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━━━Pétalos caídos

Capítulo uno

La suave ventisca es suficiente para que las hojas comiencen a caer, acaricia el rostro con gracia y mese el cabello en gesto consolador, parece el abrazo de un ser querido. El otoño es un arquitecto en robar suspiros, cubre las espaldas de las repentinas lluvias que ocultan las lágrimas de un amor perdido, la despedida de un amigo, el dolor de la muerte y el abandono de un padre.

Con toda la tranquilidad de alguien que no tiene más que perder, Mi-suk camina bajo la lluvia buscando su nuevo rincón, un lugar tan olvidado como algún pequeño libro de la biblia. Sonríe con la lengua fuera, dejando que esas gotas contaminadas sacien su sed de venganza, se ha rendido, no puede estar al nivel de aquel ser al que alguna vez admiró como un padre. Solo lleva una caja de cartón que está pronta a destruirse, no tiene nada, su zona de confort ha sido usurpada.

Con unas cuántas monedas y un par de billetes en el bolsillo que no son suficientes ni para un estudiante de secundaria, camina poco a poco entre los escondrijos de la zona pobre, pensando en que algún techo debería estar desocupado para pasar la noche. A pesar de toda la calamidad de su vida, no estaba triste, se había esforzado por cumplir con los estándares; si eso no era suficiente para Logan Gracie, pues bien que podría irse al demonio.

El olor de un cigarro inundó sus fosas nasales y lo saboreó, la nicotina había sido su compañera desde que se había trasladado a Seúl, el aire estaba tan contaminado en la capital que era mejor tener tu propia nube apestosa alrededor. La luz naranja brillaba entre las espesas gotas, el cabello de Mi-suk se sentía más pesado que de costumbre y pensó, que si en esa pequeña esquina entraba una persona, podrían ser dos.

Dos pasos fuertes salpicaron en aquella polera ensangrentada, pero ni así subió la vista; él estaba realmente adolorido, pero la ira ya era pasado.

—¿Habrá espacio para alguien más?

Su voz salió entrecortada por el frío, pero no perdió el toque juguetón.

—Si así deseas —la respuesta fue queda, vacía, sin ningún atisbo de interés.

Mi-suk sintió curiosidad, se sentó junto a aquel cabizbajo rapado sin tomarle importancia a su desastroso atuendo y las manchas de sangre, en ese momento parecía totalmente inofensivo, y el miedo ya no era algo que ella tuviera. Dejó la caja fuera del pequeño techo, cabían dos, pero no tres.

El silencio no era incómodo, a ninguno de los dos le importaba el otro. Para Mi-suk el temblor llegó de manera inevitable, había estado por una hora bajo el espontáneo aguacero que desbordaba las calles de la ciudad de oro, y su acompañante lo notó.

—¿No deberías ir a casa a pesar de la lluvia? Te dará hipotermia.

Comentó apagando la colilla de su cigarro y encendiendo otro, el humo se mezclaba de manera hermosa con la pequeña niebla del piso. La pelinegra rió, por lo menos daba impresión de que tenía un hogar.

—Si tuviera por lo menos un trozo de techo que pudiera llamar mío, hasta te diría a ti sin conocerte que fuéramos a escampar.

Mi-suk asomó un poco el rostro y bebió nuevas gotas de lluvia. Aquella confesión había sido suficiente para que él le diera un vistazo.

Pantalón deportivo, camiseta de tirantes y unas converses viejas; el sostén negro se marcaba a través de la húmeda blusa, admiró él. Sacó otro cigarrillo y se lo ofreció, a pesar de que la mirada oscura de la recién llegada era sublime, atisbó una pequeña alegría por su regalo, como si fuera una golosina. Sacó su encendedor y mientras le ofrecía fuego a esos mojados labios, por fin ambos hicieron contacto visual.

