26
La adrenalina corría por su cuerpo, su respiración se volvía a cada segundo más pesada y ni siquiera sabía cuánto más podría aguantar en aquel elevador que hacía su descenso eterno. Apenas las metálicas puertas se abrieron, Adrien corrió hacia la salida del edificio, encontrándose con la escena que casi rompe su corazón.
El impacto no había sido realmente grave, a pesar del estruendo que provocó el rubio estaba seguro que aquella abolladura en el vehículo podría arreglarse. Pero tratándose del amor de su vida, Adrien simplemente no podía evitar que la histeria se apoderara de él.
— ¡¿Marinette?! — Habló exaltado, con el corazón latiendo a mil, corriendo desesperado hacia el lugar del choque, encontrándola sentada en el asiento del chófer con una mirada adormilada.
— Hola chico guapo. — Saludó desde su lugar y el rubio volvió a respirar. Marinette estaba en una pieza. — ¿Quieres ayudarme? — Preguntó estirando sus brazos cuál niña pequeña. — Vamos, s-sácame de aquí. — Habló, intentando no enredarse con las palabras.
Adrien se abalanzó desesperado sobre ella, levantándola cual princesa.
— Por dios... — Murmuró pegándola a su pecho. — No vuelvas a hacerme algo así, ¿oíste? — Rogó mientras caía sentado en la acera, aferrándose a ella como si su vida dependiera de ello. Marinette sonrió al sentirse nuevamente en casa, llevando la nariz hacia el cuello del muchacho, oliendo aquel perfume que podía tranquilizarla en un santiamén. — Por poco me da un maldito infarto. — Murmuró ahogado sobre su cabello, aún desorientado por el miedo que lentamente se desvanecía.
Marinette buscó sus labios sedienta por uno de esos besos que podían ponerla a los pies del muchacho en un santiamén y Adrien se lo concedió con su respiración acelerada. — Te extrañé... — Balbuceó acariciando su mentón.
— ¿Dónde estabas? — Habló alejándose un poco para observar con cautela su rostro. — Estuve llamándote todo el día
— M-me reemplazaste , así que salí a buscar otro que me quisiera. — Soltó y la sangre del rubio hirvió. Más cuando estaba a punto de recriminarle sus acciones, vio el semblante de Marinette cambiar. Una triste y desolada mirada se posó en sus ojos y sus labios se torcieron en una mueca que dio paso a un inesperado sollozo. Y entonces, la primera lágrima cayó. — Pero tu maldita cara... — Susurró con los dientes apretados por la impotencia. — tu maldita cara estaba en cada imbécil de cada lugar al que iba. — Posó sus azules en él, aferrada a la tela de su ropa con avaricia. — oía tu voz diciéndome te amo una y otra vez y otra vez... — Escondió la cabeza en su cuello, avergonzada de cada una de sus lágrimas, depositándolas en la camisa del chico. — Y no pude hacer nada más que beber.
— Oh Marinette... — Murmuró, sintiendo el dolor de la joven como si fuera el propio. — Yo jamás podría reemplazarte, ¿por qué dices eso?
A lo lejos, luces policiales tintinearon en el campo de visión de ambos muchachos y Marinette se aferró al rubio temerosa.
Adrien percibió su miedo y la acurrucó contra su cuerpo, prometiendo sin palabras que todo estaría bien. — Estoy en las nubes, No dejes que hablen conmigo.
El chico asintió no sin antes darle una mirada de reprimenda a la mujer entre sus brazos. — ¿Qué bebiste?
— ¿De todo? — Rió aún con gotas en sus mejillas, como si la situación fuera merecedora de una carcajada. — T-todo es tu culpa, no esstabas y... y yo de verdad te necesitaba... — El chico hizo una mueca de descontento, las palabras de la chica no justificaban su actuar pero de cierta forma le alegraba el hecho de que aceptara su necesidad de él. — Tenía tanto miedo...
— ¿Miedo? — inquirió. — ¿miedo de qué? — Oyó a Marinette tragar grueso y sus azules dudosos lo hicieron preocuparse aún más. — ¿Acaso pasó algo? — Preguntó asustado. — Marinette. — Llamó al extrañar las palabras por parte de ella, desesperándose ante el miedo que veía reflejado en su rostro. — ¿Qué ocurrió?
— ¿Es usted el dueño del auto? — Oyó una voz firme frente a él, y suspiró lentamente antes de responder al oficial.
— No, es de mi novia. — Se apresuró en decir y el cuerpo entero de la chica adoptó una inmensa calidez. — Pero yo conducía.
El oficial los observó de reojo y luego al vehículo destrozado. — Tendrá que llenar unos papeles y llamar a una grúa. — Declaró y al rubio no le quedó otra opción más que aceptar y hacerse responsable por los errores de la chica que apenas podía sostenerse en pie. — ¿Dónde está su licencia?
