28. Ebullición - Parte I
Marcus Meyer
Te amo...
Las mismas cinco letras me recuerdan lo que no he sentido por alguien más. Ese te amo, lo siento más nuestro, más mío que de alguien más.
—Ya quita esa cara de amargado —se queja Lorenzo, tomando asiento frente a mi escritorio.
—¿No tienes trabajo, o qué? —lo reprendo.
Le doy un sorbo al café en mi mano, volviendo a teclear los números de los estados financieros. Vuelvo a quejarme mentalmente, consciente que no debería estar haciendo esto, al menos yo no. Pero Jen es tan distraída y tan tonta que termino haciendo su trabajo, y el que Mercy me pida a diestra y siniestra que no despida a su amiga de la infancia, me recuerda que, aunque sea por una vez, debo hacerle caso.
—Sí, pero tu cara de cachorro a medio morir me tiene intrigado.
Suelto una carcajada.
—Lo terminamos —digo, con la duda si debo seguir hablando.
—¿Cuándo empezó? —contesta, esbozando una sonrisa.
—Nunca empezó.
—¡Eso! —exclama. —Dame esos cinco.
—No. —Lo corto.
Es sábado, y no he dejado de pensar en ella. ¡Maldita sea!
Sus ojos café claro, su melena color negra, y esos atributos que se carga terminan volviéndome loco cuando recuerdo la suavidad de su piel.
Estoy que exploto de celos. Sobre todo porque Oliver vino hace días restregándome en la cara que estaba dispuesto a recuperar a su mujer.
—¡Se la llevo en un yate! ¡En un puto yate! —espeto —. Que se jodan los dos.
Lorenzo se queda callado. Por un momento pienso que está a punto de soltar una carcajada al verme como estoy ahorita, pero se aguanta.
—¿Qué esperabas? Es su marido.
—Me jode. Y todavía viene Oliver a restregarme en la cara que se la llevaría unos días con sus amigos. Le dije que me invitara, pero nos excluyó.
Y sí que lo hizo el maldito. Aun retumban en mis tímpanos sus palabras: Solo sus amigos y nosotros.
¡Jodete Oliver!
—Estas desesperado Marcus.
—¡No! Estoy celoso, eso es lo que pasa. Me enerva pensar que sus cochinas manos están encima de ella y...
Respiro profundo, imaginándome lo peor.
—Te lo juro, por un momento quise escupirle todo lo que hicimos Charlotte y yo, terminando de decirle que me ama a mí, y a él no.
—¿Y en realidad te ama? —se burla.
—¡No sé! Lo que quiero es restregarle eso a Oliver en la cara para cerrarle el pico y deje de ventilarme que se la llevó en el maldito yate de su padre.
Trato de recobrar la compostura. Después de unos minutos me tranquilizo y vuelvo a respirar profundo. Lorenzo me repara con la mirada. Seguramente pensando que me he vuelto loco, pero honestamente no me importa porque ya lo estoy.
—¿Tú la amas? —me pregunta.
No contesto. Y no lo hago porque ni yo mismo sé que siento por esa mujer que cree que puede decirme que terminó lo que empezamos, y al siguiente día besarme con necesidad.
—No sé.
—Joder, hermano. Si la amas.
—¿Tú qué sabes? —espeto.
—Si no la amaras, simplemente lo negarías y ya está. Pero no lo has hecho. Además, no esperes olvidar todo lo que pasó entre ustedes, te aseguro que se fue con Oliver por el simple hecho que tú le dijiste que ya no querías engañar a tu esposa.
—Ella lo terminó primero...
—¿Y? —me recrimina —. Pensé que tú eras el maduro, no el crío.
Yo soy maduro, por supuesto que lo soy.
—Si lo soy.
—No parece Marcus. Pensé que eras sincero, ¿y si le respondes lo que ella te dijo? ¿Cambiará de opinión? —lo miro con extrañeza —. Piénsalo, ¿estarías dispuesto a divorciarte de Mercy, para estar al lado de ella? ¿La mujer que amas? ¿La mujer de Oliver?
—Ni siquiera sé si la amo —respondo.
—Pues ojalá tenga hijos con Oliver, ya que andas de reprimido.
