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EXTRA III

"Horas antes"

Mercy Anderson

El teléfono inalámbrico de la habitación suena. Levanto la bocina respondiendo a quien sea que se encuentre al otro lado de la línea.

—¿Diga?

Buenas tardes, ¿con el señor y la señora Meyer?

—Si, ella habla —digo.

Hablamos del restaurante, The Pink Door. Solo para confirmar su reservación con nosotros el día de hoy.

El corazón me da un vuelco, sobre todo porque estoy segura que, a quien a invitado a ese lugar no ha sido a mí. Los dientes me castañean, sin embargo, contesto.

—Si, gracias —respondo y cuelgo la llamada.

Cuando era pequeña, mi madre me enseñó cómo se podía mantener feliz a un hombre, y no solo hablo de sexo, sino, de la cocina. Siempre decía que, cuando se es buena en la cama y en la cocina, es difícil que un hombre se vaya, pero ahora me doy cuenta de que mi madre siempre estuvo equivocada.

Siempre lo estuvo. El pecho se me estruja al imaginármelo con otra en mi cabeza. Besando a otra, acariciando a otra. Pero lo que más me duele es que Marcus ame a esa otra.

E perdido la dignidad no una, si no tres veces y aun así sigo aferrándome a un matrimonio donde quiero sentirme querida por el hombre con el que elegí pasar el resto de mi vida.

El nudo en mi garganta vuelve. E decidido tomar algunos días de descanso en el consultorio. Si no estoy bien yo misma mentalmente, ¿Cómo espero a que lo estén mis pacientes?

—¡Buenos tardes Mercy! —saluda Dilsea con voz cantarina.

Tenerlas aquí no ayuda mucho. Si, son mis cuñadas y siempre he tratado de ser buena con ellas, a veces demasiado buena. Sin embargo, con el tiempo se han vuelto mucho más pesadas.

—Buenos tardes Dilsea —digo —. La comida está listo, si quieres sírvete.

—Gracias... ¿y mi hermano? —pregunta por él, mirando hacia todos lados.

Sigo impactada. Cuando fuimos al hospital salió sin dirigirme la palabra, sin decirme nada.

—Salió —es lo único que respondo.

Observo el reloj del móvil. Éste marca las tres más treinta. Y si mis nervios no están a flote, aumentan su intensidad al no saber nada de Marcus desde que salimos del hospital. Las horas pasan, y para cuando me doy cuenta ya estoy cocinando la cena. Las gemelas vuelven a tomar asiento en el taburete mirándome de manera extraña.

Sé que estoy ida, que no estoy ni siquiera concentrada en lo que hago. Mis pensamientos se van cuando cocino porque le pongo empeño y corazón a ello. Me gusta cocinar, es algo que me relaja, me gusta y me fascina mucho más que ser una psiquiatra.

Les sirvo la cena a las gemelas, también ceno yo sin ponerles la más mínima atención a lo que me platican o a lo que hablan. Mis pensamientos están en la expresión de Marcus ésta mañana. E tratado de hablar con él, pero ni siquiera ha respondido a mis llamadas. Ha dicho que se irá todo el fin de semana, sin ni siquiera informarme a donde.

Entonces, la puerta principal se abre. Marcus entra sin hacerme caso caminando hasta una de las habitaciones de huéspedes. Toma una ducha, y espero pacientemente en la misma posición de hace un rato; sentada en uno de los taburetes de la isla.

Las gemelas siguen cenando hablando de trivialidades que desconozco, porque sigo sin prestarles la más mínima atención. Y para cuando sale Marcus, la expresión de ellas cambia.

—¡Fiu! Hermanito, que bien te ves —lo halaga Dilsea —. ¿A dónde vas, eh? —le sonríe con malicia.

—Que te importa. Ya me voy, las veo después.

Ni siquiera un adiós.

El pecho se me estruja, los ojos se me llenan de lágrimas que trato de guardar, pero fallo en el intento. Éstas salen por si solas. Las gemelas me miran con pena. Dominica suspira, y Dilsea agacha la mirada.

—Mercy, si mi hermano ya no siente lo mismo por ti, lo mejor es que se alejen uno del otro... ¿no crees? —dice Dominica, tomándome de la mano.

Me suelto con suavidad. Me levanto del taburete encaminándome a la habitación que ya ni siquiera comparto con él. Tomo mi bolso, las llaves del coche y salgo del apartamento decidida a buscarlo.

—Levantan la cocina, por favor —les pido a las gemelas, y ellas asienten sin rechistar.

Presiono el botón del ascensor. Éste abre sus puertas, y me adentro en él. No me gustan los lugares encerrados. Y las cuatro paredes comienzan a causarme claustrofobia. De pronto se abren, provocándome un respingo cuando un hombre entra.

—Buenas noches —me saluda.

—Bu... buenas noches —contesto.

—¿Primer piso? —asiento con la cabeza, mostrándole una media sonrisa.

