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Cuarta parte:
"Petits Mensonges"
(Pequeñas Mentiras)

El interior de aquel taxi olía a nuevo, cosa que hizo suponer a Adrien que aquel joven chofer no era más que un novato, eso y el hecho de que había escogido una de las calles más frecuentadas a esa hora del día para comenzar su ruta.

El hogar de Marinette no quedaba a más de veinte minutos en carro, sin embargo y gracias al tráfico, el viaje se había extendido a un total de cuarenta largos e histéricos minutos de espera, mismos que se habían sentido como una eternidad.

Suspiró mientras golpeaba sus dedos de forma insistente contra su pierna, acudiendo a un tic nervioso que había adoptado de la azabache, revolviendo su cabello y tirando un poco de él al depositar su atención una vez más en una llamada que no fue respondida. —. Mierda... — Susurró, apretando el Puente de su nariz junto a la angustia consumiéndolo desde dentro. —. Maldicion Marinette, responde... — Masculló delirante contra su teléfono y sin embargo, el buzón de voz volvió a resonar contra su oído. —. ¿No puede ir más rápido? — Cuestionó junto a una desesperación palpable en casa sílaba.

— El tráfico está del asco amigo, con suerte saldremos de aquí en unos diez minutos. — El rubio bufó perdiendo la calma de un segundo a otro.

— No puede ser... — Gruñó, enterrando el rostro entre almas palmas para luego tomar de nueva cuenta su móvil e intentar una octava llamada, sin embargo el resultado fue el mismo y fue cuando acabó de comprender que no hacía más que perder el tiempo en ese lugar.

Tragó pesado antes de salir del vehículo, dejando el pago correspondiente al viaje, apenas oyendo la voz del conductor que amable le deseaba buena suerte.

Corrió calle abajo, fijándose en qué tan solo restaban unas cuantas manzanas antes del edificio de la azabache y rezó por encontrarla allí.

Maldijo al elevador por su rápido ascenso, maldijo a cada habitante del edificio que obligaba al elevador a detenerse en sus correspondientes pisos, maldijo a Marinette por escoger vivir en el penthouse y se maldijo a sí mismo por ser tan débil hasta el punto de soltar más de una lágrima en el trayecto.

Las puertas metálicas se abrieron, dandole paso al corredor en donde solo una gran puerta yacía.

Dio tres pasos adelante y la sorpresa lo atacó de improviso al oír ruido desde dentro, confirmando que ella se hallaba allí y no pudo evitar que la duda lo abrumara de un instante a otro.

Porque ya no estaba tan ebrio y las cosas de pronto lograban hacer sentido en su cabeza.

Aquella chica, tan fuerte y única había sufrido por su causa.

Le había suplicado, había llorado y rogado por su perdón, perdón injustificado y sin embargo él no hizo más que dañarla aún más.

— ¿Y si tiene razón? — Se preguntó a sí mismo, mordiéndose la mejilla cuando la angustia opacó su poder de decisión. — No hacemos más que dañarnos. — Soltó meditando las palabras que la joven alguna vez dijo.

Se dejó caer sobre la pared, de pronto el dolor de cabeza se apreciaba mucho mejor que en los últimos minutos y aquello no ayudaba para nada a su estado.

Quería devolver el tiempo, necesitaba regresar a la noche de su cumpleaños, ansiaba decirle cuánto la amaba, cuanta falta le hacía en su triste vida, cuan infeliz sería sin tener esos bonitos azules cada mañana al despertar y cada noche antes de irse a la cama, porque tenía claro que ninguna sola chica en su vida había sido tan especial para él como Marinette.

Y fue a partir de aquellas ideas cuando se percató de lo egoísta que estaba siendo y por primera vez en su vida se aferró a ese sentimiento de culpabilidad con intensiones de dejar ir aquello que lo había sanado y herido el mismo tiempo; el amor de Marinette.

Pero entonces, la única puerta en el pasillo se abrió, dejando entrever unos conocidos azules que parecía marcharse con cierta ansiedad del lugar.

