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38. Cita

Charlotte Harrison

Aparco el coche en el estacionamiento del edificio donde vive Nay. Salgo de éste, tomando la maleta. Me anuncio en recepción, y para cuando llego al piso de mi amiga ésta me abre la puerta.

—¡Por Dios! —exclama, dando brinquitos.

Toma mi maleta, colocándola junto al sofá. Comienzo a reparar el lugar. Es lindo y muy colorido (no lo recordaba así). Las paredes son de un verde menta muy llamativo, y los sofás de la estancia son color café, así como la mesita de centro y la encimera de la cocina que queda a unos cuantos metros de la estancia. El lugar es cerrado, no tiene balcón, pero si dos ventanales de por lo menos dos metros.

—Ya no recordaba éste lugar —le digo a mi amiga, tomando asiento en un sofá.

—Lo sé, te desapareces. Izan preguntó por ti hace unos días —comienza hablar —, aunque te comprendo, ese proyecto en el que Derek te ha metido esta de la jodida.

—No me quejo, a eso me dedico y el código lo tengo programado en automático en mi mente —bromeo.

—Sigo sin comprender como es que Izan y tú lo hace, enserio... —añade, caminando hasta la cocina —. Preparé lasaña, ¿quieres? —asiento, sentándome en un banquito.

Comemos, tomamos vino y hablamos de trivialidades, de cosas sobre el trabajo y del príncipe encantador. Según Nay, dice que sigue con lo mismo, prometiendo dejar a su esposa. Le reprocho aquello, sintiéndome después una estúpida por hacerlo, ya que me encuentro en la misma situación que ella.

—¿Y piensas dejar a Oliver? —pregunta incrédula, dándole un sorbo a su copa.

Me encojo de hombros.

—Estoy confundida ¿sabes? Quiero a Oliver, en verdad. Pero con él ya no siento la misma llamarada que sentí cuando follé con él la primera vez.

—Por eso estas con Marcus —me interrumpe —. Conejita, de verdad tengo mis malditas dudas sobre esa relación que llevan él y tu —dice —. Todo ha sido muy...

—Rápido, lo sé. —Interrumpo.

Lo he pensado. A veces ni siquiera yo misma me creo el enamoramiento que tenemos Marcus y yo, pero lo omito. Estoy cegada, no quiero abrir los ojos y darme cuenta que todo ha sido un error. Que Marcus no dejará a Mercy y que yo me quedaré como el perro de las dos tortas; sin ninguna.

Se lo digo a Nay. Ésta se ríe de mi último comentario, pero me da la razón.

—¿Sabes qué? Dejémonos de lamentos y disfrutemos del momento ¿vale? —me anima —. Derek vendrá a quedarse hoy, así que tu tranquila, te cubriré.

—Lo sospecha Nay —le hago saber, mientras nos encaminamos a una de las habitaciones.

—¿Y? Mejor que lo sepa antes de que se entere por alguien más. Lucy, por ejemplo.

—Ella no se lo dirá —la defiendo.

—Uno nunca sabe —se encoge de hombros —. Anda, ahí deja tus cosas, claramente no se usara, y que bueno porque esa habitación la he usado muchas veces con Derek y con Izan. Es más, creo que los fluidos siguen en las sabanas a pesar de que las he lavado y...

—Demasiada información —la interrumpo levantando la mano.

Se carcajea. Después sale de la habitación y echo un vistazo rápido al lugar. Es igual de colorido que la estancia, pero las sabanas de la cama en color gris y menta. Me recuesto, tomo una siesta de por lo menos una hora hasta que se llega el momento. No he visto ni hablado con Marcus. En algún momento de todo este tiempo me pidió mi número de móvil, pero por obvias razones jamás nos hemos mandado un mensaje. Pero entonces...

Marcus: Mándame la dirección muñeca.

Con tan solo ver su nombre en la pantalla me da ese cosquilleo en la entrepierna. Tomo el móvil, y le mando la ubicación del edificio donde vive Nay. Mi móvil suena, y doy un respingo pensando que es Marcus, llevándome la decepción de mi vida al ver la pantalla. Después respondo:

—Nerón.

¡Hola, hola! —me saluda mi hermano.

—Si es para torturarme, de una vez te digo que...

Tranquila —me interrumpe —. Solo quería avisarte que Oliver y yo iremos a un pub lejano de por aquí, así puedes verte con tu amante...

