Capítulo VI. Verdad.
°-Natalia-°
Entré al departamento lo más rápido que pude y me apoye en la puerta de entrada, el corazón me latía más que nunca he inconscientemente me llevé una mano a mis labios, aún desconectada por haber besado la mejilla de Lovino.
Me dejé caer lentamente hasta quedar sentada en el suelo.
Incluso yo tengo sentimientos puros e inocentes.
— Nat, al fin llegas estaba preocupada... ¿estás bien? —Yeketerina se acercó a mí y me sonrió—. ¿Sucedió algo bueno? Hace tiempo no te veía sonreír así.
La miré a los ojos y me reí suavemente. Estoy segura que no sonreía de verdad desde que me dijieron que era adoptada, desde que nos mudamos aquí tras el fallecimiento de nuestros padres. Imposible que un simple gesto impensado me hiciera sonreír, que hiciera que me sintiera realmente yo y no una imagen de lo que obligaba hacer.
— Supongo —respondí—. ¿Es eso posible?
Me acarició el cabello y asintió.
— Se supone que me gusta Ivan pero...
— Pero desde hace un tiempo llegas más feliz de lo normal —agregó ayudándome a levantarme—. Natalia... Hay alguien que te está haciendo feliz.
Nos sentamos en el sofá y ella insistió en que le contará que le pasó y en qué se me fue la tarde por qué Ivan había llegado sólo y supuestamente habíamos idos juntos a comprar unas cosas. Le conté todo sin interrupciones.
— Pensaba que le habías dado una oportunidad a Toris, pero al parecer es otro el te está moviendo el piso —Dijo.
— No lo digas así, me avergüenza.
Sonó el teléfono que conecta con la recepción, mi hermana se levantó a contestar, luego de intercambiar unas palabras con el conserje dejó el teléfono en dónde corresponde y volvió a sentarse a mi lado, me observó con un sonrisa.
— ¿Qué?
— Ivan está en su habitación —dijo, la miré curiosa—. No has preguntado por él como era de costumbre, ese tal Lovino parece que te tiene la mente lejos de Ivan.
Y no sabes cuánto lo detesto.
El timbre sonó y Yeka me hizo un gesto para que fuera a abrir yo. Me levanté con desgana y abrí, me topé con el conserje con tres rosas blanca y una nota entre ella.
— Señorita... ¿Natalia Arlovskaya? —dijo leyendo un papel, asentí—. Un joven las dejó para usted.
Tomé las rosas y el señor se retiró, cerré la puerta y tome la nota.
"Cuando regresaba, en la esquina vi una floristería, vi las rosas y no pude evitar comprar algunas para ti.
No sé si las cuidaras o las botarás como has hecho con la anteriores, pero me siento mejor sabiendo que por lo menos las recibirás.
Una rosa por la pureza.
La otra por la inocencia.
Y la última por el beso.
Lovino Vargas".
No pude evitar sonreír, ese tipo en un necio gastador.
— ¿Quién te envío esas rosas? —preguntó Yeka viéndolas.
— El imbécil de Vargas —respondí dejándolas sobre la mesa.
— Las pondré en agua y las dejaré en tu habitación.
— ¿Por qué en la mía? Quedatelas, no las quiero.
— Son tuyas, y estás mintiendo. Te gustan las rosas blanca.
Me volví a sentar en el sofá y encendí el televisor ignorando lo que hacía Yeketerina.
— ¿Esas rosas? —preguntó Ivan. Es extraño no sentí el impulso de abrazarlo.
— Se las mandó un tal Lovino a Natalia. ¿No son hermosas? Ese chico en verdad parece gustar de Nat.
Fruncí el seño.
— Ese chico es conocido por ser un mujeriego. Le gusta jugar con las chicas —dijo Ivan y sentí su mirada sobre mí —. No deberías aceptar estas cosas.
— ¿Te importa? —le pregunté mirándolo, no me sentía atraída por sus ojos violetas, el corazón no me latía como antes, en ese pequeño instante me di cuanta que cada vez que me acercaba a Ivan me sentía obligada conmigo misma, me estaba obligando a sentir algo que nunca existió—. Yo puedo hacer lo que quiera con mi vida, nunca te había importado quién me coqueteara.
— Él está jugando contigo.
— ¿Y tú que sabes? Quizás en verdad sienta algo por mí —dije, esa era una de las cosas más tontas que había dicho en mi vida.
— Por que yo le estoy pagando para que lo haga, porque quería que te alejarás de mi, ya me tenías cansando con tus estúpidas insistencias. Lovino es demasiado avaricioso, aceptó de inmediato, a él no le importan tus sentimientos sólo el dinero que le estoy dando para que me dejes en paz.
Nos quedamos en silencio, no podía ser real, Ivan no podía estar diciendo la verdad, él no era capaz.
— ¿Que?...
— Lo lamento Natalia. Pero me tenías aburrido, y la única forma que se me ocurría para que te alejarás de mí era...
— ¡Callate!, no quiero escucharte más.
Sin mirar a ninguno de los dos me dirigí a mi habitación, mis lágrimas caían solas. Me había decepcionado de Ivan, no puedo creer que hace solo un mes era capaz de morir por él cuando él lo único que hacía era querer que me alejara y lo logró pero de una manera que me destruye el doble.
— ¿En verdad pensaba que Lovino hacía eso por voluntad propia? —me pregunté en voz alta. Que patética soy.
(...)
Entré en el salón y me encontré con Lovino el cuál yacía dormido sobre su mesa, suspire, era algo bastante extraño ya que él suele ser uno de los últimos en llegar y ahora era el primero. Dejé mis cosas en mi puesto y me quedé mirándolo una punzada mental me hizo querer golpearlo pero en vez de eso me levanté y salí corriendo a dónde sea que me llevaran mis pies.
Terminé sentada bajo un árbol ocultando mi rostro entre mis manos e intentado reprimir mis lágrimas inútilmente, me sentía tan patética.
— ¿Natalia? —sentí la voz de Toris llamándome—. ¿Qué sucedió?
— No te importa.
— Natalia, por favor dime.
Suspire y le di rienda suelta a mi lengua.
— Soy patética —dije finalizado mi relato.
— No lo eres Natalia, tú eres una chica fantástica tienes una personalidad que muchas chicas envidian, eres guapa e inteligente, lo único que pasó es que Ivan no era la persona que creías, no era quién aparentaba... y Lovino... bueno él no a cambiado en nada. Ellos son los que no ven la belleza que eres por dentro, Ivan el que no apreció a la mujer que tenía a su lado.
Miré mis manos y sonreí levemente.
— Toris... tú siempre apreciaste quién era yo. Pero te mereces a alguien mejor yo, soy igual a Ivan, no aprecio a quién está a mi lado, te mereces a alguien que te quiera de verdad y lamento informarte que yo no logro sentir nada por ti, lo más que podemos llegar a ser es ser amigos.
El lituano sonrió tristemente. Me dolía decirle eso pero lamentablemente mis sentimientos amorosos no estaban dando vueltas en el aire, estaban parados en el estúpido que todos los días me daba rosas blancas.
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