17
Su cabello se meció siguiendo al viento justo cuando sus ojos recorrieron al hombre de pies a cabeza. Estaba vestido tan formal y pulcro como Adrien, todo su traje relucía, todo a excepción de sus rodillas cubiertas de lodo. Marinette dedujo que había estado arreglando las flores, aunque se le hacía extraño que ensuciara su costosa vestimenta por algo tan banal como un arreglo floral.
En su mano izquierda mantenía sujeta una pequeña regadera perteneciente al recinto y en la derecha un exótico puro. — Gabriel. — Dijo tan neutral como pudo en forma de saludo y este asintió correspondiéndole.
— No esperaba encontrarte aquí este año. — Exclamó él acercándose a la tumba, Marinette por su lado retrocedió inconsciente de sus acciones. — Creí que ya no la visitabas.
— Vengo todos los años. — Sentenció firme, sin apartar sus ojos repletos de odio, como si sus palabras fueran dirigidas hacia el lider del ejército enemigo.
— Deberías llamarme. — Dijo regando las flores con cuidado, atento a cómo cada gota se impregnaba sobre las delgadas hojas y pétalos. — Es mucho más doloroso hacer estas cosas solo, ¿Sabes? — Su voz sonaba cálida. Pero tan lastimera como temía.
— Estoy bien. — Fue lo único que salió desde los labios de Marinette y el mayor soltó un suspiro resignado.
Aquella chica de cabello tan negro como la fría noche siempre se había comportado arisca con él. Fue precisamente en ese punto cuando se lo preguntó; ¿cómo sería el trato de la azabache después de descubrir las cosas que había hecho por ella?
No se trataban de grandes esfuerzos. Más bien eran simples temas relacionados con el dinero, mismo que le sobraba.
Aquellas "ayudas" iban desde pagar sus estudios hasta darle una constante mensualidad a Anarka para que llevara a cabo el cuidado de la pequeña huérfana de tan solo doce años. Pasando por regalos en diversas festividades e incluso atenciones médicas.
Después de todo había responsabilidad sobre sus hombros. O por lo menos, así era como lo sentía Gabriel.
La observó quieta frente a la tumba, como si no pudiera mover ni un solo hueso producto del frío, pero en realidad lo que hacía temblar a Marinette era la presencia del mayor de los Agreste. — ¿Podrías darme las rosas? — Pidió amable, extendiéndole su mano, con una sonrisa que esperaba, se contagiara a la chica.
Ella obedeció y como si Gabriel estuviera infectado de algo sumamente contagioso, evitó el contacto casi soltando el ramo en el aire.
El hombre se inclinó, arrodillándose otra vez y una a una fue dejando las rosas en el lugar correcto, creando así una hermosa composición junto al arreglo que él mismo había traído.
Gabriel era un gran diseñador y aunque la chica lo odiara deseaba algún día alcanzar la magnificencia visual que él lograba en cada uno de sus trabajos. — Por cierto... — Habló con sus ojos atentos a la obra. — Gracias por contemplar a Adrien dentro de la próxima colección. — Habló sincero.
— Es un buen chico. — Declaró siguiendo cada uno de los movimientos del de canas, desde que dejó el suelo, hasta que su espalda estuvo perfectamente recta otra vez.
— Tienes razón, un buen chico y no tengo la menor idea de quién lo heredó. — Musitó levantando su mirada hasta el cielo.
— Su madre debió ser una gran mujer. — Agregó con los azules perdidos en la lodosa superficie.
— No te imaginas, Adrien es idéntico a ella en todo sentido. — Esbozó una sonrisa cuando su mente lo transportó a diversos recuerdos, algunos tan agradables como otros algo dolorosos. — Para nosotros, los padres, es casi un regalo que nuestros hijos se parezcan a su madre... Por lo menos para mi lo es. — Rascó la parte trasera de su cuello, al igual como Adrien lo hacía. Marinette jugó con sus dedos nerviosa, queriendo salir corriendo de ese lugar. No estaba para nada cómoda. Sin embargo algo la impulsaba a quedarse, sentía que las palabras del hombre frente a ella eran sumamente importantes. — Como si aún estuvieran aquí, cuidando de mi cada día. — Susurró aquella frase y dio una calada rápida, sopesando en sí soltar lo que su mente le gritaba cada vez que el pasado se materializaba. — Agradezco tener a Adrien para recordar a Emilie, así como agradezco tenerte a ti para recordar a Sabine. — La observó directamente a los ojos, esperando una reacción, algo que le diera indicios sobre lo que pasaba por la misteriosa cabeza azabache.
Marinette sostuvo sus azules durante finitos segundos, analizando la frase que acababa de oír. — ¿Acaso acaba de insinuar que...? — Se mordió el labio con un cúmulo de dudas en su interior. La mirada de Gabriel combatía con la de ella, como si realmente esperara algo, algo que ella no le daría jamás. — Creo que debería marcharme, se me hace tarde. — Dijo concentrándose en su móvil. — No, nuestro azul no es el mismo... ¿Verdad? — Pensó. — Que estupidez. — Se mofó de las propias locuras que su mente le hacía imaginar. — Solo estás malinterpretando las cosas, tonta. — Y aferrándose a aquello, hizo el esfuerzo de repetirlo hasta que la idea se incrustó en su cabeza.