—¡Cállate imbécil! —grito, y le cuelgo.

«¡Más hermanos como éste por favor!»

Respiro profundo. Después, tomo una ducha después de acordar la hora. Subo la maleta a la cama, y rebusco en ella el atuendo que me pondré: un vestido en color rojo hasta el muslo con medias, y un abrigo largo en color negro. Pongo una capa de maquillaje, dándole un tono natural a mi piel. Después, salgo a la estancia donde se encuentra mi mejor amiga.

—¡Fiu! Pero que hermosa ¿A dónde es que van? —me pregunta.

—No tengo la menor idea. A un restaurante, supongo —me encojo de hombros.

Pasan los minutos, y Marcus vuelve a mandarme un mensaje diciéndome que se encuentra frente a mi edificio.

—Mierda, ya llegó —susurro, mirando a mi amiga.

—¡Dale, hermana! Relaja la pelvis y disfruta de ésta noche ¿vale? —asiento, mientras me deja un beso en la frente.

Le sonrío. Estoy nerviosa, por alguna razón que no me explico.

Tomo el abrigo, me lo pongo y después agarro el pequeño bolso sobre la encimera de la cocina. Salgo al pasillo del apartamento, chocando con el príncipe encantador.

—Buenas noches —lo saludo —, no lo vi.

—No te preocupes —me tutea.

Sigo mi camino hasta el ascensor. Me adentro a éste, y para cuando llego al primer piso en la recepción del edifico, hace que se me caiga la baba. Joder. Va con un abrigo negro de lana color café, los jeans ajustados y...

—Hola muñeca —dice, apenas al verme.

Los ojos le brillan. Yo le sonrío con nerviosismo y me acerco a él. Rodea mi cintura con los brazos, alzándome. Me da un beso de pico, pero yo prefiero profundizarlo. Enredo mis dedos a su pelo alborotado, y él esboza una sonrisa.

—Me excita cuando haces eso —dice, mordiéndome el labio inferior.

Sonrío.

—¿A dónde iremos? —pregunto, cuando detenemos el beso.

—Mmm, es sorpresa.

—No me gustan las sorpresas.

Miento. Las sorpresas me encantan.

—Pues te aguantas.

Me toma de la mano. Juntos caminamos hasta el estacionamiento libre, y subimos al coche. Hoy viene en el mismo donde nos quedamos varados en medio de la carretera. Me abre la puerta, al mismo tiempo en el que me ayuda a subirme. Espero a que rodeé el coche y suba en su lado.

Emprendemos el viaje a donde sea que me lleve. «Si es con él, voy hasta el maldito fin del mundo». Afuera está oscuro, y solo me dedico a admirar la noche colorida por la ventana.

Está callado, algo que me pone tensa y dudosa, porque él normalmente siempre está hablando. Así que vuelvo la vista hacia el hombre de ojos café oscuro.

—¿Ya me lo dirás? —vuelvo a preguntar, para hacer conversación.

Sonríe. Esa sonrisa moja bragas que él tiene.

—Te daré una pista —dice sonriente, y yo asiento —. Es grande, venosa y puedes cabalgar en ella cuando quieras. También la puedes lamer y...

—¡Marcus! —exclamo, al notar el sarcasmo de sus palabras.

Suelta una carcajada sin quitar la mirada de la carretera. El ambiente se vuelve mucho más agradable después de eso. Suspiro para mis adentros a cada nada, las manos me sudan y sigo igual de nerviosa que antes. Sobre todo porque no salimos de la ciudad, nos quedamos en ella, lo cual me pone el doble de nerviosa ya que sigo siendo una mujer casada, y si pienso divorciarme no sería para nada grato de mi parte el que me tachen de golfa y pronta.

Alejo esos pensamientos.

Minutos más tarde, nos adentramos a una zona un poco más alejada, y me doy cuenta que vamos a un restaurante: The Pink Door. El lugar donde todo comenzó.

—No es la misma zona donde nos conocimos, pero sigue siendo el mismo restaurante así que...

—Es perfecto.

—Lo será muñeca.

Aparca el coche en el estacionamiento del lugar. Baja del mismo, para después abrirme la puerta. Me toma de la mano, y juntos caminamos hasta la recepción del restaurant. Me besa los nudillos, y cuando se anuncia me quedo congelada.

