5. Dos semanas después
Marcus Meyer
Los días han pasado y sigo metido en el trabajo. Me fastidia Jen, mi asistente en la empresa de mi padre. Es tonta, habladora y una chismosa. Cree que no lo sé, pero estoy al tanto de sus pláticas con Mercy porque ambas son amigas.
Dos semanas después de la visita en casa de mi mejor amigo han sido un tanto... tediosos. Ver a su esposa semidesnuda no ha sido para nada bueno. Sobre todo porque no dejo de imaginarla gimiendo sobre mi cuerpo. Es baja, un metro setenta tal vez. Facciones finas pero con labios prominentes, en realidad, todo su cuerpo lo es. Senos firmes, cintura no pequeña pero perfecta para sus caderas, y el trasero que no deja de pasearse por mi cabeza recordando el baile que hizo con Mercy.
No estoy tonto. Oliver sabía perfectamente que no miraba a mi esposa, si no a la suya. Por eso las interrumpió ese día cuando hacían un baile erótico.
—Mmm... ¿Tienes que ir cariño? —pregunta Mercy lo que es obvio.
Tres años de novios, dos de esposos, y yo sigo sin poder acostumbrarme a su compañía. Si, estuve enamorado, pero para su mala suerte así soy yo, enamoradizo de las mujeres. Porque sí, me encantan las mujeres, aunque con Mercy ha sido diferente. Siempre fuimos amigos desde pequeños. Mi padre Mark, el de Oliver y el padre de Mercy, han Sido amigos desde siempre. Por lo tanto nuestra relación era de esperarse.
—Tengo que ir a la empresa de mi padre, y sabes cómo es —inquiero.
Entrar en una guerra con el perfeccionista de Mark no es buena idea. Y eso Mercy lo sabe. Siempre ha estado ahí, desde que me gradué hasta el curso que tuve que tomar en otro país. Me esperó y le di lo que tanto me pidió: una relación.
Mercy puede llegar a ser muy insistente cuando se lo propone. Y conmigo no fue la opción. Follamos, nos gustamos, y aunque no siempre fue de mi tipo al final decidí quedarme con ella. Es guapa, de pelo rubio y rizado. El cuerpo le favorece ahora, ya que siempre la ví como una amiga más.
—Buen punto, no quiero que mi suegro se moleste contigo. Así que anda, sal a correr aquí te espero.
Se envuelve entre las sábanas quedando boca abajo con el trasero al descubierto. Está desnuda, y ver su cuerpo de esa forma hace que quiera follarla. Sabe cómo colocarse en la cama para que me den ganas.
No contesto. Simplemente me levanto, pongo la ropa deportiva y una remera en color negro. Tomo los Air Pods, y salgo dispuesto a ir al parque cercano a correr.
El cardio en ayunas es perfecto a la hora de querer quemar algo de grasas. Así que nunca lo omito.
Salgo del apartamento y llego al ascensor, tecleo el primer piso pero éste en su descenso es interrumpido en el de Oliver. Cuando se abren las puertas, el cuerpo voluminoso de Charlotte aparece.
Se sorprende al verme, tanto que dibuja con sus labios una perfecta "o".
—Buenos días. —Saluda.
—Buenos días —contesto mirándola a los ojos color café claro. Son demasiado claros.
Cuando se adentra y teclea de nuevo el primer piso, se posiciona justo frente a mi. No sé si es adrede, o si simplemente lo hace inconsciente, pero tenerla con ropa deportiva de frente hace que mi polla reaccione a lo que estoy mirando. Un gran durazno.
Pasan los segundos, y el aire que corre dentro se vuelve espeso, tenso. Sé que lo recuerda, ¿Quien va a olvidarse de algo así? Digo, yo lo recuerdo.
—No me disculpé —habla ella rompiendo la tensión.
—¿Disculparse? —le pregunto.
La mujer se recarga en la pared izquierda de la caja metálica.
—Si, por... por andarme exhibiendo frente a usted.
Ja, usted.
Sonrío. Me causa gracia que me hablen de usted, eso solo se lo pido a la chismosa de Jen.
—Ni lo recordaba —lo sueño a diario. —Igual no se preocupe Charlotte, mientras no se entere Oliver...
Me mata si se entera. No es que le tema, me vale mierda. Pero es su esposa de quien estaríamos hablando.
—No, para nada, ni siquiera sabe que se andaba paseando en boxer por toda la casa.
—¿Acaso se está justificando? —la molesto.
—No, no, no. Para nada.
El ascensor se detiene en el primer piso, ella se endereza decidida a salir, pero antes vuelve hablarme:
—Que tenga un bonito día, señor Meyer.
Ambos salimos a la recepción del edificio. Ella sale trotando, no sin antes saludar al guardia. Hago lo mismo por educación, y decido trotar hasta el parque para tratar de aminorar la tentación que me ataca.
(***)
La tarde pasa, y Jen sigue parloteando haciéndose tonta con el personal. Lo sé, porque sus tacones resuenan por todo el piso.
