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33. Mi mujer perversa

Marcus Meyer

Estoy impaciente. Llevo tres días de no verla después del viaje a la finca, y el no tenerla cerca comienza a pasarme factura. Los celos siempre están ahí, presentes a cada nada pensando si se habrá reconciliado con Oliver a pesar de decirme que me ama a mí y no a él.

Me remuevo en el asiento de mi oficina. Vuelvo a tomar los contratos en mis manos y los releo. No he avanzado nada, y Jen no ayuda mucho que digamos. Ésta última llama a mi línea y contesto.

—¿Mmm?

—Señor Meyer, lo busca Farid Leister.

—Que entre.

Cuelgo, y segundos después Leister entra por la puerta. Esbozo una sonrisa radiante ante mi ex jefe, quien ahora será nuestro abogado de cabecera.

—¿Ya los revisaste con detenimiento? —me pregunta, al ver los contratos sobre mi escritorio.

—Si, aunque tengo dudas sobre éste último contrato.

Estiro la mano entregándole uno de los contratos sobre la construcción del hotel en una playa mexicana.

—Si, respecto a ese, tu padre estipuló que se debe seguir el protocolo. Ese contrato está más apegado a las leyes, se debe terminar la construcción del hotel para zafarse de él. ¿Sabes a lo que me refiero, no es así?

Vuelvo a releer las líneas.

—Nadie puede deshacer el contrato de la construcción, ya que se pagó una parte por adelantado de la misma, y uno de los socios quien invirtió, es un empresario mexicano. De salirse alguno de los dos, tendrán que pagar una fuerte suma de dólares, y no queremos eso.

—No, no queremos. Y si comprendo, recuerda que yo también soy abogado —digo.

—Perdón, señor abogado —bromea Leister.

Dudo en firmar, pero aun así lo hago. «Ja, qué más da».

Firmo los contratos, y los papeles necesarios después de leerlos. Nunca se firma nada sin leer antes hasta las letras pequeñas.

Me quedo con una copia, después le entrego los originales. Hablamos por lo menos una hora sobre trabajo, contratos y demás. Trabajé para Leister algunos años y nuestra comunicación siempre ha sido buena. Tan buena, que hemos hablado sobre abrir juntos otra firma más de abogados en un futuro. Con los mejores abogados, claro.

Entonces, es ahí donde comienzo hablar de ese tema delicado. Mi divorcio.

—¿Qué quieres que? —cuestiona, con mirada expresiva —. Dios te libre —vuelve a burlarse —. Yo por eso no me caso, ¡Mírame! Veintinueve años y sigo completito. Ahora, ¿Quieres divorciarte, para casarte con otra? Patético.

—No dije casarme con otra, solo quiero el divorcio, ser libre para hacer lo que yo quiera —respondo, recargándome en la silla.

Vacila antes de responder.

—Experto en divorcios no soy, y lo sabes. Pero en la firma hay uno que otro abogado buenísimo en ello así que... —se encoge de hombros —. ¡Qué más da! ¿Quieres divorcio? Divorcio tendrás.

—Bien, pásame el contacto para comunicarme con él.

—Claro, yo te lo mando.

Se despide al mismo tiempo en el que se levanta de la silla.

—Por cierto, haré un evento de beneficencia para el hospital en el que trabaja mi hermana. Invitaré algunos allegados.

—¿Cuándo? —pregunto.

—Mmm, no tengo puta idea —se ríe —. Pero en cuanto tenga fecha te la hago llegar.

Asiento con un si en mi boca.

Leister sale de la oficina dejándome solo. La paz y tranquilidad no suelen vivir conmigo, porque veinte minutos más tarde llega Lorenzo abriendo la puerta de golpe.

—Exijo detalles —dice, tomando asiento frente a mi escritorio.

—Pareces vieja chismosa, ¿no quieres entrevistarme de pasada?

Me levanto. Salgo de la oficina con Lorenzo pisándome los talones. Estoy cansado, no físicamente, si no de cansancio mental. Pensar en Charlotte día y noche me consume, y sumándole tambien que, llegando a casa debo pensar aun el doble para no soltarle a Mercy que la engaño con la esposa de nuestro amigo.

