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7

Todo iba de maravilla para Marinette, frente a ella habían un par de mejillas sonrojadas, mucha confianza y un corazón que latía tan fuerte como el suyo. O eso hasta que el cerebro del chico entró en razón y la azabache pudo percibirlo de inmediato a través de sus facciones.

Una extraña, eso era.

Sin embargo, algo lo empujaba a aceptar la invitación, a tomar su mano y dejarse llevar hasta donde esos azules llamaban.

— Hey... Estaba pensando...— Miró a su alrededor en busca de algo que no lo arriesgara tanto. La última vez que había seguido a la chica por sus locuras, ambos terminaron en una azotea, solos, ella desnuda y él con un deseo tan grande que solo pudo sacarse al autocomplacerse en la intimidad de su hogar.— ¿Por qué no mejor un café? — La sonrisa boba que apareció en su rostro terminó por convencer a Marinette.

— ¿Y a donde crees que nos dirigimos? — Preguntó divertida. — ¿A tu departamento otra vez?

— Graciosa. — Dijo entre dientes y entonces una interrogante comenzó a molestarlo. — ¿Cómo...? ¿Cómo me encontraste? — Preguntó Mirándola con los verdes fijos en un punto perdido.

Metió sus manos a los bolsillos del pantalón, se negaría a entrar aquel auto sin respuestas.

— Una rápida búsqueda en internet y google me arrojó más resultados de los que me hubiese gustado ver.

— Imagina los que arrojó con "Mari" — Hizo comillas con sus dedos consiguiendo una carcajada de la chica. — Intenté buscarte... ¿Sabes?

— Te dejaré una cosa clara; — Anunció con superioridad. — Si yo no quiero que me encuentres, entonces no lo harás jamás. Así que no te esfuercez.

Él hizo una mueca, pero tenía que aceptarlo, era hábil escondiéndose y aquello le parecía aún más sospechoso.

— Entonces... Ya sabes quién soy, ¿Verdad?

La chica resopló agotada por la situación. — Eres el hijo de Gabriel Agreste, el heredero de Gabriel's. — Rodó los ojos.

Si Adrien comenzaba a presumir de la gran riqueza que algún día obtendría, lo patearía lejos del auto en ese preciso momento.

— Si lo sabes... — Murmuró.

Desde ese instante la visión que poseía de la azabache había cambiado. La posibilidad de que solo fuera una aprovechadora tomaba fuerza en su cabeza.

— ¿Qué? — Exclamó ella manteniendo la compostura. — ¿Acaso piensas que solo quiero relacionarme contigo por tu fama? — Se le hacía muy divertido, pero lo analizó mejor y viéndolo desde un punto externo parecía tener bastante sentido.

Adrien tardó en contestar, pero le sostuvo la mirada, confirmando sus dudas. — Yo...

— Escucha Agreste, tan solo me pareciste divertido, un chico herido que necesitaba algo de distracción, un buen amigo... — Acomodó un mechón tras su oreja. — Se me hace algo difícil hacer amigos... — Mintió. — Aunque tus chistes no sean los mejores... — Lo observó con ambos azules deslumbrantes, inclinándose un poco para pronunciar el escote. Los ojos del chico no tardaron en bajar y subir en un rápido movimiento. — Además... — humedeció sus labios antes de hablar y por reflejo, Adrien la imitó. — ¿Para qué negarlo? Me pareces interesante.

— ¿I- interesante? ¿y-yo? — Lo había hecho de nuevo, había bajado la guardia.

— Claro que tú, bobo... Digamos que... — Apartó un mechón rubio que caía por el rostro contrario. — Me gustas un poco.

Un leve sonrojo adornadaba las mejillas de la chica el cual era minúsculo a comparación de Adrien, quién poseía un rostro de completo carmín.

Ella ya había comenzado a acercarse, lenta pero progresivamente.