— ¿Quieres que te lleve? — Gabriel comenzó a caminar hasta su posición y ella de inmediato retrocedió.
— No hace falta. — Exclamó apresurada. — Nos vemos. — Dijo entre dientes, haciendo un sobre esfuerzo por borrar las palabras de Gabriel. Estaba segura que tarde o temprano lo lograría.
El hombre la observó alejarse, hasta que la perdió de vista entre la arboleda. Apagó el puro contra la suela de su zapato, leyendo una y otra vez el epitafio que él mismo había declarado para Sabine, preguntándole directamente a su esencia si es que Marinette podría quererlo como un padre alguna vez.
Incluso si las sospechas en su cabeza terminaban por superar a la realidad.
— Lo siento, Sabine. — Susurró tirando de su cabello mientras sus ojos se cristalizaban involuntarios. Estaba arrepentido, demasiado arrepentido de todo lo que su egoísmo había provocado una y otra vez. — Lo siento tanto. — Repitió las palabras que ya casi se le hacían tradición.
Dejó que una lágrima escapara, solo una.
§
Adrien deseó con todas sus fuerzas que la lluvia comenzara a caer de nuevo, incluso se quedó mirando al cielo por más de cinco minutos a través de la ventana, orando por qué alguna que otra gota cayera sobre Paris, puesto que de ser así, otra vez tendría una excusa para pasar la noche junto a la azabache.
Más las nubes seguían en su posición, tan oscuras y repletas de agua, tentando la suerte del rubio, abriendo esa posibilidad y cerrándola al instante cuando un pequeño rayo de sol se colaba entre ellas.
Rascó la parte trasera de su cuello y movió su cabeza a los lados, logrando que algunas vértebras sonaran por la incómoda posición en la que había estado la mayoría de la jornada.
Comenzó a mecerse sobre su silla. La ansiedad por la salida lo consumía, quería ver a Marinette con todas sus fuerzas y aún necesitaba pasar a su propio departamento por una ducha.
Volvió a mirar su reloj por décima vez en esos cinco minutos, percatándose de que por fin había llegado su tan ansiado horario de salida.
Se levantó de un salto y guardando sus pertenencias se aproximó a la puerta.
Cerró su oficina con una sonrisa en el rostro y corrió por el pasillo, lamentablemente se vio obligado a descender la velocidad al percatarse de que las miradas de los demás trabajadores comenzaban a posarse sobre él, pero aún así no dejaba esa actitud tan segura que si mismo.
No era su culpa, es solo que aveces olvidaba esa imagen de chico perfecto, la misma que estaba obligado a mantener.
Justo a punto de salir del edificio tuvo la dicha de encontrarse con su padre. El mismísimo Gabriel Agreste entraba a su propio edificio con inquietud. — ¿Adrien? ¿Ya te vas? — Inquirió mientras se quitaba la chaqueta que llevaba y la entregaba con cautela a Nathalie.
Su voz estaba tan grave como siempre, pero en ella había algo diferente, algo que el chico identificó como una pizca de preocupación o incluso cariño.
— Sí... — Respondió marcando su salida junto a su huella dactilar en aquel aparato tan sofisticado que Gabriel's había adquirido meses atrás. — Ya es hora. — Observó a su progenitor de pies a cabeza, extrañado por verlo fuera de su oficina. — ¿Dónde estabas? Tus rodillas están sucias. — Señaló mientras se pasaba la americana por los hombros.
El mayor se tensó, observó los ojos de su asistente, buscando una salida y al no encontrarla, dirigió su atención al suelo. — Yo... — Mencionó masajeando sus sienes. — Fui al cementerio. — Pasó su poco arrugada mano por el pantalón en un vago intento de quitar la suciedad.
— Pero el aniversario de mamá no es sino en dentro de dos meses. — Exclamó elevando una ceja, siempre había sido curioso por la actitud de Gabriel en aquellas fechas.
— Lo sé, solo visité a un viejo amigo, es todo. — Respondió evasivo, cortando la conversación y caminando con rapidez hasta el elevador.
— ¿Un amigo? — Preguntó confundido, ¿su padre había tenido amigos alguna vez?
Dejó de caminar al oírlo. Adrien comenzaba a irritarlo con aquella inoportuna interrogación.— ¿Estás cuestionándome? — No se molestó en voltear, simplemente lanzó una mirada intimidante por sobre su hombro.
— No. — Fue todo lo que salió desde la boca del menor, no tenía ganas de comenzar una discusión con su padre, no en ese momento.
— Entonces ten un buen día. — Tras decir esto, siguió su camino con Nathalie a sus espaldas.