—Anda, cuéntame —insiste, metiéndose conmigo en el ascensor.

—¿Qué te digo? Fue una tortura, y sabes que no me escondo lo que siento frente a las personas.

—¡Por Dios! ¿Le dijiste a Mercy o a Oliver? —pregunta.

—Ni que estuviera tonto. Aunque si por mi fuera lo soltaría de una vez, pero no lo hago por Charlotte.

Salimos a la recepción. Es hora de comida, y yo estoy que me muero de hambre. Subo al coche de Lorenzo como copiloto, y seguimos hablando de trabajo. Me explica el sistema que la compañía de Software nos ha brindado y menciona que no ha recibido queja alguna de los demás hoteles.

—Tienen buen alcance, y para ser sincero Charlotte es muy buena en lo que hace.

Demasiado buena...

—¿Qué vas a ordenar? Se me antoja una...

Dejo de escucharlo cuando veo a Charlotte entrar con Oliver al restaurante. Va con ropa de oficina, una falda sobre la rodilla, blusa blanca y chaquetín que le combina. Le reparo la figura de diosa de pies a cabeza. Siempre se ve hermosa y perfecta y... Empuño las manos al ver como Oliver la toma de la cintura encaminándola a una de las mesas libres.

—¿Entonces...? Están esperando amiguito ¿Qué vas a ordenar?

—Lo mismo que tu —respondo tajante.

—Langosta quemada y sesos de elefante para los dos, gracias señorita.

Vuelvo la mirada hacia Lorenzo cuando le entrega la carta del menú a la camarera.

—¿Qué mierda pediste?

—Ni siquiera me pusiste atención por estar viendo a tu amigo y su mujer.

—No es mi amigo —espeto.

—Pero él no lo sabe aún, ¿recuerdas? Son amantes Marcus.

—No por mucho —le respondo.

Le doy un trago largo a la copa de vino hasta que se vacía. Me levanto de la mesa, y solo escucho la grosería que dice Lorenzo cuando me ve caminando hasta la parejita enamorada. Voy con paso decidido, y cuando Charlotte me ve se sobresalta, la miro a los ojos que me escrudiñan diciéndome que me vaya. Pero no lo hago. Quizás nunca lo haga.

—¡Hermano! —exclamo.

Oliver me ve, se levanta del asiento con una sonrisa media y me saluda. Le doy un abrazo y después saludo a Charlotte con un beso en la mejilla. Su fragancia me endurece el miembro, y tengo que poner todo mi autocontrol para no abalanzarme encima de ella y besar sus labios rojos como la cereza.

—Vinimos a comer —dice Oliver —, hace tiempo que no salía a comer con mi mujer.

La toma de la mano, dejándole un casto beso en los nudillos.

La tensión, los celos, el enojo y la incomodidad me invaden. Pero como lo mio no es la calma, decido quedarme.

—¿Con quién vienes? —pregunta Oliver.

—Con Lorenzo.

Levanto la mano haciéndole una seña a Lorenzo. Éste se levanta de la silla, encaminándose después a la mesa de Oliver y Charlotte.

—¿Les molesta si los acompañamos? —pregunto.

Oliver responde un: no. Aunque muy en el fondo sé que le revienta que lo haya interrumpido.

—¡Oliverito! Tiempo sin verte cariño —dice Lorenzo.

—Demasiado, ¿desde cuándo?

—No lo sé, años tal vez.

—Él es Lorenzo cariño, un amigo cercano de Marcus —se lo presenta a Charlotte.

Ésta estira su mano fingiendo no conocerlo, cuando hasta él mismo sabe que follamos. Ella se remueve en el asiento, está incomoda, pero para ser sincero lo único que quiero es entrometerme entre ellos y saber que han hecho.

Oliver le comenta a la camarera que nos sirvan la comida en su mesa, al igual que ellos. Los tres platicamos cosas de trabajo, cirugías plásticas y demás. Comienzo hablar sobre la nueva construcción del hotel en tierras mexicanas, y a Charlotte se le ilumina la mirada. Pregunta en donde será, y le respondo a tal pregunta.