Presiona el botón. Su voz es... gruesa. Se posiciona frente a la puerta dejándome en el fondo. Lo reparo disimuladamente, dándome cuenta que lleva pantalones de vestir negro con zapatos y camisa blanca de botones con las mangas arremangadas. Tiene buen trasero, se nota que hace ejercicio. Es de pelo castaño y alborotado. Y es alto, igual de alto como lo es Marcus.

Las puertas se abren. Me sede el paso, y siento que los dos vamos al mismo lugar cuando caminamos hasta el estacionamiento.

Sigo temblando, sé que, lo que haré será mi caída sin paracaídas pero así soy. Una masoquista que prefiere sorprenderse antes de que sea sorprendida. Patético.

Las llaves se me caen al suelo, y el hombre las levanta a la brevedad.

—Creo que alguien está distraída —me dice, dándome las llaves y mostrándome una sonrisa burlona.

—Yo... —titubeo.

—Mi nombre es Nerón —se presenta estrechando su mano hacia la mía —. Nerón Harrison.

¿Harrison?

Estrecho la mano del hombre, saludándolo.

—¿Eres hermano de Charlotte? —no puedo evitar preguntarle.

—Si, ¿la conoces? —pregunta extrañado.

Sonrío, y asiento.

—Sí, es la esposa de mi mejor amigo Oliver, y una buena amiga.

Él enarca una ceja, acariciándose la comisura de los labios. Después sonríe, mirándome a los ojos.

—Bueno pues... un placer...

—Mercy, mi nombre es Mercy, soy la esposa de Marcus Meyer —hago una pausa —. Supongo que ya lo has de conocer también gracias a Oliver.

Sonríe ampliamente.

—Y muy bien eh —añade —. No sabía que Marcus tenía una esposa muy guapa. Es una lástima que no sepa cómo aprovecharla.

Siento las mejillas ruborizarse, y después mi pensamiento se desencaja por lo último que dice. Sin embargo, lo ignoro.

El tipo siente mi incomodidad, éste carraspea y asiente. Después se disculpa diciéndome que tiene algo de prisa, así que me despido de él estrechando su mano. Decido encaminarme a mi coche, y entonces veo a éste último a lo lejos trepándose a una motocicleta color negra. Y cuando está por colocarse el casco me sonríe guiñándome después uno de sus ojos color café claro.

Vuelvo la mirada, con las mejillas seguramente ruborizadas. Después, subo al coche, enciendo el motor y arranco en dirección al restaurante. El único que conozco es al que fuimos por primera vez con Oliver y Charlotte. Así que es al que voy.

Sí, parezco una loca, una estúpida tal vez por querer descubrir con quien me está engañando mi marido. Pero es que así soy, quiero saber quién es esa mujer que tantas veces me ha negado Marcus su nombre.

Estaciono el coche, bajo y, al llegar a la recepción me anuncio, pero me niegan el paso diciéndome que no hay ninguna reservación con ese nombre. Les pido de favor que busquen en alguna otra de las sucursales que hay en la ciudad, pero se niegan con la excusa de que solamente le pueden notificar a la persona que reservó en el lugar. Salgo de ahí, pero sigo buscando otra sucursal y me doy cuenta que hay dos más fuera de la ciudad. Opto por ir a la más alejada, si se ve con su amante, no va a ser tan estúpido como para verse en un lugar donde puedo descubrirlos yo misma.

Vuelvo a emprender el viaje, acelero, la adrenalina y los sentimientos colisionan. Opto por poner música triste que me acompañe hasta donde sé que descubriré la verdad. Lo sé, lo presiento. Y es que, cuando una mujer siente que la están engañando por más que el hombre se lo niegue, ella misma sabe muy en el fondo que es cierto.

Y yo estaba en lo cierto. Lo sospeché con sus constantes salidas y la cantidad de veces en las que me evitaba. No era la primera vez que me engañaba, para mí las señales siempre han sido claras.

Vuelvo a estacionar el coche. Éste restaurante es mucho más amplio, mucho más grande. Salgo del coche caminando con paso decidido hasta la recepción del lugar. Al llegar, me anuncio con un joven de por lo menos veinte años de edad.

—Señores Meyer, ¿cierto?

—Si —respondo con una sonrisa.

—Debe haber un error señora Meyer, pero su lugar ya ha sido ocupado por alguien con su mismo apellido.

El corazón me palpita con fuerza. Trago duro, me doy la media vuelta y camino hasta el estacionamiento en búsqueda de su coche. «Debe ser alguno de los tres, ni siquiera vi en cual se fue». Pienso para mí misma.

El estacionamiento es amplio, pero eso no me impide el seguir buscando, y cuando por fin lo encuentro el corazón se me parte en mil pedazos.

