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27

— ¿Por qué tienes esto? — Preguntó desorientada y Adrien le sonrió conmovido. — ¿De dónde sacaste esta fotografía? — La muchacha abrió los ojos sorprendida. — Gabriel debió decirle algo... — Pensó, sofocándose con su propia respiración. — ¿Acaso me descubrió? — El pánico poco a poco comenzaba a hacerse presente, llevándola al peor de los escenarios, uno en donde perdía al amor de su vida. Adrien, yo no... — Se apresuró a decir, tomando sus manos con fuerza mientras la expresión del rubio se tornaba curiosa y el teléfono caía sobre las sábanas.

Sin embargo, el molesto sonido del aparato anunciando una llamada la interrumpió. — ¿Pero qué...? — Musitó Adrien al desconocer el número en la pantalla.

— ¿Por qué Alya te está llamando? — Cuestionó ella al reconocerlo y el joven simplemente se encogió de hombros.

— Ni siquiera sabía que tenía mi número...— Rascó su cabeza, y animó a Marinette a contestar.

Apenas la chica deslizó su dedo por el símbolo, la histérica voz de su amiga retumbó por la habitación. — ¡Adrien! ¡¿Has hablado con Marinette?! — Vociferó la morena al otro lado de la línea, obligándola a alejar el móvil de su oído por la seguridad de su tímpano. — ¡Nadie sabe dónde demonios está, no la he visto desde ayer y creo que...!

— Hola, aquí Marinette, ¿Se puede saber que necesitas?  — El silencio que oyó luego de interrumpir aquella frase fue sepulcral. Podía ver en su mente a Alya maldiciéndola tan bajito como solía hacerlo antes gritarle.

— ¡Tú maldita niña malcriada! ¡¿Crees que todo esto es muy gracioso?! — Y allí estaba.

— Pues, yo me estoy partiendo de risa, pero a juzgar por tu tono, supongo que para ti no. — Adrien se carcajeó a su lado, admirando divertido la situación.

Ugh... un día de estos vas a terminar matándome. — Bufó. — Como sea, ¿dónde has estado?

Por ahí, ya te contaré luego... ahora no es el mejor momento, Alya.

— Entiendo, entiendo... por cierto, feliz cumpleaños. — Terminó por decir, Marinette hizo una mueca cuando vio la mirada de Adrien iluminarse. Al final no había logrado mantenerlo en secreto. — ¿veinticinco ya? ¿Qué esperas para darme sobrinos?

— Alya, por favor, dime que no estás planeando una fiesta. — Tan sólo obtuvo silencio por parte de su contraria. — ¡Alya!

— ¡No! ¡No! — Exclamó por fin. — Sé que las odias.

— Gracias... — Habló ya más calmada. — ¿Nos vemos esta tarde? Tengo algunas cosas que contarte. — Dijo mientras sus ojos viajaban al hombre a su lado.

— ¿Es algo bueno?

— Sí... — Murmuró a través del micrófono. — Es algo maravilloso.

— ¡No se diga más! — Rió la morena. — Nos vemos esta tarde en tu departamento.

Apenas la llamada se cortó, Adrien no aguardó ni dos segundos antes de abalanzarse sobre la azabache, atacándola en un beso desesperado. — ¿Por qué no me lo dijiste? — Cuestionó antes de que ella respondiera a su muestra de afecto.

— Porque eres el tipo de persona que hace regalos tan costosos como innecesarios. — Reveló atrayéndolo.

— ¿Costosos e innecesarios?

— Ya sabes, como un collar de diamantes, un deportivo, o... un anillo... — Su voz fue bajando paulatinamente mientras se acercaba a la última palabra.

— ¿Un anillo...? — La chica asintió, con el remordimiento latente en su pecho. — ¿Te gustaría que te diera un anillo? — Marinette se negó a responder, apretó los labios y giró el rostro. — ¿Te gustaría? — Volvió a insistir el chico.

— N-no lo sé... — Dijo, volviendo a los brillantes verdes que esperaban por una respuesta mucho más clara. — No puedes preguntarme eso ahora... no así.

— ¿Así como?

