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3

Adrien agradecía de sobremanera que fuera Marinette quien tomara la iniciativa, puesto que a pesar de ser guapo y pertenecer a una familia de renombre, era un asco sociabilizando con las féminas, sobre todo con alguien tan hermosa y segura de si misma como lo era Marinette.

Es más, aveces lograba intimidarlo.

Desde pequeño la única mujer en su vida fue Chloé, puesto que su educación se llevó a cabo en casa bajo el cuidado de una institutriz.

La única amiga real que tuvo fue Chloé, su primer beso fue Chloé, su primera vez fue Chloé y su única novia fue Chloé.

Pero por alguna extraña razón la azabache lograba despertar otro tipo de sentimiento en él. Algo que lo hacia depositar su confianza en ella.

Veía en Marinette a esa amiga que siempre quiso, y no a la que se le obligó a tener.

— Alya, me llevo el auto. — Anunció a su amiga antes de sacar el bolso que yacía sobre la mesa, al lado de la morena. Por su lado, ella ni siquiera se dio cuenta de lo que fácilmente pudo ser un hurto de las pertenencias de ambas, dado a que durante esos minutos, Nino gozaba del cien por ciento de su atención.

La de ojos azules llegó hasta donde Adrien la esperaba, tomó su mano incitándolo a salir del establecimiento.

Cruzaron la avenida, al parecer el automóvil no se encontraba junto a las lujosas joyas en el estacionamiento.

— ¿Este es tuyo? — Dijo incrédulo de tal belleza. No era un auto cualquiera, era un Renault 5, uno de los clásicos franceses.

Conservaba el estilo retro de los 70', pero al mismo tiempo se veía en perfecto estado.

— Sí, ¿Te gusta? — Asintió acariciando la carrocería. — Fue un regalo de mi madre. — Sonrió con nostalgia, sin duda de todas las cosas que incluía el testamento, su clásico automóvil era lo que más le gustaba. — ¡Vamos, sube! — Animó.

— ¿Dónde vamos?

— Ya verás.

Las calles de París estaban iluminadas de manera cálida y Adrien las contemplaba a través de la ventanilla maravillado.

— ¿A qué te dedicas? — Preguntó él, rompiendo el silencio.

— Ehm... Yo soy... Soy algo así como una diseñadora de modas.

— ¿De verdad? Que coincidencia, yo también.

— Bu- bueno... No diseñadora como tal, comencé hace relativamente poco tiempo.

— Con razón tu cara se me hacía conocida... ¿Trabajas en Gabriel's? — Ella sonrió burlesca.

— No, jamás trabajaría allí. — Espetó. El prefirió no hacer ningún comentario al respecto. — Y creo que te estas confundiendo porque yo nunca te había visto.

— Sí... — Dijo tomando su mentón. — Quizás me estoy confundiendo. — Sopesó unos segundos más. — Aunque... — Fue interrumpido por la voz de la chica.

— ¡Llegamos! — Se bajó del auto a toda velocidad, el rubio la siguió cauteloso.

Ambos habían ido a parar hasta el estacionamiento vacío frente al Acuario de París. — Oye, son más de las doce. — Ella siguió adelante, haciendo oídos sordos a las palabras del chico. — Ya está cerrado.

— Esa es la mejor parte.

La mujer subió sobre uno de los basureros del lugar, escabullendose sobre la reja que cercaba el área, sin importarle demasiado si su vestido se levantaba dejando a la vista sus provocadora lencería. — No voy a pasar por ahí, alguien podría vernos. — Desvío su mirada por mero respeto.

— ¡Vamos! Lo he hecho un millón de veces.

— Estas loca. — Marinette se encogió de hombros.

— Ven o no te daré tu teléfono. — Dijo presumiendo entre sus manos el objeto.

Adrien resopló con descontento y se atrevió a seguirla.

— Buen chico. — Alentó una vez saltó la reja y llegó al suelo, dando golpecitos sobre sus rubios cabellos.

— Bien, ¿Ahora qué?

— Ahora corre.

