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35

Sentía el móvil vibrar en su bolsillo, sabía perfectamente de parte de quien venía la llamada entrante, porque conocía muy bien a Adrien y cuán testarudo podría ser si se lo proponía, incluso más que ella.

Percibió el insistente llamar mientras caminaba hacia el interior del aeropuerto, mientras entregaba su tarjeta de crédito y recibía el boleto, mientras esperaba junto a Luka y Alya en las incómodas sillas del lugar, mientras ingresaba a la zona de embarque con la promesa de que las tibias lágrimas que se desprendían de sus ojos acabarían por agotar su miseria.

Y fue allí, ya a punto de entrar al gran avión que se dignó a mirar su teléfono, mientras su mente le repetía que un adiós antes de partir no podría dañarla más de lo que ya estaba.

Sin embargo, cuando encendió la pantalla del aparato, lo único que halló fueron llamadas entrantes de parte de Gabriel y a juzgar por cómo la insistencia había opacado a la formalidad que caracterizaba al hombre, supo que debía tratarse de algún tema urgente.

— Gabriel. — Saludó a través del micrófono. —. ¿Qué ocurre?

— ¿Tienes idea de dónde está Adrien? — Habló abrumado. —. Su chofer acaba de márcame, afirma que se está por irse del país. ¿Es cierto?

La joven se quedó de piedra, demasiado confundida por la interrogante que lamentablemente no era capaz de responder. —. ¿Va a irse? — Preguntó en un hilo de voz, sin acabar de comprender la situación por completo.

— No lo sé... — Oyó suspirar al mayor. —. No responde mis llamadas y creí que estaría contigo.

— Estoy a punto tomar un vuelo hacia Canadá, Gabriel. — Aseguró con la obviedad presente en su tono. —. No he visto a Adrien desde esta mañana.

— ¿Canadá? ¿También piensas en marcharte?

— Más bien estoy escapando. — Mencionó apenada. —. Claramente Francia ya no es un lugar seguro para mi.

— Ya veo... — El silencio tomó protagonismo de la llamada de mientras ambos buscaban respuestas sobre el paradero del rubio. —. ¿Le has dicho a Adrien sobre tu viaje?

— No... y no creo que se haya enterado, hasta ahora los únicos que estaban al tanto del tema eran Alya y Luka. — Aseguró.

— Adrien había ido a buscarte. — Dijo con algo de esperanza en su voz, misma que elevó el pulso de Marinette y casi de forma inconsciente miró a su alrededor en busca de aquellos verdes. —. Temo de que haya cometido alguna estupidez, últimamente adoptó una personalidad bastante impulsiva.

— Culpa mía. — Admitió para si misma, lamentándose en el acto por la alta probabilidad de que el rubio de alguna u otra forma se hubiera enterado y comprado un boleto hacia el mismo destino. —. Haré algunas llamadas, dame unos minutos.

— Por favor, llámame en cuanto sepas algo. — La llamada se cortó y la joven se mordió el labio con el nudo en su garganta persistiendo.

Aún le restaba una hora antes de dejar el país oficialmente y la ansiedad al desconocer el paradero del rubio la consumía de forma irremediable.

Finalmente se decidió por marcar a su mejor amiga, pues en esos momentos no había otra persona dentro de su círculo a la que pudiera confiarle algo tan preciado como sus sentimientos y lo rotos que estaban gracias a los acontecimientos que aquejaban su vida.

— No puedo creer lo rápido que llegaste. — Bromeó Alya por el teléfono, sacándole una sonrisa torcida.

— Muy graciosa, apenas me subiré al avión. — Sus manos formaron puños en la tela de sus pantalones, ansiando una respuesta positiva por parte de su contraria a la pregunta que estaba por hacer. —. ¿Has visto a Adrien?

Incluso a través del aparato, Marinette pudo visualizar a la chica dejando los ojos en blanco. —. Marinette... — Reprendió ella.