Adrien palideció y es que él apenas sabía cómo arrancar el motor de un auto. — N-no la traigo conmigo en estos instantes. — Dijo, rezando por no pasar la noche en prisión.
— Vaya... — Exclamó el oficial. — Eso es una falta grave, tendré que ponerle una multa. — Y el chico aceptó.
Unas cuantas firmas y un cheque después, Adrien y Marinette ya se encontraban frente a la puerta del departamento del rubio. — ¿Quieres que llame a Alya para que venga por ti? — Marinette negó. — ¿Algo de beber? — La respuesta fue la misma. — ¿Quieres quedarte?
— Sí... — Habló por fin. — No me hagas volver a casa, no quiero estar sola... quiero quedarme... quedarme para siempre y dormir contigo. — Se abrazó a él vacilando entre palabras, en un acto desesperado por algo de calor, de pronto necesitaba llenar su corazón de los besos, abrazos y caricias de Adrien.
— No es como si tuvieras opción. — Dijo, mientras la acercaba aún más a su cuerpo y Marinette rió de sus palabras.
— No puedo creer que seas tan lindo... — Soltó a la deriva, admirando fascinada su perfil. — Eres como un ángel... tan guapo, tan bueno... tan... perfecto. — Las mariposas revolotearon en el estómago del rubio, a la vez que, con cuidado, la conducía hacia el interior de la morada.
Esa palabra, esa desquiciada palabra era la misma que Lila había usado para describirlo, sin embargo desde los labios de Marinette pasaba a tener un significado completamente diferente. — ¿Perfecto? Pero que cosas dices, estás divagando. — Adrien no podía con la actitud presuntuosa que poco a poco se asomaba, algo dentro de él crecía con cada palabra que Marinette le dedicaba, con su bella voz diciendo su nombre, clamando por la atención que era seguro que tendría.
— S-siento lo de hoy... lo de esta noche... siento todo lo que te hice pasar. — Dijo, pendiente de la reacción que provocaban sus palabras en el chico. — De maravilla, Marinette. Ahora seguramente te odia. — Pensó su ebria cabeza.
Sin embargo, Adrien se ahorró cualquier palabra extra. — Da igual, princesa. — Soltó, en aquella faceta tan gentil.— ¿Quieres ir a la cama? — Preguntó, consciente de su cansancio y ella asintió tambaleante.
La depositó en el lecho con gran cuidado. — Sácame está cosa... — Pidió forcejeando con su vestido. — ¡Ayúdame! — Lloriqueó extendiendo sus brazos hacia el rubio y él amablemente la despojó de sus prendas, dejándola en la provocativa ropa interior que Marinette había escogido exclusivamente para él.
— Oh no... — Se dijo a sí mismo cuando su cuerpo reaccionó al estímulo, obligándolo a lamer sus labios ante aquella indecorosa escena.
— ¿Te gusta? — Preguntó la azabache, conociendo la
clara respuesta.
— Mari, estás demasiado ebria, lo mejor será que te duermas por hoy. — Sentenció lo más rápido que su lengua le permitió, procurando mantenerse a raya con el tacto de sus traviesos dedos.
— ¡Vamos! — Clamó ella, tomando los hombros del muchacho y obligándolo a sentarse en la cama, posicionándose sobre sus piernas. — además... mira, he traído una sorpresa. — Murmuró presuntuosa, sacando un diminuto papel arrugado desde su sujetador. — Lo estaba guardando en caso de que estuviéramos juntos. — Dijo y a Adrien le pico el bicho de la curiosidad, dirigiendo sus verdes hacia el envoltorio que dentro escondía una pequeña planta seca.
— ¿A-acaso eso es...?
— ¿Alguna vez has tenido sexo drogado? — Los ojos del Agreste se abrieron sorprendidos y de forma mecánica negó. — Tus sentidos se despiertan, se sienten cosas fantásticas y todo es más sensible.
— C-creo que jamás... — Dijo, inseguro de seguir con la locura que la chica frente a él le proponía. — ¿Y tú? — Cuestionó aún cuando la respuesta era obvia, improvisto de palabras por la sorpresa.
— Cada vez que hacemos el amor... — Dijo, en un susurro. — Casa vez que lo hacemos es como si estuviera bajo los efectos de alguna droga. — Confesó con una mueca en su rostro, puesto que en el fondo de su corazón, sabía que no había nadie más que la hiciera sentir de esa forma.
El joven sonrió enternecido, juntando sus manos deseoso de sentirla, buscando su mirada entre los cabellos que cubrían el avergonzado rostro que ya se encontraba algo rojizo.
Lentamente fue retirando el paquete de su mano y se encargó de dejarlo en la mesita de noche. — Entonces no lo necesitamos. — Sonrió y ella le respondió igual.