— Así, con esa cara, siendo tan tierno... — Atrajo su frente a la de ella, sus respiraciones se mezclaban, cada vez el ambiente era más cálido y eso le encantaba. — tan guapo... — Acarició sus pómulos, buscando deshacer la perfección de la que estaba siendo testigo. — tan irresistible... — La sonrisa que iluminó el rostro del rubio fue su completa perdición. — ¿Cómo podría decirte que no?

— No lo hagas... — Pidió Adrien antes de zambullirse en sus labios. — No me digas que no...

— Demasiado rápido, por ahora estamos bie... hm... — No la dejó seguir hablando, no dejó que la negatividad subiera a flote, la mantuvo presa en todo momento, reemplazando las palabras por candentes gemidos en medio de besos, y el creciente deseo que transmitían sus manos moviéndose por el cuerpo de la chica.

— Entonces como primer regalo de cumpleaños, te haré el amor toda la mañana. — Dijo, con una seriedad digna de una promesa.

— ¿Dónde aprendiste a ser tan atrevido?

— ¿A-atrevido? — Se reprochó a sí mismo, mordiendo su labio inferior. — Lo siento.

— No te disculpes, está bien. — Sus labios se curvaron y en una leve caricia rozó su mano por los pómulos del chico. — Finalmente pude traerte al lado oscuro.

— No me molesta, soy mucho más feliz aquí. — Llevó su nariz a su cuello, arrastrando su boca por el lugar entre cortos besos.

— ¿S-sí? — Levantó la tela que cubría el torso de la chica, admirando durante unos cuantos segundos ambos pechos, ideando cuál sería su táctica a emplear para hacerla suspirar de placer.

Sus grandes y bronceadas manos hacían contraste perfecto con la pálida piel de aquel delgado cuerpo. Amaba verlas sobre sus pechos, sobre sus costillas, en su vientre. Habían tantos lugares donde quería poner sus manos, tantos lugares que tocar y probar. Adrien necesitaba recorrer cada centímetro de aquella musa que el destino había puesto en su camino.

Finalmente su lengua fue a parar directamente sobre el pezón izquierdo, empapándolo, hundiéndolo, rodeándolo. — Adoro esto... — Se atrevió a decir cuando lo sintió erecto contra sus labios, propinando discretas succiones que daban paso a quejidos por parte de la chica, sonidos que representaban el placer que poco a poco se iba abriendo paso en ella.— Lo amo.

— Yo también lo amo... — Susurró Marinette, quien seguía presa de las sensaciones que se repartían tan alocadas por su cuerpo. — Te amo a ti... — Musitó, aún temerosa de sus palabras, pues a pesar de ser consciente de cuantas veces se había declarado la noche anterior, aún así, el miedo permanecía en su pecho.

Adrien se detuvo, elevó su rostro y la encaró. — No tienes idea de lo que esas palabras producen en mi, Marinette... — Exclamó, observando su cara enrojecida por el calor abrumador del placer irresoluto. — Así que te lo pido por favor, no me mientas, no cambies de opinión respecto a nosotros, no acabes con esto. — Acarició devoto su piel, apretando los labios antes de referirse directamente a sus sentimientos. — No rompas mi corazón.

Ella dejó sus párpados caer, sujetando la palma contra su mejilla, adorando la utópica sensación de tenerlo tan cerca. Porque junto a él, olvidaba que no estaba lista para el amor, olvidaba lo cruel que era el mundo, cuánto había sufrido y cuánto probablemente sufriría. Dejó ir al abrumador pasado, alejó ese caótico futuro y se centró en ese preciso momento, atrapada entre los brazos de la persona por la que fácilmente daría su vida, aquel dulce muchacho que estaba tan perdido en ella como Marinette lo estaba en él. — No voy a hacerlo, así que tú tampoco rompas el mío. — Dijo finalmente, junto a su voz tan suave y melodiosa como hace tanto tiempo no la oía.

La sonrisa que su contrario le regalo, logró conmoverla. — ¿Cómo podría? — Dijo, volviendo a apresarla en un beso insaciable. Y tenía razón, dentro de la ajetreada cabeza de la chica, no cabía la posibilidad de que aquel hombre pudiera siquiera dañarla. Adrien era simple y llanamente un ángel que bajó hasta el infierno por ella.

