—¡Te digo la verdad, Rebel, se inundó mi cuarto!

—Yo creo que esas flores tienen droga.

—Eso no fue droga, mi mamá me regañó porque pensó que había estado jugando con el agua del baño y ella no estuvo en el jardín, así que yo no aluciné nada, ella lo vio todo.

—¿Qué hacen? —Veo venir a Salvador a la puerta de mi casa, se mantiene sonriente y luego observa de mala manera a Rebel—. Últimamente pasas mucho tiempo con mi prometida, espero que no te estés pasando de tu tiempo al día.

El morocho sonríe y le contesta:

—Tranquilo, principito, que no soy el único que se salta algunas reglas.

Me sobresalto.

¿Rebel sabe de mis encuentros prohibidos con Salvador? Qué vergüenza.

Mi prometido sonríe con suficiencia.

—No puedes probar nada, sin contar que meterías a Inocencia en problemas y tú no quieres eso.

—Ay, no se peleen —digo nerviosa.

Salvador toma mis manos.

—Tranquila, cariño, es una charla amistosa, cuido de nuestro amigo. —Mira su reloj de mano—. Ya deberías irte. —Me rodea con su brazo mientras le advierte a Rebel.

El morocho bufa molesto, pero de igual manera se retira.

—¿Por qué lo tratas así? —consulto indignada.

—Ya no es parte de nuestra comunidad, además es evidente que quiere algo contigo.

—¿Algo? —Ladeo la cabeza, confundida—. ¿Qué cosa?

Me toca la nariz un momento y me sonríe alegre.

—Me encanta tu nombre —tira una indirecta.

Frunzo el ceño.

—Dime —insisto.

—Le gustas —contesta.

—¡¿A Rebel?! —Me sorprendo—. ¡¿Pero si somos como hermanos?! —Me lo pienso—. ¿No estarás celoso y ya?

—¿Yo? ¿Celoso? ¿De un insurrecto? Por favor, no me insultes así. —Se acomoda la corbata—. No me llega ni a los talones.

Sonrío y me río.

—Yo creo que sí.

Bueno, una mañana tranquila, a ver qué me depara de nuevo la noche.