29
Alguien tiraba de ella con insistencia. Sus ojos estaban a punto de cerrarse y cada parte de su cuerpo parecía adormecida.
Daba pasos inseguros, tambaleándose de un lado a otro en el pasillo. ¿Aquella era su casa? No lo recordaba con seguridad.
Una fuerte voz interior le suplicaba que reaccionase, que de alguna u otra forma clamara por ayuda. Pero las palabras apenas salían como nefastos balbuceos.
Su muñeca dolía por la fiereza con la que aquel sujeto la mantenía a su lado.
Intentó buscar su rostro, reconocerlo de algún lado. Pero simplemente no podía, su mente estaba en otro mundo, un universo completamente espeluznante y extraño. —. ¿Don... dónde vamos...? — Logró articular con dificultad.
— A tu cuarto.
— ¿Mi cuarto? ¿estamos en casa? — Se pregunto aún confundida. —. A-Adri... Adrien. — Mencionó, orando porque fuera él quien le hablaba.
El hombre se detuvo frente a la puerta de su habitación. —. No vuelvas a llamarme así. — Sentenció, abriendo impaciente y obligándola a ingresar junto a él.
Dentro de cuarto la penumbra era incluso más inquietante. Se quedó de pie en medio de la nada, tanteando la pared para lograr sujetarse y no caer ante los repentinos mareos que venían a su cabeza cada dos por tres.
Unas firmes manos apretaron su cintura, tan fuerte que por un momento pensó que dejarían marcas en su piel, marcas que no le agradarían a su novio, marcas por las que se preocuparía y solo entonces pudo recordar que él aún aguardaba por ella.
— A... Adrien... — Balbuceó, observando la luz que se filtraba por debajo de la puerta. —. Adrien... — Volvió a llamar, intentando alcanzar la manilla. Pero de pronto, sin previo aviso aquel hombre tiró de su muñeca, obligándola a voltear y con fuerza estrelló sus labios contra los de ella en un beso que se alejaba bastante de los tiernos, dulces y suaves labios que tanto amaba.
En vez de eso, el contacto fue agresivo y dominante, repugnante.
No había cariño en esa muestra de afecto, no encontró ese amor al que tanto se había acostumbrado. Solo halló deseo y satisfacción por parte de él.
Hizo una mueca e intentó despegar la cabeza. —. No... — Pensó. —. No es Adrien. — Abrió los ojos, intentado una vez más reconocer la silueta que la mantenía prisionera. —. No es Adrien. — Volvió a repetirse. —. Tiene que ser una pesadilla...
Su cabeza se llenaba de frases, gritos de ayuda y crecientes deseos de escapar. —. No... — Fue lo único que salió de sus labios cuando su habla se vio dominada por la ansiedad y la angustia que se reflejaba en el nudo en su garganta.
Sus piernas parecían de lana, y el caminar se le hacía imposible. Tenía miedo, por primera vez en su vida sentía un terror tan grande como para verse dominada por el.
Las grandes manos fueron a parar a su vestido, levantándolo hasta dejarla en nada más que ropa interior y posteriormente fue empujándola hasta que cayó sobre el lecho.
La penumbra hacía todo mucho peor y Marinette rezaba por despertar de la pesadilla que vivía en esos instantes, aferrándose a la idea de que no debía ser más que un terror nocturno, uno que se sentía demasiado real.
De un instante a otro, sintió como los dedos del extraño palpaban su zona más sensible y por instinto intentó cerrar las piernas. Pero aquellas manos eran mucho más fuertes y casi sin previo aviso la tocó.
Un asco feroz se instaló en su garganta y las lágrimas ya no soportaron otra aberración, saliendo descontroladas entre quejidos repletos de pena. —. D-déjame... — Susurró bajito.
Marinette nunca antes se había sentido tan inútil o débil. Buscó uno de los tantos cojines que yacían sobre su cama y con toda la fuerza que fue capaz de acumular, lo tiró hacia su atacante, golpeándolo suavemente en el rostro.
Grave error.