— ¿Eh? — Sonrió burlesca y apuntó detrás de él, donde un guardia alumbraba curioso el perímetro.

— ¡¿Hay alguien ahí?! — Gritó a medida que se acercaba más y más.

El rubio entró en pánico y quiso saltar otra vez hasta el estacionamiento. — No hay tiempo. — Dijo ella. — Ven.

Ambos corazones latian desbocados por la adrenalina, ella reía si razón aparente más que el nerviosismo, una risa totalmente juguetona que rápidamente se contagió a Adrien.

— Por aquí. — Anunció en un susurro, guiándolo por una puerta escondida en una curva que debía ser para uso exclusivo del personal.

Una vez dentro aguantaron la respiración al oír las pisadas del hombre que los buscaba. — Creo que se fueron... — Parecía esperar una respuesta, ambos intuían que él de uniforme hablaba a través de una radio. — Sí, sí... Nos vemos en la caseta. — Luego de aquella declaración hubo un silencio prolongado.

Adrien abrió la puerta para asegurarse de que el tipo se había marchado, comprobandolo. — Ya se fue. — Soltó con alivio y la respiración acelerada.

Marinette soltó una fuerte carcajada a la cual Adrien se unió segundos después.

— Definitivamente estás loca.

— No eres el primero que me lo dice. — Descansó sus manos sobre su cadera. — Por aquí. — Comentó reanudando sus pasos.

A pesar de continuar dudoso en cuanto a seguir a esa chica de nuevo, el rubio lo hizo. Esta vez sin protestar avanzó junto a la de ojos azules por la escalera descendiente.

Marinette estaba llevándolo por un mundo completamente nuevo, con riesgos y emoción y la peor parte era que le agradaba.

— ¡Tada! — Gritó una vez llegaron a la parte subterránea del acuario.

Adrien había visitado ese lugar antes, incluso junto a Chloé, dado a que quedaba a pocas cuadras de su edificio. Pero esa noche todo se veía mucho más mágico.

— Es... Hermoso. — Dijo encantado.

— Lo sé. — Afirmó ella, sin embargo sus ojos no se miraban en los peces exactamente. — Por el día esto esta lleno de niños molestos, corriendo y gritando. — Comenzaron a caminar a lo largo del pasillo. — Pero por la noche está desierto, además las medusas no brillan igual bajo la luz de la luna.

Y era cierto, Adrien jamás había visto un lugar tan mágico como ese, era demasiado reconfortante, inmensamente armonioso y le transmitía una paz indescriptible.

— Es donde vengo cuando me hace falta algo de inspiración. Además, el personal jamás pasa por aquí.

— ¿Estás segura?

— Sí, les he hecho creer que está "embrujado". — Hizo comillas con sus dedos.

— Gracias.

Ella lo observó desconcertada. — ¿Por qué?

— Por compartir todo esto con un simple extraño.

— No eres un extraño, te ganaste el derecho de ser mi amigo. — Golpeó su hombro en señal de compañerismo.

Una amiga... — Pensó el rubio, sonriendo agradecido.

— Además... — Tanteó su bolso en busca de algo. — No creo poder terminarme esto yo sola. — Alzó la botella de licor sumamente feliz.

Una mueca apareció en el rostro  del varón. — No necesitamos eso para disfrutar las vistas. — Dijo, tomando la botella entre sus manos y guardándola dentro del bolso otra vez.

Marinette solo se encogió de hombros y por primera vez esa noche, dejo el plan de lado.

Se recostaron sobre el suelo, asombrados por el gran espectáculo marino que tenían frente a sus narices. Bromeaban por cualquier tonteria y reían a carcajadas, sin saber si se debía a que los chistes de Adrien eran tan malos que parecían buenos o porqué simplemente disfrutaban la compañía del otro.

Cuando el reloj dio las tres, ambos decidieron salir del lugar. Mientras más temprano se hacía, más posibilidades tenían de encontrarlos.

Para Adrien saltar el cerco no supuso una tarea difícil, aterrizando directamente sobre el suelo.

