━━━Capítulo tres.
No lo aceptarían nunca en voz alta frente a nadie, pero aquella noche lloraron a mares, mordiendo sus labios para ahogar los sollozos luego de contarse sus historias. Fue algo más que compasión por el otro, fue apoyo.
Dos almas completamente destruidas y agotadas de fingir que todo está bien, que todo irá bien.
Con los ojos rojos e hinchados Mi-suk cosió las heridas del rostro y la cabeza de Wanguk, se miraban bajo la luz artificial con un brillo de complot, sorprendidos de lo que la lluvia les había traído a la vida.
El sol se asomó por el ventanal de la casa y posó en sus rostros demacrados con gracia; ellos seguían sentados uno frente al otro mirándose con melancolía, había sido la noche más íntima y única de sus vidas.
Los autos y motos comenzaron a escucharse en la distancia, la llovizna fue exorcizada por el cantar de las aves y Wangguk decidió hacer el desayuno antes de que por fin fueran a dormir. Él terminó dándole un espacio en su propia habitación a Mi-suk, pues Gyeoul había cerrado con seguro el suyo.
El cansancio no les permitió sentir nervios de compartir cuarto. Wangguk como un caballero le cedió la cama a la pelinegra, pero esta caracterizada por su falta de pudor, jaló con los ojos cerrados del sueño al más alto a la cama.
—Solo durmamos aquí los dos —fue lo único que dijo antes de quedarse dormida.
Wangguk la miró por un instante, admiró su belleza y suspiró, aquella mujer de 1,75 le había dado consuelo y paz. Había escuchado su historia con atención y no juzgó ni le acusó hasta con lo más vil de sus actos, solo tenían horas de conocerse pero él estaba apreciando su estancia.
Y aún escuchando su leve llanto como una epifanía por lo que le había pasado, cerró los ojos pensando en si la idea que tenía en mente sería aceptada por Gyeoul.
Se levantó despacio recordando cada palabra proferida por Wangguk, estaba sola en la cama con un dolor de cabeza por haber estado llorando como niñata, había llegado a la conclusión de que esos dos hermanos solo necesitaban a alguien que los apoyara.
Mi-suk esa mañana deseó ser esa persona.
Abrió la puerta con cuidado, al no ver a nadie fue al baño y se aseó un poco, colocándose su ropa y lavando las prestadas. A pesar de toda la compasión mostrada por los hermanos Han, ella sabía que debía irse.
Había una cosa que el progenitor de Mi-suk le había enseñado muy bien: es fácil estorbar en un lugar al que no perteneces.
Mientras se miraba al espejo se preguntaba si por lo menos Moonsung se extrañaría de no ver a su madrugadora contrincante limpiando el piso en el que entrenaría. Mi-suk tenía una rutina tan arraigada al cuerpo que se sentía rara con ella misma, la rutina lo es todo, otro de los proverbios de su progenitor.
La casa estaba vacía y en silencio, limpió algunas cosas de la cocina pero tuvo miedo de desechar algo que para Gyeoul fuera importante. Así que se acercó a su caja que aún continuaba cerca de la puerta y la tomó. El sol la recibió en su máximo esplendor, asumió que serían las 11:00 a. m y cuando bajó la vista del cielo, el saco de boxeo la atrajo como abeja a la miel.
Estaba sumiso y obediente en la esquina del porche, quizás esperando a su dueño. Mi-suk pensó que si no había nadie en casa, no habría nada de malo en probar el saco solo un poco. Se acercó dejando sus pertenencias en el piso, se sostuvo el cabello en lo alto y respiró profundo.
El fitboxing ahora es una moda, pero es entrenamiento básico del boxeo, mientras más rápido y eficiente lo hagas, acabarás con tu oponente en un pestañeo a la hora de pelear.
Esquivo, golpeo, esquivo, golpeo, si tu cuerpo no puede ir a la velocidad de tus pies ¿qué coño estás haciendo? Proverbios 12:3 de su progenitor.
Perfeccionó su postura e hizo sus movimientos con los ojos cerrados, estaba acostumbrada a aquello.