Adrien no retrocedió, la indecisión lo abrumaba y aunque deseaba con toda el alma aquel beso, él sabia que no era correcto. Ni el momento, ni el lugar.

— Y-yo tengo... — Marinette abrió un poco los ojos, divisando el semblante hipnotizado. — Tengo novi... — Cayó en cuenta de la locura que estaba a punto de cometer y retrocedió de forma súbita.

Inevitablemente se sintió humillada, tal como una adolescente rechazada, esa era Marinette en ese instante.

— Eres un hipócrita. — Dijo sonriente.

— ¿Eh?

— ¿Acaso no recuerdas que me besaste?

— Oye, oye, oye. — Dividió el espacio elevando sus palmas como barrera. — Podríamos aclarar las cosas primero, ¿No crees? — Ella volvió a su lugar, espectante. — Para empezar, tu me engañaste y fingiste ahogarte para poder besarme.

Marinette sonrió al recordar la escena. Sin duda, había sido en extremo divertido.

Decidió obviar el hecho de que el chico estaba tan borracho que se le haría prácticamente imposible recordar algunas cosas, como por ejemplo; lo que pasó después.

— ¿Me harás responsable? — Vociferó burlesca con una gran sonrisa en su rostro.— Es tú maldita culpa por andar con esa cara por la calle. — Apretó su mejilla y con cariño tiró de esta. — Ya sube al auto, dios nórdico.

Adrien se quedó pensativo, analizando lo que acababa de oír. Parecía un halago pero por el tono empleado fácilmente podría confundirse con un insulto.

Lo único que tenia verdaderamente claro era cuán acalorado estaba, cuán fuerte latía su corazón y lo poco que le preocupaba la situación.

El sonido del claxon lo hizo despertar de sus fantasías, sobresaltandolo. — ¿Qué esperas? — Dijo desde dentro del automóvil apuntando el asiento del copiloto.

Va a matarme. — Pensó Adrien. — Ésta chica definitivamente va a matarme. — Y la idea no le desagradaba en absoluto.

Desde lo alto del edificio, a través de una de las ventanas una pelirroja observaba a ambos muchachos que tan inmersos en su burbuja se encontraban.

Apenas el rubio subió al carro de la curvilínea azabache, ella no dudó en sacar su móvil y contactar a quien debía.

— Chloé. — Habló a través del auricular.

— ¿Sabrina? Acabamos de hablar hace tan solo unos minutos. — Su voz se escuchaba irritada, pero aún así la chica no se detuvo.

— Se trata de Adrien...

— ¿Adrien? ¿Qué sucede?

— Está con una chica en la avenida. Han estado hablando desde hace un buen rato.

— ¿U-una chica?

— Sí, pensé que deberías saberlo.

— ¡Envíame una fotografía! — Sabrina se exaltó por el grito que pegó la rubia, dejando caer el móvil al suelo. — ¡Ahora!

— Lo siento Chloé... Él ya se subió a su auto. — Comentó, anticipando el enfado de su amiga.

— ¡¿QUÉ ÉL SUBIÓ DÓNDE?!

§

— Y entonces ella dijo; "imagino que tu inexperiencia te llevó a cometer este error tan precipitado." — Marinette estalló en una gran carcajada, más por la situación que por la chillona voz que el rubio ponía.

El aroma a dulces daba un cálido ambiente a la cafetería, estaba relativamente cerca de las instalaciones de Gabriel's y la idea de ir hasta ese lugar había sido exclusivamente de Adrien.

— ¿Realmente suena así? — Preguntó con falsa curiosidad mientras mantenía su vista fija en su taza.

— No, suena más como un robot. — La azabache negó divertida.

— ¿Ladybug dices? — Él asintió. — Vaya nombre.

— Lo sé, es estúpido.

— Pues a mi me agrada.

— Si la conocieras, creeme que no te agradaría para nada.

— Si me conocieras, creeme que yo no te agradaría para nada. — Adrien río como si de un chiste se tratara.

