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🥀 | Agapanthus

Las sirenas continuaban sonando, llenando el aire con su lamento estridente. Las luces rojas y azuladas parpadeaban en una danza frenética, iluminando su rostro vacío solo por breves momentos. La luna, comenzando su ascenso por el oscuro cielo, brillaba desde lo alto, pero sus rayos apenas alcanzaban a destellar entre las nubes oscuras que se movían lentamente y en parsimonia, ocultando las pocas estrellas que titilaban desde arriba.

Había un grupo de personas congregadas a su alrededor, lanzándole preguntas estúpidas a las que no se había molestado en responder. No podía concentrarse en ellos, era como si todo el bullicio externo y el caos en el que se había convertido la manzana entera no existiera, o simplemente fuera incapaz de oír. Incluso si había varios paramédicos tratando de hablarle, por alguna razón no los escuchaba con claridad, como si estuviera sumergido bajo el agua o atrapado en una película que se reproducía en cámara lenta. Estaba sentado en la parte trasera de una ambulancia, envuelto en una manta que lo protegía del viento frío en Kanto. El ruido exterior se desvanecía, dejando solo un murmullo lejano de voces entrecortadas: la policía, los bomberos y la ambulancia. Todos estaban ocupados, moviéndose rápidamente para ayudar a los heridos del reciente conflicto.

Los minutos parecieron transformarse en horas para él, mientras observaba distraídamente un puñado de paramédicos que trataban de estabilizar a los civiles de mayor gravedad. Era de cierta forma un alivio que de una manzana completa solo hayan salido heridas cuatro o cinco personas. Gracias a Buda.

A lo lejos, la policía hablaba con un par de héroes profesionales cuyos rostros le eran vagamente familiares, pero que, sin embargo, no era capaz de ponerles nombre ni contexto, simplemente no podía identificarlos. La desorientación que se envolvía dentro de su cabeza se lo impedía, como si estuviera dentro de un sueño febril.

Su cabeza era un caos completo. Podía escuchar las palpitaciones perfectamente en sus oídos, y ya no sabía si era por la herida abierta en su cabeza o el corazón que no paraba de latir. Su respiración era entrecortada, exhalando el oxígeno por sus labios partidos, cubiertos de manchas de sangre seca que llegaban hasta su mentón. Habían otras mil heridas repartidas por todo su cuerpo; pequeños cortes o golpes que se llevó del confrontamiento. Sin embargo, cada una se había vuelto invisible pero intensamente presente, enviando punzadas de dolor con cada latido que, incluso así, su cuerpo no fue capaz de reaccionar. No movía un músculo, nada. Solo estaba allí, desconectado de la realidad que lo rodeaba mientras uno de los médicos trabajaba diligentemente para tratar la herida en su cabeza. A su lado, su compañero continuaba haciendo preguntas, pero sus palabras caían en oídos sordos. 

A escasos metros de distancia, otra de las ambulancias estaba siendo cargada con las camillas que sostenían a los fallecidos. Algunos oficiales se habían arrimado para ayudar con la tarea, tratando de establecer un perímetro para proteger la escena del caos circundante. 

La tragedia parecía haberse tragado el ambiente. La angustia caló hasta lo más profundo de los corazones de cada uno de los civiles, contaminando la atmósfera del sonido lejano del llanto y murmullos de la gente. Junto a ellos, tras las barreras que había impuesto la policía, los periodistas narraban los hechos del reciente confrontamiento contra un grupo de villanos y dando el pésame sobre el héroe fallecido en la pelea.

En algún punto se preguntó cómo había llegado a este punto. Las imágenes del conflicto seguían danzando en su mente, fragmentos de recuerdos mezclados con el dolor agudo y la sensación de incredulidad. Intentó procesar lo ocurrido, hallarle el sentido, pero las emociones y los recuerdos borrosos se entrelazaban en un torbellino confuso, dificultándole encontrar claridad en medio del caos.

Uno de los héroes se acercó con gentileza, desviando a los paramédicos para que fueran a asistir a sus compañeros. Cuando se alejaron, el héroe se inclinó hacia adelante para hablarle. Frunció las cejas. El zumbido en sus oídos dificultaba su audición, aunque entendió que iban dirigidas a él. A duras apenas pudo reconocer el rostro del hombre que tenía enfrente. No lo asociaba todavía, pero sabía que se trataba de un héroe reconocido, alguien que debería conocer. 

