6. ¡Bienvenida al club!
Charlotte Harrison
La sangre viaja hasta mis pies. Trago duro y me quedo en blanco cuando veo salir a Oliver del ascensor. Comienzo a temblar, las piernas me flaquean y por un momento siento que estoy por desmayarme cuando veo la forma en la que nos mira.
—¡Hermano! De lo que te perdiste —dice Marcus en cuanto se voltea.
La boca se me ha secado, estoy temblando y no sé qué le diré a Oliver cuando me pregunte sobre esta situación en la que nos ha encontrado.
¡Dios! Solo espero no haya visto nada.
—¿De qué me perdí? —le pregunta en cuanto se acerca a nosotros.
—De la cena —intervengo tratando de sonar convencida —. ¿Sabías que Mercy cocina delicioso? De verdad, a la próxima contesta amor, que sus platillos son exquisitos.
Me toma de la mandíbula inspeccionando mis labios.
—¿Por qué están hinchados? —me pregunta.
Vuelvo a tragar duro. Estoy a punto de decirle, porque sé perfectamente que el remordimiento me carcomerá después de unos minutos. Abro mis labios para hablar, pero Marcus sale a la defensiva.
—¿Qué no es obvio Oliver? Mercy hizo su famoso estofado picante. Al parecer, Charlotte no lo resistió —dice soltando una risilla.
—Cierto —responde Oliver. —Bueno hermano, yo venía contigo —continúa Marcus dirigiéndose a mi esposo.
—Bueno, te espero adentro amor —digo. —Con permiso.
—Adelante —responde Marcus acariciándose el labio.
Entro apresuradamente a la habitación. Me deshago de la ropa metiéndome a la ducha para quitarme cualquier rastro de su loción. Porque si, la loción del señor oscuro es como la perdición.
Con la respiración agitada, los labios hinchados, y la piel caliente me adentro a la ducha.
¡Joder! Eh engañado a Oliver, mi esposo y el hombre con quien eh estado todos estos años. Solo fue un beso. Me recrimino a mí misma. Pero es que siento que el beso no ha sido lo que me ha hecho sentir así, si no mis pensamientos. Son traicioneros, y lo que me ha dicho referente a sus sueños me desestabiliza por completo.
Salgo de la ducha con una toalla envuelta en mi cuerpo. Oliver se adentra a la habitación mirándome como solo pensaba lo hacía él, pero me queda claro que no solo él puede mirarme así: con los ojos oscurecidos y las ganas de querer...
—¿Qué hacían? —me pregunta.
Besuqueándonos.
Trato de verme desinteresada, pero me siento pillada. «No tartamudees Charlotte, no tartamudees».
—Le decía que Mercy tiene buen sazón —miento.
Me quito la toalla quedando desnuda frente a sus ojos para distraerlo y después hablo de nuevo:
—Además, estaba por abrir la puerta, pensamos que ya habías llegado y... tu amigo quería hablar contigo —prosigo —. Por cierto ¿De qué hablaron? —pregunto al mismo tiempo en el que me unto crema corporal.
Oliver se me queda viendo con ojos oscurecidos, mientras yo me siento a punto de caer por un precipicio. Me siento culpable, y no por el beso que me di con alguien, sino por la persona con quien lo hice. ¡Por Dios! ¡Es el mejor amigo de mi esposo!
—Ven aquí cariño...
Muñeca...
Joder. Esto está mal, muy pero muy mal.
Se acerca para darme un beso en los labios. Huele a fragancia fresca, no como la del señor oscuro, pero es igual de deliciosa. Comienza a besarme, recorre con la yema de los dedos el valle de mis senos hasta el abdomen. Pero la escena de hace un rato aparece en mi cerebro: Marcus lamiendo mis senos y acariciándome la parte más íntima de mi cuerpo con sus dedos.
Suelto un gemido cuando Oliver llega a ese punto.
—Siempre húmeda para mí cariño...