Nunca esperó volverla a verla, ni menos esperó volver a encantarse con su sonrisa, con sus facciones o coqueteos.

Mari era una caja de sorpresas, una particularmente interesante.

— ¿Como adivinaste a qué hora salía?

— Tengo tu horario laboral en una de las paredes de mi cuarto. — Los verdes se abrieron con sorpresa. Ella lo observó de reojo y le sonrió burlesca. — Solo era una broma, tonto.

— Oh... — Su semblante se relajó mostrándole una blanca sonrisa y las hormonas de Marinette enloquecieron momentáneamente. — ¿Entoces cómo...?

Ella cerró los ojos, deleitándose con el sabor a berries del té caliente. — Solo esperé hasta que vi esos lindos ojos. — Revolvió un poco el líquido para después depositar la cuchara en su lengua y lamerla lentamente.

Adrien apretó la tela de sus pantalones bajo la mesa. Su cabeza comenzaba a abrumarse por lo que él creía eran provocaciones

Tenía que dejar de ver a la azabache de esa manera, si no, nada bueno saldría de allí.

— T- tus ojos también son lindos. — Dijo por cortesía, pero bien sabia él que algo más había detrás de esa falsa amabilidad. Ella río con la vista baja, negando.

— Ya me lo habías dicho... Muchas veces la verdad, pero gracias. — El rubio se congeló durante unos segundos y jadeo con reproche desviando su mirada.

Estaba increíblemente avergonzado.

— Tienes que disculparme Mari, es una de las razones por las cuales evito el alcohol... — Hizo una mueca cubriéndose la vista con su palma. — ¿Podría saberse qué otras estupideces dije? — Marinette levantó una ceja separando la taza de sus labios.

— ¿Estupideces?

Cayó en cuenta de cuán mal había sonado su comentario, arrepintiéndose de inmediato.

— ¡N-no! ¡No es una estupidez! — Se inclinó sobre la mesa aseverando la declaración. — Digo, tus ojos si me parecen bonitos, son encantadores...

— ¿Encantadores? — Ella suavizó su expresión, sonriendo con dulzura.

— ¡N-no! — Cubrió su boca y bajó la mirada. — Quiero decir sí... Pero...

— Pero no querías decirlo en voz alta. — Él la observó de reojo, confirmando. — No te preocupes, entiendo... — Depositó su mano sobre la contraria en la mesa, acariciando la bronceada piel con cautela. — Aunque... — Aquella acción en un principio fue con intenciones de tranquilizarlo, sin embargo al ver la cara de Adrien, supo que estaba haciendo de todo menos calmar su pulso. — La verdad, me gustaría saber que más piensas de mi.

El muchacho apartó su extremidad al instante y de paso aclaró su garganta.

— L-lo siento.

— No te disculpes, me parece adorable.

Adrien resopló agotado, comenzaba a sentirse como un niño.

— Escucha... Yo solo quiero saber si pasó algo más

— ¿Algo más? — Repitió la chica elevando ambas cejas. — Pues, si pasó algo más.

— Oh no... Dime que no me sobrepasé contigo.

— Hubiese sido ideal, pero no. — logró estremecerlo con tal declaración. — Te dormiste antes de pasar a la acción.

Él lanzó el suspiro que había estado reteniendo.

— ¿Estás segura? ¿Nada después de que me engañarás en la alberca? — Insistió con una pizca de nerviosismo. — Quizás un... ¿Beso? — Sugirió con el vago recuerdo en su mente.

Marinette sonrió, era hora de reanudar el juego.

— La verdad... Después de lo de la alberca, me besaste otra vez.

Los ojos del rubio se abrieron con impresión, el alcohol sería lo último que tomaría en un largo tiempo. — ¡Lo lamento! — Exclamó.

— Tranquilo, solo fue un beso. — Dijo en medio de una risa.

— Lo sé, pero tampoco quiero que pienses cosas erróneas... Yo estaba ebrio y...