Inhaló profundamente, a pesar del dolor interno que eso causaba, y apartó con gran esfuerzo el ruido interno para prestar atención a las palabras del héroe.

Con cuidado, el hombre puso una mano en su hombro en un intento de transmitirle algo de consuelo.

—Dyna... Bakugo —llamó con precaución—, ¿puedes escucharme?

A pesar de que la voz se oía distorsionada, Bakugo hizo el esfuerzo de entender lo mejor que pudo. Asintió despacio, indicando que sí podía escuchar, aunque fuera débilmente.

—¿Cómo está tu cabeza? ¿Se encuentra bien?

Asintió de nuevo.

No creía que su cabeza estuviera bien del todo, pues había estado perdiendo algo de sangre. Se sentía ajeno a la escena, como si la mitad de las cosas que estaban sucediendo en ese instante estuviera siendo observado fuera de su propio cuerpo. El mundo a su alrededor se movía tan... lento. La sensación de irrealidad lo invadía, y se preguntaba cuánto tardaría en salir de este extraño transe en lo que su cerebro retomaba el control de sus sentidos. Le temblaban los brazos, casi entumecidos, cubiertos de vendajes para detener el sangrado de las heridas abiertas. E incluso de esa forma, a pesar del agotamiento y el dolor que se extendía por todo su cuerpo, su mente seguía siendo un pozo vacío, incapaz de sentir absolutamente nada. Lo único que podía hacer, por el momento, era mover la cabeza, más como una respuesta mecánica que como un acto de razonamiento propio.

Era como estar y no estar al mismo tiempo.

—¿Puedes reconocerme? —preguntó el hombre con cautela —, ¿sabes quién soy?

El silencio reinó el ambiente, y el hombre aguardó con paciencia. Bakugo alzó sus cansados ojos luego de haber estado un largo rato observando el vacío y los enfocó en la persona situada delante de él: se traba de un hombre alto y delgado, con los ojos de un tono oscuro. Tenía el cabello rubio peinado hacia un lado de manera que cubría su ojo izquierdo.

Su traje de héroe consistía mayormente en tela de jean: un chaleco de mezclilla de bolsillos grandes y una una camisa de igual material con un cuello muy alto que cubría su rostro hasta un poco debajo de la nariz. 

El reconocimiento brilló en sus ojos durante un breve instante, como si una luz débil hubiera atravesado la densa niebla que envolvía su mente. Frunció las cejas con esfuerzo y entreabrió los labios partidos.

—Best Jeanist —murmuró después de un rato —. Mi... mi jefe.

—Así es —asintió el héroe —, soy la persona que está a cargo de ti. ¿Puedes decirme lo que pasó?

—¿Lo que pasó? —repitió, tratando de entender.

Inesperadamente una punzada fue directo a su cabeza, el dolor avanzó a toda prisa por su cuerpo, quemando cada fibra con imágenes de los sucesos anteriormente vividos. La estación, la alerta contra los villanos, el edificio donde se localizaban y...

Bakugo se llevó ambas manos a la cabeza, tratando de evitar que más recuerdos siguieran taladrando dentro suyo. Soltó un grito que ardió en su garganta lastimada en un intento de descargar algo del dolor. No físico, sino emocional. Un dolor tan agudo y punzante que pareció que le estaban quemando por dentro. El suelo bajo sus pies se volvió borroso ante las lágrimas que comenzaron a aglomerarse, sin embargo no permitió que ninguna llegara al suelo.

Su corazón latió rápidamente tras el desquite emocional, y aunque el dolor físico se sentía mermado, el avance de los recuerdos fue algo que no pudo controlar.

Cada segundo dentro de la batalla, cada suspiro y rasguño lo sintió como si lo estuviera viviendo por segunda vez. Y lo vio a él, allí. Lo vio en la camilla.

—Ka... Kami... —trató —. Kaminari...

Hakamada le dedicó una expresión angustiada y, a su vez, compasiva.

—En verdad lo lamento.

