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Epílogo.

Caminó por las calles de Italia admirando el paisaje, su andar no era desapercibido por los lugareños, una mujer alta de cabello rubio, ojos azules y segura de si misma no era precisamente alguien que ignorar, menos si la mujer en cuestión era la mismísima Natalia Arlovskaya, la famosa bailarina y modelo bielorrusa.

La rubia entró a un café para descansar y beber algo, el calor no era algo que a ella le agradara. Se sentó en la mesa más retirada del local y allí se quedó, revisando su móvil.

— ¿Ivan me llamó? —se preguntó al ver las llamadas perdidas de su hermano mayor. Luego lo llamaría de vuelta.

Una joven le dejó en menú sobre la mesa y desapareció entre las mesas. Natalia la tomó con cuidado y comenzó a leer, los precios variaban llegando a su algunos bastantes bajos y otro exageradamente altos.

— ¿Puedo tomar su orden? —le preguntó la voz de un hombre. Levantó la vista topándose con unos ojos pardos que hace años no veía.

Se quedaron mirando por eternos segundos, por sus mentes pasaron todas aquellas escenas desde que se conocieron hasta que se separaron, las peleas, las alegrías, los llantos, la risas y hasta las cosas más íntimas que compartieron. La rubia desvió la mirada hacía la carta, sentía su corazón latir con fuerza y sus mejillas comenzaron arder.

— Que me recomienda —contestó sin mirarle y con la voz firme, algo carasterístico de ella.

— Una agradable charla con el mozo mas guapo del local —dijo Lovino reciviendo una mirada de la mujer—. Con jugo natural y pastel.

Rió— Eres todo un caso, pero supongo que aceptaré.

El italiano se retiró y luego de unos minutos regresó con dos vasos con jugo y dos trozos de pastel, ya no tenía el traje del café si no ropa casual, se sentó frente ella, dejando la bandeja sobre la mesa.

— ¿No tienes que trabajar? —le preguntó Natalia tomando un vaso.

— Sí, pero tengo horario libre. Ventajas de ser el jefe —le guiño un ojo.

— ¿Eres el jefe? Pensé que estabas trabajando aquí al fracasar tu sueño como diseñador de modas.

— Tu y tu fe sobre mi —ríe y bebe un poco del líquido—. De todos modos los uniformes los diseñé yo, pero finalmente decidí invertir el prestamo en esto que un taller de costura, es mas rentable y entretenido.

— Tu pensando en que algo sea entretenido, has cambiado en estos ultimos diez años en que no nos hemos visto.

— Sí, y tu eres famosa algo que yo creí que odiabas.

— Y lo hago, pero ya no hay vuelta atrás. Cuando una cámara te atrapa con fuerza es díficil escapar, ya me resigné.

La conversación continuo con fluidez entre pequeñas risas y nostalgicos recuerdos interrumpida escazas veces por algunos fans de Natalia y pequeñas consultas de los empleados de Lovino. Ni cuenta se dieron cuando el cielo se tiñó de naranjo pasando directamente al anochecer y hora de cerrar.

— Te voy a dejar a tu hotel —le ofreció Lovino luego de cerrar y caminar hasta el estacionamiento donde tenía su auto lógicamente de marca italiana y buen modelo—. No puedo permitir que una mujer vague por las calles de Italia a altas horas de la noche —Le abre la puerta del copiloto y hace un gesto exagerado indicando que se suba—. Bella.

Natalia hizo una reverencia igual de exageranda e ironica que el otro y se subio y posicionó como si de una educada y refinada princesa se tratase. Lovino cerró la puerta y se dio la vuelta para subir junto a ella en el asiento del conductor, con la misma delicadeza e ironía juguetona.

— La llevaré hasta su hotel alteza —. Dijo encendiendo el motor y saliendo del lugar para unirse a la montonera de autos que andaban por la calle.

— Prefiero que no. Suele estar lleno de periodistas y si me ven contigo comenzaran a especular y no te dejan dormir. Mejor vamos a otro lado... O me dejas a unas cuadras y yo voy caminando.

— De ninguna manera te voy a dejar sola. Mujer estamos en sector de mafiosos, y no de los decentes — replicó Lovino—. Por último te quedas en mi casa, tengo un cuarto para visitas, y un poco de compañia no me vendría mal, me volveré loco viviendo solo con el gato.

— Como dijas... ¿Tienes un gato?

— Bueno, es de la vecina. Pero pasa más en mi departamento que en el de su dueña, así que es como si fuera mio.

— Ya veo... Yo tengo una gata, ahora la está cuidando mi hermana, su hija adora los gatos.

— Vaya... ¿Y como es? Al final nunca la conocí.

— En personalidad es una mezcla de mi hermana y Sadiq —sacó su móvil buscando fotos de su sobrina, era cierto, habían terminado antes del parto de su hermana mayor—. Es una muchacha adorable.

(...)

Entraron en el departamento, el cual era del tamaño necesario para una sola persona, no obstante la decoración era cuidadosamente escogida, el sillón combinaba con la cortina, el mantel de la mesa con la alfombra, los muebles eran del mismo color contrastante con las murallas y un par de cuadros que daban armonia a todo.

— No me esperaba menos de ti Lovino —comentó Natalia dejando su bolso sobre el sillón y sentándose en el mismo—. Quizas seas un buen decorador de interiores.

— Yo no hice nada, fue Romeo quien lo decoró y ayudó a comprar todo.

Lovino se sentó a su lado, y encendió el televisor cambio los canales bajo la mirada atenta de la rubia, suspiro frustrado al ver nada que valiese la pena dejar y la apagó. Se levantó y puso la radio, nada, finalmente se rindió y colocó un cd que hace años no escuchaba. Ajena a eso la mirada de Natalia se detuvo en un florero posicionado en una esquina el cual contenía un ramo de rosas blancas.

— Si la belleza fuera un instante. Tu serías la eternidad.

La voz de Lovino resonó en su mente y el cuerpo de Natalia se estremeció al sentir las manos del otro sobre sus brazos descubiertos.

— Natalia, han pasado diez putos años pero no he logrado olvidarte, todo el día pienso en ti y me atormenta la decisión que tomamos, yo no te quería dejar ir... Maldición —Lovino abrazó el cuerpo ajeno y apoyó su cabeza en el hombro de la otra—. Odio como me haces sentir... Tan vivo, y a la vez tan muerto.

— ¿Que cosas dices? Fuiste tu el que termino conmigo.

— Lo sé, mierda, ¡lo sé! Pero no quería, tenía miedo a que no resultara. Yo me vine a Italia y al tiempo tu te fuiste a Rusia, y tenía miedo que lo nuestro se desgastara por la distacia, no quería perderte de a poco.

— Yo me fui a Rusia porque tu no estabas... —susurró Natalia dándonse la vuelta para ver al castaño—. Soy obseciva con lo que amo. Y si estoy aquí nos por casualidad, yo vine a aquí con el objetivo claro de encontrarte y lo he hecho millones de veces solo que tu no te has dado cuenta —le tomó las mejillas y lo miró—. Porque tu eres mio. Y de nadie más.

Lovino sonrió, ya estaba acostumbrado a lo posesiva que era Natalia y adoraba eso, el sentirse poseido, el hecho de tener alguien que lo deseará. Apartó las manos ajenas y besó los labios de la otra, con lujuria, pasión casi desesperación. En ese momento nada mas importó, solo importaba el sentirse, el tocarse, el amarse.

FIN.

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