—¿Tienen reservación? —pregunta la mujer de uniforme caro y bonito.

—Si, a nombre del señor y la señora Meyer.

La respiración y el corazón se me detienen.

Aprieto su mano, pero éste solo se dedica a besarme la mejilla.

—Listo, por aquí señor y señora Meyer.

Marcus asiente, y juntos seguimos a la mujer. El lugar es el mismo al que fuimos por primera vez, a excepción del segundo piso. Éste es más personal, mucho más privado. Y no puedo evitar preguntarme si aquí vendrán más mujeres con sus amantes.

Subimos al segundo piso, éste es de dos colores; rosa pálido, rojo y café. Una combinación muy de San Valentín, pero con ese toque elegante. Tomamos asiento en una de las mesas café con sillones acolchados en color rojo, y el pecho se me estruja al ver un florero con un ramo de rosas esponjosas, descansando a su lado una cajita negra y roja con macarrones. Sonrío, volteando con él.

El lugar esta esquinado, y las mesas alejadas de los demás clientes en ese mismo piso. Me tomo el tiempo de contarlas; diez en total y separadas.

Me siento, y Marcus me sorprende sentándose a mi lado.

—¿Desean algo de beber? —pregunta la mujer.

Marcus pide algún tipo de vino tinto que se escucha caro.

—Buena elección. Mi nombre es Carolina, yo los atenderé ésta noche.

Ambos asentimos y le agradecemos.

—Gracias —digo, volteando con él.

Tomo una rosa, me la llevo a la nariz y aspiro su aroma. Marcus pasea su nariz por mi cuello, hago la cabeza a un lado brindándole un mejor acceso.

—No sé tanto de ti —le digo, interrumpiendo su momento.

Volteo con él. Lo miro a los ojos y no puedo evitar ver sus labios cuando esboza una sonrisa.

—Sabes mucho más de mí que cualquier otra persona muñeca —dice.

Me acaricia el muslo, y las ganas de follar con él comienzan a invadirme.

—Quiero saber más —digo —. Si dejaré a mi marido quiero saber más de la persona con la que pienso estar.

Se remueve en el asiento, pensativo. Suspira, y después me deja un casto beso en los labios.

—Bien —dice —, soy abogado. Trabajé un tiempo en el bufet de un amigo y ahora la compañía de mi padre es cliente de ellos. Nunca quise hacerme cargo de la cadena de hoteles en las que estamos asociados con los papás de Mercy, así que preferí alejarme. Para mi mala suerte, Mark volvió a pedírmelo después de años así que me decidí y accedí a hacerme cargo.

—¿Es mucho trabajo? —pregunto.

—Algo, solo que, al estar asociados con los papás de Mercy nos alenta un poco el trabajo.

Comienza a explicarme que tienen hoteles en algunos puntos del país, y uno más en construcción. A los papás de Mercy les toca el 10% de las ganancias por haberse asociado hace años, pero eso no es problema para ellos, ya que las ganancias son altas. Menciona lo que hace en su trabajo, algo que no me queda del todo claro, ya que somos interrumpidos por la camarera. Nos deja la botella de vino, al mismo tiempo en el que ordenamos la cena.

Cenamos platicando sobre su tiempo en la universidad, omitiendo a Oliver y Mercy a toda costa. Habla sobre Tessa, la misma mujer con la que me peleé hace años en un pub por coquetearle a Oliver. Después, me cuenta por qué no había llevado a alguien más a la casita en el lago.

—No lo sé, ahí viví mientras estuve en la universidad. Era de mi abuela materna, me la heredó después de su fallecimiento así que es especial para mí por lo mismo. También me heredó su parte de las acciones de los hoteles, así que me vi obligado a regresar.

Sonrío cuando me lo dice. Le acaricio el mentón, sintiendo el picor de su alineada barba. Después, abro la cajita con los macarrones, tomo uno llevándomelo a la boca y mordiéndolo con suavidad. Recorro la comisura de mis labios, dejándole después un beso a Marcus. Le ofrezco del mismo llevándoselo a la boca. Éste lo muerde, y yo vuelvo a besarle la comisura de su labio inferior. Paseo mi nariz por cuello, dejándole al mismo tiempo castos besos.

—Ven aquí y bésame bien —gruñe, apretándome la cintura.

