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22

Los días pasaron más rápido de lo que ambos hubieran preferido.

Ladybug se encargó personalmente de comunicarse con el hombre detrás de su insomnio, le había puesto una y mil excusas para faltar al lanzamiento de la nueva temporada, pero lamentablemente Gabriel terminó por darle un ultimátum. — Si no estás presente, el consejo se negará a mostrar tus diseños. Sabes como funciona esto, Marinette. — Las palabras del hombre habían intentado ser comprensivas, pero para la chica no eran más que basura.

Decidió meditar, idear un plan que no arriesgara su identidad y sobre todo, su especie de relación con Adrien.

Por su parte, el rubio pasó su semana de la forma más calmada posible, quería evitar los nervios antes de la muestra y para su suerte, Marinette y sus mimos lograban distraerlo lo suficiente.

Ambos se estaban acercando cada vez más, la confianza pasó a ser completa por parte del rubio y Marinette luchaba por reprimir aquella voz en su interior que, descontrolada, gritaba la verdad; ella había caído completamente enamorada de Adrien Agreste. Incluso aquel miedo de perderlo quedaba completamente en segundo plano al escucharlo gemir su nombre junto a un millar de palabras cariñosas.

Ella lo quería todo y sabía que él se lo daría gustoso.

El menor de los Agreste se sentía inusualmente feliz. Amaba recostarse sobre el regazo de la azabache mientras sus delgados dedos hacían estragos en su piel, amaba embriagarse con su peculiar aroma que detonaba una pureza increíble, amaba cuando lo llenaba de elogios dignos de un príncipe y es que ella lo hacía sentirse como uno.

Adrien estaba seguro de que si moría e iba al cielo, aquel lugar sería muy parecido a los brazos de Marinette y a pesar de que entre ambos no había nada formal, sentían mucha más dicha que con cualquiera de sus parejas a lo largo de sus cortas vidas.

Aquella calma fue duradera en el interior de Adrien, concretamente hasta el día en que se dió la lista oficial de los diseños escogidos para la pasarela, decidiendo irrumpir en la oficina de Gabriel al enterarse de que la muestra gozaba casi en su totalidad de las prendas diseñadas por Ladybug y solo una de las que él había enviado.

Toda la confianza que Marinette había construido y aquel pequeño ego que había logrado formar se desmoronó al instante, dando paso a la irremediable tristeza.

Colérico, golpeó exactamente tres veces antes de oír la voz de Gabriel autorizándolo a entrar y por fin abrió la puerta encontrándose con su padre pensativo frente a él gran escritorio. — ¿Necesitas algo? — Adrien lo observó sopesando durante un momento y finalmente negó. ¿Qué caso tenía pedir explicaciones? Él mejor que nadie sabía que los mejores lugares, por alguna extraña razón, siempre estaban reservados para Ladybug.

Dado al vaso vacío que reposaba sobre la superficie y la botella de whiskey a su lado, el rubio dio por hecho que no se encontraba en sus cinco sentidos. Quizás extraer información en ese estado no sería una pérdida de tiempo. — ¿Estás bebiendo?

Gabriel sonrió ante la interrogante que parecía ser más que obvia, suspiró algo agotado el divisar a Adrien aún inmóvil. — Acércate. — Dijo tomándolo por sorpresa.

El Chico obedeció cauteloso, notando como las manos de su padre temblaban entre palabras.

— ¿Pasa algo? — Preguntó preocupado y Gabriel asintió.

— Solo ven y siéntate, ¿quieres? — El chico calló de inmediato cualquier habladuría de su parte, obedeciendo de manera instantánea a su progenitor. — ¿Sabes qué día es mañana? — Adrien asintió.

— Ha estado en mi mente toda la semana, papá.

— ¿Eres consciente de las cosas que se vienen? — El rubio volvió a asentir mientras Gabriel suspiraba conforme.

— Los críticos pueden ser algo rudos, pero estoy seguro de que mi pequeña parte en esta colección les fascinará. — Explicó ayudándose con sus manos, algo resentido y el mayor soltó un gruñido en respuesta.

Se levantó haciendo resonar su histérico andar por la amplia sala.