Levantó la bocina del teléfono inalámbrico de mi oficina. Marco para llamarla, y en cuanto deja de sonar escucho la voz chillona que se carga.
—A mi oficina —le ordeno.
Jen es de esas mujeres altas, flacas y bien parecidas. Es quien lleva todo el orden en mi agenda. Meyer Hotel's es la empresa más grande que tenemos en el país, con hoteles en diferentes estados de todo tipo. Desde los más pequeños hasta los más lujosos.
—¿Me mandó llamar señor? —asiento sin despegar la mirada del ordenador.
—¿Para cuándo está agendada la cita para la aplicación? —pregunto.
Jen teclea en su iPad, mientras espero impaciente por su respuesta.
—Es para éste próximo viernes señor, a las nueve de la mañana.
—¿Es necesaria mi presencia?
—Si, su padre estuvo llendo personalmente. Santiago le dijo que él podía hacerse cargo, pero es que hasta los dueños de esa empresa lo atenderán personalmente.
Claro, saben que con la cadena de hoteles de mi padre, sus estándares en el campo de la tecnología crecerán. Además, como nuevo dueño hace falta un cambio más.
—Bien, confirma mi presencia —contesto.
Con un gesto le pido que se vaya. Ni siquiera la miro porque me molesta que quiera leerme hasta la mirada. Es psicóloga, por algo conoce a Mercy. Sin embargo, me ha sido más útil tenerla aquí como mi asistente y no en Recursos humanos. El que sea habladora e insistente ayuda a la hora de querer agendar alguna cita con empresarios que tardan meses contactarlos.
La tarde pasa, y cuando se da la hora salgo de camino al edificio. Afortunadamente he dejado de pensar en esa mujer. Al menos eso creo, no pienso volver a revolcarme con cuánta mujer se me ponga en medio. Creo que ese tiempo ya pasó para mí, ahora lo que espero es acoplarme a este nuevo ambiente para poder darle a Mercy otra cosa que tanto quiere y que yo trato de evitar: un hijo.
No es problema para mí, simplemente aún no me veo como padre. Aunque como dice el mío: "nunca se está preparado, simplemente lo tienes y es ahí cuando tú mentalidad cambia".
Abro la puerta del apartamento. El olor a una fragancia fresca inunda mis fosas sintiéndome perdido por un momento a tal aroma.
¿Qué es ese aroma? ¿Lavanda? ¿Vainilla? Es dulce y fresco.
—¡Cariño! Llegaste justo a tiempo.
Y ahí está de nuevo, sentada en el sofá. Lleva unos jeans ajustados a su durazno bien formado y una blusa holgada escondiendo sus pechos.
—Buenas noches —me saluda con su fina voz.
Me observa de reojo. Las mejillas se le ruborizan y yo me encaminó frente a las dos.
—Buenas noches —contesto.
Se remueve en el asiento siguiendo con lo que sea que está haciendo en el ordenador. Me quito el saco, arremangando después las mangas de la camisa blanca que traigo abajo.
—Se me ha bloqueado la portátil —dice Mercy —. Pero gracias al cielo recordé que Charly se dedica a eso ¿Verdad?
—Si, de hecho, ya va quedando. Solo actualicé el antivirus y formateé algunos documentos innecesarios, para eso quería ésta memoria nueva, para no perderlos.
—¡Me has salvado! —exclama Mercy acercándose a ella para darle un abrazo.
Decido tomar asiento en el sillón de enfrente. Charlotte se apresura, y en cuanto termina se levanta tomando su bolsa.
—Quédate a cenar —le propone Mercy cuando ve que está por irse.
Charlotte quiere irse.
—Si, quedate —prosigo.
Así admiro más su cuerpo.
—No, que pena. Además, Oliver ya no tarda en llegar y...
—Pues lo invitamos, háblale y dile que estarás aquí, anda —mi mujer insiste.
Mercy es tan insistente, que le tengo que hacer un gesto a Charlotte para que acepte.
—Bien, hablaré con Oliver. Si me disculpan.
—Adelante.
—¡Genial! Iré a preparar la mesa. Cariño, pon algo de música o lo que sea.
Asiento a su petición. Pero no pongo música ni nada de eso. Decido encender el televisor.
Camino al minibar junto al balcón. Charlotte sigue al lado de la puerta de entrada intentando comunicarse con Oliver. «¿Habrá vuelto a follar como conejo?». No creo, si yo tuviera a esa mujer me estaría saciando de ella a todo momento.
Tener este pensamiento hacia la mujer de mi mejor amigo no me traerá nada bueno. Porque Oliver lo es. Siempre hemos Sido amigos, y fallarle a él estaría fallandome a mi mismo.
Decide no intentar más. Cuelga y guarda el móvil en el bolsillo trasero de sus jeans ajustados. Las piernas torneadas hacen que le luzca fenomenal.
—¿A qué se dedica en su trabajo Charlotte? —le pregunto de manera formal.
Quisiera no tener está formalidad.
—Soy desarrolladora de software —responde sentándose de nuevo en el sofá de enfrente.
Se cruza de piernas, muerde inconscientemente su labio y... joder que lo haga me fascina porque vuelven las imágenes del sueño que tuve con ella por la mañana.