Empuño los nudillos. Le hago una seña para que se largue de la oficina, y sale riéndose.
Pendejo.
Cierro los ojos, recargándome en el respaldo de la silla giratoria. Me doy la media vuelta, mirando el panorama que tengo en la ventana del edificio. Mi mente vuelve una y otra, y otra vez a los momentos que tuvimos juntos. La deseo, tanto que me estoy volviendo loco. El miembro se me endurece al recordar sus labios y su lengua en mi polla, la forma en la que tomaba el falo y...
El sonido del teléfono en la oficina me interrumpe los pensamientos.
—Diga.
—Señor Meyer, lo busca el señor Farid Leister —lo había olvidado.
—Que pase.
Cuelgo, esperando a mi ex jefe.
La puerta se abre, dejando ver al hijo de puta guapo que entra. La sonrisa de malicia, delatan su maldad pura.
—¡Leister! —me levanto de la silla.
Lo saludo, dándole un abrazo. Farid Leister es uno de los mejores abogados, y el bufet en el que es socio es de los más reconocidos en la ciudad.
—Un día eres mi gato, y al siguiente ya eres mi cliente ¿Cómo está eso? —se burla.
—Cogí con una anciana, murió y le quité la herencia a sus hijos —le contesto.
—Imbécil —se ríe —. ¿Para que soy bueno? —me pregunta, tomando asiento —. Tu padre me llamó hace días, y bueno, aquí estoy.
Comienzo a explicarle lo de los contratos que me han mandado sobre la construcción de un hotel en México. Me advierte, diciéndome que así como puede ser fácil, también se podría complicar con los permisos de suelo y demás.
—Podría contactarme con algunos empresarios conocidos —agrega —, ya sabes, amigos de mi padre. Tiene uno que otro lazo con políticos y podría ser que firmen los permisos. Claro, siempre y cuando sueltes algo de dinero.
—Bien, haz lo que tengas que hacer.
Sé cómo son todos esos tratos.
—Puedo preguntar ¿por qué México?
—Me recuerda a alguien —respondo.
(***)
Respiro con dificultad. Las ganas que tengo de follar con otra, me las estoy tratando de saciar con mi esposa. Lo sé, suena hipócrita, suena mal, y hasta cierto punto me sienta fatal hacerle eso a Mercy.
Llevo días sin poder dormir, sin pegar el ojo y sin saber de Charlotte. Ni siquiera me la encuentro en el parque trotando, y vaya que he ido en las mañanas y por las tardes con la esperanza de encontrármela ahí.
—Quiero más —ronronea Mercy, lamiéndome el lóbulo y besándome la espalda.
Se envuelve las sábanas blancas a su cuerpo, y no dudo en reparar su piel con la yema de mis dedos. Vuelvo a besarla, comiéndome los labios de quien me juró amor eterno, consciente que yo no he cumplido a mi palabra. Me siento como judas, traicionando su confianza.
—Tengo trabajo Mercy —le digo, soltándome de ella con suavidad regalándole una sonrisa ladina —. Además, debes de empacar las maletas ¿no?
—¡Oh, es verdad! Dios, extraño tanto ir a la finca.
Sonrío, pero con burla porque a ella ni siquiera le gusta ese ambiente.
Camino hasta mi despacho sacando la pila de papeles que llevo en el portafolio, recordando que me he olvidado de los contratos para la nueva construcción del hotel en California. Tengo que leerlos yo también, y analizarlos al igual que lo hará Farid.
Salgo de nuevo, anunciándole a Mercy que iré al coche por algunos papeles. Me adentro al armario poniéndome ropa decente, y segundos después salgo del apartamento en dirección a ascensor. Para mi desgracia, éste se detiene en el piso que conozco tan bien.
—¡Hermano! —saluda Oliver, acompañado de su mujer.
—Hermano —respondo frío.
Ese término, ya no me va.
—Charlotte —digo su nombre, saboreando con mi lengua cada una de sus letras.
—Hola.
—¡¿Ya listos?! —pregunto.
Charlotte me mira con confusión, pero Oliver no. Ambos se adentran al ascensor y éste continua su curso. Ella va vestida como me gusta tanto verla; vestido ajustado hasta el muslo en color rojo, y sus prominentes pechos apretados a la tela.
