25
Tercera parte:
"Grandes Vérités"
(Grandes verdades)
Adrien abrió un poco la ventana, lo suficiente para que el aroma a tierra mojada invadiera sus sentidos. Tom rió ante ese gesto. De alguna forma, aquel ingenioso chico de apenas veinticinco años le recordaba a su juventud, incluso aún más que su propio hijo.
— Todos dicen que París es la ciudad del amor, pero nadie especifica cuánto sufres buscándolo. — Adrien lanzó la frase al aire, reflexivo.
— Ni yo pude haberlo dicho mejor. — Exclamó Tom, con la mirada fija en la carretera.
— ¿Qué sucedió con tu esposa? — Los verdes del chico viajaron hasta posarse en el hombre en el volante. — Si te incomoda...
— No, no... no es que me incomode, es solo que... — Pasó la mano por su cabello, algo fastidiado. — Jamás había hablado con nadie de esto al respecto, ni siquiera con Claude.
— ¿Tú hijo?
— Sí. — Sonrió al recordar lo orgulloso que estaba del cálido joven que ejercía como panadero en su propia tienda. — Aveces siento que todo este tiempo he sido un pésimo padre. Quiero decir, hay demasiadas cosas de las que Claude no debería preocuparse.
— ¿Cosas? — Percibió como el hombre suspiraba y se acomodaba en su asiento algo indeciso. Para Tom, hablar de una hazaña tan grande como intimar con la amante de su jefe, podría significar su pronto despido.
Sin embargo había algo en la mirada de Adrien, algo que lo invadía de confianza y seguridad, como si el propio chico no fuera hijo del frío Gabriel Agreste.
— Cosas como el paradero de su hermana. — Soltó sin más remedio.
— ¿Tienes una hija? — Tom asintió. — No lo entiendo, ¿Dónde está ella?
Esa sola frase, esa simple y llana pregunta logro que los ojos de Tom se cristalizarán. El sentimiento se desbordó de un segundo a otro, la soledad y la ansiedad embargaron al chofer. — No lo sé. — Susurró con el nudo latente en su garganta. — No lo sé... — Volvió a repetir, deteniéndose en el semáforo para retirar su pañuelo y secar las traicioneras gotas que desprendía su dolor, el dolor de haberle fallado a una niña, a una pequeña que lo necesitaba en un momento crucial de su vida.
— Lo siento... — Dijo Adrien. — No creí que este fuera un tema tan complicado.
— Es la primera vez que lo enfrento, vamos Adrien, no me hagas retroceder ahora. — Ambos rieron de aquel comentario, rompiendo la tensión del ambiente. — Verás, hace veinticinco años tuve una relación con una mujer, ella tenía el corazón roto y yo siempre creí que podría arreglarlo. — Adrien seguía al pie de la letra todos los vestigios del pasado que atormentaban la vida de Tom. — En ese entonces yo ya trabajaba para tu padre y...— El hombre titubeó, mirando al rubio de reojo y prefirió omitir ciertos detalles, no podía darse el lujo de hablar mal de Gabriel en frente de su propio hijo. — Y hacía de chofer también para aquella mujer.
— ¿Se enamoraron? — Inquirió Adrien, atrapado cada vez más por historia.
— Creo que sí, me gusta creer que ella me amo tanto como yo lo hice. — Suspiró y apretó el volante bajo sus manos. — Comenzamos una relación, ella parecía haber superado a ese hombre que tanto daño le hizo y yo estaba dispuesto a regalarle el mundo.
— ¿Entonces que sucedió?
— Éramos de mundos diferentes... ella estaba acostumbrada a la fama, a las reuniones formales, a los contratos... yo era más simplista, prefería pasar el día libre en casa en vez de tomar un vuelo a Londres y pasar el fin de semana allí, prefería una cena casera a visitar lujosos restaurantes, prefería comprar ropa usada en vez de trajes de mil euros. — Aclaró su garganta antes de seguir. — Creí que ella también se acostumbraría, creí que ella dejaría el lujo atrás.
— ¿No sucedió?
— No solo no sucedió, todo empeoró cuando nos enteramos de que tenía tres meses de gestación.
Wow... — Murmuró Adrien. — ¿Estaba embarazada de Claude?
— Así es... de Claude y de su hermana.
— ¿Dos bebés? — Preguntó sorprendido.
— Dos preciosos bebés casi idénticos. — Pasó la mano por su barbilla y una sonrisa apareció en su rostro. — Lamentablemente nos separamos poco después de eso.
— ¿No funcionó?
— No, decidimos que lo mejor era darnos un tiempo, ese tiempo se transformó en semanas, esas semanas en meses y así hasta que decidimos terminar formalmente.
— Entonces... imagino que cuando se separaron cada uno tomó custodia de un niño. — La dolorosa mirada de Tom se posó sobre él, aceptando que aquella tormentosa idea había estado errada desde el primer segundo en el que se la plantearon. — ¿No es así?