El hombre tomó ambas muñecas de la chica, levantándolas por sobre su cabeza y aprisionandolas allí. —. Basta, Mari... déjate llevar. — Susurró sobre sus labios, dando pasó a que la escencia del alcohol se impregnara en ellos.
Un escalofrío recorrió su espina dorsal. ¿Conocía esa voz? Claro que sí, la había oído antes, la había oído toda su vida. Pero apenas podía recordar a quien le pertenecía.
— No... — Volvió a decir lo más fuerte que pudo. —. ¡No! — Esta vez dio un medio grito, logrando que, rápidamente, la mano de aquel sujeto presionara fuerte sobre sus labios.
Estaba tan fatigada que apenas intentó liberarse moviendo su cabeza hacia los lados. —. ¿Oyes eso? — Preguntó él, refiriéndose el ruido proveniente desde el exterior de la habitación. —. La música está tan fuerte que apenas van a oírte si gritas, así que deja de intentar estupideces.
Dicho esto volvió a abrir sus piernas, esta vez corriendo a un lado la tela de las bragas, comenzando a estimularla sin piedad en un contacto directo.
— Vamos Mari... ¿Qué sucede? — Murmuró, mordiendo su cuello, incrementando su roce sobre la intimidad de la chica. —. Ya no te mojas tan fácil como antes.
Ella apretó los dientes, estaba muerta de miedo, inmóvil, incapaz de hacer o decir algo más, pero aún así consciente de cada cosa que ocurría a su alrededor y era horrible.
— Si no quieres que te duela, deberías dejar de resistirte y comenzar colaborar. — Rechistó exigente junto a una voz completamente irritada.
Pero para la chica aquello era imposible, estaba tan aterrada que excitarse era lo último que podría hacer.
Y entonces lo sintió.
La húmeda y palpitante erección del hombre frente a su entrada, deslizándose entre sus labios vaginales buscando repartir la humedad. —. Ah... — Jadeó él y Marinette reprimió un quejido entre lágrimas, con las náuseas latentes y la rabia concentrada en su pecho.
Los efectos de lo que sea que haya consumido se multiplicaron de un segundo a otro, sumergiéndola en un pozo oscuro del que ya le era imposible salir.
Apenas podía reaccionar o hablar. De pronto no era más que una muñeca inerte entre los brazos de quién la destruiría.
Sabía lo que vendría, tenía claro para que la estaba preparando, así que con todas sus fuerzas, se obligó a pensar que era Adrien quién la besaba, la tocaba y estimulaba. Visualizó su rubia cabellera, sus ojos verdes y sus labios repitiendo aquel suave y enloquecedor "te amo" que tanto ansiaba oír cada vez que le hacía el amor.
Pero era imposible. Adrien jamás habría hecho las cosas que el hombre frente a ella. Adrien era demasiado puro para hacer algo así, demasiado bueno para el mundo en el que vivía, demasiado para ella.
— ¡Marinette! — Oyó de pronto a las afuera de su cuarto, seguido de unos cuantos golpeteos. —. ¡Mari! ¿Estás allí? — Era la voz de Adrien, la inconfundible y sumamente preocupada voz de Adrien.
La esperanza se acumuló en su pecho y por unos cuantos segundos volvió a respirar. Su presencia había servido como un salvavidas. —. Abre la puerta. — Rogó, rezando porque su petición llegara de alguna forma a él. —. Por favor Adrien... — Sentía las mejillas empapadas y el sabor salado en su boca, cada lágrima era un pequeño trozo de felicidad por su llegada y al mismo tiempo, la prueba de su colosal angustia.
Ladeó su rostro, esperando a que la puerta por fin se abriera y aquel príncipe viniera en su rescate. —. Tranquila. — Susurró el hombre sobre ella. —. Está asegurada, nadie va a molestarnos.
Cualquier pizca de esperanza fue aniquilada con aquella afirmación. Su respiración se volvió frenética, apretó los dientes y aguardó por lo que ya era inevitable.
Sintió como deslizó con dificultad el falo en su interior.
