40. Verdades Amargas
Charlotte Harrison
Espero a que Oliver desaparezca de mi vista. Me duele verlo y pensar que la he jodido, sumándole todo lo que le ha pasado a Mercy. «Es nuestra culpa». No dejo de recriminarme una y otra vez.
—¿Qué quiere hablar contigo? —me interrumpe Marcus.
Me encojo de hombros.
—No lo sé, él... quizá piensa que lo nuestro tiene arreglo.
Me vuelvo hacia él, mirándolo a los ojos. Marcus palidece, quitándome después la vista.
—¿Podrías llevar a mis hermanas a su departamento? —me lo pide.
Asiento, pidiéndole que me informe sobre cualquier cosa relacionada a Mercy.
—Andando, Charlotte las dejará en su piso.
Ambas me miran, y por un momento me siento juzgada.
—Vamos —las animo —, vuelvo en unas horas —le hago saber a Marcus.
—No es necesario, te mantendré informada.
—No —lo interrumpo —, necesito y quiero saber que Mercy se encuentra bien.
—La culpa, de seguro —se entromete Dilsea, su hermana.
—¡Dilsea! —la golpea en el hombro su gemela.
Marcus la escrudiña con la mirada. Me toma del antebrazo llevándome a uno de los pasillos cercanos y desolados.
—No es necesario que vengas Charlotte, yo te diré como sigue, de verdad.
—Y yo insisto en venir —informo —. Mira, es lo que haré Marcus, vendré. La maldita culpa me está matando, y si pasa algo más con ella no me lo perdonaré.
—No tienes por qué culparte por algo que claramente inicié yo.
—Y yo no lo detuve —digo.
Se lleva una de sus manos estirándose el pelo con frustración. «¿Por qué reacciona así?» Me pregunto.
—Bien. Como tú quieras —dice.
—Es lo que quiero.
Me doy la media vuelta, pero cuando estoy por salir del pasillo Marcus me regresa hacia su pecho tomándome del antebrazo.
—¿No te despides? —me pregunta, rosando sus labios con los míos, acariciándome la mejilla.
—Eres descarado —le reprocho.
Aun así, sin importarme nada más le dejo un casto beso en los labios, pero no permite que sea corto. Lo profundiza, besándome lento y apasionado por momentos. Lo disfruto tanto cuando me atrae hacia él tomándome de la cintura, y por un breve instante se me pasa por la mente lo descarados que somos al estar haciendo esto en el hospital donde se encuentra su esposa.
Lo detengo, recargando la palma de mi mano a su pecho, y apoyando mi frente con la suya.
—Nos vemos, ¿vale?
Asiente sin decir palabra.
Camino hasta la salida del hospital. Veo a las gemelas caminando hacia el estacionamiento, señalándoles con la mano donde se encuentra mi coche. Al llegar, subimos a él: Dilsea atrás y Domi como copiloto.
—Disculpa a mi hermana, Charlotte.
—Es la verdad, ¿Qué no?
—¡Dilsea!
—Seamos honestos, los dos estaban juntos cuando sucedió eso así que...
—¡Cállate ya!
Trato de no prestarle atención a su sinceridad, simplemente por el hecho de que es verdad lo que dice. ¡¿En que estábamos pensando?! Los dos pasamos la noche juntos, revolcándonos mientras Mercy andaba no sé dónde, haciendo no sé qué. Vuelvo a replantearme lo mal que está esto. Al encender el auto les pregunto la dirección. Ambas me la indican, pero Dilsea insiste en querer ir a algo cerca del apartamento donde vivirán. Las llevo a un restaurante cercano de donde viven. Aparcamos en uno bonitos, sencillo y elegante. Nos sentamos, pedimos de comer y ahí nos quedamos hasta terminar. Las gemelas hablan hasta por los codos cuando se lo proponen.
Al salir, ellas se adelantan mientras me esperan cuando voy al tocador. Y cuando salgo, por estar revisando el móvil no me percato del hombre con el que me tropiezo, estropeándole el traje que lleva puesto.
—¡Discúlpeme! —digo, tratando de secarle el área del pecho con una servilleta.
Levanto la mirada, topándome con un par de ojos azul cielo que se tornan oscuros al verme. Está molesto.