— No hablo de los críticos. — Dijo dándole la espalda.

— ¿No? ¿Entonces de quién? — Y en cuanto terminó de formular la pregunta su propia cabeza se hizo una idea de la respuesta. — ¿Ladybug? — cuestionó confundido, pero pero la respuesta nunca llegó. — No lo entiendo, ¿Por qué tanta obsesión en que nos conozcamos? ¿Por qué eres tan devoto a ella?

— Adrien... — Interrumpió en voz alta.

— Papá, por primera vez en mi vida te pido honestidad. — Dijo de corazón, rogando por una idea de lo que realmente significaba la misteriosa chica dentro de sus vidas. — Quiero saber quién es Ladybug.

Los ojos del mayor se cerraron pesarosos. Aquel no era su tema favorito, mucho menos uno que puedas hablar de manera tan amplía con tu propio hijo, pero su cabeza daba vueltas y sintió algo de lastima por el que debería ser el verdadero heredero de su fortuna.

Quizás, solo quizás un poco de verdad no haría daño y ese peso sobre sus hombros por fin se disiparía. — Hay algo que tengo la necesidad de confesarte, algo con lo que llevo cargando hace veinticinco años y creo que tienes el derecho de saber.

— Pues hazlo. — Rogó el chico al encontrar un ápice de confianza por parte de su padre. — Necesito respuestas.

El de canas decidió voltear, encarando lo que ya parecía casi inevitable. — Tú madre y yo, siempre tuvimos claro que su embarazo jamás fue seguro. — Comenzó frotando sus manos a pesar de que el frío no existía dentro de la oficina. — Tanto ella como yo estábamos al tanto de que solo uno de los dos pasaría el parto y resultaste ser tú.

— ¿Estás intentando decir que por eso me odias? ¿Por qué maté a mamá?

— ¡Claro que no, Adrien! — Elevó su voz respecto a la del chico, con una tristeza monumental presente en su mirar. — Eras solo un bebé indefenso y tú madre una mujer que deseaba con todas sus fuerzas verte vivo.

— No sé a donde quieres llegar con todo esto...

— Solo déjame continuar, por favor. — Cubrió sus ojos con una de sus palmas, lidiando con el pesar que sentía su corazón. Adrien asintió. — Tres meses antes de que nacieras, Emilie me dijo algo que jamás esperé oír de sus labios... — Adrien levantó una ceja, curioso de la anécdota que su padre parecía ocultar. — Me pidió que me buscara otra mujer, me rogó que volviera a enamorarme, que formara una nueva familia aún sabiendo ella lo era todo para mi. — Una gota resbaló por la mejilla del mayor y Adrien estaba a punto de soltar muchas más.

Gabriel recordaba esas palabras con precisión; — Quiero que me prometas que serás capaz de amar a otra mujer. — Apretó los dientes cuando, firmes, resonaron en su cabeza, puesto que fueron las mismas las que lo llevaron a cometer una locura tras otra, desatando a largo plazo una serie de eventos en su vida.

— ¿Lo hiciste? — Inquirió Adrien. — ¿Buscaste a otra mujer?

Gabriel asintió.

— El problema es que lo hice ese mismo día. — Los
ojos de su hijo se abrieron grandes, tan sorprendidos como inconformes. Gabriel sonrió al encontrar la misma decepción de la mirada de su difunta esposa en su propio hijo. — Yo estaba tan enfadado por el maldito consejo, había bebido una copa dentro de mi despacho y salí hacia un bar cercano en busca de más. — Para entonces, Gabriel ya no podía aguantar y dejó que las lágrimas corrieran libremente. — Llegué a un bar y bebí, bebí como nunca antes lo había hecho... — Frotó su barbilla, intentando recordar parte de lo sucedido aquella noche. — Había una mujer, me pareció tan hermosa y yo... — Alcanzó a decir antes de que el menor lo interrumpiera.

— ¿Engañaste a mamá? — Preguntó entre dientes, apretando sus puños con ira. Cualquier pisca de respeto hacia su progenitor se había esfumado, toda esa fachada inquebrantable caía al suelo, tal como la máscara que ocultaba al hombre herido por los años.