— Hazme el amor, Adrien — Pidió con sus manos entrelazadas. — Hace días que no me tocas... te necesito.
— No voy a aprovecharme de tu ebriedad, Mari. — Habló, recurriendo a casi todo su autocontrol para evitar sobrepasarse con aquella hermosa muchacha que lamentablemente no se encontraba en todos sus sentidos. Pero aún así ella se aproximó a él, reteniendo su rostro a sólo centímetros de los labios del chico.
— Soy demasiado tonta... — Murmuró con su aliento chocando contra él, pidiéndole abrir los labios en una súplica muda. — Ni siquiera sé en que momento te perdí... — Y lo besó, intentando memorizar la forma perfecta de su boca, en caso de que no pudiera disfrutar de aquel contacto nunca más.
— ¿Perderme? — Elevó una ceja preso de la duda. — ¿Cómo es que puedes pensar eso?
Marinette resopló, levantándose inquieta de su regazo y retrocediendo a duras penas.
— ¡Lila! — Vociferó. — E-en todos los programas de chismes hablan sobre el maldito beso de la fiesta... y- y me hace perder la cabeza...
Los verdes del muchacho estaban estupefactos, observando casi con gracia la reacción celosa de la chica que amaba. De alguna forma le parecía increíblemente adorable verla así.
— Tienes razón. — Dijo por fin, levantándose para ir detrás de ella y el nudo en la garganta de la muchacha creció con cada letra, haciéndola sollozar de forma sorpresiva. — Eres demasiado tonta. — Acarició sus mejillas y limpió las amargas lágrimas con sus besos. — ¿Como es que puedes siquiera pensar que algún día voy a dejarte? — Rió, procurando arreglar el corazón que había roto. Pero ante aquellas hermosas palabras, Marinette no hacía otra cosa que soltar más gotas. — Te amo. — Exclamó por fin la palabra que la muchacha había esperado toda la noche.
La angustia fue a parar al corazón de Marinette, una inesperada angustia derivada del miedo que significaba perder al amor de su vida.
Pero cada vez que Adrien le decía aquello, cada vez que repetía cuánto la amaba, el creciente calor en su pecho disipaba cualquier rastro de tristeza.
Junto a Adrien se sentía completa, segura y feliz.
Y fue en ese preciso instante en el que decidió que ya era hora de que aquel chico que tan fácilmente podía robarle el sueño, lo supiera.
— Te amo, Adrien... te amo demasiado... — Susurró en un hilo de voz, con sus azules pendientes de cada movimiento del rubio. Estallando con aquello que había guardado por tanto tiempo. — Te amo... — Sentenció, tan firme como solo Marinette podía ser, mientras el rubio luchaba consigo mismo por mantenerse sereno ante el cúmulo de sentimientos que tales palabras disparaban en su interior.
Su corazón estaba desenfrenado, latiendo tan rápido como jamás lo había hecho. Oírlo desde los labios de Marinette no tenía comparación alguna, la euforia que sentía no podía ser normal. Pero a pesar de que explotaba por dentro, sus ojos seguían fijos en la chica frente a él, incrédulo de lo que acababa de oír. — ¿Pu-puedes repetirlo?
Una sincera sonrisa fue a parar al rostro de la joven, con las lágrimas adornando sus mejillas. — ¡Te amo! — Vociferó antes de estrellarse contra sus labios. — Te amo... — Susurró una vez separados. — Te amo. — Volvió a repetir esta vez aferrada a su cuello. — No p-puedo ni un segunndo más con esto...
— Oh Marinette... — Comenzó él, acunando su rostro entre ambas manos, mientras la mirada adormilada de la chica lo seguía con anhelo. —. No tienes ni la menor idea de cuán feliz soy en este maldito momento... sabes perfectamente que me tienes a tus pies, princesa. — Susurró, aguantándose las ganas gigantescas que tenía de llorar, convirtiendo ese momento en un íntimo y preciado recuerdo. — Lila me besó por sorpresa, pero me encargué de dejarle claro que había otra chica que ya tenía todo mi corazón.
— ¿S-Soy yo? — Preguntó insegura y una dulce carcajada salió de la labios de Adrien. —Soy yo, ¿cierto?
— Claro que eres tú, Marinette... — Los dedos de Adrien fueron a parar a su flequillo, acariciando el suave cabello, intentando transmitir todo el cariño que sentía hacia la chica entre sus brazos. — Jamás podría hartarme de ti, ni en un millón de años.