—¡Listo! —aparece Mercy. —¿Qué te dijo Olí?
—No responde, de seguro está en cirugía —informa.
—Mmm que mal, ¿Pero tú si te quedas, cierto?
—Si, yo sí.
Mercy nos pide que pasemos al comedor. Tomo asiento en la mesa para menos de ocho personas poscisionandome en la silla principal.
Cómo siempre, Mercy se luce en la cena. Prepara lo que me gusta, y no puedo evitar pensar que esas clases de cocina en realidad valieron la pena.
El tiempo pasa y Charlotte no deja de elogiar a mi esposa por su sazón. Y yo pongo todo mi autocontrol para no mirar esos labios que me sigo imaginando alrededor de mi polla.
—Yo soy más de repostería —agrega Charlotte.
Cuando terminamos, Charlotte se ofrece ayudarle a Mercy con los platos. Ella se niega y decido ir a fumarme un cigarrillo en el balcón. Esa pelea de ver quién lava los platos me aburre. Así que simplemente me levanto, abro la puerta del balcón y enciendo un cigarrillo para despejar mi mente de tantas imágenes eróticas en mi cabeza.
—Cariño, ya se va Charly —anuncia mi inoportuna esposa.
La quiero, pero a veces puede ser un poco molesta.
—¿Y...?
—Deberías acompañarla.
—No es necesario, vivo a cinco pisos más abajo Mercy yo...
—No, uno nunca sabe ¿Verdad Marcus...?
Ni que fuera su guardaespaldas.
—Bien, vamos.
Camino tras de ella observando de reojo el durazno que se le forma con ese pantalón. «Me gustaría azotarlo».
Despejó mi mente. Las puertas del ascensor se abren permitiendonos entrar en éste.
La tensión de hace presente. Ese aire que no corre, pero que desprende nuestros cuerpos es suficiente para sentirme atraído por eso. El aroma de su fragancia me está haciendo palpitar la entrepierna, y sé perfectamente que no aguantaré a ello. Porque si, desde que la vi semidesnuda he querido follarla. Besar esos labios y masajear ese trasero a mi antojo.
—Hasta aquí está bien —dice.
—Será mejor dejarla hasta su puerta, no vaya a ser que se pierda —bromeo. Pero el gesto que me hace me deja en claro que no lo ha tomado como una broma. —Es broma —agrego sonriendo.
Vuelve a pasar la lengua por sus labios. «¿Qué estará pensando?». Quita la mirada de la mía girando después sobre su propio eje dándome se vuelta esa perfecta vista.
Caminamos por el pasillo hasta quedar afuera de su puerta. Se detiene de repente girando hacia mi chocando con mi pecho que no se resiste cuando sus senos lo tocan.
—A la mierda esto —susurro.
La tomo desprevenida de la cintura, suelta un gemido inconsciente cuando lo hago entreabriendo los labios. Con una mano le sujeto la mandíbula y la otra la sigo bajando hasta el jugoso durazno. Roso mis labios a los suyos y la beso. Un beso brusco y lleno de deseo, no se separa y eso solo me comprueba que también ha querido esto.
—Sabes lo que soñé —gruño mordiéndole el labio inferior.
—¿Qué? —susurra.
—Que te comías esto —digo restregándole el miembro.
La empujo a la pared, meto mis manos bajo el suéter dirigiendo la yema de mis dedos a sus pezones desnudos. Quiero verlos, lamerlos y ver con detenimiento su color... ¡Joder!
—Está mal esto... —vuelve a susurrar en mis labios.
Y si, está mal. Pero es que no me puedo aguantar las ganas que tengo. El deseo no me permite pensar con claridad lo que ambos estamos haciendo.
Le levantó la remera exponiendo así sus voluminosos senos. Los tomo ente mis manos y me zambullo en ellos. Aspiro su aroma dulce y fresco. Lamo, chupo y jugueteo con mi lengua los pezones erectos. Son deliciosos, y el que eche la cabeza hacia atrás me excita porque sé que disfruta lo que estoy haciendo con ellos.
¡Joder! Es más de lo que esperaba, tienen la textura perfecto para mis dedos y mis palmas.
Los pantalones me aprietan, quiero sacarme la polla y follarla. Le abro la pretina del pantalón con la mano izquierda, meto los dedos paseándose por su clítoris hasta llegar al monte de Venus. Gruño al sentir su humedad mientras meto y saco mis dedos sintiendo sus jugos sueltos.
—Joder, estás mojada muñeca —le susurro.
—Detente, por favor... —implora, pero sus gestos me dicen de todo menos eso.
—Quiero sentirte muñeca...
El pantalón ya me estorba, así que decido abrir la puerta de su apartamento y follarmela de una vez por todas. Pero cuando lo hago, el sonido del ascensor nos detiene. Ella se queda en blanco mirando hacia esa dirección, y yo simplemente trato de acomodar mi erección.
¡Esto se puso hot! 🤯
¿Que les pareció? A mí el señor oscuro me tiene en las nubes ❤️.❤️
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