusimos ahí en coro con los niños. La verdad es que parecía divertido. Lo que más me gustó era las bengalas y pensaba que por las noches se vería mucho mejor ya que por la luz del sol no se apreciaba mucho. Giré mi cabeza y vi como Angela miraba a los niños con una amplia sonrisa. «Que sonrisa más bonita», pensé. De repente me miró y acto seguido yo miré hacia el suelo. «¿Lo he dicho en voz alta? ¿Me habrá escuchado? No, no, no, no... Seguro que ha sido casualidad», me dije nerviosa. Todos los niños se levantaron a por más bengalas, mientras yo y Angela seguíamos en cuclillas.

—A veces pienso que sigues siendo aquella niña pequeña pura e inocente. —Me dijo Angela.

—Y crecí, arresto a gente, digo palabrotas, ligo y hago de todo. —Me reí.

—Hasta que abres la boca y metes la pata. —Se río también.

No parábamos de reírnos. Estaba tan agusto en ese momento que pararía un poco el tiempo. ¿Por qué? No lo sé. Solo sé que me gustaba estar con ella a pesar de toda la mala racha que tuvimos. Parecía que nos acabáramos de conocer y que por fin conectábamos. Hasta nos gastábamos bromas y no tenía que pedir disculpas por si se sentía ofendida.

—¡Tenemos que comprar más petardos, ya no quedan!. —Dijo el niño gritando y corriendo.

—¡Cuidado, que te puedes caer! —Le advirtió Angela.

—¡Ay! —Efectivamente, se cayó y empezó a llorar, yo fui corriendo a por él.

—Ey—le levanté—, no pasa nada. Ya está. —Lo cogí en brazos—. ¿Has visto? No ha sido nada. Mira—le señalé mi brazo—, esto me lo hice haciendo la tonta cortando verduras. Se me escapó el cuchillo y salió volando, no antes sin dejar una cicatriz por mi brazo pero no es nada. —El niño dejó de llorar y miró atentamente el brazo.

—¿Puedo tocarlo? —Me preguntó tímidamente.

—Sí. —Empezó a deslizar su dedo por mi cicatriz. —¿Ya no duele?

—Nada de nada. Y a qué a ti tampoco. —Le sonreí.

—Pues no. —Me devolvió la sonrisa. —¡Papi, estoy bien!

Vino su padre y nos pidió perdón pero le hicimos entender que no era su culpa, que muchos de los niños son hiperactivos y que harían cualquier cosa a toda costa. Nos agradeció que lo cogiéramos y se despidieron todos de nosotras, ya que se estaba haciendo tarde. Nosotras damos por concluida la misión. No había nadie ni nada que estuviera causando problemas. Así que nos marchábamos hacia la base.

—¿Te gustan los niños? —Me preguntó de repente Angela.

—No me disgustan pero ahora mismo no sería madre. —Reí.

—¿Cuántos tendrías si llegara el momento? —Me preguntó curiosa.

—Pues no lo sé, pero sean los que sean, los adoraré.

—Muy buena respuesta. —Sonrío Angela.

—¿Y tú? —La miré, pero vi que se puso un poco seria—. Lo siento, no debí preguntar.

—¿Por qué lo sientes? No he dicho nada.

—Tu cara lo dice todo. —Miré de frente, alcé mis brazos y puse mis manos entrelazadas sobre mi cabeza.

—¿Lo dices por Genji? ¿Si hubiéramos tenido alguno? —Preguntó Angela y de repente me frené.

—Lo siento Angela, no quise decir...

—No creo que hubiéramos tenido alguno, sinceramente. Siempre estaba ocupado con sus cosas. —Finalizó.

Nos quedamos calladas durante el paseo. Esta vez su reacción fue diferente a la de otras veces. No me acuchilló con las palabras ni si quiera se puso tan seria como otras veces. Parecía normal.

De repente vi un puesto de patatas asadas que tenía una pinta deliciosa y mi barriga rugía más fuerte que un león.

—¿Tienes hambre? —Me preguntó Angela.

—Bueno, yo... —Dije avergonzada.

—Vamos, tomemos algo. Te invito yo. —Me sonrió.

Pedí lo más barato posible ya que no quería aprovecharme de su hospitalidad. Nos sentamos en el bordillo de una carretera, charlando y contándonos chistes para que dejara de pensar en el ninja.

—La verdad es que eres muy graciosa, Fareeha.

—Gracias por el alago, doctora. —Sonreí.

—¿Por qué te alistate? —Me preguntó interesada.

—Bueno...—le expliqué un poco por encima—. Solo quiero proteger a la gente. Y ya que por fin encontré a mi madre se lo quiero demostrar también que sus clases sirvieron para algo. —Sonreí.

—Si te vas de aquí será porque te contratarán en otro lugar mejor. Y a pesar de ser una novata, creo que serás una buena jefa de combate. —Miró a su deliciosa patata asada que estaba ya por la mitad.

—No creo que me vaya, me gusta estar contigo... Es decir, con vosotros. Ya sabes —me estaba poniendo nerviosa—, siempre he querido pertenecer a Overwatch y ahora aunque no se llame como tal, estamos todos juntos y...

—Cálmate. Parece que se te va a salir el corazón. —Se río—. ¿Por qué esos nervios?

—Nada —Pensé que a lo mejor no me habría escuchado bien o el 'me gusta estar contigo' lo habrá interpretado de otra manera—, es que quiero decir tantas cosas que... es muy intenso. En conclusión a todo esto, me encanta estar aquí. —Dije al fin mirándola.

