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SEIS

Un deseo

NARRADOR OMNISCIENTE

La nieve caía como una lluvia torrencial y mis rodillas flexionadas frente a su tumba dolían, pero estaban reacias a abandonar esa postura. Mi pecho dolía tanto que respirar era una tortura. Sostenía en una de mis manos el sobre que ayer preparé, donde eché la carta que escribí para él. Estaba, además, un poco entusiasmado, porque algo me decía que él siempre las leía, porque cuando regresaba a su tumba al día siguiente, ya la carta no estaba y en su lugar una flor de “Nomeolvides” descansaba.

Si eso no era una señal de que su espíritu aún seguía conmigo, pues no sé qué otra cosa sería. Tal vez y me había vuelto un demente, imaginando cosas que solo se veían en las películas. Tal vez las cartas se las habría llevado el viento. Tal vez alguien visitaba su tumba y le dejaba flores de “Nomeolvides”. O tal vez yo sí estaba en lo correcto, y su alma aún seguía en este mundo, haciéndome compañía. 

Tan egoísta soy, hasta con su espíritu. Y es que me niego a dejarlo ir. No quiero quedarme solo, quiero estar con él, quiero pedirle perdón, quiero decirle que lo amo, quiero muchas cosas, necesito estar a su lado. Quiero que una vez más, lea mis cartas y sepa cuánto lo extraño.

Abrí el sobre, para depositar el pliego que escribí para él sobre su tumba, pero extrañamente encontré dos y no uno. El recuerdo de haber escrito dos era inexistente en mi mente, así que abrí el primero que tomé en mis manos y mi letra estaba plasmada allí, lo volví a cerrar con cuidado, lo besé y coloqué sobre la lápida. 

Entonces abrí la otra carta. ¿Sería mi padre quién la escribió? Pero para mi sorpresa la hermosa caligrafía no era, para nada, la de mi padre. Leí con detenimiento las primeras letras, las primeras palabras, cada sentimiento ahí plasmado y no pude evitar romper en llanto. 

«“Cada noche, viéndote escribir, deseé infinidad de veces abrazarte, besarte en los labios, acariciar tu cabello y no poder hacerlo era un desconsuelo. Pero hoy, mi lindo profesor, quiero darte mi último adiós, así que no estés triste, me verás antes de partir. Sí, debo irme, o no podremos volver a vernos y mi mayor anhelo es verte por siempre y que me veas también tú a mí. Oh Taehyung, si esta vida…”». 

Taehyung hizo una pausa, las lágrimas le impedían ya ver con claridad lo escrito sobre el papel. Se secó con los dedos las mojadas pestañas, dispuesto a leer el final de aquella epístola, pero una discusión hizo que desviara los ojos del papel. 

En otro lugar dentro del cementerio estaban despidiendo a alguien, cuando una mujer y un hombre abandonaron al resto de los amigos y familiares, los ojos de los dos estaban inyectados de furia y culpa. Ambos discutían por quién merecía la muerte en lugar de la pobre alma a la que despedían. «Es tu culpa», decía el hombre. «No, es tuya», gritaba la mujer, «Es tu culpa que nuestro hijo esté muerto, le fallaste. Pero de nada me sorprende, al fin y al cabo ni siquiera eres su padre».

El hombre quedó estático tras escuchar aquello, mientras que la mujer seguía profiriendo palabras hirientes, ni siquiera había prestado atención al chico frente a ella, cuando chocó con él.

 —Oh perdona…

—No se preocupe —mencionó Taehyung—, pero creo que su esposo…

Taehyung observó sobre el hombro de la mujer, miró en la dirección donde el hombre se había detenido, cuando lo vio avanzar hasta ellos como un león embravecido. El chico de inmediato apartó la mujer cuando el hombre estuvo a su altura, no veía en los ojos del extraño buenas intenciones; pero lo que no vio venir fue el puñal que se incrustó en su abdomen dos veces seguidas. El grito de la mujer a sus espaldas abarcó todo el recinto de almas, el cuerpo de Taehyung cayó desplomado en el suelo y la carta que se encontraba en sus manos surcó los aires como si de un avión de papel se tratara.

Otro grito se hizo presente en el lugar. A Taehyung le pareció conocida aquella voz, sus ojos buscaron desesperados de dónde provenía, cuando vio a dos personas acercarse a él y una de ellas se agachó a su lado. Observó unos cabellos amarillos y algo encrespados, unos ojos azules mirarlo con cariño y tristeza, mientras que sentía su cuerpo volverse muy ligero, como si algo se desprendiera de él mismo.

La hermosa figura frente a él movió los labios, diciéndole algo que él no podía escuchar, pero sí que pudo entender. Las primeras palabras, conectaron con aquella frase a medias que se esparció por el aire frío de aquel día nevado; frase escrita con la pluma de un ángel, ese que detrás del chico rubio abría sus alas tan blancas como los copos de nieve, de las que arrancó una péñola más y con la cual escribió sobre un lienzo invisible: las palabras que en un futuro, se convertirían en la leyenda de un libro; un libro de amor.  

“Si la vida me diera un deseo: desearía volverte a conocer”.

FIN

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