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10 PÉTALOS

Me quiere

Me sentía muy mal, pues no entendía por qué eras así conmigo. ¿Qué te había hecho para que no quisieras estar conmigo? Porque yo sí quería estar a tu lado, a pesar de cómo actuabas, quería estar contigo. ¿Por qué quería estar contigo?

Eso andaba pensando aquella noche cuando oí una voz que decía mi nombre.

Tu voz.

Abrí la ventana y apareciste frente a mí. Te pregunté qué hacías allí a esas horas y también te pregunté por qué te habías ido antes sin decir nada. En lugar de responder, tú me preguntaste si podías entrar a mi habitación.

Debías haber perdido la razón; mis padres podrían descubrirte aquí y no quería ni imaginar qué pasaría si eso llegaba a suceder.

Yo también debí perder la cordura, porque te dejé entrar.

Querías estar conmigo, parecías necesitarlo. Para mí eso fue suficiente, porque yo también quería y necesitaba estar contigo, aunque no sabía por qué.

***

Te miraba mientras dormías. Tú cabeza apoyada en mi almohada, tu respiración calmada y tu cabello enmarcando tu rostro. Me atreví a acariciar tu pelo, ya que sabía que no osaría hacerlo en otra ocasión en la que no estuvieras durmiendo.

Aparté un mechón que cubría parte de tu frente y, al colocarlo tras tu oreja, descubrí una herida en tu sien, muy cerca de tu ojo.

¿Qué te había pasado?

¿Cómo recibiste ese golpe?

Un montón de preguntas se agolparon en mi mente y me propuse planteartelas a la mañana siguiente. Recé para que respondieras a ellas y no hicieras lo mismo que con el resto de preguntas que te había formulado.

Pero mientras no llegó la mañana, disfruté el poder dormir a tu lado. Sucumbí al sueño con una sonrisa en mis labios.

***

Me desperté con los primeros rayos de sol. Te vi a mi lado y deseé con todas mis fuerzas no tener que acabar con este momento tan mágico. Pero tenía que hacerlo o corríamos el riesgo de que mis padres nos pillaran.

Te desperté y esa sonrisa adormilada que apareció en tus labios hizo que esa mañana pareciera más brillante que ninguna otra.

Antes de que salieras por la ventana, te pregunté por la herida de tu sien. Noté que te tensaste y supe que, al igual que con el resto de las preguntas que te había hecho, no ibas a responder.

Me enfadé contigo y te grité. Te dije que me molestaba muchísimo que no respondieras a mis preguntas, porque eso significaba que no confiabas en mí y que no era importante para ti; y, si eso era así, tú dejarías de ser importante para mí y no volvería a hablarte ni a intentar acercarme a ti.

Sí, estallé y, después de ese estallido, con un hilo de voz te dije que quería respuestas, que necesitaba respuestas para las preguntas que te hice.

Me miraste por unos segundos y temí que te fueras sin decir nada. Pero eso no pasó. Cogiste aire y empezaste a hablar.

Naciste el primer día de primavera.

No tenías hermanos.

Tu color favorito era el rojo.

Te gustaba la música clásica; te apasionaba Beethoven, sobre todo Para Elisa.

No sabías tocar ningún instrumento, pero querías aprender a tocar el piano.

No leías mucho porque no tenías suficiente tiempo para ello, pero preferías las novelas de misterio a las románticas, aunque habías leído varias de ese último género.

Odiabas el sabor del café, pero te gustaba su olor. En lo que a bebidas calientes se refería, tu favorita era el chocolate caliente, con dos malvaviscos.

Te gustaban todos los postres caseros, en especial las galletas y los bizcochos, pero no podías ni ver las magdalenas. No dijiste por qué.

Y muchas cosas más que ahora no recuerdo.

Al principio no entendí nada, pero en seguida caí en la cuenta de que eran las respuestas a las preguntas que te hice aquel día en que me acompañaste a casa desde el instituto.

No lo podía creer, ¡estabas respondiendo a mis preguntas!

Mi di cuenta de que pretendías marcharte y quise detenerte, pues aún no me habías explicado nada sobre tu herida. Me interrumpiste y me dijiste que no preguntara más o se me pondría cara de signo de interrogación.

Antes de que pudiera decir nada más, cogiste mi rostro con tus manos y cubriste mis labios con los tuyos en un dulce y fugaz beso que provocó que aparecieran mariposas en mi estómago. Pero no mariposas normales, no. Eran mariposas del tamaño de una jodida ballena azul sufriendo un ataque epiléptico como poco, porque lo que sentí con ese beso no podría ser calificado como normal.

Te fuiste sin decir nada más y yo me quedé pensando en lo que acababa de pasar.

Nunca esperé que mi primer beso fuera así, ni tampoco pensé que serías tú quien me lo daría... pero así fue.

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