— ¿Luka? — Cuestionó el rubio atónito mientras buscaba hallar una respuesta de la presencia de aquel sujeto en el hogar de su amada.

— Adrien... — Saludó el aludido con cierto enfado impregnado en su voz, sonriendo mientras sus labios se mantenían apretados al comprender inmediatamente la razón de su visita. — Buscas a Marinette, ¿no es así? — Cuestionó sin titubeos de por medio.

Un sentimiento de apuro se abrió paso en su pecho de forma estrepitosa. De pronto la duda se había esfumado y se llamó a sí mismo estúpido al siquiera contemplar la posibilidad de vivir sin la única mujer que podía llenarlo a su lado.

La amaba demasiado y sabía perfectamente que ella también, además de que el solo hecho de dejarla en los brazos de Luka era algo que no podía mantenerlo tranquilo.

— Necesito verla. — Sentenció, abriéndose paso entre el chico de mechas al ingresar a la vivienda sin permiso alguno.

Luka se le quedó mirando, esforzándose en ocultar la impresión en su rostro. Adrien Agreste había cambiado, no quedaba duda en ello y lo notaba perfectamente en su forma de actuar, misma que de pronto ya no parecía tan tímida como la primera vez que lo vio.

Los verdes del chico se abrieron atónitos en cuento encontraron la estancia vacía. —. Marinette no está. — Oyó al ojiazul decir y por primera vez se percató de las gigantescas maletas que cargaba en sus manos. —. Ya no hay vuelta atrás, no puedes recuperarla.

— ¿P-Por qué? ¿Qué te dijo? — Luka suspiró y la sonrisa que vino después no pudo tranquilizar al rubio. —. ¿Dónde está?

— Basta, Agreste. Mi paciencia no es eterna. — Sin embargo Adrien no se veía capaz de volver a casa y quedarse tan a gusto sin respuestas.

Fue cuando por fin se percató de las gigantescas maletas que sobresalían a la vista en las manos de Luka y el miedo por lo que aquello podría significar fue monumental.

— ¿Dónde está? — Su voz se quebró producto del pavor, mientras veía los azules contrarios descender hasta el suelo, oyéndolo suspirar pesaroso al percatarse de que ya no podría ocultar la verdad.

— Va a irse.

— ¿Irse? — Una palabra que no logró hacer sentido en su cabeza, sobretodo por lo irracional que se oía. —. ¿Irse a dónde? — Oyó a su contrario volver a sacar el aire de sus pulmones, esta vez con verdadero pesar. —. ¿Irse a tu casa? ¿A casa de Alya? — Luka negó paciente, abriéndose paso hacia el elevador. —. ¡¿Dónde?! — Vociferó Adrien alcanzándolo a la mitad del pasillo, cerrando la puerta con fuerza a sus espaldas.

— Irse del país, Adrien.

Una frase que bastó para que su pequeña pizca de esperanza acabara por hundirse.

— No... no puede ser cierto. — Su voz salió incrédula, a pesar de saber perfectamente que la aquella obstinada muchacha era bastante capaz de llevar a cabo tal tontería. —... ¿Por qué no me lo dijo?

— Acaba de tomar la decisión y para ser sincero, no es algo que te incumba después de todo.

En alguna otra ocasión Adrien habría sentido temor del hombre frente a él, pues hacia ya tiempo que Luka dejó de significar una amenaza en cuento a los sentimientos de Marinette se refería. Sabía perfectamente que la chica jamás podría verlo cómo más que un amigo, así como sabía cuán cabreado ponía ese hecho al hombre.

— Luka. — Volvió a llamar la atención del teñido. — Necesito hablar con Marinette...

Los azules del aludido fueron a parar a la pantalla que dictaba el piso en el que se encontraba el elevador, cayendo en cuenta de que aún tenía algo de tiempo de sobra en aquel diminuto pasillo.