Para entonces ella ya tenía una idea de hacia donde se dirigía la conversación y por alguna razón, no le agradaba para nada.

— ¿Acaso piensas que por un simple beso voy a enamorarme de ti? — Una carcajada demasiado fingida salió de su boca. — En tus sueños. No soy una adolescente, Adrien. — El chico quedó perplejo, pues a pesar de que las palabras que salían de sus labios estaban repletas de naturalidad, ella parecía molesta. — Además, no besas tan bien como crees. — Rodó los ojos.

El ambiente se inundó de silencio, uno sumamente incómodo.

Adrien estaba dolido, Marinette había elevado de manera estratosférica su ego para luego aplastarlo en el suelo con unas simples palabras. Pero precisamente era eso lo que más le afectaba, el hecho de que aquellos dichos hubiesen salido de sus labios y no de los de otra.

No tenía claro si la chica simplemente estaba jugando con él o sufría algún trastorno de bipolaridad.

— Hay otra cosa. — Mencionó el rubio, ella no sé molestó en mirarlo.

Ambos habían adoptado una actitud más seria y el ambiente se había tensado de la nada.

— ¿Qué?

— En algún momento de la noche, ¿Encontraste algo parecido a un anillo de compromiso? — Ella tocó su mentón pensativa.

— No, creo que no. — Se apresuró a decir.

Él entre-cerró los ojos, sospechando. — Vaya... es extraño... — Levantó las cejas divertido. — Juraría que lo tenía esa noche.

Marinette apoyó su rostro sobre su palma en la mesa, sujetando su cabeza y desviando la mirada al suelo. — Adrien, yo...

— Lo robaste, ¿no es así? — Ella abrió los ojos impresionada. — No me sorprende que me obsequiaras una cama tan costosa, después de todo ahora el dinero te sobra a montones, ¿verdad?

Marinette apretó los dientes y se sintió despreciable.

Claro que tenía el anillo en su poder, pero eso no se debía específicamente a un hurto de su parte, más bien había sido un regalo.

— Lo tiraste. — Soltó.

— ¿Qué dices?

— Lo tiraste desde la azotea, anunciando que nadie lo merecía.

— ¿Como podría yo...?

— Estabas borracho, imbécil. — Una mirada repleta de toxicidad salió los azules. — Intenté detenerte... Pero...

El mundo del chico se volvió de cabeza en ese preciso momento. — No puede ser. — Se inclinó sobre el asiento apretando la tela de sus pantalones con desesperación. — Estoy jodido. — anunció en una media sonrisa, tomando las palabras de la chica como verdaderas en su totalidad.

Imposible, era imposible encontrar una sortija que fue lanzada desde el último piso de uno de los edificios más grandes de París.

— ¿Por qué tanto problema? — Cuestionó. — Es solo un anillo y suponiendo tu situación económica, no te será difícil comprar otro.

— No lo entiendes. — Dijo él. — Era una herencia familiar... Si mi padre se entera... Va a matarme.

Ya estaba perdido, ya no había vuelta atrás.

La verdad debía ser afrontada y aceptar las consecuencias como el adulto que profesaba ser.

Pero claro, solo en el caso hipotético de que Gabriel preguntara donde estaba la dichosa joya, de lo contrario, guardaría el secreto hasta la tumba.

La mano de Marinette extendiendo lo que parecía una servilleta lo sacó de sus pensamientos.

— ¿Qué es? — Preguntó recibiéndolo.

— Mi número. — Acuñó su rostro en las palmas propias mirándolo con cautela. — Por si alguna vez necesitas algo de mi. — Dijo casi susurrando para luego guiñar hacia el chico.

Ya no cabían dudas, esa había sido más que una provocación.

Él tragó pesado y depositó el trozo de papel en su pantalón, casi de manera inconsciente.

Ella era hermosa, divertida y sumamente interesante. Sin embargo, Adrien presentía que no tenía nada seguro a su lado.