Me dejo llevar. Aunque estoy arrepentida de lo que hice hace un rato no dejo de repetir en mi mente: fue sólo un beso, de ahí no pasará.
(***)
Me encuentro arrodillada frente a la cama que comparto con Oliver. Un hombre se acerca tomándome del pelo justo cuando lo envuelve en su mano derecha. Se posiciona frente a mí desnudo, y sin apenas dejarme hablar mete su miembro en mí...
Despierto.
La respiración agitada, y las ganas que en este mismo momento me matan aparecen. Era un sueño. Un sueño placentero, y no tengo pruebas, pero tampoco tengo dudas de quién era el hombre en mis sueños.
Amanezco adolorida. Oliver ya no está y recuerdo que entre besos de buenos días me dijo que tenía una cirugía a las siete de la mañana.
Me levanto, lavo mis dientes y me coloco la ropa deportiva. Aún sin las seis de la mañana, así que decido salir a correr por un rato.
Salgo de la habitación dispuesta a irme, pero el desayuno en la pequeña mesa de la sala junto a una nota con la leyenda "Te amo", me interrumpe al querer salir.
Oliver es de esos hombres cariñosos, amorosos que te tratan como una reina. Es el tipo de hombre con quién debes estar, y yo lo arruiné. Porque a pesar de que solo fue un beso con su mejor amigo, no se me va de la mente que no estuvo bien.
¡Es su maldito mejor amigo! ¡Claro que no estuvo bien!
Decido dejar el desayuno para después.
Salgo del apartamento hasta la recepción. Saludo al guardia que, en ocasiones olvidó el nombre porque ésta es la tercera vez que lo cambian, así que solo me dedico a saludarlo. Coloco mis Air Pods con Led Zeppelin a todo volumen y comienzo a trotar hasta llegar al parque. Está a dos cuadras del edificio, así que no tardó en llegar.
Es un parque lindo, con un lago y un pequeño túnel que se dirige al otro lado del parque. La zona es verde, toda llena de césped y árboles enormes con uno que otro Sakura para darle ese toque rosado. Para cuándo doy la segunda vuelta siento que el cansancio ya me está matando, es un parque grande, y con dos o tres vueltas, son más que suficientes para hacer cardio matutino.
Sigo en lo mío, pero para mí mala suerte un Airpod se me sale de la oreja cayéndose al piso. Cuando estoy por levantarlo, las pisadas de alguien corriendo atrás de mí me hacen retroceder.
—¡Qué haces aquí! —me sobre salto, porque el hombre que tengo justo al frente es el señor oscuro.
—Buenos días vecina —saluda sonriente —. Creo que lo tuyo no es la cortesía ¿Cierto?
¿Qué? ¡Claro que sí!
—Si lo soy —recrimino entornando mis ojos. —Pero me espantaste.
—¿Tan feo estoy? —pregunta con esa sonrisa de malicia.
Feo no, guapísimo...
Se ve... joder, se ve delicioso tal y como lo estoy mirando. Es mucho más alto que yo, lleva ropa deportiva ajustada a su cuerpo y... sus ojos, esos ojos color café oscuro.
—Buenos días —contesto dándome la media vuelta.
Sigo mi camino, estoy por llegar al pequeño túnel, pero la voz del señor oscuro vuelve aparecer.
—Te pido una disculpa por el beso que te di ayer.
Eso sí me interesa.
—Estuvo mal —digo volviéndome hacia él.
—Si, lo estuvo.
—Eres el mejor amigo de mi esposo...
Los nervios me comienzan a recorrer el cuerpo cuando lo digo, y es que me siento incómoda, traicionera y una... una...
—Lo soy, pero tranquila, no volverá a suceder —agrega con una sonrisa.
¡¿Por qué mierda sonríe?! Yo no sonrío, yo estoy que me muero del arrepentimiento y él... ¡él simplemente sonríe!
—Tu sonrisa me pone de nervios —digo —, no se lo dirás ¿Cierto?