— Lo sé, sé que no debería importarme pero esta vez es importante. — La morena aguardo paciente a las palabras de la joven. —. Le dijo a Gabriel que iba a salir del país y conociéndolo...

— ¿Crees que va a seguirte? — Se apresuró a preguntar.

— Así es... — El tragar de su garganta hizo eco en la línea. —. No es como si me abrumara la idea, Toronto es una ciudad bastante grande y dudo que me encuentre allí.

— La cosa es; cuánto tiempo vas a demorar tú en dar con él y acabar babeando como el perrito faldero que has sido últimamente cuento se trata de Adrien Agreste. — el pesar de su amiga se hizo presente a través de la voz. —. Maldicion, Mari... te estás marchando de esta puta ciudad para alejarte de todas las mierdas que has vivido y no sabes como me molesta que ese imbécil no sepa respetar tu espacio.

La azabache guardó silencio, mordiéndose las uñas mientras las ideas daban vueltas en su cabeza.

No quería que Adrien respetara su espacio, para nada, pues no había otro lugar en donde se sintiera más cómoda que entre sus brazos.

Estaba segura que podía seguir adelante sola, pero aún así le hubiese gustado aún más que él estuviera a su lado brindándole el amor incondicional que logró cautivarla en primer lugar.

No había otro hombre como él hijo de Gabriel Agreste y el solo hecho de imaginarlo aferrándose al cuerpo de otra chica por las noches la llenaba de una ira irracional.

— No va a pasar, te lo prometo. — Dijo, más para contentar a Alya que a sí misma.

La oyó suspirar al otro lado de la línea, y supo que su amiga se estaba esforzando por creer en su palabra.

— Maldito sea el día en el que te deje cometer esa locura en el bar.

— Señorita, es primordial que ingrese al avión lo antes posible. — La azafata que aguardaba por ella en el pasillo fue clara en la petición al verla solitaria en la zona de embarque.

— Por supuesto. — Marinette sonrió, finalizando la llamada de una vez, con aquel insistente sentimiento quemando su pecho.

— ¿Dónde estás Adrien? — Se dijo a sí misma, enterrando las uñas en los brazos del asiento, contemplando su reflejo a través de la ventana, viéndose sola en la fila de tres asientos y sin quererlo, deseó que aquel rubio que tanto amaba se encontrara en ese momento a su lado.

Sin remordimientos, sin odio ni rencor. Solo su amor y ansias por cautivarla que parecían moverle a conquistar un corazón que no merecía, y sin embargo quería hacerlo.

Había encontrado su lugar y lo había perdido de inmediato, a sabiendas de que probablemente desde ese momento las noches serían un poco más oscuras que las anteriores.

El tiempo pasó y ya casi no quedaban uñas en sus dedos para morder, habían intercambiado unas cuantas llamadas más con Gabriel y cada vez la histeria lo colmaba más, al igual que a ella.

Lo último que había sabido antes de apagar su teléfono era que Agreste enviaría a alguien con órdenes de revisar cada segundo de las cintas en el aeropuerto ese día, buscando señales de su hijo, Marinette le había pedido noticias en cuanto las tuviera, temerosa de lo infinitas que se le harían las horas de vuelo hasta el otro lado del mundo.

La luz verde que la obligaba a ajustar su cinturón se encendió, y lo hizo de mala gana.

Sintió como el avión comenzaba a avanzar despacio, aumentando la intensidad con la que su corazón latía ante la expectación.

Luego de un rato la nave comenzó a ganar velocidad, dispuesta a despegar, pero entonces una mujer a unos cuantos asientos de distancia de Marinette acabó con la poca cordura que le quedaba a la chica. —. ¿Puedes creer que el hijo de Gabriel Agreste ha desaparecido? — Le dijo a su acompañante, enseñándole la fotografía que desde hacía unos cuantos minutos se había comenzado a distribuir en los medios informativos.

Era un hecho.