Sus piernas temblaron y cerró los ojos con fuerza. —. NO. — Gritó su mente, desesperada ante el dolor que la intromisión acababa de provocarle. —. ¡NO NO NO NO! — Su respiración era incontrolable, estaba tan sofocada, tan desesperada y no podía pensar en otra cosa que no fuera Adrien y en cuanto lo necesitaba en ese momento.
Una segunda estocada y fue capaz de notar como su interior se desgarraba. —. Ayudenme... — Pensó, presa del dolor en aumento que nacía en su entrepierna. —. Adrien... — Quería gritar, necesitaba hacerlo con todas sus fuerzas pero su boca no se abría, su cuerpo simplemente no respondía y aquello la frustraba de sobremanera.
Nunca en su vida creyó estar en una situación como esa, se había de encargado de formar un carácter fuerte y agresivo con dicha intención, pero todo fue en vano.
Los golpeteos en la puerta cesaron de un segundo a otro. Adrien finalmente se había marchado, así como cualquier rastro de ilusión.
Los bruscos dedos limpiaron las lágrimas, tomando su mentón y besándola a la fuerza. —. Déjalo, algún día va entender que siempre me perteneciste. — Bajó hasta su cuello, lamiéndolo, mordiendo, marcando a su gusto cuánto lugar encontró, a la vez que mantenía las penetraciones, lentas pero constantes. —. Mierda... — Susurró. —. Me encantaría que siempre fueras así de sumisa conmigo, realmente amaría volver a esto.
Comenzó a moverse más rápido, casi desquiciado por alcanzar la liberación, logrando que el roce fuera más profundo e insistente, por consecuencia, mucho más doloroso.
De pronto, un fuerte mareo la atacó y sus ojos se cerraron por inercia. Haciéndola caer en un profundo sueño que de momento agradecía, pues dormida ya no sentiría dolor, no sentiría asco, no abría sufrimiento ni tortura.
Así qué, mientras el muchacho sobre ella gemía su nombre, Marinette se dejó envolver por los siempre dulces brazos de Morfeo, arropándose entre las bastas fantasía de sus sueños.
§
Habían pasado casi diez minutos desde la ida de Marinette. Adrien lo sabía bien, los tenía contados en su reloj de pulsera y apenas podía concentrarse en el vaso entre sus manos sin la chica a su lado. —. Es su propia casa... — Se dijo a sí mismo. —. Es imposible que se pierda.
Bebió lo último que quedaba, realizando una mueca cuando el líquido quemó su garganta y se tambaleó levemente por la sobre ingesta.
Alya intentaba hablarle, movía sus brazos con cierto ánimo y Nino reía de su actuar. Pero para el rubio todo quedaba en segundo plano, la verdad era que tenía un mal presentimiento y quería a Marinette a su lado en ese instante.
No había tanta gente, pero sí la suficiente como para que el ruido de las conversaciones y la música, opacara cualquier llamado de su parte hacia la muchacha. Sin duda, Alya tenía muchos amigos.
Llegó a la cocina entre tropiezos y no la halló allí. Tragó pesado y se aventuró a buscar entre los grupos de personas. Tuvo la leve sospecha de que quizás estaría en el cuarto de baño, expulsando todo el licor que había consumido a lo largo de la noche, pero el aseo de la sala estaba vacío.
Era como si Marinette hubiese desaparecido de la fiesta, una fiesta que era para ella.
Sus pasos se dirigieron por inercia hacia la habitación de la chica, golpeando de manera pausada el lugar. —. ¡Marinette! — Exclamó lo suficientemente fuerte para que alguien lo oyera al otro lado de la puerta. —. ¡Mari! — Volvió a insistir, depositando su oído en la madera, intentando captar algo de sonido desde el interior, más el volumen de la música le dejaba esa tarea imposible. —. ¿Estás allí? — Giró la manilla cauteloso, pero fue en vano; estaba asegurada.
No obtuvo contestación alguna, o al menos no creyó oírla. Por lo qué, con algo de inseguridad, se retiró.
— ¿Qué pasa Ricky Ricón? — Exclamó la morena cuando lo vio aparecer a las espaldas de su novio. —. ¿Dónde está Mari?