— Escucha, quiero ser claro en esto. — Comenzó junto a una voz bastante seria. —. No quiero que vuelvas a verla. Ni hoy, ni mañana, ni nunca. — Adrien bajó su mirar al suelo, frustrado ante el poder que disponía Luka sobre él. —. Marinette tiene miedo, demasiado y piensa que si se va a un lugar tan lejano como Canadá, estará de una vez por todas a salvo y no nos queda más que apoyarla, ¿oíste? — Los verdes de Adrien se cerraron pesarosos, buscando en su mente desesperado una salida de tan fatal situación mientras Luka lo observaba satisfecho al saber que la muchacha que le robaba el sueño se había escapado de una vez por todas de las manos del rubio.

Lo vio meditar por unos segundos, por completo convencido de que había sido vencedor de la guerra, pues a Adrien ya no le quedaban cartas por jugar, ya no había siquiera una pieza a su disposición que lograría hacer cambiar a Marinette de opinión y en base a lo que conocía del menor de los Agreste, ni en sueños se atrevería a seguirla hasta el otro lado del mundo.

Así que entró al elevador, tomándolo por sorpresa el hecho de que Adrien ingresara junto a él.

Esta vez vio en sus verdes determinación, suspirando de forma calma antes de sacar el móvil y marcar un número anónimo. — Tom, necesito que me recojas y me lleves al aeropuerto, por favor. — Sentenció junto a un tono monocorde.

— ¡Wow! ¿Qué crees que estás haciendo? — Luka se animó a cuestionar, intentando no mostrar su estado de alerta ante las palabras de Adrien, a lo que éste le ignoró, recibiendo una contestación positiva a travez del aparato. —. ¡Agreste! — Volvió a llamar su atención, y para su suerte esta vez el rubio se animó a dedicarle una leve mirada, misma que acabó de confirmar su teoría. —. mierda... va a seguirla — Las palabras que susurró su mente lo llevaron al pánico, tragando pesado mientras sus azules se depositaron en un punto perdido dentro del cubículo.

— Lo siento pero... — Se mordió el labio al recordar los acontecimientos previos, martirizándose por la creciente culpa que se instauraba en su pecho. —. No puedo dejar que las cosas acaben así.

Las puertas del elevador se abrieron, dejando paso libre a ambos hombres y Adrien fue el primero en salir, mientras los atónitos azules del mayor no se despegaban de él, sintiendo como a cada paso que daba el rubio, más crecía la ira en su interior.

Bajó hasta la planta del aparcamiento, entrando en su auto luego de dejar la maleta de Marinette en el asiento trasero.

Sus manos se pegaron al volante y lo estrujó desquiciado. —. Ríndete de una puta vez. — Escupió al aire las palabras que moría por gritarle a Adrien, repasando las posibilidades en su cabeza, manteniendo una bastante osada en específico.

Años hacían desde la primera vez que llevó a cabo un plan similar y todo había salido de maravilla. —. ¿por qué esta vez no? — Se preguntó a sí mismo en voz alta mientras daba un vistazo al bate de béisbol que guardaba bajo el asiento en caso de emergencia, confirmando que se hallaba allí.

Lo que jamás presagió es que lo utilizaría en ese clase de emergencia.

Pisó el acelerador con fuerza, saliendo del estacionamiento hacia la acera y para su suerte, Adrien aún se encontraba allí. —. ¿Quieres que te lleve? — Cuestionó al pasar por su lado. —. Para cuando tu chofer llegue, Marinette ya estará al otro lado del mundo.

Los verdes de su contrario dudaron, asintiendo cuando se percató de que estaba acabado.

Luka quitó el seguro de su puerta, mientras el rubio ingresó, marcando de nueva cuenta a Tom. —. Cambio de planes, conseguí transporte. — Dictó, sonriéndole de lado al conductor a la vez que Luka le devolvía la expresión algo fastidiado. —. ¡Oh! Y, ¿podrías llamar a mi padre y decirle que saldré del país...? — Esta vez la sonrisa burlona en el rostro del mayor fue real. —. Serán solo unos días, es algo de último minuto... gracias. — Acabó por decir, colgando el móvil de una vez.