—Es un lugar precioso, pocas veces hemos ido.

Oliver se disculpa anunciando su ida al baño. Mi desespero aumenta, y aunque quiero quedarme callado no dudo en soltarle lo que traigo guardado. Cuento hasta cinco en la mente para olvidar que la mujer frente a mis ojos es la que está casada con mi amigo.

—¿Crees que Oliver le quiera operar la nariz a mi novia? Está muy, pero muy insistente con que...

—Está muy cariñosito ¿no crees? —suelto cuando Lorenzo menciona lo de la nariz, recordando que así se conocieron —. Y dime ¿Ya se lo dijiste? —pregunto, y Lorenzo se remueve en su asiento.

—¿De qué hablas, Marcus? —cuestiona.

—Que lo dejaras, ¿ya se lo dijiste?

Lorenzo carraspea mirando para todos lados, pero yo no dejo de mirar a la mujer que tengo frente a mis ojos con el ceño fruncido.

—No es el momento para hablar de eso, apenas me hiciste esa propuesta Marcus, no esperes una respuesta inmediata.

—¿Por qué no? A quien amas es a mí, no a él.

—¡¿Quién quiere postre?! —interviene Lorenzo.

—No interfieras, no es momento ni siquiera para mencionarlo.

—Yo quiero postre ¿ustedes no?

—¿Por qué no? No, no, no me digas ¡ya te rajaste! —espeto, aventando con suavidad el tenedor sobre la mesa.

El gesto se le endurece, así como a mí la polla al mirar sus senos medio descubiertos.

—¿De eso se trata? ¿De ver quien se raja? ¡No seas imbécil, esto es serio!

—No te lo estas tomando muy serio que digamos.

—¿Y qué quieres que haga? ¿Qué le pida el divorcio sin razón alguna para él? Sospechará, y no quiero que se entere que...

—¿Soy yo con quien lo engañas? —espeto.

Se queda callada.

—Bueno, creo que no quieren postre.

Segundos después aparece Oliver con una estúpida sonrisa de oreja a oreja.

—¿De qué me perdí? ¿O por qué están tan callados?

—Marcus contando chistes, ya sabes lo pésimo que es —le responde Lorenzo.

—Nosotros nos vamos —anuncio, mirando solamente a Oliver —. Nos vemos Oliver.

Pagamos, y salimos del restaurante. Lorenzo no deja de recriminar mi comportamiento diciéndome una y otra vez que fue estúpido e infantil.

—¿Si? Qué raro, no pedí tu opinión.

—Estas mal, de hecho hasta la propuesta que ¡Yo no sabía! Esta mal.

—¿Y por qué? Según tu...

—Por el simple hecho de que Charlotte lo pensará dos veces antes de actuar. ¡Piensa! Ella pierde más que tú. Mercy ya lo sabe, pero Oliver no.

—Mercy solo sabe que la engaño, no con quien lo hago.

Niego con la cabeza. Charlotte se cuela nuevamente en mis pensamientos lujuriosos, pero estos se van al caño al imaginármela con Oliver en sus brazos.

—Dale tiempo, cinco años con el hombre que dices amar, y de repente llega otro a suplirlo, ¡no la jodas!

—Lo dices con sarcasmo, como si no creyeras que está enamorada de mi —respondo tajante.

No soy tonto, ni estúpido. Yo también lo he pensado.

—A mí me sorprende que se haya enamorado de ti tan rápido.

Ignoro su comentario, que también me ronda por la mente hace días, exactamente cuando yo también le dije; Te amo.

(***)

Vuelvo a concentrarme en la montaña de documentos que tengo sobre el escritorio leyendo con detenimiento cada uno. Pero fallo al intentar concentrarme. Y por más que le dé vueltas al asunto, me doy cuenta que Lorenzo tiene algo de razón.

—Tenemos que hablar —interrumpe Mark.

—¿Cuándo llegaste? —lo reprendo.