Apoyó su cabeza contra el respaldo de la camilla, cansado de discutir con las enfermeras, y cerró los ojos un momento. En su mente se materializó el rostro alegre de Kaminari, a lo que abrió los ojos con mayor velocidad.

Tenía un par de cables conectados en el brazo e intravenosa. A la derecha, a pocos metros de la camilla, un monitor Holter se encargaba de monitorear su ritmo cardíaco. Los médicos especialistas (asignados para atender héroes en urgencias) entraron dos veces por la puerta de madera antes de inyectarle un par de calmantes para los dolores y administrar algunos sueros, anotando estupideces en sus libretas y haciéndole preguntas que no tenía ganas de contestar.

¿Acaso no veían que estaba cansado?

Solo quería dormir un rato y olvidarse de todo lo que estaba pasando. Solo buscaba un momento donde los recuerdos recientes no lo atormentaran a cada segundo. Un momento para no pensar, ni existir. Estaba cansado. Harto de todo y todos los que estaban a su alrededor. Best Jeanist lo notó, y para la segunda vez que el médico se fue, el héroe lo acompañó hasta el pasillo y lo dejó junto a sus pensamientos. Sin embargo, la soledad no duró demasiado.

La puerta volvió a abrirse, quizás solo diez minutos luego que Hakamada se fuera. Se llevó una mano a la sien, tratando de apaciguar el dolor, y se giró con la única intención de insultar a la persona que había osado irrumpir en la habitación... pero no pudo. No pudo al ver a dos personas paradas junto a la puerta, con los mismos rostros sombríos y ojos cansados que él, igual de mal.

Uno de ellos trató de sonreírle, pero el gesto fue tan lamentable y carente de emoción que resultó fácil descubrir su estado de ánimo verdadero.

Y no era mucho mejor que el suyo.

—Vinimos cuanto antes —mencionó Kirishima, dejando las llaves del auto en la pequeña mesita con cuidado. El aire se contrajo en los pulmones de Bakugo como si de repente estuviera respirando plomo.

El pelirrojo se acercó a paso cauteloso, como si temiera hacer algún movimiento erróneo que pudiera empeorar la situación. Su compañero no se movió demasiado, pero se podía notar la angustia en su mirada. Observaba a Bakugo con una mezcla de preocupación y empatía, reconociendo el dolor que estaba soportando tras aquella expresión neutra.

Por un momento agradeció que ninguno preguntara cómo se encontraba.

—Lo viejos vinieron hace un rato —habló Bakugo de pronto, para sorpresa de los presentes —, discutieron un rato con el doctor afuera. Estaba la policía y varios héroes. Incluso... —se tragó las lágrimas con un gesto amargo y apartó la mirada hacia monitor Holter. Su voz cada vez iba adoptando un tono más seco y agresivo, lleno de rabia contenida — incluso estuvieron sus padres, lloraban a mares, pero no los miré a la cara.

—Bakugo, basta —pidió Kirishima, preocupado.

—Yo atendí ese puto llamado —señaló de manera agresiva, clavando sus salvajes ojos en los rubí de su amigo —, yo decidí ir sin ayuda, ¿sabes por qué? Porque jodidamente creí que iba a poder. Pero las cosas se complicaron. No eran novatos, esos bastardos sabían perfectamente lo que hacían. Uno de ellos tenía un quirk que le permitía controlar la presión, pero tenía un rango reducido. Creí que se me iban a estallar los órganos cuando... —cerró la boca de pronto, apretando los labios.

Sero abrió la boca, probablemente para decirle algo, pero las palabras no salieron. Al igual que él, estaba conteniendo las ganas de soltar cualquier lágrima.

Borró el nudo en su garganta y continuó hablando.

—Otros héroes llegaron poco después, eso quitó la concentración del villano. Kaminari saltó al encuentro con una descarga eléctrica, pero... —rodeó sus brazos, haciendo algo de presión con los dedos sobre la piel y vendajes —. Fue mi maldita culpa... de no haber actuado solo, él —tragó saliva, empezando a lastimarse cuando la rabia lo invadió por dentro —, él podría...

Ambos chicos se acercaron rápidamente. Sabían que lesionarse no ayudaría en nada, y con lo lastimado que se encontraba ninguno iba a permitir que Bakugo se siguiera haciendo daño.