— Adrien, yo... — Gabriel intentó calmar la situación, para él no quedaba otra opción que la verdad y no tenía la menor idea del porque seguía retrasando lo inevitable.

— Respóndeme, ¿engañaste a mamá? — Está vez su tono de voz se elevó de golpe.

Él miró hacia los lados, como si buscara una salida de tan frustrante situación. Pero finalmente sus ojos volvieron a su hijo, abriendo los labios con lentitud para dar la respuesta esperada. — Sí. — Dijo tomando su pañuelo de bolsillo y limpiando las lágrimas que intentaba retener con todo su ser.

El silencio predominó entre ambos durante unos segundos, la respiración de Adrien era pesada y en su rostro abundaba el desconcierto. Gabriel lo supo en ese instante, su propio hijo comenzaba a odiarlo.

— ¡No puedo creerlo! ¡Ella estaba embarazada! — Explotó dentro de un grito ahogado.

— Lo siento, lo siento tanto... — Cayó a su silla, descasando su cabeza sobre la palma de sus manos, procurando evitar la furiosa mirada de su hijo en todo momento.

— Esta historia aún no termina, ¿no es así? —. Gabriel asintió. — Continua, quiero oír lo imbécil que fuiste. — De pronto los papeles se habían invertido.

— Esa mujer y yo tuvimos un encuentro en el bar. — Cerró sus ojos cuando todas las fechorías cometidas vinieron a su mente. — Luego esos encuentros pasaron a hoteles, todo a espaldas de tu madre. — Intentó beber un poco de su copa, quizás la amargura del licor sería mejor que el de sus propias palabras. — Simplemente nos divertíamos y luego mi chofer se encargaba de que llegara a casa.

— Mientras tú borrabas la evidencia, ¿No? — Gabriel asintió cabizbajo. — Eres increíble. — Dijo mientras negaba. — ¿Mi madre lo descubrió?

— No, cuando la mujer supo que tenía una esposa se encargó ella misma de terminar con todo nuestro teatro.

— ¿No la volviste a ver? ¿Acaso ella es Ladybug? — Gabriel negó con rapidez.

— No, ella no es Ladybug.

— No lo entiendo. — El tono de su voz expresaba la confusión de acuerdo al tema, parecía que no llegaban a ningún lado y que aquella historia tan sólo era algo que Gabriel quería liberar después de tantos años.

El mayor recorrió a Adrien con la mirada, rogando por que alguna vez pudiera perdonarlo por todas las estupideces que había cometido y las que seguía cometiendo día tras día.

Y en ese preciso instante tuvo claro que era el momento para decirle la verdad

— Años después, sucedió la boda de tu primo Felix. — Adrien arrugó la frente intentando que las memorias acudieran a su cabeza, para su suerte aún conservaba escasos recuerdos del evento. — La divisé entre el público, recuerdo que llevaba un vestido que yo mismo había diseñado, sentaba muy bien en ella. — Sonrió entre lamentos cuando una pizca de alegría lo iluminó. —. Y... sujeta a su mano había una pequeña niña de tu misma edad.

— Ladybug.

— Así es.

— Espera, si tiene mi edad, significa que... — Apretó el puente de su nariz cuando el pronunciar la palabra se le hizo imposible. — No me digas que... — La voz se quedó en su garganta, era demasiado para Adrien, tantos sentimientos chocando en su interior, colisionando en busca de una respuesta certera a la interrogante que aquejaba su vivir.

Pero de pronto, Gabriel habló. Dando paso a la verdad más irracional.

— Ella es tu hermana Adrien. — El menor dejó de respirar, su boca se secó y parecía que ninguna palabra era la adecuada para la situación. — O por lo menos, hay una alta posibilidad de que así sea.

Adrien no aguantó mucho más en aquel cómodo sillón aterciopelado. Se levantó brusco, negando a la vez que suspiraba con pesadez. — Eso quiere decir que no estás seguro, no te has hecho siquiera una prueba. — Gabriel negó. — ¿Ella lo sabe?

— No, ella no sabe nada al respecto.

— ¿Y ahora qué? ¿Acaso pretendes que hable con Ladybug para convencerla de que te quiera?

— Solo necesito que se lleven bien...