Sonrío y niego. Le acaricio el muslo con la mano, recorriéndolo hasta llegar a su endurecida entrepierna. Lo miro a los ojos, notando como es que cambian a un color mucho más oscuro. Paso mi lengua por sus labios, provocándolo.

—Quiero lamer esto —le susurro en el oído, apretándole el miembro por encima de la tela.

—Ahógate con él muñeca.

Su cuerpo se tensa cuando sigo acariciándolo. El deseo me corroe el cuerpo entero, y no pienso en otra cosa más que en la imagen erótica que los dos estaríamos haciendo si le estuviese lamiendo el miembro.

—Tenemos que irnos —dice, empuñando mi pelo en su mano.

Lo jala hacia atrás para que lo vea. Me muerdo el labio inferior, y cuando está por besarme aparece de nuevo la mujer con la cuenta.

Marcus le da la tarjeta. Esperamos a que regrese y ambos salimos del restaurante tomados de la mano. Caminamos al estacionamiento hasta llegar al coche, pero cuando está por abrirme la puerta Marcus me acorrala en ésta última. Estampa sus labios con los míos, dejándonos llevar en un beso que lo vuelve placentero cuando mete su mano bajo mi vestido.

—Te deseo —me dice al oído —. Me tienes muy abandonado muñeca, mi polla no aguanta un segundo más si no estoy adentro de ti.

Sus palabras son como la droga que nunca consumí.

—¿A dónde iremos? —pregunto, cuando por fin me abre la puerta.

—A un hotel.

Sonríe al verme con la expresión desencajada. Subo al coche.

—Tranquila, quiero que conozcas uno de los hoteles Meyer.

—Qué alivio, pensé que iríamos a una habitación, me atarías a la cama y me follarías como león en celo —bromeo.

—¿Y quién dijo que no lo haré?

Enciende el motor.

Volvemos a la carretera. Ya pasan de las diez de la noche. Miro a nuestro alrededor cuando nos vamos acercando más al centro de la ciudad junto a la costa. Después, a unos cuantos metros diviso el hotel que ya había visto en algún momento, pero no había estado adentro nunca. Aparcamos en un estacionamiento privado, y espero a que me abra la puerta para bajarme y tome de mi mano. Cuando pienso que no lo hará, lo hace. Me toma de la mano, caminando de mi lado mientras me besa los nudillos.

Tomamos un ascensor subterráneo. Marcus teclea el primer piso, lo cual me sorprende porque por un momento pensé que iríamos directo a la habitación. Al llegar a éste, la estancia es más que perfección. Los colores neutros y cuadros abstractos con los mismos tonos decoran el lugar.

Sigue sin soltarme, y ambos recorremos la estancia hasta llegar al restaurant del hotel. Conforme avanzamos, me da una explicación breve de lo que hacen en cada área. Él no viene al hotel, si no a las oficinas que se encuentran al otro lado de la ciudad. Lo cual me saca de dudas cuando me pregunto si aquí es a donde viene a diario.

—Es muy bonito —le digo, cuando nos dirigimos caminando por uno de los pasillos aun en el primer piso —. Solo había visto fotos, ya sabes, por el sistema que hemos creado para el hotel.

—Pues veló ahora, en vivo y a color —dice —, ¿Qué le parece, señora Meyer, si follamos en una de las habitaciones?

Me lo dice, rodeándome la cintura por atrás. El corazón se me acelera al tope cuando me dice Señora Meyer, sabiendo que estoy lejos aún de serlo.

—Me parece buena idea señor Meyer.

Me giro, quedando de frente a él.

Sonríe, mojándome por milésima vez durante la noche las bragas.

Caminamos por otro pasillo hasta llegar a un elevador diferente al que ya habíamos llegado. Subimos, cuando éste abre sus puertas, y al cerrarse la tensión crece en ambos. La electricidad vuelve, aunque... ¿Cuándo se ha ido? Quizás nunca se ha ido.

Presiona los botones con el piso número treinta y cuatro. No digo nada, ninguno dice nada, ambos esperamos pacientes hasta que se abren las puertas de la caja metálica.

Los pasillos son alfombrados en color marrón. Las luces tenues, y las paredes de un color beige tenue. En el pasillo, se encuentras cinco pasillos más con dos puertas (una en el lado izquierdo, otra en el derecho). El hotel es grande, claramente. Caminamos al pasillo número tres, y cuando nos posicionamos frente a la puerta del pasillo derecho, Marcus pasa la tarjeta.