Marinette aguantó la respiración a la vez que la pesadilla tomaba forma y se unía a la realidad, como si los sucesos que sufrió a la edad de doce años se estuvieran repitiendo, la única diferencia era que ya no era una niña pequeña, comprendiendo todo de una mejor manera y dolía, dolía tanto que las lágrimas en sus ojos no se hicieron esperar.

— ¡Detengan el avión! — Vociferó levantándose de su lugar histérica, envuelta en un mar de angustia.

Salió del lugar entre tropiezos, cargando con su maleta a medias, recurriendo a los brazos de Alya donde se refugió del mundo entre sollozos. —. Tranquila... tranquila... — Susurró la morena depositando un cauteloso beso en la melena de la chica. —. Hay que ir a casa y calmarnos un poco, ¿está bien?

— No, no, no... — La joven negó, apretando sus párpados, buscando interrumpir el río de lágrimas. —. Tengo que ir con Gabriel... tengo que ayudarle.

— No hay nada que puedas hacer allí, pequitas. — La voz de Luka se elevó por sobre la de ella, repartiendo una fugaz caricia en su mejilla. — Lo mejor será esperar a que la policía comience con la búsqueda y no interferir en la investigación.

— ¡Al demonio con la policía! — Gritó hacia el joven, cayendo en cuenta de sus acciones al segundo y apretó los dientes aceptando en silencio que aquel chico de puntas teñidas tenía razón. — Lo siento... es solo que todo esto me tiene fatal.

Luka suspiró, atrayéndola desde los hombros hasta envolverla en un abrazo. — Tranquila, ya aparecerá.

— No lo sabes... — Dijo en un hilo de voz y ya sin más remedio, se echó a llorar contra el pecho del chico. —. No tienes idea...

Couffaine guardó silencio, con la culpa consumiéndolo al saber que tan solo a unos cuantos metros, en el maletero del automóvil, se encontraba la razón del calvario que aquejaba a su amada y en sus manos; el juicio de la chica.

El transcurso del día fue pesaroso tanto como para la joven de azul mirar como para sus amigos.

Luego de una rápida vista a Gabriel para esclarecer hechos, Marinette fue casi obligada a volver a su departamento y tomar uno que otro calmante. Alya nunca la había visto pasar por una histeria igual, ni siquiera cuando la policía tocó la puerta de su casa con noticias de que el cuerpo de su madre había sido hallado sin vida y la morena sabía perfectamente que aquel era uno de los miedos latentes de su amiga.

Al cabo de unos minutos de lamentarse y replantearse una y otra vez el paradero de Adrien, Marinette cayó dormida gracias a los medicamentos. Alya abandonó la propiedad para ir en busca de Nino puesto que la ansiedad estaba también a punto de consumirla y Luka no podía darle la contención que necesitaba.

Apenas la morena abandonó el lugar el chico no pudo evitar desviar sus ojos al bonito y triste rostro que descansaba en su lado en el gran sofá de la sala y sonrió al pensar que Marinette por fin parecía encontrar algo de tranquilidad.

Acarició la mejilla de la joven con cariño, y luego depositó un pequeño beso en su cabello.

Suspiró al imaginar sus labios junto a los de ella, maldiciendo a Adrien por acaparar esa atención que él tanto anhelaba y sin pensar demasiado, bajó hacia la boca entreabierta de la chica para depositar un delicado beso.

¿Luka?— Cuestionó Marinette de pronto, abriendo los ojos e incorporándose sobre el asiento —... ¿Qué...? ¿Qué demonios crees qué haces?

Luka guardó silencio, esperando a que la obvia respuesta llegara por sí sola a la mente de Marinette y supo que había dado con ella cuando la oyó suspirar agotada. —. Realmente no sé como hacerte entender esto, pero las cosas entre nosotros cambiaron. No podemos seguir haciendo estas tonterías, Adrien y yo...

— Adrien no está. — Acudió a la única excusa que llegó a su mente, bajando la voz a medida que caía en cuenta de sus dichos por los furiosos azules que la azabache depositó en él.