Más rápido, más rápido, más rápido.
Aquella mezquina voz solo atormentaba su cabeza, siempre le decían qué hacer, era momento de mandarlos a callarse, que se fueran a la mierda, porque a pesar de todo su esfuerzo le habían dejado atrás.
La fuerza aumentó por el rencor en su corazón.
La pelea es sagrada, chiquilla, puedes vencer a tus contrincantes pero no es suficiente, te he observado todo este tiempo y no eres suficiente para que yo te siga entrenando Mi-suk.
Un grito rompió el momento, su mano había traspasado con fuerza el viejo cuero del saco, y la arena se estaba escapando.
—¿Qué crees que estás haciendo, eh?
La amenazante voz de Gyeoul le espantó, había sido descubierta.
Ambos hermanos la miraban desde las escaleras. Wangguk estaba estoico y Gyeoul parecía apunto de lanzarse encima de ella. Mi-suk se dió cuenta de su error y tapó con sus manos el hueco que había hecho, miró al cielo con ganas de llorar, el poco dinero que tenía no alcanzaba para un saco nuevo.
—¡Lo siento! Es mi culpa —les miró arrepentida.
Wangguk entró a la casa sin decir nada y Gyeoul se le acercó con el ceño fruncido, llevaban unas bolsas, así que supuso habían ido de compras. La pelirosa le tomó de la oreja.
—Oye Mi-suk, con ese comportamiento como esperas que acepte el pedido de mi hermano, eres una gamberra, eh ¿quieres pelear? Dímelo —parecía querer amenazarle, pero para Mi-suk, Gyeoul no era más que una pequeña que necesitaba abrazos, por más ruda que quisiera parecer.
—Lo pagaré, yo les compraré uno nuevo.
Gyeoul rió.
—No tienes ni donde caer mu...
Una mano grande la empujó fuera de escena, Wangguk hizo presencia con un parche y cinta adhesiva.
—No seas grosera, no digas cosas que no quieres decir —le reprendió con seriedad.
Mi-suk no pudo contener su risa, era la primera vez que Wangguk parecía corregirle como hermano mayor. No había terminado de sentir alivio cuando aquellos ojos rojizos se impusieron frente a ella. Él le miró sin expresión, era intimidante.
—Lo siento.
Mi-suk bajó el rostro con arrepentimiento, no sabía si él estaba molesto, era muy estoico con sus expresiones.
—Solo es un saco de boxeo, no es la primera vez que se rompe —Wangguk descolgó el saco sin esfuerzo y lo acostó para colocar el parche.
Mi-suk se miró algunos hematomas que estaban surgiendo en sus nudillos, pero no le dolía, era la costumbre de la rutina. A esa hora ya era para tener la boca partida de un puñetazo.
Gyeoul se sentó frente a ellos con un puchero, se sentía como mal tercio por primera vez. Pensó en lo que Wangguk le había dicho, y la verdad no quería compartir espacio con nadie, solo quería a su hermano, pero todo lo que habían estado viviendo las últimas semanas le estaba cambiando, Hobin le estaba cambiando. Debía dejar de ser tan egoísta.
Ella escuchó como la conversación fluyó en el aire, esos dos parecían niños.
—No creo que 8 mil won alcancen para un saco nuevo, pero podría...
—No debes pagar nada, solo es una bolsa con arena.
El saco ya estaba siendo guindando otra vez, como si nada.
—Pero no tenía derecho a romperlo, es de ustedes —dijo la pelinegra.
—Debes aprender a medir tu fuerza, Oh Mi-suk.
La aludida bajó la cabeza recibiendo el regaño, estaba acostumbrada. Gyeoul sonrió, era gracioso.
—Es mi culpa.
—Mira tus puños, pudiste haberte lastimado.
Wangguk le tomó las manos con cuidado negando con la cabeza.
—Lo siento.
—¿Cómo es que ibas a sobrevivir en la calle si no sabes cuidarte sola?
La pelinegra se soltó nerviosa y agarró su caja, Gyeoul frunció el ceño confundida mirando la escena.