—Listísimos —responde él.
—¿Para qué?
—Iremos a la finca, cariño. Éste fin de semana —le anuncia Oliver.
Ella se pone pálida al escucharlo decir aquello.
—No podemos ir —anuncia.
¡A no muñeca, te obligaré a ir!
—¿Por qué no? —cuestiona Oliver.
Se le oscurecen los ojos, la escrudiña con la mirada y la toma con fuerza de la muñeca. Que lo haga me provoca una furia, porque le está haciendo daño reaccionando de esa. No hago nada, pero si sobrepasa el límite lo único que verá Oliver será mi puño en su cara.
—Iremos, y punto.
Las puertas se abren. Charlotte asiente, y los tres caminamos hacia el estacionamiento.
—¿Y a dónde van? —pregunto, mostrándome desinteresado aunque por dentro esté lleno de celos.
—Iremos a cenar —contesta Oliver, ya más tranquilizado —. Cariño, ¿no trajiste abrigo?
—Oh, no. Lo olvidé.
—Ahora vengo.
Oliver se regresa. Charlotte me ignora siguiendo su camino hasta el coche rojo estacionado a un lado del de su marido.
—Bonito coche.
—Gracias.
Abre la puerta del piloto. Pero como la calma, y mucho menos la espera es lo mío, la cierro con fuerza.
—¡¿Qué mierda, Marcus?! —espeta.
—Estoy celoso —le digo —. No quiero verte con él.
—¡Es mi marido! —exclama —¿Quién mierda te entiende? Hace unos días no querías andar de infiel, pero ahora si ¿no? ¡Aléjate de mí! Que yo tampoco quiero volver a engañar a mi marido, mucho menos contigo—espeta.
Vuelve abrir la puerta, y yo hago exactamente lo mismo, cerrándola con fuerza. La acorralo, mientras ella forcejea para zafarse de mí.
—Tú lo terminaste primero, ¿Quién te dijo que yo quería terminarlo? ¡Eh¡ Tu solita te fuiste, yo no te alejé.
—¡Porque está mal lo que hacemos, Marcus! —exclama por lo bajo.
La tomo de la barbilla con fuerza, acaricio mis labios a los suyos sintiendo como se derrite en mis brazos.
—¿Nos besamos o qué? —le pregunto, ambos respirando con dificultad.
—Vete, puede venir Oliver y...
—Me gusta la adrenalina, y lo sabes.
Me prendo de sus carnosos labios. Suelta un gemido, y mi polla se endurece al instante al pegar su cuerpo con el mío. Le separo las piernas, frotando después mi miembro cerca de su intimidad.
—Dímelo —susurro, dejándole castos besos en el cuello —. Dime lo que me dijiste en el ascensor.
—No diré mentiras.
Me empuja. Suelto una risa nerviosa.
—Eres la mentirosa número uno, yo soy el dos.
—Eres un...
—El amor de tu vida, ese soy yo.
Vuelvo a tomarla de la barbilla, dejándole un beso tronado en los labios. Después la suelto y camino hacia mi coche controlando mis ganas de regresarme y secuestrarla para llevármela de aquí.
¿Qué mierda me pasa con esa mujer?
Me tardo lo suficiente, esperando a que se vayan. Por más que quiera arrancarla de mis pensamientos no puedo, así que tampoco los evito. Prefiero tenerla muy presente, y hacerme a la idea que tal vez no volvamos a rosar ni la más mínima palabra.
Vuelvo al apartamento, frustrado, enojado y con las mismas ganas que siempre me cargo cuando veo a la mujer de quien me dice hermano. Sobrepase mi limite, y no lo quiero aceptar. No quiero aceptar que lo que siento por Charlotte es mucho más que la simple palabra que nos define como lo que somos; amantes.
Abro la puerta, ignorando a Mercy que se encuentra sentada en el sofá.
—Marcus —me llama, pero apenas si volteo.
—Estoy ocupado, ahorita hablamos.
—¡No! —exclama.
Volteo para mirarla. No sé qué iba a durar más, si la mentira o la verdad. Y definitivamente ninguna dura por igual.
—¿Con quién lo usaste? —me pregunta, alzando el preservativo usado con unas pincitas.
Mierda.