Un silencio algo incómodo tomó lugar entre ambos, Luka estaba demasiado concentrado en su objetivo como para que en su mente hubiera cabida para algo más y Adrien demasiado fastidiado con la situación, sin embargo cuando comenzó a caer en cuenta de la curiosa ruta que había tomado Luka, se atrevió a preguntar. —. ¿Dónde se supone que está Mari? — Quiso saber, viéndose cohibido por el sector de la ciudad al que habían llegado a parar, una zona de la cuidad en la que abundaban los edificios viejos y maltratados.

— En mi casa. — Respondió mirándole de reojo. —. Tranquilo, estamos por llegar. — Soltó cual serpiente, aparcando a las afueras de una construcción desgastada por los años. —. Ve y llama a la puerta mientras saco la maleta. — Sonrió un poco, lo suficiente para ganarse la confianza del rubio y al mismo no le quedó otra opción además de acatar a la petición de Luka, a pesar del mal presentimiento que lo embargaba.

Caminó unos metros, golpeando la puerta en reiteradas ocasiones sin respuesta alguna. —. Nadie responde. — Habló aún de espaldas al auto, concentrándose en la entrada. —. ¿Estás seguro de que...? — Un creciente dolor se instauró en su nuca durante una fracción de segundo, teniendo apenas tiempo de reaccionar antes de que todo se fuera a negro y se desplomara contra el frío suelo de la acera.

Luka se mantuvo sereno apretando el bate entre sus sudorosas manos, lanzándolo al segundo en su lugar dentro del carro. Luego, y asegurándose de que la calle seguía desolada, cargó al rubio hasta el maletero, dejando el inconsciente cuerpo entre bidones de gasolina y una caja de herramientas antes de volver a su lugar en el asiento del conductor.

Suspiró intentando recobrar la compostura, tenia el pulso desbocado y la inquietud recorría sus venas.

Depósito la frente en el volante mientras acababa de comprender hasta qué punto su desesperación había llegado y le llevó alrededor de unos tres minutos acabar de comprender en lo que se había convertido.

— Tardaste. — Mencionó Alya apenas abrió la puerta de su hogar. —. ¿Qué fue lo que te entretuvo Luka?

— Me encontré con un viejo amigo. — Respondió tranquilo. —. ¿Mari ya está lista?

— Aún algo indecisa. — Soltó acercándose hasta el sofá en donde la azabache descansaba mientras examinaba el lugar en donde el anillo de Adrien había estado horas atrás.

— ¿Estás bien pecas? — La triste y desolada mirada de Cheng fue a parar hacia él.

— Sí, sí... es solo que no estoy segura de todo esto. — mordió la cara interna de su mejilla, el rostro de Adrien se negaba a salir de su cabeza y aquello no hacía más que dañarla. —. Me gustaría haber tenido la fuerza para contarle...

— Quizás sea mejor así Mari... — Acarició la negra melena con cuidado, depositando en pequeño beso en su frente. —. En Canadá estarás completamente a salvo de quien sea que te haya dañado, además de que en unas semanas me tendrás a mi para apoyarte, ¿recuerdas?

La joven asintió. —. Gracias por todo, Luka... y lamentó lo que ocurrió entre ambos.

— No te preocupes, son tiempos difíciles y sabes que no importa que ocurra entre nosotros, siempre estaré para ti. — Sonrió de lado, tomando la mano de la chica con delicadeza.—. Es hora de irnos. — Dictó para luego salir del hogar de la morena, esperando a que su trayecto hasta el aeropuerto fuera calmo a pesar del tráfico que embargaba las calles parisinas a esa hora del día.

Omg que acaba de pasar :0 me costó demasiado escribir este capítulo ;; ojalá les haya gustado ❤️❤️❤️ nos vemos en catorce años cuando vuelva a actualizar :D ❤️

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