La posibilidad de comenzar una aventura romántica con Marinette era increíblemente tentadora, pero su razón solo se empeñaba en repetirle que la chica frente al él, no era más que una extraña, una que había visto tan solo dos veces en su vida y que, sobretodo, su novia lo esperaba en casa.

Chloé podría ser una mentirosa, una mala mujer e incluso una mala novia. Sin embargo, había jugado ese papel tan importante en su vida durante tanto tiempo que le resultaba imposible dejarla de un día para otro y también por que aún le quería y mucho.

¿Podría ser tan descarado y hablar de reglas para luego romperlas?

Por supuesto que no, Adrien Agreste no era así.

La dichosa rubia que abrumaba el poder de decisión del de ojos verdes, se hizo presente a través de una llamada.

Marinette dirigió sus azules hasta el aparato e hizo ademán para que el muchacho se tomara la libertad de contestar, pero Adrien no lo hizo.

Habían asuntos mucho más importantes de los que hablar.

— Somos amigos, ¿No es así? — Preguntó sin dirigirle la mirada.

— Por supuesto. — Respondió de inmediato.

— Entonces quiero que quede claro.

— ¿Cómo dices?

— Eso somos Mari, amigos... — Se pasó la palma por el rostro, intentando que las ideas en su cabeza tomaran un orden. — Tengo una novia. — Declaró.

Marinette desvío la mirada, a pesar de que en ningún momento habían hecho contacto visual y suspiró. Un suspiro largo, suplicante por paciencia.

— Todos piensan eso al principio, Adrien. — Abrió su pequeño bolso sacando la cantidad de dinero suficiente para pagar por ambos. Luego se levantó y cuando pasó junto al rubio se detuvo. — Pero aún así guardaste mi numero en tu bolsillo, ¿No es así?

Dicho esto salio de la cafetería, subió a su auto y se marchó.

El rubio se paralizó, de pronto el semblante de la azabache había cambiado de forma radical, tan intimidante, tan autoritario, tan... ¿Sexy?

Sacudio su rostro y abonando a la propina llamó a su chofer para volver a su hogar.

§

Chloé observaba la luz de la vela apagarse lentamente, lo que antes había sido una hermosa llama que iluminaba la totalidad de la mesa, ahora tan solo se consumía en su propia cera, careciendo totalmente de brillo.

No pudo evitar compararlo con el amor de Adrien.

Oyó la puerta de la entrada abrirse y cerrarse a sus espaldas, más no se dignó a voltear.

— ¿Preparaste la cena? — Preguntó el muchacho, carente de felicidad pero con impresión.

Más Chloé nuevamente evitó el contacto verbal. Se levantó y caminó a paso decidido hasta el cuarto que compartían.

El rubio dirigió sus ojos a la mesa, en ella había dos platos con comida fría. — Sí lo hiciste... — Susurró con incredulidad.

Adrien tenía que admitirlo, Chloé se había esforzado toda la semana por recuperar su amor, aquel que no había perdido. O por lo menos no del todo.

La amaba, la amaba mucho pero no terminaba de entender porqué no eran sus azules los cuales le quitaban el sueño, porqué no eran sus rubios rizos los que quería oler y porqué no era su bronceada piel la que quería acariciar.

Decidió que ya era suficiente, si de verdad quería recuperar su relación, Mari debía salir de su vida definitivamente.

La azabache no era un riesgo digno de correr, a pesar de lo bien que se sintiera junto a ella... O por lo menos no desde su lado racional.

Extrajo el trozo de servilleta desde su bolsillo y lo observó durante más tiempo del que tenía previsto.

Los números de azabache eran deliciosamente perfectos, así como todo en ella.

Apretó los dientes a la vez que su corazón hacía la misma acción, para finalmente arrugar el papel y tirarlo a la basura.

Necesito que te valores un poco más. — Aquella frase volvió a resonar en su mente, pero esta vez la ignoró por completo.