— Sí... pero en estos momentos, siento que esa fue la peor decisión que pude haber tomado. — Y Adrien no pudo diferir. Se imaginaba a él mismo en aquella tormentosa situación, no solo por el hecho de perder a un hijo, también el horrible sentimiento de desamparo que significaría separarse de Marinette. — Años después ella murió, y no solo perdí a la mujer que más había amado, también le perdí el rastro a mi propia hija... ¿Puedes creerlo? ¿que clase de padre soy?
Adrien no tenía palabras para consolar tan desafortunado pasado, unas cuantas palmadas en la espalda eran todo el arsenal con el que su mente contaba hasta que la idea de su propia realidad nació.
— ¿Cuál es el trabajo de tu hijo? — Cuestionó al hombre a su lado.
— Claude es panadero, le enseñé todo lo que aprendí en mi juventud y decidió dedicarse a ello.
— ¿Es feliz?
— Eso parece.
— Entonces créeme que eres mejor padre de lo que el mío será jamás. — El rostro afligido de Tom cambió paulatinamente a una tímida pero sincera sonrisa. — Y eso es suficiente para convencerme de que eres un buen hombre que tan solo cometió un error. — Un buen presentimiento recorrió su cuerpo. — Estoy seguro que vas a encontrar a tu hija.
— Gracias, Adrien... esto significa mucho para mi. — Dijo reanudando la marcha del vehículo. — Ahora es tu turno, cuéntame sobre esa chica.
Los labios del rubio se torcieron y sus cejas detonaron tristeza, la historia de Tom lo había hecho olvidar lo mal que lo había pasado esa noche, pero entonces pensó que quizás compartir sus inseguridades con alguien que no fuera su subconsciente, podría ayudarlo.
— Verás... — Rascó la parte trasera de su cabeza sin saber como comenzar. — Estoy enamorado... — Admitió. — Demasiado, ha decir verdad.
— ¿Y qué hay de malo en eso? — Preguntó comprensivo. — Estoy seguro que eso no es un problema para ti, pareces un hombre comprometido.
— En eso tienes razón, el problema es que ella es tan terca... — Protestó cruzándose de brazos. — Pero también increíblemente segura, inteligente y sobretodo tan hermosa... dios, no te imaginas lo hermosa que es... — Tom negó divertido mientras Adrien se derretía ante el vivido recuerdo de su amada. — desearía tener una foto para enseñártela, Marinette es lo mejor que pudo haberme pasado.
— ¿Marinette? — Repitió el hombre con un ápice de inquietud en su voz. — Creí haberte escuchado decir ese nombre antes, pero jamás creí que fuera algo serio. — Adrien suspiró. — ¿Es la misma chica?
— La misma... — De pronto una luz se encendió en la mente del rubio, recordando la imagen que cautelosamente había guardado de su contacto. — De hecho, ahora que lo recuerdo, creo que sí tengo una fotografía... — Adrien metió su mano izquierda al bolsillo de su pantalón, sacando su móvil y exhibiendo en la pantalla a la chica que le robaba el sueño junto a una sonrisa orgullosa. — ¿No es linda?
Apenas los verdes de Tom divisaron a la jovencita sonriente, se vio obligado a detener el automóvil en seco. — No puede ser... — Murmuró, con el claxon de los demás vehículos pasando a segundo plano a su espalda.
— ¿Tom? — Llamó Adrien al encontrarlo en un trance preocupante. — ¿Tom? — Repitió al notar las gotas resbalar por sus mejillas.
El susodicho por fin volvió al mundo real, poniendo el auto en marcha y saliendo a toda velocidad a una dirección desconocida para el muchacho. — Adrien, tienes que acompañarme a casa, ahora. — Rogó desesperado.
— ¿Q-qué?
— Por favor, necesito que veas algo. — La confusión en la mirada del rubio era latente, por lo que Tom recurrió a la más directa verdad. — Creo que esa chica puede ser mi hija.
§
Apenas cruzó el humbral, un auténtico aroma a galletas inundó sus fosas nasales. Adrien lo sabía muy bien, los dulces eran su criptonita.
La simple y pequeña panadería se encontraba en la esquina de una de las calles más transitadas de París, era bastante pintoresca y en cuanto la campanilla de la puerta anunció su llegada, un sonriente joven se asomó desde detrás del mostrador, destacando su amable sonrisa bajo sus mejillas rellenas de pecas. — Hoy llegaste temprano, papá. — Saludó mientras limpiaba sus manos llenas de harina en su delantal. Más al fijarse en Adrien, su sonrisa desapareció. — Lo lamento señor, ya estamos cerrando. — Anunció tan amablemente como su padre le había enseñado.
— No te preocupes, Claude. — Habló Tom. — Él viene conmigo. — Se acercó a él, explicando de manera fugaz la situación mientras el rubio permanecía estático en su lugar.
El chico se encogió de hombros, le extendió su mano y fue entonces cuando Adrien pudo percibir el enorme parecido entre aquel chico y la que llamaba la mujer de su vida. Sintió un escalofrío recorriéndole la espalda al percatarse de que aquel muchacho no era más que la versión masculina de Marinette. — Mu-mucho gusto... soy Adrien Agreste.