— Eso era exactamente lo que venía a preguntarte yo. — Dijo, con la ansiedad apoderándose de su voz. —. ¿Es posible que pueda perderse en su propia casa?
— Aveces suele ser un poco despistada, pero la verdad es que no me sorprendería. — Comentó, arrastrando una tenue carcajada al final.
— Alya, es en serio... estoy preocupado.
— Adrien, — Dijo imitando su tono. —. Marinette es una mujer adulta y responsable, quizás... no lo sé, ¿se fue a dormir?
— ¿A dormir? — La chica asintió. —. No se iría a la cama sin decírmelo antes. — Aseguró. Alya se encogió de hombros, abrazándose al cuello de su novio y fue cuando Adrien comprendió que estaba aún más borracha que él, por lo que insistir sería una pérdida de tiempo.
— Vamos viejo. — Exclamó Nino, golpeando levemente el hombro del rubio. —. Deberías dejar de ser tan sobreprotector, si se fue y no te lo dijo debe ser por una buena razón.
— ¿Qué intentas decir? — Las cejas del chico se curvaron, ¿Acaso Nino estaba sugiriendo una posible infidelidad?
— Mmm... — Agregó su amigo, intimidado por la expresión de Adrien. —. No lo sé, tal vez se acabo el vodka y salió a comprar un poco más.
— Pero... ¿por qué no me lo dijo?
— ¿Por qué tiene que decirte todo? — Interrumpió Alya, apartándose de del moreno y plantándose inquebrantable frente a Adrien. —. ¿Quién crees que eres? ¿Su padre?
— Alya... — Intentó detenerla pesaroso Nino.
— No tiene que decirme todo, ¡solo quiero saber si está bien! — Subió la voz en la última frase, su ansiedad era tal que apenas lograba ponerla en palabras.
— Está en su propia casa, Adrien. ¡¿Por qué rayos no estaría bien?!
— ¡N-no lo sé!... — Buscó una razón para él irracional miedo que sentía y al no encontrarla lanzó un lastimero suspiro. —. Solo estoy preocupado...
Ofuscada, Alya tomó su brazo, dirigiéndolo por la longitud del departamento en busca de su amiga. Pero efectivamente, tal y como decía el rubio, Marinette no se encontraba por ninguna parte.
Los minutos pasaban, tan rápido como la angustia de Adrien se contagió a Alya y Nino. Más no había ni rastro de la azabache.
— Debió irse a dormir. — Musitó la chica mucho más preocupada que antes, el sudor ya comenzaba a correr por su frente y estaba a poco de acabar con la fiesta dada la preocupación que comenzaba a nacer en su pecho. —. Dijiste que ya revisaste su cuarto, ¿cierto?
— Sí...
— ¿Estás seguro?
— La puerta estaba cerrada... — Alya se detuvo a mitad de camino, y por consecuencia sus dos acompañantes también.
La morena se quedó observando al Agreste durante un momento, temiendo por lo que habitualmente significaba aquello entre ellas.
— "Cuarto cerrado, cuarto ocupado" — La traviesa voz de Marinette retumbó en su mente, aquella era la regla que ambas mantenían en cuanto a sus amantes en el pasado.
¿Realmente la Cheng era capaz de aquello? ¿Incluso después de prometerle amor eterno a Adrien toda la noche?
— Adrien... — Habló la chica, mucho más seria que antes. —. Vete a casa.
El aludido levantó una ceja preso de la curiosidad. — No me iré hasta saber dónde está Marinette. — Sentenció y ella rodó los ojos agotada por la insistencia del chico quien reiniciaba su andar.
Tomó su muñeca cuando apenas dio dos pasos. — Adrien, es en serio... vete.
— ¿Por qué?
La chica intercambio miradas con su novio, volviendo ambos al rubio. La lástima se reflejaba a la perfección en sus facciones y los penetrantes cafés de Alya parecieron darle un aviso, uno que no auguraba nada bueno y como si de una epifanía se tratara, comprendió lo que apenas tenía sentido. —. Marinette estaba demasiado borracha y puede que... puede que...