Pasó silenciosamente hasta la habitación, se cambió a su pijama y se recostó de espaldas a Chloé.

— Lo siento. — Susurró contra la almohada.

Hubo silencio durante un par de minutos hasta que sintió como la cama se mecía producto de los sollozos de la chica junto a él. — ¿Qué sientes? — Soltó. — ¿Estarme engañando o ser un hipócrita?

Hipócrita. — Pensó, ya había escuchado dos veces esa palabra en un solo día y comenzaba a tomarla como cierta. — No siento ninguna de esas cosas, por que no las he hecho. — Se volteó sobre el colchón. — ¿Podrias por lo menos mirarme? — Ella negó, encogiéndose aún más.

— Por favor... Solo quiero dormir... — Dijo entre lágrimas. — Por favor...

— Y yo solo quiero hablar. — Suplicó.

— Mañana, así tendrás tiempo de pensar en una buena excusa.

Adrien bufó cegado por la frustración y dirigió su sueño al sofá de la sala.

No sería la primera vez en la semana y algo le decía que tampoco la última.

§

Su mal humor al día siguiente no se hizo esperar.

Chloé no desayunó junto a él, se quedó en cama hasta que escuchó la puerta de la entrada cerrarse y Adrien lo supo pues se atrevió a regresar con la excusa de haber dejado el móvil.

Cómo siempre, las calles de París estaban congestionadas, pero por alguna razón, ese día en particular le molestaba más que los demás.

Apenas atravesó las puertas de su despacho el móvil dentro de su traje comenzó a sonar y en un intento por contestar lo más rápido posible, dejó caer decenas de papeles que llevaba entre sus brazos.

Gruñó cuando por fin oyó la voz al otro lado de la linea. — ¡Hola Adrien! ¿Q-qué tal?

Como cada vez que hablaban por temas laborales, la voz de Nathaniel adquirió un tono de respeto y formalidad. — ¿Que hay Nath? — Dijo, intentando que abandonara el profesionalismo y funcionó a la perfección.

— Pues yo... Nada bien.

— ¿Que sucedió está vez?

— E-estoy increíblemente enfermo... Desperté con fiebre y...

— Entiendo, entiendo... Eso significa que no vendrás.

— No, lo siento... De nuevo.

— Es la sexta vez que faltas desde que comenzaste a trabajar aquí. — Dijo con pesar.

— Lo sé Adrien...

— Tienes un cargo importante, ser director de arte en la linea no es cualquier cosa.

— Lo sé Adrien...

— Además... — Nathan lo interrumpió de manera abrupta.

— Por favor, sólo necesitó saber si puedes curbirme en el bloque de hoy... El grupo de novatos irá a practicar hasta el medio día.

El rubio lo pensó bastante, pero finalmente coincidió. — ¿Entonces solo debo pasarme por allí y dar un vistazo?

— Así es, tu lo has dicho. — Soltó un suspiró cansado y luego un estornudo. — Oh dios, no te imaginas como me duele la cabeza.

— Claro... — Comentó incrédulo con sus ojos verdes mirando por el ventanal que daba hasta el estacionamiento del recinto.

— Solo espero que tu padre no se de cuenta de mi ausencia.

— No te preocupes, yo me encargare de... — Paró de hablar en cuanto la divisó bajando del auto.

El cabello en una coleta, lentes que afinaban su rostro y un atuendo bastante modesto, Mari se veía excepcionalmente hermosa.

Aquel día tan gris se había iluminado en un abrir y cerrar de ojos.

— ¿Adrien? — Preguntó el pelirrojo al no oír ni una sola palabra. — Ya casi van a llegar...

— Sí, sí... — Se quedó sin habla en cuanto la perdió de vista y supuso que había entrado al edificio. — Te llamo luego, ¿Está bien? — No esperó a obtener una respuesta y colgó.

Se metió al baño a toda prisa y miró su reflejó.

Su rostro no era el mejor dado a la pésima noche que había pasado y las grandes ojeras que resaltaban a la vista eran una clara prueba.