Kirishima, al ser quien se encontraba más cerca, sostuvo sus brazos con delicadeza —teniendo cuidado con las heridas en el cuerpo de su amigo— y los apartó lentamente con firmeza, impidiendo que siguiera con eso. La sangre había vuelto a manchar los vendajes, a lo que le dedicó una expresión de congoja.

Sero apoyó una mano en su hombro, compartiendo parte del dolor con el cenizo.

—Lo sabemos, pero no trates de lastimarte —dijo Sero, tratando de consolar a su amigo de alguna manera. Bakugo no lo estaba viendo, a lo que trató de llamar su atención. Se relamió el labio inferior en un intento de mantener un semblante fuerte por sus amigos, por Bakugo, pero falló terriblemente cuando algunas lágrimas se filtraron a través de sus ojos negros —. No es tu culpa —añadió con voz suave y llena de compasión, tratando de transmitirle el mensaje más importante en esos momentos.

Bakugo no se sintió mejor, pero al menos estaba más tranquilo.

Relajó los brazos y permitió que Kirishima se alejara para llamar a alguna enfermera que pudiera reemplazar las vendas. Mientras tanto, soltó un poco del aire dentro de sus pulmones y sus ojos se cristalizaron, teniendo que cerrarlos para evitar las lágrimas saladas. Las misma película se repitió dentro de su cabeza. 

La estación, el llamado, el edificio, los villanos y finalmente Kaminari.

De repente se sintió cansado, sin ánimos y con la energía destrozada. Ni siquiera supo si era por el suero, la falta de sangre en su sistema o por lo vivido hace unas pocas horas.

De hecho, ya no le importaba. Sea la razón que sea, no era relevante.

No iba a serlo. No tendría sentido porque algo allí ya se había roto, y ese mismo algo se había ido junto a la ambulancia que se llevó el cuerpo de su compañero.

Sero se movió hasta el sillón individual que decoraba la sala y se dejó caer con pesar, pasándose ambas manos por el rostro para borrar el rastro amargo de lágrimas y tristeza. Bakugo escuchó atentamente cada movimiento, incluso si no se molestó en abrir de nuevo los ojos, pues enfrentar la expresión de cualquiera de sus amigos era algo a lo que no estaba preparado todavía.

—Bakugo, no es tu culpa amigo...

Y aún así dolía como el infierno.

Ey, bastante más corto a como imaginé que podría quedar, pero lo suficientemente introductorio como para arrancar la historia.

Algo así como la superación de la pérdida de un ser querido 🧐🧐🤝 a ver qué tal me sale.

Mi principal meta es hacerlos sufrir, después completar la historia (increíble viniendo de alguien que tardó más de 7 MESES en publicar un capítulo ya escrito).

Pero bueno.

Qué les pareció el primer cap?? Les gustó? Háganmelo saber por aquí 👉

La idea de sacar la perspectiva de Bakugo a base de los mensajes y palabras que le expresaban en FLORES me dio bastante ilusión en su momento, incluso llegué a buscar bastante información sobre las flores y hacerme una pequeña línea temporal entre los 40 y tantos capítulos de la novela, y aunque no estoy convencida de que me logre salir la historia o termine como me imagino que puede acabar, voy a dar mi esfuerzo. Aunque sea un poco.

Datos curiosos del capítulo:

>> Si notaron por ahí arriba, en una parte de la primera mitad del cap, usé la expresión "gracias a Buda" en vez de la típica "gracias a Dios", esto se debe a que el 69,07% de los japoneses son budistas, y la verdad es que el cristianismo no es muy común por allá, por lo que me pareció que no tendría sentido.

>> Kanto es la región donde se encuentra Tokio. Está caracterizado por ser de las zonas más frías, pocas nevadas y con abundantes lluvias en junio, septiembre y octubre. Por lo que sí, el clima va a acompañar a Bakugo en su miseria.

¬ Actualizaciones extremadamente irregulares; 20 palabras por semana, ½ capítulo cada uno o dos meses, depende mi pereza y proyecto.

Agapanthus: es conocida por ser la flor del amor, adecuada para aquella persona que amaste y quisiste pero que partió del plano terrenal.

Saludo grande gente —Kirishi365

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