—Hoy. Fui a dejar a las gemelas a tu departamento, se quedarán ahí mientras les hacen la entrega del suyo.

—¿Por qué no se quedan en una de las habitaciones del hotel?

Pregunto lo obvio.

—Quieren la suite del último piso ¡Hazme el puto favor! —se queja.

—¡Ja,ja! Tontas no son.

Reviso con Mark algunos contratos de los hoteles que tenemos en Seattle, California y Arizona. Tres hoteles esparcidos en distintas ciudades de cada estado.

—Los tres hoteles en California han obtenido buenas ganancias estos últimos meses —le digo —. Solo hay que renovar permisos y todo lo que se requiere.

—¿Cómo va el sistema? ¿No ha dado lata? —me pregunta.

Sé a dónde tomara dirección esta conversación.

Le comento lo mismo que Lorenzo me dijo por la mañana, omitiendo el nombre de Charlotte. Mi móvil suena con el mensaje de Leister, seguido del contacto que me ha mencionado hoy por la mañana.

—¿Cómo vas con Mercy? —pregunta.

—Ya decía yo, no viniste solo por trabajo.

—Me interesa saber.

—No hemos hablado, y tampoco es como que me interese entablar una conversación con ella, y mucho menos contigo. ¿Contento?

—Deberían...

—¡Deberíamos nada! Se escuchará feo, pero fue bonito mientras duró.

Ignora mi comentario. Seguimos trabajando releyendo contratos por la junta que tendremos con los directivos en unos días en California. Después, Mark se despide diciéndome que pasará por mí en unos días para irnos a la dichosa junta que se llevará a cabo en aquella ciudad.

Decido llamarle al abogado, que al final resulta ser el hermano menor de Leister. Su nombre es Brandon. Agendamos una cita a mi regreso después de darle una explicación breve de los servicios que requiero.

Salgo de la oficina, regresando al piso de la tortura. He decidido llamarlo así gracias a Mercy y sus recriminaciones. No deja de joderme. Sé que estoy mal, que la jodí yo antes que ella, pero la tentación, el morbo, y la curiosidad siempre me han sabido ganar.

«Creo que después de todo, no soy un hombre maduro». Pero ¿Quién mierda si lo es? Nadie lo somos. Tenemos errores, y no queda más que darle frente a ellos. Y es lo que yo estoy haciendo.

Supongo que el divorcio no será fácil, sino todo lo contrario a eso. Pero, ¿para qué estar con una persona que no amo? ¿Para qué estar al lado de alguien que, en lugar de llenarme el pecho me vacía hasta la paciencia que no tengo?

Quiero a Mercy, no lo negaré. No soy de piedra, mis sentimientos por ella van más allá que una simple amistad de años por el hecho de que hemos estado casados por dos. Estoy consciente del daño que le he hecho, de lo puto y cabrón que he sido, pero con la mujer que quiero todo ahora es distinto.

Esa mujer me llena, me hace sentir lo que no sentí con Mercy, se escucha de lo peor, pero así es. Me aviva, me da paz, y no solo paz física, sino mental y... La veo corriendo bajo el túnel. Estaciono el coche cerca de la acera del túnel, bajo del mismo y espero pacientemente a que vuelva a dar la vuelta por el parque. Para cuando lo hace, me espero a que esté de espaldas y:

—¿Nos besamos o qué? —le susurro en el oído, rodeándole la cintura.

—¡Joder! —se espanta —. ¿Siempre eres así? Me asustaste.

Se escabulle como un gusano soltándose de mis brazos, pero vuelvo a tomarla. Pego mis labios a los suyos besándola con necesidad. Me prende como una hoguera, y comienzo a manosear su cuerpo. Le aprieto los glúteos, los senos y después le lleno la cara de besos.

—¿Por qué peleas conmigo? —pregunto sin soltarla.

No responde, solo se dedica a disfrutar del momento y acariciar mi abdomen sobre la tela de la camisa. La necesito. Le restriego la entrepierna en su abdomen, y no duda en acariciarme.

—Quiero follarte —jadeo, cuando desabrocha la pretina y mete su mano bajo mi bóxer.