Marinette quiso imitarlo. Ella también podía ser ágil, ¿No?

Sin embargo se sentía más torpe que de costumbre, y al pasar de un lado al otro su pie se torció producto del mal aterrizaje, haciéndola caer contra el rubio.

— ¡Wow! Eso estuvo cerca. — Ella se removió inquieta dada la cercanía. Él no tardó en percatarse de su incomodidad, ayudándola incorporarse. — ¿E- estás bien?

— ¡Ouch! — Se quejó apenas apoyó el pié herido. — Me duele.

— Vamos, intenta caminar. — Extendió sus brazos como si fuera un bebe en su etapa de aprendizaje, ella bufó molesta.

Pero luego de dar el primer paso, agradeció que esos fuertes brazos estuvieran para atraparla en su caída.

— No podrás conducir — Comentó preocupado.

— ¿Estás retandome? —  Ella saco las llaves de su bolso, presumiéndolas al chico.

— ¡Hey! ¡No es grcioso! — Río abalanzándose sobre ella para quitarle las llaves. — Podrias chocar y creeme que no quiero morir aún, Mari. — Fingió un sollozo.

— Que dramático eres. — Comentó riendo a la par. — Entonces supongo que tendrás que hacerme de chofer.

Ella le extendió las llaves, pero él las rechazo de inmediato.

— La cosa es...

— ¿Es...? — Adrien rascó su nuca.

— Es que no sé conducir. — Dio una sonrisa boba, esperando captar la comprensión de la azabache.

— ¿Es una puta broma? — El negó avergonzado. — Supongo que no tenemos más opción que arriesgarnos.

Dio otro paso, cayendo de inmediato ante el primer intento.

— No puede ser. — Exclamó con rabia.

— Tranquila. — Suspiró algo cansado por la terquedad presente en la mujer. — Escucha, mi edificio está a dos manzanas, por allí. — Soltó. — Podemos ir por unos vendajes.

Ella lo analizó unos segundos. No quería dejar su automóvil en un lugar como ese, sin embargo el edificio de Adrien no estaba tan lejos y comprendía un gran avance para su plan el hecho de estar bajo su techo. — Esta bien, ayudame. — Él sonrió satisfecho. — Pero aún así tengo que volver por mi auto luego. — Agregó mientras se levantaba.

— ¿Estás loca? Podría pasarte algo.

— Tranquilo, no es como si fuera a morir.

— Quedate en mi departamento. — Ordenó.

A la chica se le dificultó de sobremanera no malpensar la situación.

— Esta bien. Pero solo a dormir, travieso.

El ojiverde le sonrió con complicidad y las mejillas de Marinette se encendieron como no lo hacían hace tiempo, cambiando su semblante por uno claramente desconcertado. — Era una broma, no soy esa clase de tipo.

Ella se aclaró la garganta antes de hablar. — Ya me lo imaginaba.

Ambos caminaron por el concreto a paso tortuga. Cheng estaba molesta, odiaba ser una carga.

De pronto una divertida idea se formó en su cabeza. — Hey. — Llamó al chico quien de inmediato le dio su atención. — Llevame en brazos, avanzaremos más rápido.

— ¿Qué?

— Ya sabes, como princesa.

— ¿Princesa? — Ella asintió.

— Como si fuéramos recién casados. — Él le lanzó una mirada repleta de nerviosismo y ella decidió divertirse un poco más. — Vamos amor, ¡Tomame entre tus brazos!

— Si dejas de hablar lo haré. — Ella asintió sonriente.

Ya en sus brazos, ella se sujetó a su cuello. La respiración de Adrien cada vez era más irregular y el color de su rostro variaba entre todos los rojos posibles.

— Cuando lleguemos a nuestra habitación haremos todas las posiciones habidas y por haber. — Susurró descanzando la cabeza sobre su hombro, juguetona.

— ¡Ma- Mari! — Reprendió, desviando su mirada. — Deberías ser más recatada.

— Era una broma, dulzura. — Adrien suspiró resignado. — Además, tan solo se vive una vez y no quiero ser del tipo aburrida.