— Claude Dupain. — exclamó, recorriéndolo de pies a cabeza. — Mi padre trabaja para ti, ¿no?
— S-sí, quiero decir, para mi padre... — Ambos muchachos se quedaron mirando lo suficiente como para que la incomodidad del rubio aumentara. Por su lado, Claude mantenía su mirada fija en él, con una peculiar desconfianza en sus azules y profundos ojos.
— ¡Adrien, ven aquí! — llamó Tom desde el interior pero el rubio apenas se movió hasta que Claude por fin se hizo a un lado.
— Adelante. — Sentenció dejándole por fin el paso libre.
La sala del hogar era bastante pintoresca, y el muchacho no pudo evitar pensar que le hubiese gustado crecer en un lugar así, tan familiar y acogedor.
— Ven a ver esto. — Dijo Tom desde su lugar en la pequeña mesa que se extendía en una cocina tipo americana.
— ¿Qué es...? — No alcanzó a terminar su frase antes de quedar sin palabras por la peculiar fotografía que aquel hombre le extendía; en ella, Adrien podía apreciar a una mujer cargando a una pequeña niña de coletas y cabello negro, con unos ojos azules gigantescos y el rastro de apenas un par de pecas, que a pesar de la mala calidad y la antigüedad de la pieza, podían destinguirse a la perfección.
— ¿Marinette? — Susurró incrédulo. — ¿Tu hija también se llamaba Marinette? ¿No es así? — El hombre asintió nuevamente y Adrien enmudeció.
— Creo que es demasiada coincidencia. — Habló Claude a sus espaldas. — Papá, ¿realmente crees que esta chica y mi hermana pueden ser la misma persona?
Tom abrió la boca para soltar su punto de vista, sin embargo Adrien se le adelantó. — Estoy seguro. — Declaró con la convicción en su tono.
No, no podía ser solo una gran coincidencia, todo calzaba de forma perfecta. — Pero qué pequeño es el mundo... — Pensó encantado con la pequeña que deslumbraba sus ojos, imaginando cuán hermoso sería el bebé que algún día pensaba tener con Marinette.
— Llévate esta fotografía y enséñasela. — Rogó el hombre depositando el objeto en la palma del chico.
Adrien asintió, Tom le agradeció con una mirada y Claude lo imitó.
§
Habían pasado dos días desde la última vez que Marinette y él cruzaron palabras, Adrien tenía bien contadas las horas y por cada segundo extra, la ansiedad aumentaba, incitándolo a caminar de una esquina a otra.
Apretó el puente de su nariz una vez más antes de que la llamada lo mandara al buzón de Marinette una vez más. Fue cuando decidió tomar su chaqueta y salir el mismo en busca de la chica. Pero entonces su teléfono sonó.
Por fin, luego de dieciocho llamadas perdidas, la chica se había atrevido a devolverle una.
Se lanzó al aparato que yacía sobre la mesa y en cuanto contestó, clamó por oír la voz que tanta paz le transmitía. — ¡Marinette! — Habló con la desesperación impregnada en cada letra. — Marinette... ¿Dónde estás?
— Aquí Marinette... — Río la chica con la voz tambaleante. — ¿Con quién tengo el gusssto?
— Ya basta de juegos... ¿donde estás?
— ¿Y a ti qué te imporrrta? — Dijo y Adrien supo que algo no andaba bien.— Ve a pasar la notche con cualquiera de tus putasss, ni siquiera me importa. — El chico quedó sin palabras. Persiguiendo las pistas que vagamente podía oír al otro lado de la línea y entonces el sonido de un claxon se hizo presente. — ¡APRENDE A COMDUCIR, IDIOTA! — Gritó.
— ¡¿Estas conduciendo?! — Pudo imaginar como Marinette estaría rodando los ojos en ese momento.
— Tal vez... — Dijo arrogante.
— ¡¿EBRIA?!
— No esss para tanto, mucho más fácil de lo que Marinette imaginó. —
— Marinette, escúchame. Aparca en algún sitio y yo iré por ti ¿está bien?
— No puedo aparcar en medio de la calle, bombón
— ¡Incluso si es en medio de la calle! ¡No me importa!
— Para empezar, bájame dos tonitos, ¿Quieresss? — Oyó el gruñido de Adrien fuerte y claro. — Y segundo, ya estoy llegando.
— ¿Llegando? — Pero entonces la llamada se cortó de forma abrupta al mismo tiempo que un gran estruendo se oía desde la avenida.
Adrien corrió hacia la ventana, temeroso de encontrar lo que creía había producido tal sonido y su corazón se detuvo al ver el automóvil de Marinette estrellado contra una de las farolas que iluminaban la calle.
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Los dejé sin capítulo de nuevo un mes:))))) no sé como me siguen leyendo, soy un asssco 😭😭😭
los amo, son lo más lindo de la vida ❤️❤️❤️❤️
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