La polla se me endurece aún más cuando me acaricia el falo apretándolo con fuerza.

—Lo quiero en mi boca ¿puedo? —me pregunta.

—Ahógate con él.

Sonríe en mis labios, y se detiene.

—No, estas castigado.

La escrudiño con la mirada. ¡¿Qué mierda?!

—Por hacer rabietas Marcus, ¡enfrente de tu amigo! —espeta, soltándome.

—Estaba celoso, de hecho, lo sigo estando porque Oliver ni siquiera sabe que...

—Lo estoy engañando ¡lo sé! Pero... ¿Qué quieres que diga? ¿Qué quieres que haga? No sé qué decirle, no sé cómo actuar, yo... ¡no sé qué hacer Marcus! Nunca lo había engañado, mucho menos con uno de sus amigos.

Los ojos se le enrojecen. Los labios rojos se le hinchan por el beso, y mis ganas de montarla y hacerla mía van en aumento a pesar de que sé, que está sufriendo.

—Además, Lucy me dijo que Oliver le preguntó si ha ido alguien más al apartamento.

—¿Y qué dijo? Ella no ha estado las veces que yo he ido —le respondo.

—Lo sé, y ella respondió que nadie más que mis amigos y listo pero... Oliver es muy minucioso, no se quedará tranquilo. Su comportamiento ha sido de lo más normal después de la tarjeta y eso me mantiene inquieta.

—¿Y? No sospecha. —Afirmo.

—Yo no creo que no lo haga, se las está guardando, y si bajo la guardia se enterará.

—En algún momento lo sabrá Charlotte, y yo no me lo pienso callar.

—Lo sé, pero quiero que lo sepa cuando ya no esté con él. Solo... dame tiempo ¿vale? Solo eso te pido. Tiempo para decirle que ya no siento lo mismo por él. Que me enamoré de otro...

—De mí. Que te enamoraste de mi —la interrumpo.

—De ti —recalca.

Guardo silencio. Conozco a Oliver, y si, no se anda con estupideces, porque cuando quiere buscar algo y se lo propone siempre lo encuentra. No es que no quiera que lo sepa, en realidad me vale mierda. Lo que no quiero es que dañe a Charlotte, sus ataques de irá suelen ser nefastos.

—Está bien. —Declino.

La tomo de las mejillas acercándola a mis labios. Los beso, disfrutando de su sabor, jugueteo con su lengua y... aunque quiera follar con la mujer de mi amigo decido que lo mejor es esperar a que sea mía. O tal vez no.

—No soy muy paciente que digamos muñeca —le susurro al separarme de ella —. Y ya no sé qué me sucede, pero no puedo estar un segundo sin apoderarme de tu boca.

—¿Nos besamos o qué? —dice.

Sonrío y le respondo:

—A ti no te sale decirlo —me burlo.

—Imbécil.

Me empuja, con una sonrisa dibujada en los labios. Esta por irse corriendo nuevamente, pero la detengo un segundo más.

—No me abrochaste el pantalón ¿Qué dirá mi mujer si me ve así? —bromeo.

—Nada —me susurra, apretujándome el miembro, y subiéndome después la pretina —. No dirá nada, porque yo soy tu mujer.

Me eleva el ego tres mil metros sobre el cielo y vuelvo a besarla.

—Que bien se escucha eso —digo, apretándola a mi cuerpo y mirándola a los ojos —. ¿Nos besamos o qué?

Me acaricia mis labios con los suyos, asintiendo a mí pregunta. Se cuelga a mi cuello y jadea ante el beso candente pegada a mi cuerpo. Me encanta y me fascina sentirla más mía que de Oliver. Que me prefiera a mí, y no a él.

Y no me queda más que confirmar con un sí, estoy enamorado de ella. Enamorado de mi mujer perversa.

Una fotito de como me imagino a Farid Leister, no quiero spoiler pero... ¡Oh, miren un collar! 

Gracias por su apoyo mis amores ♥

No fue viernes erótico, pero si interesante :P ¿Qué les pareció?

14/01/2021♥

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