— Supongo que no te cambiaré en una noche.

— Hasta el momento, nadie lo ha logrado. — Sonrió.

El elevador los recibió en completo silencio él la deposito en el suelo y se ubicaron uno en frente del otro, apoyados sobre las paredes de acero.

Verde contra azul, suspendidos en una guerra infinita.

Se lanzaban miradas cautelosas, buscando algún tema de interés en sus mentes. A Marinette se le ocurrían millones de cosas, pero esta vez deseaba que el rubio diera el primer paso.

De pronto Adrien estalló en una risa nerviosa a la que rápidamente se unió la de la chica, volviéndose genuina.

— No puedes negar que te la pasaste bien.

— Tienes razón, no puedo negarlo... — Se cruzó de brazos con su rostro repleto de felicidad.

Las puertas se abrieron y ambos salieron al pasillo. Ya frente a la puerta, Adrien se paralizó.

Todos los recuerdos del enfermizo descubrimiento volvieron a su mente.

Giró la llave y al entrar todo seguía igual a como lo había dejado antes de que Nino pasara por él.

Su rostro cambió se inmediato, dejo a la chica sobre el sofá mientras sacaba un botiquín desde una repisa.

— Bonito departamento. — Comentó. — ¿Vives solo?

Se arrodilló frente a ella, con la elegancia de un príncipe. Marinette se preguntó si lo hacia a propósito o simplemente no caía en cuenta de sus encantos.

— Con mi novia. — Intuyó que la seriedad en sus ojos se debió a la pregunta.

— ¿Y ella esta...?

— No tengo ni la menor idea. — Dio una sonrisa repleta de dolor.

Una vez terminada la curación, le entregó una pastilla y un vaso de agua. — ¿Qué es?

— Analgésico.

— No vas a drogarme y a violarme, ¿cierto?

— ¿Quieres solo beber la píldora? Con eso mañana estarás bien.

— ¿Y si no?

— Iremos al hospital. — Incomoda, así era como la situación la ponía. Todas esas preocupaciónes que se estaba tomando por ella la agobiaban, pero al mismo tiempo, se sentía inmensamente conmovida.

— Sabes... Esto no fue tu culpa, no necesitas ser tan amable. — Él ladeó la cabeza sin acabar de comprender a que se refería. — Digo, pudiste haberme pedido un taxi y enviarme a casa. — Ingirió el medicamento con total confianza, acurrucandose contra los cojines.

— Tranquila, cualquiera en mi lugar haría lo mismo. — Desató su corbata y se incorporó.

No cualquiera, Yo te habría pedido el taxi. — Pensó la mujer.

Adrien se dirigió hasta su cuarto, pero antes de entrar se detuvo observando la gran cama.

Resopló apoyándose contra el marco de la puerta, sus brazos estaban cruzados y su mirada se dirigió al suelo.

— ¿Qué sucede? — Se atrevió a preguntar. Él negó como respuesta. — Oye... — Silencio otra vez. — ¡Adrien! — Finalmente dio media vuelta con el nudo en su garganta.

— Se que suena estupido pero... No puedo... — Dijo con los labios apretados. — No puedo dormir en esa cama. — Caminó hasta su lado y depósito su cuerpo sobre el sofá.

Marinette lo observó una gran tristeza que rápidamente se transformó en ira, no comprendía sus sentimientos, sin embargo su solo semblante reflejaba una enorme tristeza y eso antes de dolerle, la irritaba.

Furiosa se abrió paso por lo que ella asumió era la cocina, caminando con cuidado de no empeorar su lesión.

Revolvió los cajones hasta dar con el objeto que buscaba; El más grande y filoso de los cuchillos del rubio.

Volvió a la sala decidida, tomando a Adrien de la muñeca y guiándolo a su cuarto. — ¿Qué demonios? — Palideció al ver el arma blanca. — ¿Qué vas a hacer? — Su voz estaba llena de miedo. — Por dios, traje a una psicópata a casa. — Pensó.