Marinette jamás había sentido temor de perder a alguien. Pero por alguna razón, su corazón ansiaba aferrarse al joven, pasar el resto de su vida a su lado, enamorarlo cada día, llenarlo de la seguridad que tanta falta le hacía, quizás hasta formar una familia y por primera vez en su vida se cuestionó el tener descendencia. — Un bebé de Adrien. — Pensó, y aquella sola imagen la llenó de ilusión como nunca antes.

Suspiró, valorando aquella posibilidad, amando los labios del chico sobre su piel, sus manos curiosas y los incontrolables jadeos que le producía.

Sintió sus dedos tantear la entrada de su intimidad sobre la ropa interior, presionar y moverse a lo largo de esta, a la vez que su boca jugueteaba con sus pechos, incursionando en la cantidad de placer que podía llegar a causarle. — Dios mío... eres increíble. — Animó, moviendo sus caderas con énfasis en acelerar los movimientos de la mano del chico.

— No te estás dando créditos. Eres tú la que me pone así, nunca había disfrutado tanto del sexo como lo hago contigo. — Corrió sus bragas a un lado,  concentrado en estimularla directamente. — Hacerte el amor es delicioso, una experiencia.

— Oh... Adrien... — Gimió, despertando los bajos instintos de su contrario, liberando a aquella persona que luchaba por retener ante tanta pasión. Y Marinette lo supo cuando vio su mirada oscurecida por el deseo, aquellos rasgos salvajes que solo adoptaba en la intimidad. — A-Adrien...

— ¿Sí? — Canturreó acercándose a su oído. — ¿Qué sucede princesa?

— Sabes lo que quiero... — Sonrió de lado tomando su mejilla para atraerlo hasta su boca. — Dame un poco de tu... talento oculto. — Y luego de aquella petición, casi de manera inconsciente relamió sus labios, incitando a la acción.

—A tus órdenes. — Adrien sonrió, devorándola con ansias antes de comenzar a bajar por su cuerpo. — Adoro todo, cada parte de ti, cada cosa.

— ¿Todo?

— Absolutamente todo.

— ¿Hasta lo terca y tonta que soy?

— Hasta lo terca y tonta que eres. — La despojó tan lentamente de sus bragas que Marinette lo sintió como una tortura, una sensual y erótica tortura.

— Vamos, usa tu lengua. — Ordenó, y Adrien jadeó antes de comenzar con aquello que tanto le encendía, soltando un poco se aire caliente sobre la entrada de la chica, en un acto que dio paso al primero de bastantes espasmos. — Bon Appétit — Susurró, enredando sus dedos entre la dorada cabellera.

Él tensó los labios en medio de un beso puramente pasional, sacando la lengua y probando su sabor al final. Repitió la misma acción alrededor de cuatro veces antes de ayudarse con sus dedos, exponiendo el punto sensible de la chica y atacándolo sin piedad, logrando que Marinette se sacudiera de placer bajo su boca. — A-así... no te detengas... — Suplicó a la vez que movía sus caderas de arriba a bajo, restregándose desesperada contra él.

Adoraba tener tal espectáculo en primera fila, verlo obrar de tal manera era el mismo cielo. ¿Cómo es que podía ser tan inocente y pervertido a la vez? La azabache tenía claro que había sacado el premio de oro.

Tiró suavemente de sus cabellos, peinándolos de forma lenta y pausada, meciéndose en el lecho cada vez más rápido, sintiendo como de a poco desfallecía por la creciente satisfacción.

Estaba cerca, demasiado cerca y apenas se había preocupado por el chico, así que acumulando fuerza de voluntad, tiró de él, levantando su rostro. — Ven aquí. — Alcanzó a decir jadeante.

Adrien relamió sus labios, observándola hambriento y subió hasta besarla con tanta desesperación como la situación lo requería, con el sabor de sus fluidos aún presentes en su paladar. — Me encantas. — Susurró. — No hay como cansarse de esto.