— ¿Y qué tal si no quiero?

— ¿Qué sucede contigo? ¿Desde cuando me hablas así?

— Desde que me di cuenta de cuán mal hombre eres. — Sus nudillos estaban blancos de tantos apretar los puños, estaba enfadado, tan enfadado como nunca en su vida. Por fin comprendía la razón de la preferencia de su padre. Por fin entendía porque él estaba siempre en segundo plano. — Aún no puedo creer que intenté buscar tu aprobación siendo que siempre la preferiste a ella sobre mi.

— Adrien, eso no es cierto...

— ¡¿Entonces por qué ella tiene casi la mitad de la empresa y yo solo recibí una mísera parte hace meses?!

— No lo entenderías, le pertenece.

— ¿Por qué más a ella que a mi?

— Adrien basta... — Rogó, cubriendo su vista.

— ¿Quieres que pare? ¡Pues voy a parar! ¡Quédate con tu maldita hija!

— ¡Cállate! — Gritó ya sin opciones.

— ¡¿ENTONCES POR QUÉ?!

— ¡PORQUE SU MADRE MURIÓ Y FUE MI CULPA!— Las palabras salieron en un grito, desgarrando su garganta que vacilaba entre el nudo y los jadeos presentes en el llanto y durante un minuto, Adrien no supo decir.

Gabriel cayó a su silla nuevamente, sollozado una vez más, retiró sus lentes y talló sus ojos en busca de limpiar cualquier rastro de debilidad.

No había verdad más clara que esa, no había otra realidad.

La muerte de Sabine había estado ligada a él de manera directa, ella le había advertido de su miedo, le había comunicado de sus inquietudes.

Pero tan egoísta como sólo Agreste podía ser, decidió ignorarla.

— ¿Mu- murió? — Titubeó temeroso. — ¿La mataste?

Los ojos de Gabriel se abrieron con descontento. — Puedo ser muchas cosas, Adrien. Pero un asesino jamás.

Adrien elevó una ceja. — N-no lo entiendo...

— Las cosas pasaron de una forma tan extraña... tan rápida. — Su voz estaba quebrada. Adrien pocas veces la había oído así y lo asustaba.

— ¿Cómo? — Se atrevió a preguntar. — ¿Cómo murió?

El de canas tomó el aire suficiente para darse ánimos. Sabía que hablar sobre el fatídico hecho ocurrido años atrás sería un golpe fuerte para su tan desgarrado corazón, pero era algo que debía afrontar tarde o temprano.

El tic tac del reloj fue el único sonido que predominó en el ambiente durante unos cuantos segundos, precisamente hasta que el mayor se dignó a hablar. — Un tiempo después de la boda, ella y yo comenzamos a frecuentarnos. — Adrien no pudo evitarlo, pero ante esa frase una minúscula felicidad lo embargó al saber que quizás su padre pudo haber encontrado un nuevo amor. — A pesar de tener que criar a una niña sola, se había vuelto una mujer bastante exitosa. — Volvió a alcanzar el vaso de licor y esta vez Adrien no se molestó y dejó que bebiera de aquel brebaje que parecía sanar momentáneamente las heridas. — Tenía una empresa textil muy famosa... Por obvias razones decidimos unir nuestras propiedades, así Gabriel's tendría una fábrica directa de telares de excelente calidad y ella recibiría ostentosas remuneraciones por sus servicios.

— Supongo que sus servicios no sólo se limitaban a la producción de telas. — Gabriel sonrió melancólico.

— Supones bien. — Soltó. — Ella y yo manteníamos una relación informal. — Adrien suspiró agotado. — Cierto día irrumpió en mi oficina exaltada, en su mano llevaba unas especies de cartas que había encontrado en la ventana del cuarto de su hija. — Gabriel abrió una de las gavetas donde aún guardaba aquellos viejos trozos de papel, solo para recordarse cuán ingenuo fue y no cometer el mismo error dos veces. — Esta es una parte de una de ellas. — Dijo, entregándole a Adrien un trozo de papel partido por la mitad.

El chico la leyó en silencio, abriendo sus ojos despavoridos al percatarse del fuerte lenguaje que poseía el escrito.