34C1. Es el número de nuestra habitación.

Nos adentramos a ella, los nervios me carcomen el cerebro y siento por un momento que veo estrellas cuando Marcus me quita el abrigo. No detallo el lugar, solo sé que está oscuro y es color beige. Me encamina a uno de los sofás.

—Quédate aquí muñeca —me dice al oído.

Me estremezco cuando lo hace. El corazón me palpita con una fuerza descomunal. No me muevo, ni siquiera hago el intento de irme. Siento que Marcus camina a mis espaldas, y después con sumo cuidado baja el cierre de mi vestido ajustado.

—No te lo dije amor, pero estas preciosa como siempre —susurra, besándome la espalda —. Tu cuerpo me estuvo implorando toda la jodida velada que te lo quitara muñeca.

Sus palabras me entrecortan la respiración. Me recorre con los dedos los hombros, bajándome los tirantes del sostén negro. Lo desata, liberando mis pechos. Me besa el cuello, y después pasea sus manos hasta las puntas de mis senos. Suelto un jadeo, seguido de un gemido cuando me muerde en cuello.

Me toma de la mano, encaminándome hasta el sofá, tomando él asiento en ese mismo. Lo noto sin camisa, y con solo el bóxer puesto, y me pone que se haya quitado las prendas de su delicioso cuerpo. Me sienta sobre su regazo, y apoyo la espalda en su pecho. Su mano viaja a mi vientre, siguiendo el recorrido hasta las bragas de encaje color negro. Trago duro al sentir sus dedos acariciar mi piel, tanto, que me aferro a la tela que cubre el sofá.

—¿Por qué tiemblas muñeca? —me pregunta, pero ni siquiera yo sé porque estoy temblando.

No respondo. Cierro los ojos, disfrutando de nuestro momento.

Me estimula el clítoris provocándome una oleada de calor cuando lo hace. Me remuevo entre sus piernas, restregándole el trasero sobre el miembro que se le endurece con la sola fricción.

—Abre esas piernas muñeca —me susurra en el oído.

Obedezco, colocándolas una a cada lado de las suyas. Aun con las bragas puestas, sigue con la deliciosa tortura.

—Quiero hacer algo antes de follarte —me dice en el oído.

—¿Qué cosa? —pregunto, aún con los ojos cerrados y disfrutando de sus masajes en mi punto de nervios.

Escucho un sonidito, es más como una vibración. Abro los ojos, y veo un juguete diminuto color rojo.

—Chúpalo muñeca —me ordena, y yo obedezco.

Es pequeño, me cabria en la palma de la mano. Cuando lo hago, lo lleva a mi clítoris y la sensación es increíble. No se compara a sus masajes, porque sus masajes son mejores. Pero lo complazco dejando que haga conmigo lo que le venga en gana. El juguete vibra, mi sexo se contrae implorando que Marcus me penetre, pero sigo quedándome callada.

—Joder... —gruño por lo bajo, al sentir aproximarse el orgasmo.

—Dámelo muñeca —pide.

Me toca con su mano libre los pezones, estimulándolos y estirándolos. Vuelvo a contraer las paredes de mi sexo, llegando al clímax. Suelto un gemido, seguido de un grito sonoro con su nombre en mi boca. Entonces, Marcus me levanta, cargándome mientras le rodeo las piernas. Camina conmigo en sus brazos hasta aventarme boca abajo en una cama blanda. De un tiron se deshace de mis bragas exponiendo mi trasero el cual muerde, azota y aprieta con sus manos.

—Joder, eres bella —me dice al oído.

Me giro boca arriba, y éste se me sube encima. Se lo impido. Enarca una ceja, pero cuando mis manos viajan a su miembro el gesto le cambia.

—Te dije que lo quería en mi boca...

Le sonrío con malicia. Masajeo el miembro de arriba hacia abajo con delicadeza. Me lamo los labios, tomo asiento en la orilla de la cama y después lo llevo a mi boca. Lamo la punta, recorriendo después con mi lengua el falo. Marcus echa la cabeza hacia atrás disfrutando, mientras yo misma me complazco tocándome. Lo llevo hasta mi garganta, cerrando los labios sobre éste hasta que me dan arcadas. Siento lo largo y ancho que es, las venas le resaltan y mis labios las sienten.