—No me fijé —vuelvo hablar, quitándole las manos de encima al abogado.
—Sí, es obvio que no lo hizo —espeta, arrebatándome la servilleta.
Comienza a limpiarse, pero es en vano cuando lo hace al tratar de quitarse la mancha de café sobre su traje carísimo.
—Lo bueno que no está en su trabajo, ya me hubiera quejado con su jefe —inquiere.
—Si, menos mal, aquí soy inmune a sus reclamos —respondo, y sigo caminando.
No me agrada ese abogado, sobre todo después de haberle contoneado el trasero en el bar al que fuimos la última vez.
Para cuando vuelvo al coche las gemelas ya se encuentran listas para irnos. Conduzco por lo menos diez minutos, y al llegar, a pesar de decirles que puedo quedarme con ellas por otro rato me lo impiden.
—No te preocupes por nosotras Charlotte, en serio, y gracias por traernos —dice Domi.
—Sí, y... lo siento si te he hecho sentir mal solo que... ¡Vamos!
—¡Dilsea, ya! Deja de atacar a Charlotte —la interrumpe Domi.
—Está bien, no es que no lo piense ¿saben? Sé que estamos mal, y lamento tanto esto que...
—Se quieren —dice Domi —, y cuando eso pasa se hacen locuras. Ya vez Dilsea, que se mete con el novio de quien se supone es su mejor amiga.
—¡Dom! No tienes por qué decir eso.
—Y tú no tienes por qué andar culpando a Charlotte cuando ¡hermanita, estas peor!
—Ya, tranquilas ¿sí? De los errores aprendemos, ¿Qué no? —digo.
Me despido de ellas. Si me quedo, solo harán que me sienta peor de lo que ya me siento.
Al llegar al hospital los nervios vuelven, la culpa vuelve, y deseo tanto no sentir esto por Marcus. Me adentro de nuevo al silencio del hospital caminando hasta la sala de familiares. Veo a Marcus sentado en uno de los sillones blancos, con los codos sobre las rodillas, agarrándose el pelo con las manos.
—¿Cómo sigue? —le pregunto.
—Ya he entrado —habla —, ya está despierta pero no ha hablado conmigo, ni siquiera me ha dicho que hacía en plena madrugada manejando por la carretera y ebria.
El corazón comienza a palpitarme con fuerza. Por un momento siento que se saldrá de la caja torácica, pero trato de ignorarlo.
—Lo sabe —le digo, pero él lo niega.
—No, simplemente no quiere hablar conmigo —dice.
—¿Puedo pasar a verla? —pregunto.
—No —responde tajante, mirándome a los ojos.
—¿Por qué no? —cuestiono —. Me siento culpable Marcus, por supuesto que tengo que verla, saber por lo menos que está comiendo.
—Si lo hace, cuando fui a verla estaba comiendo así que...
—Aun así.
Me doy la media vuelta, caminando hacia la enfermera que se encuentra en recepción.
—¡Charlotte, que no! —espeta entre dientes y hablando bajo.
—¿Por qué no quieres que pase, Marcus? ¿Escondes algo y no me lo quieres decir?
Comienzo a temblar. Estoy nerviosa, frustrada y ahora enojada porque no quiere que entre a verla.
—No, no lo hago.
—Bien.
Me suelto con brusquedad. Camino hasta la recepción preguntando por el piso y el número de la habitación. Después, me comentan que solo queda media hora de visitas y que me apresure, lo cual hago. Marcus no me sigue, y agradezco tanto que no lo haga. Con él presente solo crecerían mis nervios. Para cuando llego al piso, busco el número 212 de la habitación donde se encuentra Mercy. Toco débilmente dos veces antes de entrar, pero no recibo respuesta.
Vuelvo a temblar, y no se ni porque lo hago. Toco una vez más, y la voz débil y fría de Mercy responde.
Me adentro a la habitación. Es blanca y espaciosa. No la detallo del todo, porque, a quien en realidad estoy detallando es a ella. Se encuentra postrada en la cama con una intravenosa y raspadas en la frente con el brazo apoyado en una férula.
Me mira con ojos apagados y fríos. Ya no es la Mercy dulce, positiva y habladora que conocí hace meses, ahora solo veo a una mujer fría mirándome con lo que deduzco es odio.