— Me alegra tu iniciativa, mon cœur... pero necesito que entres de una maldita vez. — Exigió, tirando ansiosa de su bóxer, provocando una carcajada por parte del rubio. — Vamos, muero por verte.

Un beso, tras otro y otro hasta que por fin sintió el miembro del chico rozar su entrada, y casi de inmediato abrió sus piernas para disfrutar del contacto pleno entre sus pieles. Retuvo un gemido cuando notó el glande chocar contra su clítoris, estimulándolo tan solo un poco antes de pasar a la verdadera acción. Logrando que una mueca apareciera en su rostro al hacerlo entrar de forma certera y apresurada.

— mhhh... — Gruñó él contra la piel de su cuello, sintiendo el palpitante interior de la muchacha y lo cerca que estaban ambos del paraíso.

Marinette extrañó el control y usando gran parte de su fuerza lo volteó sobre el colchón, montándolo, moviendo sus caderas de forma circular, meciéndose el sentirlo cada vez más duro, pero conservando la lentitud. — Dios mío... Mari... — Adrien jadeó, acariciando su cintura, adorando sus muslos, manteniendo los ojos cerrados mientras la azabache solo se limitaba a gemir palabras fuera de sentido.

Tenerla así, dominante de la situación, controlando el placer que solo ella era capaz de darle, era por lejos su fetiche favorito.

— Abre... abre los ojos amor, mírame. — Pidió a duras penas, bajando su pulgar hasta los labios semiabiertos del muchacho, delineándolos al mismo tiempo que él, obediente, abría sus verdes y los depositaba en ella. — B-buen chico... ahh...

— Mari... — Dio un gemido que ahogó casi de inmediato. — Te amo... — Alcanzó a pronunciar de manera consistente. — Te amo tanto. — Y como si aquella frase no fuera más que un estimulante, las puertas del cielo parecieron abrirse para la chica, incrementando de golpe cada sensación.

— ¡Oh Adrien! — Gimió desesperada, acelerando de golpe los movimientos, impulsándose desde el pecho del chico, mientras sus intimidades producían aquel húmedo sonido que volvía todo más excitante. — Adrien... voy a... voy a... — Un severo grito de éxtasis interrumpió su hablar, uno que erizó la piel del rubio, mientras el mismo seguía moviéndose, disfrutando las contracciones que el sexo de la muchacha emitía sobre su miembro, alcanzando la realización tan solo unos segundos más tarde.

Cayó exhausta sobre su cuerpo, calmando su respiración a la vez que el chico repartía diminutas pero relajantes caricias sobre su espalda, siguiendo el rastro de su columna. —. Que bueno es despertar así. — Bromeó él.

— Eres increíble en la cama, no me cabe en la cabeza como es que Chloé desperdicio esto.

— Pues... ha decir verdad, solo contigo he probado cosas nuevas. — Sonrió un poco avergonzado, y es que era imposible no hacerlo teniendo a Marinette observándolo como si fuera lo más preciado en su vida. — ¿Cómo iba a saber que besarte allí abajo era tan delicioso?

— Pervertido. — Canturreó y el chico rodó los ojos. — Pero tranquilo, guardaré tu secreto. Además... me gusta eso de que solo seas así conmigo.

— Solo contigo. — Sentenció, uniendo sus labios en un beso tan lento como largo y húmedo.

— ¡Hey! — Masculló Marinette, separándose de golpe. — Aún no me explicas lo de la fotografía. — Advirtió encarándolo. — ¿Qué hacías con esa fotografía?

Adrien sonrió besando su frente antes de responder a su interrogante. — Ya lo verás. — Comentó, acariciando su pómulo. — Decidí que será parte de mi regalo.

Los ojos de la chica se empequeñecieron, observándolo con desconfianza. — ¿Qué tramas?

— Algo que va a dejarte boquiabierta.

Está bien, confiaré en ti. — Se encogió de hombros volviendo a su posición inicial, oyendo los latidos del hombre que la abrazaba, sintiendo como estos se sincronizaban con los de ella y suspiró ante la satisfacción que la situación le provocaba. — Necesito una ducha. — Habló para después besar la piel de su pecho. — Tomémosla juntos.