— ¿Qué dijiste? — Habló firme, incrédula de las tonterías que salían de entre los labios de Luka a la vez que lo oía suspirar agotado.

— Lo siento Mari, no quise...

— No, ya metiste la pata, imbécil... — Atrajo sus rodillas hacia su pecho, dedicándole la carcajada más irónica que pudo evocar. — Al parecer aún no tienes idea de lo que toda esta mierda significa para mi...

— Lo sé Mari... yo...

— ¡No! — Interrumpió. —. No tienes ni una puta idea de como lo estoy pasando Justo ahora.

El silencio entre ambos reinó por unos segundos, concretamente hasta que la joven se atrevió a confesar algo que había estado rondando en su cabeza desde hacía ya unas horas.

— Últimamente hay algo que no quiere salir de mi mente... — Dijo, mirando a un punto vacío en el suelo. —. Y es que si no logro traer de vuelta a Adrien... entonces yo ya no tengo nada que hacer aquí.

Los azules del joven se abrieron de par en par. —. ¿Te... te refieres a...?

— Sabes perfectamente a lo que me refiero. — Agregó, mordiéndose el labio en busca de callar los lamentos. —. Hace poco me enteré de que Mamá murió por mi culpa y quien sabe si Adrien sufrió la misma suerte, no hago más que lastimarlos y... y no sé como detenerlo.

Aquella declaración suicida era lo último que esperaba por parte de Marinette y fue entonces cuando pudo comprender y dimensionar la situación que él mismo había creado para la chica; nada más que un infierno a su medida.

La crisis llegó a su cabeza demasiado tarde, cuando el daño ya era irreparable y no había una disculpa que pudiera abarcar la seguidilla de errores que había cometido en su irremediable esfuerzo por tenerla exclusivamente para él.

— Hey, hey, hey... Mari, mírame... — Llamó angustiado, acercándose de nueva cuenta. —. No digas estas cosas... — Suspiró buscando las palabras adecuadas. —. No puedes hacerme esto. Ni a Alya, ni a mi. — Tomó la delicada mano de la joven en un intento por reconfortarla. —. Qué Adrien se haya ido no significa... — Paró en seco apenas sintió la intensa mirada azul sobre él.

— ¿Por qué asumes qué está muerto? — Cuestionó ella entre dientes. —. ¿Cuál es tu puto problema? — Se zafó de cualquier contacto que pudiera proporcionarle Couffaine, levantándose furiosa. —. Vete Luka. — Ordenó y poco sirvieron las súplicas del chico por quedarse. —. ¡Vete de una maldita vez! ¡Quiero estar sola! — Exclamó, viéndose obligada a sacarlo casi a la fuerza del departamento al presenciar la poca cooperación del teñido.

— Mari, por favor... lo siento. — Murmuró afligido antes de que la muchacha cerrara la puerta en sus narices e inlcuso entre las llamadas desesperadas de su amigo, se negó a abrir.

Depositó su espalda en la puerta y cuando estuvo segura de que el joven se había marchado, se soltó a llorar, cayendo al suelo con pesar.

¿Cómo es que Luka podía ser capaz de soltar tales barbaridades? ¿Es que acaso no podía entender lo horrible que resultaba para ella?

La respuesta a su incógnita no llegó, más bien muchas preguntas más surgieron al levantarse e identificar el saco de su amigo en el perchero, aquel que había olvidado al ser prácticamente obligado a salir del hogar, pues al tomarlo entre sus manos con escasez de cuidado, un pequeño objeto salió de uno de los bolsillos de la prenda, una pequeña joya que Marinette reconoció de inmediato como él anillo de la madre de Adrien, aquel que ella misma le había devuelto esa mañana y que era imposible que estuviera en el poder de Luka.

— ¿A no ser...?

Al borde del abismo, como siempre jeje
Gracias por leer! ❤️

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