Lo sabe. Me digo a mi misma, pero ignoro mi advertencia.
—¿Cómo estás? —le pregunto, acercándome con cautela, abrazándome a mí misma.
No recibo respuesta.
Me voltea la mirada, la cual dirige a una de las ventanas donde los pequeños rayos del sol comienzan a desaparecer.
—¿Te... te sientes mejor? —vuelvo a insistir.
Siento esa pregunta tan estúpida, ahora que la formulo. Por supuesto que no está bien.
—No lo sé, dime tú como crees que se siente mirar de frente a la amante de tu marido.
Dejo de respirar, cayendo de un precipicio directo a la realidad. Lo sabe.
Vuelvo a mirarme, ahí recostada en la cama. Me escrudiña con sus ojos verdes llenos de odio y tristeza.
—Mercy... —es lo único que sale de mis labios.
—¿Qué? ¿Dirás que no es verdad? —espeta —. ¡¿Dirás que miento?! ¡¿Dirás que estoy loca?! ¡Porque yo los vi! Te vi saliendo del restaurante con él, y también te vi entrando al hotel como zorra.
Quiero llorar, y no por las palabras que me está diciendo y me sé de sobra, si no por Oliver. Porque si lo sabe ella, en cualquier momento se enterará Oliver.
—Todo tiene una explicación... —intervengo, cuando se remueve en la cama.
—¿Cuál Charlotte? —me interrumpe —. ¿Qué explicación le das a lo que vi con mis propios ojos? —me quedo callada —. ¡Dilo! Por lo menos ten los malditos ovarios de decírmelo tú y no callarlo como lo ha hecho Marcus.
No sé qué pensar, que sentir. Solo veo a una mujer que me odia, que me come con la mirada y no sé si siento pena por ella o por mí.
—¡Ja! Claro, Marcus cada vez se las busca más estúpidas —me insulta, y la pena comienza a ser sustituida por el odio —. Tessa daba guerra, pero tu... —me mira de los pies a la cabeza — No eres ni la mitad de lo que era ella.
No agacho la mirada, porque su comparación me ha dejado un sabor amargo.
—¡A mí no me compares ¡ —espeto, señalándola con el dedo índice.
—¡Por supuesto que no! ¡¿Cómo comparas a dos mustias?!
—No sabes cómo sucedieron las cosas.
—¡Por supuesto que lo sé! —espeta —. Marcus no es estúpido, le gustan como tú ¿crees que no lo conozco? ¡Lo conozco mucho más que tú! Dime: ¿Qué diría el hombre, con el que se supone te casaste Charlotte?
Oliver...
—¡¿Que diría tu marido al saber que te acostaste con su mejor amigo?!
Dejo la discusión al pensar en él. Vuelvo a cerrar la boca, si hablo de más serán estupideces e incoherencias y mi dignidad ya está más que por los suelos al igual que la de ella.
—¡¿Y qué es lo que sientes tú al estar con alguien que claramente ya no te ama?! —hablo.
—La misma mierda que sentirás tú al saber que estoy embarazada.
Siento una presión en el pecho al escucharla decir aquello. Mercy está embarazada...
Los oídos me revientan con el sonido de un pitido ensordecedor. La miro a los ojos negando a lo que me ha dicho.
—Mientes —susurro.
¡Ingenua, estúpida!
—¡No! Y me alegro tanto que tú seas tan infeliz como lo seré yo.
Me doy la media vuelta, abro la puerta topándome con el pecho endurecido de Marcus, y su mirada se transforma al ver que lo miro con repudio y asco.
—Charlotte...
Trata de tomarme, pero se lo impido. Me persigue pisándome los talones, y en lugar de esperar a que llegue el ascensor lo primero que hago es bajar por las escaleras. Corro tan pronto como me es posible. Me falta el aire, y las malditas lágrimas comienzan a brotar de la nada por si solas.
«¡Ingenua, estúpida!». No dejo de gritarme en la mente.
«¿Cuánto te ama la persona que creías te amaba?». La respuesta es nada. No me amaba nada.