— Ella no me haría algo así. — Soltó el agarre de la muchacha, corriendo hacia el cuarto de su novia, mientras Alya y Nino intentaban seguirle el ritmo.
Giró la manilla, esperando a que la puerta estuviera cerrada otra vez, pero para su sorpresa se abrió, dejando ver el pequeño bulto que reposaba sobre el lecho. —. Mari... — Susurró con una sonrisa, adentrándose a la habitación y Alya negó ocultando su rostro entre las palmas de sus manos.
Se avecinaba una tormenta y la inocencia de Adrien opacaba el huracán que estaba a simple vista.
Sin embargo, apenas llegó a su lado y encendió la tenue luz de la mesita de noche, su mundo se destrozó en cuestión de segundos.
El cuerpo de la azabache estaba desnudo bajo las sábanas. Ni siquiera había ropa interior que la cubriera de la fría noche. Su piel estaba sudada, su rostro rojo y pequeñas marcas rojizas se exhibían por la totalidad de su cuello, pechos y descubierto vientre.
— No puede ser... — Se dijo a sí mismo, dejando de respirar mientras la información se acumulaba y caía de golpe sobre su sentido común. —. No puede ser... — Repitió, luchando por auto convencerse de que nada de eso estaba pasando, que no había luchado en vano, que la tristeza e ira que de a poco se abría paso en su pecho eran erróneas.
Pero no, llevó su mano a la piel de su brazo, apretando con fuerza y al sentir aquel dolor, supo que el de su pecho también lo era.
Aquel futuro ideal que había planeado con tanta devoción se resquebrajaba en una lenta caída a la realidad; Marinette le había sido infiel.
Retrocedió unos pasos, apretando sus dientes preso del sofoco que aquel descubrimiento desataba en él y oprimió su rostro contra sus palmas cuando sus verdes se aguaron.
— No puedo creerlo... — Susurró para sí mismo, cubriendo su boca, temblando, completamente destrozado e inmediatamente cada uno de aquellos dulces "Te amo" parecieron vacíos.
— ¿Adrien? — Llamó Alya desde la puerta. —. ¿Está todo bien? — Pero el chico no respondió. Quedándose unos segundos mirando el cuerpo profanado de a la que le gustaba llamar; "la mujer de su vida" —. ¿Adrien? — Volvió a hablar Alya, esta vez dando un paso dentro de la habitación.
— Vete... — Se dijo a sí mismo. —. Vete antes de que hagas una tontería. — Calmó los fervientes deseos de despertar a la chica y pedirle explicaciones allí mismo.
No podía hacerlo, no estando borracho y tan alterado, sabía que si lo hacía, todo terminaría en gritos y desastre. Tenía que respirar, salir y respirar.
El chico mantuvo su silencio una vez más, girando y encaminándose hacia el exterior de manera rápida y brusca. —. ¡Adri...! — No logró detenerlo, oyó claramente el portazo que dio al desaparecer del departamento y suspiró orando por paciencia. —. Llévalo a casa, no quiero que arme un escándalo aquí. — Pidió a su novio, quien con lastima asintió, puesto que ya conocía a la perfección la faceta que Adrien adoptaba con el alcohol rondando en sus venas.
La morena le sonrió, regalándole un beso amargo antes de acompañarlo hasta la puerta y acabar con la celebración de una vez.
Quizás la fiesta no había sido tan buena idea después de todo.
§
Despertó por el fuerte sonido de un claxon en la avenida. Sus ojos se abrieron de par en par, como si hubiese despertado de un mal sueño y la resaca fue perfectamente palpable. —. ¿Adrien? — Preguntó al aire, creyendo que había amanecido a su lado. Sin embargo, no había nada más alejado de la realidad.
El lugar de la cama que le pertenecía estaba vacío y frío. Pero desordenado a fin de cuentas, como si alguien hubiese dormido a su lado esa noche.
Se removió sobre el colchón buscando la comodidad que necesitaba para pensar con mayor claridad, pero en cuanto lo logró, una fuerte jaqueca la atacó al instante. —. Ahg... — Se quejó, tomando su cabeza entre ambas mano, intentando resistir el dolor.