—A mi también. —Me devolvió la mirada.

Nos quedamos mirándonos como dos tontas sin saber que decir o que hacer. Vi como Angela se había manchado la mejilla de mayonesa, así que cogí un pañuelo del bolsillo, cogí su cara y con delicadeza empecé a quitarle la mancha. Mientras estaba concentrada, ella seguía mirándome y sonriendo. Me estaba temblando un poco la mano, hasta que nuestras miradas por fin se alinearon. Respiré hondo para calmarme un poco pero su sonrisa no dejaba que me concentrara. Cuando nos íbamos acercando muy lentamente, una voz apareció.

—¡Mercy! ¡Pharah! ¡Chicas! ¿Qué estáis haciendo ahí sentadas? —Preguntó Lena desde lejos.

—¡Vamos para allá! —Solté. Menos mal que desde lejos no se apreciaba nada, aunque apreciar el qué, sino estaba ocurriendo nada.

Me levanté y ayudé a Angela a que se levantara y fuimos directa hacia Lena.

—Fareeha—Dijo la rubia—, si quieres puedes soltarme la mano.

—Oh, sí. Perdón. No me di cuenta. —Sin darme cuenta tenía la mano cogida durante un rato, desde que se levantó hasta caminar unos diez pasos. Solté bruscamente la mano muerta de vergüenza. Ella simplemente se echó a reír y me calmó con eso ya que pensaba que no se lo había tomado a mal.

.

Llegamos a la base y fui directa para mi cuarto. Para mi sorpresa, Brigitte me estaba esperando tumbada en la cama con los ojos cerrados. La verdad es que estas cosas me incomodaba como si invadiera mi espacio. ¿Estaba mal pensar así de mi... yo que sé lo que era? Fui a por ella y le agité el brazo.

—Un ratito más. —Murmuró la pelirroja.

—Brigitte, ¿qué haces en mi cama? —Pregunté en voz alta.

—Fareeha... ¡Fareeha! Por fin has llegado. ¿Qué tal hoy? —Preguntó sonriendo.

—¿Qué haces aquí? —Pregunté confusa todavía.

—¿No te alegras de verme? —Me miró con cara de pena.

—No... No es eso... Es que... A ver...

—Te estás arrepintiendo. —Dijo Brigitte directa y al grano.

—Brigitte, no es eso...  es que estoy cansada, ya se está haciendo de noche y estoy cansada. Si quieres hablamos mañana.  «Deja de mentir, Fareeha», pensé.

De repente la pelirroja me cogió y me tumbó encima de ella. Empezó acariciarme la espalda y me besó. Le correspondí el beso aunque un poco incómoda porque no estaba sintiendo nada... Empezó a meterme mano bajo la blusa y me quitó el sujetador.

—¿A dónde vas, tigresa? —Me aparté un poco.

—Te echaba de menos... —Me dijo con una voz seductora.

—Perdón por la intrusión—dijo una voz familiar—, pero tenía que entregarte los informes de hoy. —Cuando me giré vi a Angela tapándose la cara con una tabla de apoyo y varias hojas.

—Angela, perdón. —Abrí los ojos como platos y me quité inmediatamente de encima de Brigitte.

—No pasa nada, es algo normal que dos chicas se gusten—escuché su risa—, pero la puerta estaba abierta y no sabía cuando ibais a acabar... Por eso he hablado. Lo siento por molestar.

—Ya mismo se iba. —Dirigí mi mirada hacia Brigitte, aunque la vi con cara graciosa y algo pícara.

—Sí—se levantó—, me voy que mañana hay que madrugar. Hasta luego, cielo —me robó un beso—, hasta luego doctora. —Se marchó sonriente y orgullosa, pensaba que esto es lo que quería hacer, como marcando terreno.

—Y yo también me voy. Toma. —Me dijo Angela.

—Espera...—la detuve—, quiero explicártelo.

—¿Explicarme qué, Fareeha? ¿Que te gustan las mujeres? —Se río—. No tienes que explicarme nada, tonta. Es tu vida privada y puedes hacer lo que quieras con ella.

—Ya, pero... —quería decirle lo que sentía hacia Brigitte, pero no encontraba las palabras.

—Anda, descansa y ya hablamos mañana. Por cierto, espero que tu amorcito no le importe que vayamos juntas a la feria. Winston nos ha dado esto—me dijo dándome los informes—, porque mañana iremos a la feria con la pareja que hemos ido hoy.

—Está bien. —Dije apenada. —Descansa tú también.

Y se marchó. Cerré la puerta y miré con rabia hacia la cama. No quería que Brigitte se convirtiera en un problema, pero lo estaba siendo aún más gordo de lo que creía. Estaba muy confusa porque sentía que me gustaba sus jueguecitos y los besos, pero no sentía nada por ella. Y no sé porque, pero lo comparaba todo el rato con Angela. ¿Acaso estoy sintiendo algo por la rubia y no lo sabía? Aunque no lo creo. Supongo que es amistad, ya que por fin congeniábamos. Nunca he sentido amor, pero sé que con Brigitte no era eso. Me tumbé encima de mi cama mirando al techo y puse un brazo encima tapándome los ojos mientras con la otra mano de mi otro brazo me acariciaba la barriga. ¿Tenía que darle una oportunidad a Brigitte para ver si era capaz de que sintiese amor? Pensé tantas cosas que me dormí.

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