Siento el peso caer sobre mis hombros. Los engaños, las mentiras y todas esas veces que me hizo suya, pasan una y otra, y otra vez por mi mente conforme camino. El dolor me estruja con fuerza el pecho al haber caído.
—¡Charlotte! —vuelve a gritar mi nombre.
Llego al estacionamiento, volviendo a escuchar la suela de sus zapatos tratándome de alcanzar. Llego al coche tratando de abrir la puerta, y para cuando lo hago Marcus me lo impide cerrándola con fuerza.
—Lo siento muñeca...
—¡Cállate! —espeto —. ¡Lo sabias y no me dijiste nada! —se queda callado —. ¡¿Desde cuándo lo sabes?! — se queda callado otra vez —. ¡Dímelo! —lo empujo.
Las lágrimas me nublan la mirada, y solo veo imágenes borrosas de Marcus queriéndose acercar una y otra vez.
—Ayer por la mañana.
Tomo una bocanada de aire al sentir el peso de la verdad sobre mis hombros. Marcus trata de acercarse, pero retrocedo. Lagrimas salen de mis ojos, así como las ilusiones de un amor que solo fue pasajero. Porque si, lo fuimos. Fuimos dos amantes y dos amores pasajeros.
—Lo dejé —le digo —. ¡Dejé a Oliver por ti!
—Lo sé —es lo único que dice.
—¡Te importó una mierda! —espeto —. ¡Al igual que yo!
Se lleva las manos al pelo, estirándolo con desesperación.
—Escúchame...
—Soy una estúpida... —susurro por lo bajo.
—No, no sé cómo pasó Charl...
—¡No digas que no sabes! Quedamos en algo Marcus, y no cumpliste, no te importaron mis sentimientos por ti y...
—¡Tiene tres meses! ¿Qué querías que hiciera? No sabía que ella ya no se estaba cuidando desde hace tiempo.
Lo miro a los ojos, su color café es oscuro y me odio a mí misma por haberme enamorado de la perversidad viviente como lo es él.
—Lo siento muñeca —susurra, tomándome de las mejillas, dejándome castos besos en los labios —, pero no puedo dejar a Mercy sola en esto.
«El corazón se me rompe en mil pedazos». ¿Qué esperaba? ¿Qué dejara a Mercy, sola y preñada?
—¡¿Y yo que?! —cuestiono como una estúpida tratando de que se justifique —. Me has dejado sola con esto que siento por ti. Y es injusto, inclusive para mí que he cometido tantos errores.
Su cálido aliento choca con mis fosas nasales. Es como una maldita droga interminable. Sus besos, sus caricias, y las miles de sensaciones que siento cuando me toca y cuando me mira.
—Oliver lo sabrá, ¿Qué no te das cuenta? ¡Ella se lo dirá!
—La convenceré de que no lo haga.
—¡¿Cómo Marcus?! —espeto, masajeándome las sienes cuando me escabullo de sus brazos.
Me recargo en la puerta del coche. Vuelvo a sentir esa presión en el pecho, y no es una presión cualquiera, es como un vacío que te dice que has perdido algo, un vacío difícil de llenar.
—Lo siento Charlotte, pero no puedo dejar a mi mujer por lo nuestro.
Siento como si me hubiese clavado una estaca en el pecho cuando dice eso. Respiro con dificultad, y las miles de escenas pasan por mi mente como un remolino de emociones fuertes.
Por supuesto que no la dejará, soy la amante, el plan de huida a lo que es su realidad.
—Por supuesto que no lo harás —digo con voz trémula —. Yo soy la amante y ella no.
Abro la puerta del coche, azotándola cuando la cierro. Conduzco, preguntándome por un momento si debo ir y hablar de una vez por todas con Oliver, decirle la verdad, soltarle hasta el más mínimo detalle, pero la respuesta de mi subconsciente es un no rotundo.
«Si lo hago, lo perderé para siempre, y perder a Oliver ya sería demasiado».
Mi mente se avería, siendo sustituido por ese último pensamiento estúpido. «¡¿Cómo se me ocurrió engañar a mi marido con su mejor amigo?!». Vuelvo a recriminarme.
