Daniela.

Desde entonces no dejo de repasar ese día una y otra vez en mi cabeza. Estábamos tan cerca, solo se interponía la puerta. ¿Quien me viera? Yo, que tengo amistades que hablan pestes de las personas de bajos recursos, estoy sentada en una mecedora frente a la puerta de la entrada principal. Viendo atenta por si vuelve a pasar.
Aún qué... No sé bien que voy a decirle si lo vuelvo a ver. Entonces se me hace el milagro y vuelvo a verlo pasar, se detiene para mirar nuevamente su reflejo. Me levanto Corriendo y me detengo frente a la puerta para mirarlo. Esta vez intento guardar bien en mi memoria sus facciones. Para así poder  seguirlo pintando. Entonces veo como se le dibuja una sonrisa en sus labios. No sé si me sonríe a mi o a el mismo. Lo miro fijamente a los ojos, como si estuviera hechizada. Cuando estoy a punto de abrir la puerta, una voz proviniente del interior de la casa me llama

—Daniela, ven— Es mi mamá, entonces veo como se aleja ¿Que está pasando conmigo? En los problemas que podría meterme con mis padres si sigo dejándome guiar por mis impulsos retorcidos. Pues yo solo apoyo a mi madre en la oficina.
Capaz que me sacarían de la empresa. A mi hermana por poco le quitan todo solo por que se enamoró de un chico de clase media.

—Daniela, te está hablando tu madre—
Dice mi papá mientras se asoma desde el marco de la entrada de la sala. Asiento con la cabeza y obedezco.