Desde palabras bárbaras para referirse al sexo hasta detalles explícitos de las acciones. Lo que parecía ser una carta de amor, no era más que una repugnante y aterradora insinuación.

Cubrió su boca abrumado por el mensaje. — ¿Ignoraste esto? — Preguntó incrédulo.

Gabriel asintió con sus ojos cristalizados. — ¿Sabes cuál es la peor parte? — Adrien lo observó expectante. — Esas cartas ni siquiera iban dirigidas hacia ella, eran directamente para su hija.

— ¡¿Estás diciéndome que algún enfermo le dedicó esta mierda a una niña de tan solo doce años?! — Gabriel asintió. — ¡¿Y NO HICISTE NADA?!

Enfurecido dejó el papel sobre la madera del escritorio siendo incapaz de verlo por más tiempo, era enfermizo e irracional. En su rubia cabeza no cabía la posibilidad de que alguien estuviera tan loco como para pensar de tal forma, sobre todo cuando el remitente se refería a él mismo como "príncipe azul" firmando al final de esta con aquel sucio seudónimo.

— Ese día estaba a minutos de una conferencia, ella pidió de mi ayuda, la policía no estaba de su lado por falta de pruebas y aquellas cartas no parecían ser suficientes... yo estaba realmente ocupado ese día, le pedí que volviera mañana, recuerdo que una llamada llegó después y me vi obligado a salir de la oficina. — Bebió un poco más, creyendo que el líquido quitaría ese molesto nudo en su garganta. — La deje allí, Adrien. Aún cuando rogó que la ayudara, la deje allí, seguro de que la vería al día siguiente. — Pasó la mano por su cabello, recordando como hacía doce años era Sabine la que cumplía tan simple función, volviéndola una caricia sumamente gentil. — Pero esa misma noche ella desapareció.

Adrien abrió la boca con intenciones de decir algo, pero nada salió además de un vago "lo siento" en forma de compasión en su mirada.

— Un mes y casi tres semanas después, encontraron su cuerpo a las orillas del sena. — Dijo ya sin botar ninguna lágrima. — Había recibido un golpe en la cabeza, no dos, ni tres. Solo un golpe certero que le quitó la vida.

— Entonces... Entonces es por eso que la mitad de Gabriel's es de su propiedad... Digo, de la de Ladybug. — La palabras se atropellaban, era demasiada información para su cerebro, demasiados sentimientos encontrados. — ¿Por qué no creció junto a mi? ¿Donde estuvo todo este tiempo?

— Una de las amigas de su madre se encargó de ella, yo no podía cuidarla, no podía verla sin sentirme culpable. Siempre he querido creer que a la distancia la cuidaría mejor. — Adrien dejó sus verdes fijos sobre él, inseguro sobre qué hacer a continuación. Pero entonces pensó en lo maravilloso que hubiese sido crecer junto a una hermana y no en la soledad que se vio dentro de su adolescencia, pensó en las posibilidades de tener una compañera de sangre, una que lo comprendiera y lo apoyara.

Mi hermana. — La frase iluminó su mente y una sonrisa se dibujó en sus labios. Lo decidió casi de inmediato.

Gabriel no era más que un hombre atormentado por el pasado, un pasado del que él no era parte, pero la situación daba pie a un futuro nuevo y brillante, un futuro en familia.

Se levantó en dirección a su padre y extendió su mano, ofreciéndosela cordial. Gabriel lo imitó, quedando a su misma altura, notando que su hijo que casi tan alto como él. — Dejemos el pasado en el pasado, papá. — Dijo Adrien antes de estrecharlo entre sus brazos. — Ella aún puede conocer a su familia, ¿verdad?

Gabriel se sintió bastante extraño al principio, no era que no le agradara el contacto humano, pero dado a sus últimos años de soledad, ya había olvidado la última vez que Adrien y él compartieron un momento padre e hijo.

— ¿En qué momento creciste tanto? — Susurró antes de corresponder a su abrazo. — Gracias. — Dijo de corazón. — Su verdadero nombre es...

— No. — Sentenció Adrien. — Quiero que ella me lo diga, ya verás. Haré que confíe en mi.

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