Estaciono el coche en el edificio que conozco bien. Recargo la frente en éste, pensando si debo o no subir al piso veinte. Cierro los ojos para descansarlos por un momento al recordar que todo ha sido una mentira, y no solo de Marcus. Me siento usada, utilizada. Me hizo sentir su maldita mujer cuando Mercy ya está en espera de su primer hijo. No culpo al niño que no ha ni nacido, lo único que me recrimino es haber accedido a toda ésta maraña de sentimientos por el amigo de mi marido.
Lloro sintiendo una presión en el pecho que me recuerda lo estúpida que he sido, y por mi mente solo pasa el tratar de recuperar a mi marido. Sin embargo, desecho la idea.
«Aquellos deslices que provocan la aparición de dos amantes, dejan ciertas secuelas que son difíciles de borrar».
Vuelvo a recriminarme lo estúpida que he sido, consciente de que ya todo se acabó. Por mi mente pasan los besos apasionadas, los deslices y las veces que estuvimos en el lago follando una y otra vez en aquella casa que sigo sin comprender porque me llevó a mí, y no a su mujer. Recordarlo es doloroso, y me pone peor saber que todo esto paso en tan poco tiempo que ni siquiera llevo la maldita cuenta. En tan poco tiempo hizo y deshizo conmigo a su manera.
Levanto la cabeza acomodándome en el respaldo del asiento. Me limpio las lágrimas, y a pesar de llevar la nariz roja vuelvo a retocarme el maquillaje para que Oliver no se dé cuenta que he llorado.
Salgo del coche, camino hasta la recepción que se encuentra en un silencio que da temor. Lo único que resuena en el suelo es el repicoteo de mis tacones. Me subo al elevador tecleando el piso numero veinte. Trato de poner un semblante serio o alegre, pero fallo en el intento de querer ponerme esa mascara de felicidad, cuando en mi corazón solo hay tristeza.
«Me enamoré de lo prohibido, me aburrí de estar en el cielo con Oliver, y solo bajé al infierno para ser consumida por las llamas pasionales que desprendió en mí su mejor amigo».
Cierro los ojos recordando de nuevo sus labios recorriendo hasta la parte más íntima de mi piel. Su aroma fresco combinado con el olor del sexo, y la cantidad de orgasmos que me brindó a lo largo de éste tiempo.
El ding me interrumpe los recuerdos. Abro los ojos cayendo de nuevo al precipicio sin fin que se convertirá mi vida a partir de hoy si me quedo con Oliver.
Salgo del elevador con la barbilla en alto, tratando de mostrarme segura. Espero a que éste cierre sus puertas, y cuando lo hace camino por el pasillo desolado hasta llegar a la puerta del apartamento. Dudo por un momento en abrirlo, pero lo hago con cautela, abriendo con sumo cuidado la puerta.
El frío y la oscuridad me abrazan queriéndome proteger cuando me adentro al departamento. Vuelvo la mirada al balcón donde se cuela un reflejo de luz tenue del exterior. Después, recorro con la mirada el resto, cayendo en cuenta de lo destrozado que está el lugar, y mi mirada se posa en una sola persona que yace sentada sobre el sofá con una botella de whisky:
—Oliver —digo con voz suave, como una pluma.
Levanta la mirada escudriñándome, y después de unos segundos habla:
—Charlotte —dice mi nombre con frialdad —, o debería llamarte como él... muñeca.
¡Hola, hola mis Perversas!
Un capítulo intenso, y con MUCHAS pistas de un final que seguramente odiaremos y amaremos. Me gusta tener #Teams en mis historias, así que pronto sabrán porque lo digo. Les dejo una pequeña pista en la canción del principio, ya que me pareció perfecta ¿Quién es quién? JAJAJ ♥
Gracias por llegar hasta acá hermosas, éste capitulo estaba super largo, y decidí dividirlo en dos partes así que probablemente subiré la segunda parte mañana (si el de arriba nos lo permite jeje).
PD: Quizás no lo sepan, o no se han dado cuenta aún, pero he dejado "pistas" del epilogo a partir del capítulo 22 ♥.♥ JAJAJA así que estoy emocionada y listísima para saber su reacción.
¡LES AMO INFINITO! :') gracias por su apoyo, una estrellita no estaría de más :') eso me motiva a seguirles escribiendo contenido que sé que les va a gustar L_L'
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