—Joder Charlotte —gruñe, y solo me dedico a mirarlo a los ojos desde mi posición.

Tengo la boca llena.

Marcus me toma de la mandíbula, estampando mis labios con los suyos. Me besa con pasión, con necesidad, y eso me enciende el doble. Aprieta uno de mis glúteos, después me empuja a la cama abriéndome de piernas. Me la lengüetazo tomando mis jugos con su boca. Después pasea el glande con mi entrada, penetrándome con una estocada dura. Suelto un grito. Rodeo los brazos a su cuello sosteniéndome, mientras él acelera el paso tomándome de los glúteos empujándome hacia él.

—Joder, que rico —gimo.

—Acuérdate de este momento muñeca, porque eres mía.

¡Mierda!

Se apodera de mis pezones dándole la atención a cada uno mientras me penetra. Me tumba de nuevo a la cama, levanto la pelvis para recibir mejor sus estocadas. Con el pulgar me acaricia el clítoris, siento la presión, la necesidad y las ganas de llegar al éxtasis. Suelto obscenidades, así como lo hace él, y eso parece excitarle el doble. Entonces, vuelve la sensación, llego al orgasmo como nunca lo había hecho antes, suelto el chorro que tanto le gusta, maldice por lo bajo y se abraza a mi cuerpo. Después siento la calidez de su derrame cuando su miembro los expulsa a mi canal humedecido.

Nuestras respiraciones se acompasan. Sigue encima de mí, y después de unos minutos sale de mi canal. Vuelve a subírseme encima acariciándome las mejillas y quitándome unos mechones de pelo de la cara. Me sonríe, y hago exactamente lo mismo. Después, las cinco letras salen por si solas.

—Te amo. —Digo.

Marcus vuelve a besarme, recorriendo mi cuerpo con sus manos.

—Solo a mí muñeca —gruñe, mordiéndome el labio inferior.

—Solo a ti, señor oscuro.

(***)

La noche transcurre con folladas duras, deliciosas y húmedas. Pareciera que nada más nos llena que saciarnos de nuestro cuerpo.

Estoy desnuda, en la cama de un hotel junto al hombre que amo. Aun con los ojos cerrados siento su aliento sobre mi cuello cada que respira. Estoy decidida a comenzar los trámites de divorcio, no pienso posponerlo y tampoco puedo seguir con una persona que no amo. Quiero a Oliver, pero no lo amo.

Marcus me aprieta el cuerpo. Abro los ojos, observando la luz que comienza asomarse por un ventanal de la habitación. De tantas ganas que teníamos, ni siquiera me había dado cuenta que el ventanal que teníamos enfrente estaba abierto.

Le resto importancia, y sigo disfrutando de las piernas de Marcus entrelazadas con las mías y de los brazos que me rodean la cintura.

Vuelvo a tratar de conciliar el sueño, pero éste es interrumpido por el móvil de Marcus sonando pro toda la habitación.

—Mmm... no —se queja.

Abro los ojos. Marcus se levanta a duras penas caminando a un pequeño mueble frente a la cama. Esta desnudo, y que lo esté aumenta mi libido y las ganas de comérmelo de nuevo.

—Diga —responde tajante.

Me esboza una sonrisa, pero el gesto se le endurece cuando alguien le habla al otro lado de la línea.

—Maldita sea —maldice.

Me siento en la cama, envolviéndome en las sabanas.

—Mándame la dirección, voy para allá.

Cuelga. Se lleva las manos a la cara, trata de componer su postura, pero no lo logra. Se acerca a mí, dejándome un beso en la coronilla.

—Te amo muñeca, ¿lo sabes, no? —Asiento.

—¿Qué sucede? —le pregunto.

—Mercy tuvo un accidente, tenemos que irnos. 

¡DIOS MÍO! Me encantó éste capitulo, debo admitirlo ♥

¿Qué les pareció a ustedes? 

Gracias por el apoyo mis perversas :') , me sería de mucha ayuda su ⭐ y sus comentarios para llegar a más personitas y conozcan a éste par L_L' Estamos a nada de llegar a las 4k de lecturas, lo cual agradezco.

LES AMO INFINITO ♥

PD: ¡Últimos capítulos! Repito, ¡Últimos capítulos!

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