Las alarmas de mi mente se encienden al darme cuenta de algo, y es que la pregunta me llega de la nada. ¿Qué tal si no les caí bien, y tanto él como Mercy se pusieron de acuerdo para que lo engañara?
—Dime que no se lo dirás —mi tono de voz se escucha más a súplica que a pregunta.
Él lo nota, y el gesto expresivo y divertido le cambia.
—No, no se lo diré. —Suspiro, no muy tranquila pero lo hago y asiento a lo que me dice.
—Bien, me alegra saberlo. Yo no diré nada y tú tampoco.
—Fue solo un beso, tranquila —vuelve de nuevo esa sonrisa calienta bragas.
Sigo mi camino por el pequeño túnel iluminado. Aún es temprano, apenas está amaneciendo y me pone de nervios seguir escuchando a Marcus Meyer caminar detrás de mí.
—¿Nos besamos, o qué? —me susurra en el oído provocándome un escalofrío.
Vuelvo la mirada escudriñándolo con mis ojos color café.
—Es una broma, ¿Cierto?
Suelta una carcajada y habla.
—Estoy bromeando muñeca.
Muñeca...
Estoy por responderle, pero cuando lo quiero hacer sigue por el caminito saliendo del túnel corriendo. Por un momento se me cruza la estúpida idea por la mente de correr tras él, pero me detengo.
(***)
Poso la mirada frente al ordenador. Me siento cansada, pero creo que es más una excusa para pedir la salida e irme a casa.
La culpa me hiere, me mata. ¿En qué momento yo...?
—¿Por qué no nos acompañaste a comer? —me pregunta Nay entrando a la oficina. —Izan y yo nos quedamos abajo esperándote, y nunca apareciste.
Levanto la mirada. « ¿Le digo, o no le digo?». No sé cómo decirle o explicarle que me besé con el mejor amigo de Oliver.
—¿Qué sucede? ¿Estas bien? —niego.
—Me besé con... con...
—¡Dios mío! ¡¿Te besaste con otro?! —gritonea con sorpresa.
—¿Quién se besó con quién? —me toma por sorpresa la voz grave de Izan.
Las mejillas se me acaloran. Sobre todo, cuando veo entrar a mi mejor amigo Izan. Es alto, tez morena llegándole al perlado, y de ojos un poco rasgados color verde claro. Izan es tremendamente guapo, sobre todo con las gafas puestas y los rulos de su pelo pegados al cuero cabelludo.
Respiro con dificultad. Cierro la portátil haciéndola a un lado lista para hablar.
—Bien. No me juzguen ¿vale? —comienzo.
—Obvio lo haremos —dice Nay —, pero como somos tus amigos nos aguantaremos así que...
Vuelvo a negar, e Izan asiente.
Masajeo mis sienes mirando a la puerta. Me levanto hacia la misma cerrándola con pestillo para que no seamos interrumpidos por alguien más. Izan me observa de arriba hacia abajo poniéndome los nervios de punta cuando me paro frente a esos dos.
—Bien, ¿recuerdan que un día les conté sobre los amigos desaparecidos de Oliver, cierto? —les pregunto.
—Si, lo creía un psicópata, ya que nunca te presentó con alguno —interrumpe Izan —. Pero ¿Qué con eso? ¿Ya te los presentó, no?
Asiento.
—Bueno...
—¡Dios! —interrumpe ahora Nay —¡Dios mío Charlotte! ¿Te besaste con su amigo?
—¡Si! —exclamo tapándome los ojos con las manos.
Los escucho murmurar, gritonear, y el único que se alegra de ello es Izan.
—¡Bienvenida a mi club! —dice éste último levantando la palma de su mano. —¡Dame esos cinco!
—¡No, no quiero ser parte del club! No soy una infiel, yo... yo...
Comienzan a reírse. Al principio Nay, por su expresión, sé que le ha tomado por sorpresa. Pero a Izan no. Izan, a sus veintisiete años fracasó en un matrimonio donde la mujer lo dejó en la ruina. Una embustera, aunque él tampoco fue un santo en esa relación porque él también es un mujeriego de primera. Afortunadamente al día de hoy mejoró.