— Lo que quiera mi novia. — Dijo él, haciendo énfasis en la última palabra.

— ¡Oh! Es cierto, había olvidado que ahora es formal. — Adrien bufó a pesar de ya conocer aquel humor agrio que caracterizaba a Marinette. — Recuerda que eres mío y de nadie más... ni de Chloé, ni mucho menos de Lila. ¿Oíste? — Rió y su contrario se le unió.

— Jamás vas a dejarlo pasar, ¿cierto?

— Quería matarla, matarte a ti por ser tan lindo hasta el punto de que ninguna mujer se te pueda resistir. — Peinó los mechones dorados que caían por la sudada frente, admirando el aquel bello carmín que sus mejillas iban adoptando apenas hablaba. — Quiero colgarte un maldito letrero que les diga a todos que estás reservado.

Y entonces, aquella declaración de intenciones atrajo a su mente un cúmulo de tormentosos recuerdos y entre ellos, el inevitable arrepentimiento que calaba en su cabeza por haber besado a Ladybug.

— Mari, hay algo que debí decirte antes...

— ¿Mhh?

— Escucha, voy a ser lo más sincero que pueda contigo, porque te amo y quiero que confíes en mi. — Tragó pesado cuando sintió los penetrantes azules sobre él, culpándolo. — Lila no fue la única que me besó esa noche. — Soltó, guardando en lo más profundo de sí mismo la prohibida satisfacción que había sentido al probar los labios de su supuesta hermana.

— ¿Qué? — Las cejas de la chica se curvaron y el inminente sentimiento de traición se instaló en su pecho. — ¿Es broma? — La negación por parte del rubio sólo empeoró la situación.

— Yo no quería que sucediera, me tomó por sorpresa... y... — Buscó un punto perdido en la habitación, no podía revelarle tal cosa mirándola, no se sentía digno de ello. — Le seguí el juego, pe- pero solo un poco.

— ¿Estabas borracho? — Volvió a negar, desesperándola hasta el punto donde claramente vio como los ojos de la chica se cristalizaban. — Adrien, dime que estabas borracho y voy a olvidarlo, te juro que voy a olvidarlo.

— No me digas eso Marinette, yo... yo no sé lo qué pasó. — La angustia se reflejaba en su voz, en su expresión y acciones, era arrepentimiento puro. Pero nada de eso le importó a Marinette. Estaba furiosa, se sentía estúpida y sumamente atormentada.

— Eres un imbécil. — Se levantó con rapidez de aquel cálido lugar, mordiendo su labio para evitar soltar una que otra tontería. — ¡Eres un maldito imbécil! — Gritó, aventándole una almohada, la cual apenas lo rozó. — ¿Quién fue? — Preguntó entre dientes.

— Ladybug. — Susurró avergonzado y apenas ella oyó aquel seudónimo, su sangre se enfrió, dando paso a un sentimiento de estupidez brutal. — No era una anciana, era tan joven como tú o yo... y bueno... te extrañaba, te necesitaba y... te vi en sus ojos...

Ella volvió a respirar con normalidad, no se sentía traicionada, para nada. Más bien sentía que era ella la que estaba traicionando a Adrien al ocultarle la verdad, una verdad tan importante que podría decidir su futuro como pareja.

Suspiró exhausta, y una lágrima silenciosa resbaló por su mejilla. — ¿Cómo demonios vas a salir de esta, Marinette? — Se cuestionó a si misma, encerrándose en su mente durante certeros segundos, los mismos que la mano del chico tardó en llegar hasta su rostro para limpiar el rastro del llanto.

— Perdóname — Rogó. — Odio que estés así por mi culpa, lo siento tanto Marinette... te extrañaba, te extrañaba tanto y cuando me besó quise creer que eras tú la que lo estaba haciendo y me arrepiento tanto... jamás debí haber ido a la pasarela, ese no es mi lugar, debí salir a buscarte y pasar la noche contigo... por favor, perdóname.

— Ven aquí. — Dijo finalmente, abriendo sus brazos donde él se acunó.