Uno de los lugares cercano al coche de Marcus se desocupa. Decido acomodar el mío cerca del suyo quedando de frente a éste, tan solo para seguir con mi tortura y ver a la mujer con la que me ha estado engañando. Reclino un poco el asiento para pasar desapercibida. Conoce mi coche, pero estoy segura que no se imagina que lo he seguido hasta aquí.

«¿Qué hice mal?». Esa es una de las principales preguntas que en mi mente, no dejan de rondar.

Espero... espero por lo menos una hora hasta que lo veo venir a lo lejos. Sale él caminando, con una chica esbelta tomada de la mano. El corazón vuelve a palpitarme con fuerza. Fuerzo un poco la mirada para lograr ver a la chica que Marcus acorrala en cerca de la puerta del copiloto. Estampa sus labios en ella, besándola como nunca me ha besado a mí, metiendo sus manos bajo el vestido de la mujer, y al verla, mi mente, mi corazón y mi estabilidad colapsan. Porque si, Marcus me ha estado engañando con una mujer casada.

(***)

Charlotte.

La mirada se me nubla al ver a los dos. Marcus le abre la puerta del coche, y ella se adentra en éste último con una sonrisa lobuna.

¡Que estúpida fui!

Las lágrimas brotan por si solas de mis ojos, recorriendo las mejillas. Tomo el volante, lo aprieto con fuerza, y cuando Marcus arranca el coche, también lo hago por igual. La música se pone por si sola acompañándome en el recorrido por la desolada carretera.

—¡¿Qué mierda hice mal?! —grito desgarradoramente.

La garganta me arde, y vuelvo a gritar una y otra vez lo mismo.

—¡Te apoyé, maldito bastardo! —vuelvo a gritar con fuerza.

Ni siquiera me tomo el tiempo de seguirlos, porque sé perfectamente el rumbo que han tomado. A un lugar donde a mí nunca me ha llevado.

Lloro, me desahogo y después llego a una licorería. Compro una botella de whisky dándole tragos enormes. Ni siquiera siento el picor del líquido en mi garganta. Vuelvo al coche lamentándome por lo estúpida que he sido. Cierro la puerta de un azote, ni siquiera enciendo el coche, solo me dedico a ahogarme en alcohol en el estacionamiento de una licorería mientras mi marido y su amante follan en un hotel de lujo.

—Todo este tiempo estuviste engañándome en mis malditas narices —digo arrastrando las palabras, recargando la frente en el volante.

Estuve con él en sus peores momentos, cuando más me necesitó, estuve con él cuando su padre engañó a su madre y el maldito es igual que él. Estuve con él desde pequeños, estuve con él cuando le negaron su pase a la universidad y como ambos lo cubrimos para que su papá no se enterara. Estuve con él todo el maldito tiempo tratando de ser la única mujer en su vida, esforzándome a diestra y siniestra por ser una buena esposa, aprendiendo a cocinar para él sabiendo que años atrás era lo que más aborrecía, aprendiendo hasta a follar como es debido y ni así se quiso quedar conmigo.

Una primera vez con Tessa, una segunda vez con Katrina y una tercera con la esposa de su mejor amigo.

—Que estúpida.

La estampa de estúpida la tendré grabada de por vida.

Enciendo el coche. Vuelvo a darle otro trago a la botella, perdiéndome en la carretera. No sé a dónde voy, a donde iré, no sé nada y lo único que quiero es ir a cualquier otro lugar que no sea el piso en el que se supone vivo con él.

Mi mente recrea cada instante en el que estuvimos los tres juntos, ni siquiera me había percatado de la tensión que se respiraba cuando precisamente ellos dos estaban en un mismo sitio. El bar, el departamento de Oliver, el mío, la finca y no sé qué otro lugar en el que seguramente estuvieron juntos. Tampoco se me olvidan las palabras de Charlotte diciéndome: ¿Qué no ves? No te respetó Mercy.

«¿Desde cuándo comenzó todo?» No lo sé.

Piso el acelerador, no sé qué hora es. La botella se ha vaciado y he recurrido a comprar otra en una licorería diferente. Vuelvo a vaciarla en menos de nada, y sé perfectamente que ni siquiera debería estar bebiendo, sobre todo porque voy manejando. Pero el dolor, la pena y lo estúpida que he sido se compadecen de mí en estos momentos.

Vuelvo a pisa, pasándome un semáforo en rojo. Pero cuando me arrepiento queriendo frenar, se nubla todo.

Éste capítulo, lo he sentido. Quizás muchas/os que están leyendo hemos sido Mercy en algún momento, por eso Mercy es uno de los personajes que más quiero.

¡HEMOS LLEGADO A LOS 4K DE LECTURAS! 

Gracias por el apoyo mis Perversos ♥. Recomienden ésta historia, se los agradecería demasiado. Dejenme su voto o su comentario para que llegue a mas personitas :')

PD: Un edit que me ha hecho una personita linda ♥ ¡Gracias peque! Se que aún no llegas hasta acá, pero cuando lo hagas lo sabrás ♥

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