—Lo eres querida amiga —prosigue Izan dándome unas palmaditas en el hombro derecho.
—Fue solo un beso Izan, no la atormentes —inquiere Nay.
—Un beso que si les gustó, puede llegar a ser algo mucho mejor. —Agrega alzando una de sus cejas castañas.
¿Me gustó ese beso? Bien, la respuesta es sí, si me gustó porque el maldito besa como un Dios, y ni siquiera he besado a uno.
Vuelvo a mi asiento. Masajeo mis sienes de nuevo diciéndome en la mente que ha sido solo un beso. ¿Por qué lo fue, no? Fue solo un beso, uno donde acordamos que no se repetirá de nuevo.
—No volverá a pasar, en eso quedamos cuando me lo topé hoy por la mañana y...
—¡Oh! —se carcajea Izan —¡No te la crees ni tú!
—¡Izan, déjala en paz!
—Insisto, ¡bienvenida a mi club! ¡De mi te acuerdas que no pasará solo una vez, si no dos más o tres!—se burla saliéndose de la oficina.
Dejo caer la frente en el escritorio. Esto no está bien, tampoco es como que esté pensando en el beso, pero aun así no está bien lo que ambos hemos hecho.
—Me siento una zorra —digo en la misma posición con mi voz haciendo eco.
—No lo eres. Bueno, no así. Amiga no follaron, además, no has probado otra verga más que la de Oliver, ya te hacía falta un cambio.
—¡Nay! —exclamo mirándola. —No ayudas diciéndome eso.
—Perdón, yo decía —se burla encogiéndose de brazos—. Eso me pasa por querer ayudar a mi amiga.
Vuelve a tomar asiento frente al escritorio.
—Charlotte, solo fue un beso. No deberías atormentarte por eso.
—Tienes razón, solo fue un beso. Uno que no se volverá a repetir.
—¡Exacto!
Después de platicarle cómo sucedieron las cosas, las "o" formadas en sus labios no dejaron de aparecer. Ensimismada y repitiéndome una vez que solo había sido un beso. Que no tenía por qué preocuparme por ello. Cuando por fin se fue, me dispuse a trabajar lo restante de la tarde masajeándome una que otra vez con Oliver.
Al salir, el hombre de ojos azules ya se encuentra esperándome recargado en la puerta del coche con unos macaron en mano: mis favoritos.
—No te hubieras molestado —le digo a Oliver tomando la cajita de color turquesa entre mis manos.
—Sabes que no me importa gastarme el dinero en ti —dice tomándome de la cintura.
Le rodeo el cuello con los brazos cerrando mis ojos aspirando el aroma que desprende la tela de su ropa. Oliver siempre luce y huele bien. Es un tanto perfeccionista cuando de verse o de ordenar se trata, es por eso que se ganó el apodo de "Psicópata" por parte de Izan. Porque el apodo que le puso Nay es mucho más chistoso que ese. El opera chichis.
—Te extrañé —susurro en su cuello.
—Yo también cariño.
Ambos nos subimos al coche. No tardamos mucho en llegar al edificio del apartamento así que, en cuanto salimos, nos adentramos a éste.
Caminando al elevador noto que se me ha olvidado la cartera. No es que vivamos en una mala zona, pero tampoco pienso correr el riesgo a perder mi identificación por un descuido.
—Olvidé la cartera —informo —. Adelántate ¿Vale?
—Bien, no tardes —advierte, después sigue su camino, no sin antes darme un casto beso en la mejilla.
Vuelvo al coche en el estacionamiento subterráneo, y los nervios se me ponen de punta cuando veo aparcar el vehículo de lujo que posee Marcus.
Bajo mis pertenencias a toda prisa. Sé que acordamos en no volver a besarnos, así que decido tranquilizarme con lo acordado.
—Buenas noches vecina —joder... —¿Me estas persiguiendo? —pregunta cerrando la puerta del coche.