—No me subestimes, sí puedo cuidarme sola, esto solo fue un descuido —el viento sopló con suavidad y mecio el cabello de ellas—. En algún momento lo pagaré, lo prometo.
Comenzó a caminar hacia las escaleras pero Wangguk le agarró la mano otra vez.
—¿A dónde vas?
Gyeoul se puso de pie y se acercó curiosa a la caja que Mi-suk llevaba en brazos.
La luchadora pensó que fuera sido más sencillo haberse ido antes de encontrarse con ellos, no era buena despidiéndose.
—Gracias por dejarme dormir aquí, es tiempo de que me vaya.
Han Wangguk abrió los ojos como si fuera recibido un puñetazo, tenía planes, pero Mi-suk los estaba destrozando sin saber. Miró a su hermana que revisaba la caja de la pelinegra en silencio, esta sacó una foto que ni Mi-suk sabía que estaba allí, era ella sonriendo ensangrentada levantando el título del año pasado, parecía triste, aunque había ganado.
A pesar de que seguro había peleado con todo su poder, parecía una persona indefensa, vulnerable con esa sonrisa falsa.
La más pequeña suspiró.
—Quédate —susurró Gyeoul—. Queremos que te quedes aquí con nosotros, tenemos espacio, solo debemos trabajar porque dinero es lo que a ninguno de los tres nos sobra, pero si estamos juntos...
Subió el rostro con una mirada brillante, pero nunca aceptaría que tenía ganas de llorar.
—Si estamos juntos podemos seguir avanzando, yo las cuidaré —apoyó Wangguk colocando una mano en el hombro de su hermana.
Mi-suk no sabía qué decir, nunca le habían pedido que se quedara en ningún lugar, siempre había tenido que luchar por un techo para dormir, debía madrugar, limpiar, correr, entrenar, cocinar, limpiar, recibir golpes, correr, cocinar y limpiar, todos los días.
La comisura de sus labios titubearon.
Esa tormenta le había arrastrado hacia un hombre que estaba dejando atrás sus errores, hacia un hombre con una hermana que debía proteger, un hombre que nunca había tenido a alguien en quien confiar con seguridad.
—Me quedaré solo con una condición —los dos hermanos la vieron expectantes—. No debes cuidarme Han Wangguk, estaré aquí para cuidarlos a ustedes, tú sigue enfocado en Gyeoul y déjame estar para ambos, porque dime outboxer ¿alguna vez te han cuidado de verdad?
Entonces una sonrisa temblorosa se marcó en sus rostros, el sol iluminaba cada esquina del lugar, de ellos, y el picor les daba la certeza de que estaban vivos.
El momento era íntimo, especial, estaba marcando el comienzo de una nueva etapa, un nuevo camino.
Una lágrima recorrió el rostro de Wangguk, y asintió despacio. Su madre solo había estado para recibir golpes, se suicidó dejándolos a ellos para sufrir el calvario de un padre abusivo, y él se guardó las ganas de venganza hasta que aquel animal hizo lo mismo con su hermana, así que fue a la cárcel por matarlo.
En aquel remoto lugar de perdición tuvo que luchar para sobrevivir sin saber que sus acciones solo ocasionarían un gran daño psicológico en su hermana, se sentía culpable y cansado, nunca le habían cuidado, siempre era el cuidador ¿de verdad podía confiar en aquella risueña pelinegra cuando le habían apuñalado tanto por la espalda?
Mi-suk sonrió, sabía de las luchas internas más que nadie, pero estaba bien, dudar no está mal. Dejó caer la caja e hizo algo que no había dejado de pensar desde que los vió juntos, jaló a ambos hermanos y los abrazó, tan fuerte que les dejaba sin aire.
—Me esforzaré para que estén bien.
Wangguk colocó una mano en la cabellera negra, y acarició con lentitud.
—Estoy bajo tu cuidad, Mi-suk.
Gyeoul rompió el momento riendo por lo cursis que estaban siendo sus mayores, pero sintió un alivio en su corazón que nunca había experimentado.
Era el comienzo sin final.
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