14 PÉTALOS
Me quiere
Caminamos hasta llegar a un parque y pensé que pasaríamos la mañana allí, pero te acercaste a una moto y me dijiste que subiera. No sabía que tenías moto. Yo no había montado nunca en una, pero si tú confiabas en mí para responder a mis preguntas, yo confiaría en ti y montaría contigo en la moto.
Me aferré con fuerza a tu cintura, tal vez por miedo o tal vez para sentirme más cerca de ti, y cerré los ojos durante el trayecto. Cuando los abrí, frente a mí había un prado de margaritas (muy parecido al prado en el que estoy ahora deshojando esta margarita). Ni siquiera me enteré de que habíamos salido de la ciudad; estando a tu lado perdía la noción del espacio y el tiempo.
Cogiste mi mano y me llevaste bajo la sombra de un árbol. Allí nos sentamos y yo me comencé a plantear qué pregunta hacerte en primer lugar: alguna de las que ya te hice, como la de la herida de tu sien, u otras que no habían salido de mi boca, como por qué me habías besado. Decidí empezar por la primera.
Me respondiste que te habías golpeado con el pico de la puerta de un armario de la cocina. No me pareció muy creíble, pero en ese momento no quise presionarte, estabas abriéndote a mí y me bastaba con eso.
Te pregunté más cosas, que ahora veo como tonterías pero en aquel entonces debían tener una gran importancia, y tú también me preguntaste a mí. En especial, sobre mis padres, mi infancia...
Durante un silencio, arrancaste una margarita y empezaste a deshojarla. Al terminar, me miraste y dijiste que la flor había dicho que yo te quería. No mentía y así te lo hice saber. Te dije que te quería.
Te sentaste más cerca de mí y me diste una margarita para que yo también la deshojara. Quité el primer pétalo y tú cogiste mi rostro y me besaste. No me esperaba eso, pero sonreí y seguí quitándole pétalos a la flor.
Un pétalo. Un beso. Una sonrisa en mis labios que aparecía también en los tuyos. Otro pétalo. Otro beso. Otra sonrisa. Nunca me había sentido tan feliz y tú parecías compartir mi felicidad.
Sin darme cuenta, ya había arrancado casi todos los pétalos de la margarita. Solo quedaba uno, el que me diría lo que sentías por mí. Me preguntaste si era un «me quiere» o un «no me quiere», porque no habías prestado mucha atención.
Te respondí que la margarita había dicho que me querías. Tú no dijiste nada, pero sonreíste de nuevo y me besaste otra vez.
Comenzaba a perder la cuenta de nuestros besos y, por primera vez, me alegré de ser un desastre en matemáticas.
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