Pongo los ojos en blanco. Pero aún haciéndolo, no puedo dejar de ver lo guapo que se ve con ese traje azul.
—Creo que a Oliver se le olvidó mencionar que eres algo... coqueto —digo cerrando la puerta.
Camino aún con la falda y los tacones puestos, pero en mi camino el señor oscuro me toma de la mano estirándome hasta su pecho.
—¡No, que te sucede! —espeto tratando de zafarme.
—Sé que dije no ocurriría de nuevo... —susurra al oído apretándome la cintura con sus brazos —Pero joder... esos labios me llaman a gritos para que los bese.
Forcejeo unos segundos, pero solo como dos o uno porque después, no forcejeo más. «¡¿Por qué no forcejeo?!». Me le quedo mirando a los ojos, mis labios rosan con los suyos y...
—Bésame muñeca —respiro con dificultad, pero lo hago.
Uno mis labios a los suyos en un beso que se vuelve apasionado. Enredo las manos a su pelo sujetándolo y presionándolo a mis labios. Muerde, chupa y lame recorriendo después el escote de mi blusa. Las respiraciones se agitan, y recuerdo que no estoy en un lugar escondido, si no en el estacionamiento del edificio.
—Nos pueden ver... —jadeo.
—¿Quién? —susurra con los labios besándome en el cuello.
—Oliver... Mercy...
Me toma del trasero, lo masajea metiendo por debajo las palmas de sus manos hasta llegar a las bragas que traigo puestas.
—¿Qué color son? —me pregunta entre jadeos besándome los labios y metiéndome la lengua hasta la garganta.
—Color rojo... —respondo deseosa por tocarlo, pero no lo hago.
—Joder... Siente como me la pones muñeca —dice restregándome el miembro en la entrepierna.
La sensación es deliciosa. Ya no debería ser el señor oscuro, el maldito debería ser el señor delicioso.
—Te soñé —le digo sin importarme que alguien más nos vea.
¡Esto está mal! ¡Está muy mal! Claro, él está delicioso y yo mal.
—¿Qué soñaste? —gruñe paseando su lengua por mi cuello.
—No... me da pena decirlo —susurro echando la cabeza para atrás.
—Joder, dilo.
Me ordena colocando la cara entre mis senos.
—Soñé... soñé que te follaba...
—¿A sí? —gruñe. —¿Cómo lo hacías?
—con la boca... Y con la lengua...
—Joder.
Abre la puerta del coche, pero cuando lo hace, me niego a entrar.
Esto está mal, ¡Está mal!
—¡No! Estás loco.
Me suelto. Corro hasta llegar adentro del edificio consciente de lo que hemos hecho. Tampoco es como que Marcus —el señor oscuro —, me persiga. Solo lo escucho bufar cuando me regreso corriendo.
Ya dentro del ascensor, trato de arreglarme y acomodar el cabello. Veo mi reflejo en una de las paredes de la caja metálica, visualizando que no se me haya corrido el maquillaje. Para mí fortuna, no es el caso, solo que mis labios están un poco más hinchados y las mejillas están teñidas de rosado.
«¡Por Dios! ¿Pero que me sucede? Yo no soy así». Creo en el amor, en el matrimonio, en un maldito príncipe azul. Y esto que estoy haciendo está lejos de ser mi cuento de hadas. Más bien se parece a una película de horror. «Una película de horror hot».
Trago duro al escuchar el ding que interrumpe mis pensamientos. Vuelvo acomodarme la blusa y la falda. Salgo del ascensor caminando hasta la puerta del apartamento. La abro un poco nerviosa, pero me calmo cuando veo que Oliver no está esperando en la estancia. Lo escucho en la regadera, y no dudo ni por un segundo en desnudarme, meterme con mi esposo a la regadera y saciar mis ganas.
¡¿Pero que pasó aquí?! 🤯
Así termina nuestro viernes, uno con tensión y un poco hot.
¡Feliz fin de semana mis amores!
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