El rubio le restó importancia y volvió a recuperar aquella actitud rebosante de felicidad. — ¡Nos vemos! — Gritó antes de salir del edificio y su padre se obligó a reprimir una sonrisa antes de que las puertas se cerraran.
— Idéntico a Emilie. — Pensó en un suspiro ahogado.
§
El rubio subió a su departamento inquieto. La ducha que tomó, a pesar de ser corta, también resultó ser bastante refrescante.
Identificó algo de ropa casual y se sorprendió al ver cuan difícil era conseguir combinar algo que no fuera un traje hecho a la medida de su cuerpo.
Se le hacía extraño, era diseñador pero al momento de escoger las prendas adecuadas, resultaba ser un desastre.
Se observó en el espejo diversas veces, en diferentes poses y situaciones, recordando sus años como modelo. Una época con la que realmente no estaba muy contento.
Decidió tomar un Taxi hasta el departamento de la azabache, últimamente temía que su chofer renunciara por cuan molesto comenzaba a ser.
Al llegar, tomó uno de los cinco elevadores en el lado sur del edificio y presionó la última planta sin siquiera registrarse en recepción.
A medida que subía más aumentaba la emoción por ver esos azules una vez más, por abrazarla, por besarla y diferentes cosas que jamás diría en voz alta.
Las puertas se abrieron y lo primero que llegó a sus oídos fue el fuerte sonido que venía desde detrás de la única puerta en esa especie de recibidor. — ¿Ese es Jaged Stone? — Se preguntó con una sonrisa puesta en su rostro.
Él no tenía ni la menor idea de que Marinette era esa clase de chica, aparentaba tantas cosas y por dentro era totalmente distinta, tan impredecible.
Estaba a punto de tocar el timbre cuando las puertas de uno de los elevadores a su espalda se abrieron. — ¿Tú? — Hablo la morena. — ¿Se puede saber que rayos haces aquí? — Preguntó en un tono amenazante.
— Alya. — Saludó y la sonrisa de felicidad cambió a una de puro nerviosismo.— ¿Co-cómo estás? —
— ¿Por qué no le preguntas eso a la policia? ¿Eh, acosador? — Apuntó amenazante a quien ella veía como un extraño.
— Alya...
— ¡¿Como descubriste donde vivía?! ¿la seguiste? — Tocó el pecho del chico con su índice, presionando con fuerza con claras intenciones de dañarlo con su afilada uña.
— ¡¿Qué?! ¿Quién crees que soy? ¿Qué clase de imagen tienes de mi? — Estaba herido, si la que parecía la mejor amiga de Marinette no lo aceptaba entonces no le quedaría más opción que entrar a molestas discusiones. — Para tu información, fue ella la que me trajo aquí. — Se cruzó de brazos desviando la mirada de la intimidación por parte de Alya.
— ¿Ella fue la que te trajo? — Adrien asintió aún con la guardia en alto. — Supongo que era inevitable.
— ¿Qué es lo que era inevitable? — Curioseó Marinette, quien salía del elevador cargada con bolsas en las manos.
Alya la observó y se encaminó hacia ella para ayudar. El rubio la imitó. — Que te acostaras con Adrien. — Soltó burlesca.
— Oh, sí. — Se encogió de hombros despreocupada y dirigió su mirada a los verdes del chico. — Tiene razón. — Dijo con suficiencia.
— N-no lo digan así... — Se cubrió el rostro avergonzado y Marinette se maravilló con ese gesto, le fascinaba como con simples palabras podía elevar todos los colores en el rostro del rubio.
De pronto Alya cayó en cuenta de la fuerte música que resonaba en el interior del departamento. — Marinette... — Comenzó a hablar con la incertidumbre presente en su rostro. — Si tú estás aquí.... ¿entonces de quién es la música? — Ella analizó las plabras de su amiga y no tardó más de cinco segundos en retirar las llaves con la intención de abrir la puerta de su propia casa.
— ¡Espera! — Exclamó Adrien alterado, sujetándola desde uno de sus hombros. — ¿Qué tal si es un ladrón o un secuestrador? o peor aún, ¡Un asesino! — La chica elevó una ceja, sus labios se torcieron en una mueca y con delicadeza apartó la mano del rubio.
Se giró nuevamente y su rostro cambió a uno sumamente enfadado, cabreandose cada vez más a medida que la cerradura se abría.
No era un ladrón, tampoco un secuestrador y mucho menos un asesino.
Tenía claro quién había profanado su propio hogar sin ningún tipo de permiso, no era la primera vez y sabía que había llegado el momento de ponerle un alto a cada una de las libertades que cierta persona aún creía tener.
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Gracias por leer! De verdad quería hacer un maratón de 3 capítulos, como algunos de ustedes me lo pidieron 😭 pero entré en exámenes y todo ha sido horrible <\3 lamento fallarles ;; tal vez en un futuro pueda con algo así, pero por el momento se me es imposible 😭😭😭 lo siento!
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