CAPÍTULO 8: RAÍCES SILENCIOSAS
"Narra Anna"
Nunca imaginé enfrentar a mi padre, especialmente por ayudar al prójimo. Esto es algo extraño, malo y egoísta de su parte. Quisiera tener la opción de poseer lo necesario y propio para no depender de los prejuicios de otros, cuando se trate de velar por un ser humano que no lleva mi misma sangre, pero bueno, hay que ser fuerte y valiente en esta vida.
—¿Por qué mi padre reacciona de esta manera? ¿Que le hicieron ellos como para guardarles tanto odio? —se preguntaba sin tener alguna respuesta inmediata.
—¡Perdónale, hija! El no es así, desde aquel incidente donde perdió algo valioso. Tú padre solo no acepta ni perdona, que tan solo fue un accidente —escuché decir a mi madre aquel instante.
—¡De qué estás hablando madre! ¡No entiendo! ¡Habla claro, por favor! —Una vez reaccioné sorprendida.
—¡Escucha, Anna! Tú padre tenía un hermano el cual falleció hace mucho tiempo. Estábamos recién casados cuando sucedió el incidente. Ángel, era un chico muy excepcional, pero un indigente se le atravesó mientras él conducía, y fue entonces, dónde perdió la vida —. Para mi sorpresa confesó aquel momento que me llevó a comprender la ira, odio que les guardaba a Petro y Zapatillas.
—¡Wow! Es... ¡No tenía idea! -decía porque nadie había hablado acerca del tema. Era desconocido para mí. —¿Por qué nadie dijo nada?
—Es un recuerdo doloroso para tu padre. El prohibió decir algo al respecto. Ya conoces su carácter guardado ahora, y solo en tu crecimiento lo dejo a un lado, pero luego tú aceptaste a Cristo y cambiaste tu estilo de vida. Creo que nos sorprendió porque estabas bien descarrilada, pero tú padre no tomó en cuenta que te agradara ayudar a los indigentes.
—¡Aay mi papá, mi papá! ¡Es una cajita de sorpresas! —vociferé.
—Ahora, que ya sabes no seas tan dura con él. Ponte por un momento en sus zapatos. Las personas así son las más frágiles que hay, y se esconden tras esa máscara de actitudes para no demostrar el sufrimiento que llevan dentro.
—Gracias, mamá... por decirme todo, sino lo hubiera apartado de mi corazón. Nunca me había levantado la mano. Pero lo perdono, sabes. Al final siempre será mi padre — dije muy conmocionada, mientras lágrimas se derramaban por mis mejillas.
Era muy duro también para él y por tal razón cuestionaba la presencia de Petro y Zapatillas, pero reaccionó mal, y algo que no toleraba era su irrespeto hacia mí, que soy su hija. El no puede hacer que yo rechace a los demás por algo que pasó hace mucho años, y además no sabía ni él deseaba compartir conmigo.
"Narra Escritor"
Una vez más Anna se enteraba de sucesos acontecidos del pasado, y en los cuales se encontraba atrapada. Pues, ella no tenía la culpa de que en un tiempo el querer ayudar al prójimo dependiera de si a tu familia le gusta o no.
Realmente se enfrentaba entre hacer lo que más amaba Jesús, su Salvador, de ayudar a levantar al caído, restaurar al herido y abrigar al desvalido por hacer sentir bien a su padre.
—Su tarjeta no pasa, señorita -para su realidad le aconteció. Puesto que ella guardaba una de emergencia porque l aquel siempre usaba se la había entregado a su padre.
—Parece que cumpliste con tu prometido, padre, pero eso no me va a detener en seguir con lo que debo hacer -con gran determinación se respondió desde muy adentro. — ¡Pagaré en efectivo!
—¡Muy bien, señorita!
Anna, no iba darse por derrotada ante tremenda estocada de quienes deseaban detener su motivación. Ella comprendía la importancia de abrirse paso en el camino a pesar de ser el blanco y no contar con el apoyo de sus seres queridos.
Sabía, que esta vez tenía que esforzarse más para proveer lo necesario a Zapatillas, especialmente a Petro. Ella creía que Dios cambiaría sus vidas como un día lo hizo con ella. Aunque eso significaba ganarse un poco de enemistad de su propia familia, pues también entendía, que no podía alimentar el capricho, odio que había en el corazón de su progenitor.
Se dijo así misma, nunca dejar que su fé se viera opacada por los demás. Comprendía que es peor vivir con la incertidumbre de no hacer nada para agradar a los demás, que hacer la voluntad de Dios; aunque eso contrajera desacuerdo para algunos.
—Pastor, dígame ¿qué es lo que enseñan en su iglesia? —reclamando llamó Alejandro al pastor de Anna.
—¡Dios me lo bendiga, varón! —fue la respuesta que recibió Alejandro ante las actitudes mostradas por parte de su hija.
—¡Que me bendiga! Dígame una cosa pastorcillo, que bendición puede ser, que su propia hija se revele, ¡ah! ¡Respóndame eso, sí es que puede! —muy molesto gritó don Alejandro.
—¡No comprendo, hermano Alejandro, el motivo de su llamada y menos de sus gritos —en su defensa dijo el pastor.
—¡Ah, no sabe! ¿Que realmente enseña a Anna, ahí en su iglesia? ¡A desperdiciar su vida, andando con gente inservible, y además, sin ninguna educación! —con una mirada aterradora pronunció a través de aquel celular.
—Si desea hablar conmigo va tener que calmarse, hermano Alejandro —respondió serio el hombro de Dios ante los innumerables ataques de aquel ser perdido en su amargura de corazón.
Parecía que Alejandro le temía algo. No era el cambio de su hija, ni tampoco que ayudará a los más desafortunado, sino el enfrentar aquel evento del pasado. Para Alejandro esto era una herida sangrando constantemente, volviéndose en un raíz de amargura robando su paz, confianza y sobre todo su propia vida.
«Mirad bien de que nadie deje de alcanzar la gracia de Dios; de que ninguna raíz de amargura, brotando, cause dificultades y por ella muchos sean contaminados»
(Hebreos 12:15).
La amargura no es uno de esos pecados grandes y llamativos que se puede ver creciendo en la superficie de nuestro corazón. No se puede mostrar como la ira ni producir grandes frutos podridos como la desobediencia. La amargura es un pecado durmiente. Crece bajo la superficie, en lo profundo del suelo de nuestros corazones.
Pero la advertencia del autor de Hebreos está clara «que la raíz de amargura brotará algún día y cuando lo haga, «muchos serán contaminados.» En otras palabras, si esa raíz de amargura sigue creciendo habrá una cosecha de dolor para ti y para las personas a tu alrededor. Y debido a que la amargura es un pecado lleno de malezas que se entierran primero en nuestros corazones, no podemos solo cortar las conductas que la amargura causa.
Efesios 4:31 dice:
«Sea quitada de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritos, maledicencia, así como toda malicia.»
El problema era que Alejandro no se sometería ni reconocía, que esto era la raíz de su conducta donde lamentablemente lastimada a sus seres queridos.
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