—No sé de qué me hablas.
Me doy la media vuelta escuchando las zancadas de Mercy a mis espaldas. Recuerdo el momento en el que lo utilicé, cayendo en cuenta que ese maldito pantalón lo escondí en el armario sin tirar la envoltura y el preservativo que usé ese día con Charlotte.
¡Mierda, y mil veces mierda!
—¿Me engañas otra vez? —pregunta.
Vuelvo a mirarla, y el corazón me da un vuelco al verla llorar. Quiero negarlo, pero sería hipócrita de mi parte decirle que no la estoy engañando cuando hasta pruebas tiene de ello.
—No lo hago.
Vuelvo la vista a la pila de papeles que dejo sobre el escritorio.
—¡Si lo haces! ¡Dímelo, dime lo que ya sé! —solloza —. No te atrevas a negarlo.
Me pellizco el puente de la nariz. Ya no sé ni que siento por Mercy...
—¡Dímelo! —vuelve a gritar —. ¿Es Tessa? ¿Es ella? ¡¿Otra vez me engañas con ella?!
—¡Qué no, maldita sea!
—¡Entonces dímelo! —grita.
—¡Si, te estoy engañando Mercy! —espeto —. ¡Otra vez lo hago! ¿Querías la verdad? Pues ahí la tienes. ¡Si, te estoy engañado!
Tira las cosas del escritorio volviéndose loca. Grita, solloza y después llora. Trato de tomarla de los brazos para detenerla y que no se lastime, pero no me deja. Al contrario, me empuja con fuerza. Las mejillas se le enrojecen de furia, y los ojos verdes son sustituidos por las venas rojo sangre que aparecen cuando uno llora.
—¿Quién es?
Implora mi respuesta cuando me quedo callado. Pero mi uso de razón se niega a decirle que es Charlotte, ese secreto solo me guardo yo.
—No te lo diré, solo...
—Lo sabía, sabía que me engañabas —comienza hablar cuando se tranquiliza —. Tus salidas en la madrugada, tus escapadas los fines de semana, el aroma de tu ropa, de tu piel, las veces que te fuiste directamente a la ducha cuando ni siquiera te ibas a correr. Tantas veces, y me hace dudar de toda mujer que te rodea porque te aseguro que la conozco, porque si fuese una desconocida te irías a un motel. Dime, ¿tiene esposo?
Me quedo callado, pero respondo después de unos segundos.
—No. Y no insistas Mercy, porque tampoco pienso decirte quien es.
Se le endurece el gesto, sigue derramando lágrimas, y por primera vez en mucho tiempo me siento mal por hacerle esto a ella también.
—¿La quieres? ¿La amas? ¿Por eso no me lo dices? —me pregunta, torturándose a sí misma.
—Tal vez.
Empuña sus manos. Después dirige su mirada al anillo que nos unió como uno solo, quitándoselo lentamente del dedo anular. Lo observa quedándose callada, sin decir palabra alguna. Pero la conozco, y sé lo que va a soltar.
—Iremos a la finca como si no hubiese pasado nada, actuaremos como pareja felizmente cada frente a nuestros amigos y...
—Mercy...
— ¡No Marcus! —alza la voz, y dice —: Ojala que lo que estés buscando, valga más que lo que estás perdiendo, porque tu silencio me dice que lo tuyo y lo de ella, va mucho más enserio que lo nuestro.
Sale de mi despacho dejando el anillo sobre el escritorio. Respiro profundo sintiendo la adrenalina correr por mis venas, tomo asiento en la silla, recargando después la espalda en ella. La jodí, lo sé.
Muchos hombres se creen buenos porque jamás han golpeado a una mujer. No hace falta golpear para hacer daño. La infidelidad duele, los insultos y las mentiras duelen. No hay nada más peligroso que un hombre fingiendo ser buena persona, cuando no lo es.
Yo no miento, heme aquí el claro ejemplo de la perversidad, preferí quedarme con la culpa, que con las ganas de seguir follando con Charlotte. Lo peor del caso es que me gustó, y la maldita me enamoró.
¡El último de la semana mis amores!
Que tengan un lindo, y hermoso fin de semana, que el próximo capítulo moriremos de...
México: 07/01/2022♥ 17:51 PM
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