Mojó su cara con agua fría y se perfumó con el aroma más caro que encontró.

Volvió a mirarse en el espejo y arregló su corbata con una sonrisa en el rostro. De pronto, la misma comenzó a apagarse progresivamente.

Tardó al menos diez segundos en darse cuenta de lo que estaba haciendo y se maldijo por aceptar ser un maldito hipócrita

— Piensa en Chloé imbecil, piensa en Chloé... — Se repitió con la cabeza gacha y apretando los ojos con fuerza.

Había desechado su número, se había prometido cosas a sí mismo... Cosas que en aquel momento parecían fáciles de cumplir. Sin embargo ahora, "facilidad" no le parecía una palabra adecuada.

Salió del aseo y se sentó en su escritorio, negando cada impulso de salir en su búsqueda.

De pronto la puerta frente a él se abrió y Nathalie, la asistente de su padre, se dirigió hasta él. — ¿Sabes algo del señor Kurtzberg? Los novatos ya están aquí también el modelo.

— Ah, cla-claro... Él está por llegar. — Se levantó pasando por el lado de la asistente de su padre.

— En cuanto se aparezca por aquí, ¿podrías entregarle la ficha del modelo? — Adrien asintió y cuando por fin la mujer se retiró de la oficina, salió a toda prisa hasta el taller.

Sin embargo, algo en la ficha llamó la atención del rubio, pues al parecer alguien había olvidado indicar el nombre del modelo.

Entró a la pequeña sala con sus verdes aún sobre el papel.

Por el rabillo del ojo pudo identificar quien había sido el voluntario o mejor dicho, la voluntaria, encontrándose con esta en medio de la sala.

— Disculpe señorita, creo falta su nombre en la fi... — Quedó sin palabras en cuanto la mujer se volteó.

— Oh, es cierto... — Tomó el documento entre sus manos y con una letra que parecía perfecta a los ojos del chico escribió "Mari" y nada más.

— ¿Que haces aquí? — Cuestionó intentando ocultar su enfado, no con ella, más bien con él mismo.

— Soy la modelo, Adrien. — exclamó con obviedad y comenzó a despojarse de sus ropas de forma lenta, mirándolo directamente con esos azules penetrantes que tantas cosas provocaban en su interior.

Retrocedió analizando la situación. — ¿Q-qué atuendo toca hoy? — Preguntó a uno de los novatos que se encontraba a su lado.

— ¿Atuendo? — Él levantó una ceja curioso. — Oh no, hoy haremos desnudos. — Los verdes de Adrien se abrieron con sorpresa. — Y mira a esa chica, es una suerte.

— ¡Cuidado con lo que...! — se detuvo a mitad de la oración al percatarse de cuanto había elevado su voz. Finalmente lo fulminó con una mirada amenazante, aclarándose la garganta. — Cuidado con lo que dices, es una dama.

Repasó la sala con preocupación. Habían en su mayoría hombres deseosos de espectáculo, con suerte un par de mujeres claramente celosas de la chica que acaparaba las miradas.

En su mente, los maldijo a cada uno por separado.

Puedo con esto... — Se dijo a sí mismo, suspirando — Puedo con esto. — Sin embargo, cuando volvió a Marinette, ella ya se encontraba completamente desnuda y su cuerpo era una obra digna del Louvre. — Dios mio, ¿Cuál es el problema de esta chica con la ropa? — Pensó a la vez que su mandíbula se tensaba y la temperatura de su cuerpo se elevaba. ¿Acaso Nathan le había contagiado de fiebre por el móvil?

Estaba en sus manos permitir tal locura o no y en su razón aferrarse al autocontrol... O no.

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Logré traer capítulo 😅 perdonen lo asquerosito que está :( los amo mucho, mucho, mucho

Pd: como dato curioso; para escribir me imagino a Mari como Zooey Deschanel, porque es demasiado bella para este mundo. ;w;

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