— Lo siento... — Volvió a susurrar sobre su cabello.

No era su culpa, él no había hecho nada malo, era la persona más noble que pudo encontrar y allí estaba, poniendo todo su corazón en una disculpa que era en vano. — Hey... tranquilo.— Murmuró Marinette, tomando aquellas grandes y gentiles manos entre las suyas. — Solo... solo no me dejes, ¿está bien?

Negó uniendo su frente con la de ella, respirando el mismo aire cálido. — ¿Estamos bien?

— Estamos bien. — confirmó sonriente, atrayendo sus labios para calmar aquel despreciable sentimiento que nacía en su corazón. —. Vamos a la ducha.

Adrien la amaba, estaba tan segura de ello que de pronto no temía de otras chicas. Fue cuando se percató de que su único y peor enemigo no era nadie más que ella misma.

— Uh, casi lo olvido...  — Exclamó el rubio deteniéndose en la entrada del baño. —. un segundo — Retrocedió hasta alcanzar su teléfono en la mesita de noche. —. tengo que hacer una llamada importante. — Anunció mientras Marinette se fijaba en la temperatura del agua que salía desde la ducha.

— No tardes. — Avisó la chica desde el baño, cerrando la puerta tras ella.

— Jamás. — Sentenció y acto seguido marcó a aquel número que tan útil sería precisamente ese día. —. ¿Que tal Max? Soy Adrien, Adrien Agreste.... ¿Recuerdas del plan del que te había hablado? — Sus labios se curvaron en una sonrisa cuando oyó la respuesta positiva a través de la línea. —. Bien, hoy es el día.

§

— Ya basta, dime dónde vamos.

— ¿De verdad vas a arruinar la sorpresa?

— Odio las sorpresas — Una media mueca de desilusión por parte del chico la hizo cambiar inmediatamente de opinión. — Pero si eres tú, creo que podría aguantarlo. — La felicidad tras aquella declaración se vio reflejada inmediatamente en las facciones del rubio, quien tomaba su mano con fuerza frente a la puerta del tren.

— Ya verás, te va a encantar.

Bajaron en el centro de la ciudad, caminaron aproximadamente dos calles antes de llegar hasta los pies de un gran edificio y subieron hasta el piso diecinueve.

— ¿Qué hacemos aquí? — Cuestionó, pero Adrien decidió callarla con un suave y precipitado beso antes de tocar el timbre de la cuarta oficina.

Tras la puerta, un chico de lentes les dio la bienvenida. — ¿Qué tal Adrien? ¡Oh!  y supongo que tú debes ser Marinette. — La chica asintió levemente. — Bienvenidos. — Saludó con cortesía para luego invitarlos al interior de la habitación, precisamente frente al gran escritorio de caoba.

— Mari, él es Max, mi contador. — Comentó el chico, tomando su mano con fuerza por debajo de la superficie del mueble. —. Bueno, en realidad es el contador de papá...

— ¿Contador? — El desasosiego no desapareció de sus facciones hasta que el joven frente a ellos extendió un papel que Marinette leyó ansiosa y solo entonces comprendió lo que su novio tramaba. — Oh no, ni lo pienses Adrien. Estás loco.

— Estoy loco por ti. — Agregó. —. vamos Mari, fírmalo y una buena parte de mis acciones serán tuyas, podrás por fin trabajar con mi padre. Es lo que siempre quisiste, es lo que te trajo hasta mi lado ¿no?

Él tenía razón, era lo que siempre había querido, un objetivo que había tenido desde hacía tantos años; quebrar a la familia Agreste, dejarlos en la calle sin aquel imperio por el que tanto había luchado Gabriel y su oportunidad estaba allí, frente a ella.

Tomarla o no.

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WOWOWOW GRACIAS POR LEER 💖💖💖💖 LOVE U ALL 😭😭😭😭💖💖💖💖

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Hey~ para los que son de Chile (Santiago) estaré en:

Vendiendo mis stickers y arte decadente, como estos —>

También tendré de Hamilton y otras cosas random :D ❤️ gracias por leer hasta aquí, los adoroooooooo ❤️

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