Es extraño cuando sientes un apretón en el corazón, parece que estuviera a punto de sucederte algo importante, pero es como un pellizco de advertencia, de que sí sigues allí, tu órgano más importante podría romperse.

Ambos lo experimentaron por algunos segundos, pero así como hizo presencia, desapareció tras la estela del humo.

Los golpes en el rostro de aquel posible gamberro le hacían ver más atractivo bajo la oportuna luz del farol de la esquina. Una gota de sangre que luchaba con secarse marcaba todo el perfil izquierdo de él desde el final de la ceja, un moretón púrpura surcaba su mejilla derecha y su labio inferior estaba partido en dos, parecía doloroso, dolorosamente atractivo, pensó Mi-suk.

—¿Quieres ir conmigo? —la pregunta salió antes de que lo pensara, él no debía tomar esas decisiones así, pero ¿realmente ahora eso importaba?

—¿Debo darte algo a cambio?

El tono salió algo amargo de la boca femenina, no quería tener que acostarse con alguien solo por un rincón para quedarse, pero era consciente de que nada era gratis en la vida.

Él hizo un suave ruido de intriga.

—Quizás ayudar a mi hermana a limpiar un espacio para que puedas descansar —aquellas palabras fueron tan pausadas, él lo comentó de manera pensativa.

Ella le observó, no era ninguna tonta,. Aquel hombre era quizás de su edad y a pesar de todo su look, no tenía ni una vibra de malicia. Mi-suk se volvió a preguntar: ¿qué tengo que perder?

Nada, ella no tenía nada.

Asintió sonriendo y se levantó, las gotas aún caían fuerte a su alrededor. Extendió una mano y esperó hasta ser aceptada. Cuando él la sostuvo con firmeza y se estaba levantando a su altura, Mi-suk lo acercó con una repentina mirada de turbación.

—Si intentas hacerme daño, te mataré. —susurró de forma fría y espeluznante, pero el amenazado no se inmutó.

—No tengo intenciones de lastimarte, pero si no quieres ir, puedes quedarte con este cuchitril.

Se elevó con firmeza y seriedad, dejando en evidencia sus 1,83 metros de altura. Era intimidante, pero no lo suficiente para una ex peleadora de la MMA.

Él comenzó a caminar sin importarle el clima, la colina era resbaladiza pero parecía clavado al cemento. Mi-suk tomó su caja y trotó detrás, después de todo le habían ofrecido un lugar gratis para dormir.

El agua bajaba con fuerza mientras más subían, la basura chocaba con sus pies; él iba mirando el piso con interés, y ella miraba esa ancha espalda con curiosidad. Rstaba casi segura de que él era un peleador callejero, sin embargo, su rostro le era meramente familiar, pero no sabía de dónde, después de todo ella no era alguien que tuviera amigos ni redes sociales.

Él se detuvo de golpe y subió unas cortas escaleras hacia la segunda planta de una casa, varias máquinas deportivas en el porche confirmaban que era alguien entrenado, así que existía la posibilidad de estar en guardia durante la noche. Una llave resonó entre el ruido de la tormenta y antes de que fuera introducida al cerrojo, Mi-suk se apegó al cuerpo del más grande.

Aunque estaría atenta, él no había hecho más que ofrecer ayuda, así que debía retribuirle.

—Ayudaré a tu hermana, pero también atenderé tus heridas como agradecimiento.

Algunas gotas luchaban con introducirse en los ojos de ella, así que pestañaba más de lo normal, él lo malinterpretó como si Mi-suk estuviera nerviosa.

Lanzó un suspiro.

—No hay necesidad, y no tengas miedo, de verdad no te haré daño.

Abrió la puerta y el sonido de una televisión hizo presencia.

—Espera...

Ella le tomó de la camisa de vestir arruinada. Él se giró impasible, tan calmo como el mar durante la marea baja.

—¿Cuál es tu nombre?

El ruido de unos pasos hacia ellos incrementó a velocidad.

—Han, Han Wangguk.

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