Un jadeo ahogado rompió el silencio de la chica. Saber que todo estaba bien entre ellos había sido el mejor regalo que Adrien pudo darle. — Sé mi novio... por favor... — Rogó en algo de lo que jamás se vio capaz. — Prométeme que no nos vamos a separar nunca. — Pero Adrien no le dio ninguna respuesta, en cambio, sólo miró al suelo, cubriendo su rostro con sus palmas y Marinette inmediatamente entró en pánico. — ¿Q-qué sucede? — Preguntó, intentando alejar sus manos para poder mirarlo fijamente a aquellos hermosos verdes que tanto amaba. — Adri... — Trató de llamar, pero fue interrumpida por el beso más dulce que había sentido en su vida, suspirando inconscientemente en medio de este, puesto que sabía que aquello se había tratado de un pleno y sincero "sí".
— Ahora mismo no lo sabes, Mari... pero acabas de convertirme en el hombre mas feliz del planeta. — Dijo, con la sonrisa conmovida permanente en sus labios. — Y no existe nada en este mundo que pueda alejarme de ti, ha menos que tú así lo quieras. — Juntó sus frentes mientras controlaba los gigantescos deseos que tenía de besarla. — Te amo y no voy a dejar de hacerlo nunca.
Se fundieron en el más sincero beso que ambos pudieron regalarse, amándose como jamás habían amado a nadie, era una explosión de sentimientos que se habían guardado a lo largo del tiempo. La dicha apenas cabía en sus cuerpos, el amor estaba haciendo a un lado todo el rencor que poseía Marinette, todo aquel odio se había erradicado en un abrir y cerrar de ojos por el hombre que le tenía fuertemente sujeta entre sus brazos, y por primera vez en su vida, sintió que aquel era su lugar.
Adrien se encargó de despojarla del sujetador y sobre su torso desnudó pasó una de sus camisetas. Abrió la cama y con cuidado se metió junto a ella entre las sábanas que casualmente parecían mucho más cálidas y acogedoras junto a la mujer.
El delgado cuerpo de Marinette siempre le había parecido increíblemente frágil, sabía perfectamente que detrás de ese fuerte caparazón de chica dura se escondía una tortuosa debilidad que esperaba, jamás nadie pudiera penetrar, a excepción de él.
Esa noche, el menor de los Agreste se prometió a sí mismo cuidar de aquella chica que tan inocente le había abierto las puertas de su corazón, le había regalado algo tan importante como su amor, le había hecho conocer un mundo nuevo.
Por fin, sentía que absolutamente todo en su vida estaba en orden.
§
Despertar en una cama que no era la suya había pasado de ser una costumbre a un hito.
Desde que Marinette tuvo la dicha de conocer a Adrien, en su cabeza no había espacio para nadie más que no fuera el guapo diseñador novato.
Esa mañana despertó asustada e inquieta sobre una cama extraña. Temía que todo lo acontecido la noche anterior se hubiese tratado de otro de esos caóticos sueños que las últimas noches no dejaban de atormentarla. Pero de pronto, sintió la fuerte mano del rubio acariciar su melena con cariño y solo entonces logró respirar con tranquilidad.
Volteó sobre el colchón, encarado al hombre que con tanta calma había aguantado sus berrinches, su indecisión e inmadurez.
Allí estaba él, con el cabello desordenado, los ojos cansados y la sonrisa más bella del mundo.
— H-Hola... — Habló, algo avergonzada por todo lo acontecido la noche anterior.
— Buenos días. — Susurró embobado por la bella mujer que permanecía a su lado. — ¿Cómo amaneció la futura señora Agreste?
— ¿S-señora Agreste? — Sonrió juguetona al oírlo, pero por alguna razón esas palabras hacían de todo menos incomodarle.
— Sí, anoche te pedí matrimonio y aceptaste. — Dijo burlesco. — ¿Qué? ¿No lo recuerdas?
Marinette dio una carcajada mientras el rubio la acercaba a él hasta abrazarla completamente contra su cuerpo. — Buen intento, por poco me lo trago.
— Estuve cerca, casi caes.
— Casi caigo... — Repitió ella en un susurro, con sus labios peligrosamente cerca y Adrien se animó a atraparlos en los suyos.
Los arrumacos fueron vitales en aquella memorable mañana repleta de amor. Pero en cierto momento, Adrien recordó el importante compromiso que tenía con la chica y con quien decía ser su padre.
— Oye, Mari... — Dijo una vez separados. — Hay algo que quiero preguntarte, verás... — Quedó pensativo durante unos segundos, alcanzando su teléfono en la mesita de noche, buscando algo entre los archivos de su galería. — ¿Cabe la posibilidad de que conozcas a esta mujer?— Preguntó extendiéndole el aparato con la fotografía que Tom le había encargado exhibiéndose en la pantalla.
— C-claro que sí... — Titubeó Marinette extrañada. — Es mi madre.
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Quería avisar desde ya que los capítulos que siguen serán un poco fuertes para el público en general, se tocarán temas delicados y no aptos para todo el mundo, así que quedan avisados, no quiero demandas por traumas luego jeje ❤️
Los amo y adoro con mi vidaaaa❤️❤️❤️❤️ gracia por leer!
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