— Estás despierta... — Murmuró Alya desde el marco de la puerta, su ropa estaba algo sucia y su cabello se sujetaba en una en una cola. —. ¿Qué tal? — Inquirió con su semblante sereno, casi comprensivo.
— B-bien... supongo, quiero decir... tengo jaqueca, ¿puedes pasarme algo del botiquín? — La morena asintió, abriendo el closed en busca de las confiables pastillas. —. ¿Dónde está Adrien?
— En su casa, supongo.
— ¿Se fué?
Alya suspiró, titubeando en su respuesta. —. S-sí...
— ¿Por qué? Habíamos quedado hoy...
— Realmente no recuerdas nada, ¿cierto? — Se cruzó de brazos, adoptando una posición más cómoda para discutir los hechos de hacía tan sólo unas horas.
— ¿Recordar? ¿Qué debería recordar?
— Mari... — Alya se acercó a ella, en su mente tenía todas las intenciones de darle un sermón, pero al verla tan agotada, prefirió refrescar su memoria en primer lugar. — Anoche tú... — Se detuvo al ver el cuerpo de la chica con mayor claridad. En esos momento, la suave luz del sol que se filtraba por la ventana la iluminaba lo suficiente para que las rojizas marcas fueran visibles y un miedo irracional cayó sobre ella.
El rojo en sus muñecas, los moretones en su cuello y magulladuras en su piel no eran para nada parte del sexo casual.
— ¿Qué? — Habló Marinette al sentir sus cafés fijos en ella. — ¿Qué ocurre...? — Bajó sus ojos por su cuerpo y la palidez se apropió de su cara al caer en cuenta de la situación. — ¿Qué es esto? — Cuestionó como si Alya supiera la respuesta. — ¿Por qué estoy desnuda?
Intentó incorporarse sobre el colchón, pero apenas intentó mover su cuerpo una fuerte puntada se originó en su entrepierna, logrando que de sus labios se escapara un diminuto quejido de dolor.
Era extraño, esa clase de sensación no la tenía hace tiempo, concretamente desde su primera vez.
Una mueca se formó en su rostro, de pronto sentarse era una tortura.
De la nada, una intensa humedad se hizo presente en su ropa interior. — Oh no...
Levantó la sábana llena de pánico y un escalofrío se extendió por la totalidad de su cuerpo cuando vio la abrumadora cantidad de sangre en su entrepierna.
Aún faltaban dos semanas para la llegada de su período, aquello tenía otra razón.
— Marinette... — Susurró Alya. — Dime que acaba de bajarte. — La chica negó de forma monótona.
— Dos semanas, aún quedan dos semanas. — Susurró para sí misma.
Alya cubrió su rostro, sofocada por las múltiples posibilidades del estado de su amiga. — Mari...
— Alya... — Respondió Marinette junto a su voz temblorosa. — ¿Qué pasó?
Ambas quedaron en silencio el tiempo suficiente como para que la azabache entrara en pánico, levantándose tan rápido del lecho que apenas sus pies tocaron el suelo, volvió a caer por los intensos mareos que sufría. — Dios mío... — Exclamó la Morena. —. ¿Estás bien?
La chica levantó sus ojos llorosos, aferrándose a los recuerdos vacilantes que se iban y venían de la noche anterior.
De pronto, unas náuseas gigantescas se hicieron presentes, obligándola a correr al cuarto de baño para dejar que todo el alcohol saliera de una buena vez, mientras tanto, Alya se encargó de sujetar su cabello con cuidado.
La situación era tan bizarra y horrible que ambas rezaban porque todo fuera parte de una pesadilla.
— Necesito un doctor... — Murmuró la azabache, levantando su rostro entre lágrimas. —. llévame al hospital, por favor... — Sollozó encontrándose tan indefensa como nunca antes.
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gracias por leer! Los amooo 💓💯😭
Bueno bueno, supongo que ya se veía venir? No saben cuánto me costó escribir este capítulo ughhh fue una tortura. Pero creo que quedó decente????
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