— Algo que debiste hacer desde un principio. — Se arrodilló frente a la cama y sujetó el utensilio por la empuñadura para luego lo enterrarlo en la colcha, desgarrandola.

— ¿Que haces? ¡Es mi cama! — Reclamó con tristeza el rubio.

— Sí, es tu cama y está sucia. — Dijo mirándolo directamente a los ojos, furiosa. — Mañana te compraré otra, lo prometo. — Le Guiñó de forma maliciosa.

Una sonrisa se dibujó en sus perfectos labios. De alguna forma verla hacer añicos su lecho era sumamente reconfortante, al igual que todo lo que tenia que ver con ella.

A la mierda, quiero una nueva cama. — Pensó antes de ir en busca de otro cuchillo e imitar a la chica.

Las plumas volaban por la habitación y el sonido de tela rasgada parecía casi mágico. Reían a carcajadas y sus ojos brillaban.

Él sentía como esa presión en sus hombros se desvanecía, sin duda, aquella actividad era bastante desestresante. Ya fuera por el hecho de deshacerse de dolorosos sentimientos o algo más, Adrien se encontraba muy feliz.

Marinette había mejorado su humor de una forma mágica y extravagante.

Era como si ambos se hubiesen conocido de toda la vida, proyectaban una confianza digna de años y una química inigualable.

Respiraron agitados por el trabajo de despedazar el mueble, el rubio se levantó casi desesperado, una nueva idea había nacido en su cabeza y no podía negarse a llevarla a cabo.

Abrió las puertas del armario con fuerza, dentro yacían ordenadas de manera impecable cada una de las costosas prendas de su novia, las agrupó entre sus manos, avanzó a paso lento hacia el balcón y las soltó dejándolas caer a la calle.

Marinette abrió la boca impresionada por el extraño impulso del rubio. Sentía algo parecido a orgullo en su pecho.

— Eso... Eso se sintió bien... — Comentó.

— ¿Quieres saber que se siente mejor? — Preguntó ella llegando a su lado.

El rubio se sonrojó. — ¿Q-qué?

— Esto. — Declaró inhalando. — ¡CHLOÉ ES UNA PUTA! — Gritó.

Adrien se asustó en un principio, para luego suspirar aliviado y algo decepcionado. Río nervioso y avergonzado de sus pecaminosos pensamientos.  — Oh...

— Ahora tú, intentalo. — Dijo con una sonrisa radiante.

Aquello parecía divertido y definitivamente no perdería nada intentándolo. — ¡Chloé Borgeous es una puta!

— ¡Más alto! — Animó.

— ¡CHLOÉ BORGEOUS ES UNA PUTA! — Gritaron ambos con una gran sonrisa.

— ¡ASÍ ES! ¡UNA PUTA! — Exclamó algún desconocido desde el edificio adyacente, animando a la joven pareja en su extravagante declaración.

Ambos se miraron extrañados durante unos segundos para luego estallar en risas. — Al menos no somos los únicos que lo piensan. — Comentó la chica volteandose ante el desastre que habían causado.

— Supongo que ya no podremos dormir aquí.

Ella observó un punto fijo de la habitación, pensantiva. — Tengo una idea.

— ¿Idea? — Ella asintió sonriente.

— ¿Qué tan cómoda es la azotea?

— No mucho, pero hay unas sillas de playa y una piscina. — Los ojos de la chica parecieron brillar.

— Perfecto.

Tomó una manta entre sus brazos y unos cojines de los sillones. Luego se dirigió hasta la puerta seguida por Adrien quien, curioso, intentaba hacerse una idea de lo que tramaba la mujer frente a él.

— ¿Que esperas? — Cuestionó ella una vez en el pasillo. Él la observó confundido. — ¡Cargame! ¿O es qué quieres que camine hasta el elevador? —

Suspiró resignado. — Claro, jefa. — esbozó una sonrisa.

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Nuevo fic

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Tampoco me he olvidado del bb Luka A.K.A perfección, estoy escribiendo un fic donde es de los principales (como en mi corazón) :3 ¿Por qué? Pues porque se lo merece. ❤

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