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11. Propuesta Indecente

Charlotte Harrison

Oliver se ha ido, le han programado más de una cirugía durante el día y mis nervios siguen a flor de piel. Aún sigo sin poder creerme lo que señor oscuro le ha dicho, porque sé que miente. Lo supe desde el momento en el que abrió la boca diciendo lo de Mercy.

¡Joder hermana! ¡Qué emoción! —exclama Nay al otro lado de la línea.

—No, yo estoy nerviosa Nay. Todo puede pasar y...

¡Hágala loca! 

Ese es...

—¡Por Dios! ¡¿Ese es Izan?! —grito.

Relájate ¿vale? —inquiere Nay mientras escucho a Izan riéndose al otro lado de la línea. 

—¿Qué hacen juntos, y por qué no estoy invitada?

¡Sucia! ¿Quieres un trío o qué? —responde mi amigo.

Miles de imágenes desagradables me pasan por la mente.

—¿Han tenido sexo? —les pregunto. —Mira que si lo han hecho debo decirles en este momento que no quiero imprevistos. ¡Somos amigos! Y si los llego a necesitar quiero que estén ahí para mí los dos.

Si, cogimos —confirma Nay. —Pero solo una vez y...

¡Desde el viernes, y como conejos! —interrumpe Izan.

¡Joder Izan, cállate!

Comienzo a reírme, y de la nada cuelgan. Ya se me hacía extraño que no lo hubiesen hecho desde antes.

Me miro en el espejo. Llevo un vestido de otoño color beige con unas botas negras que me llegan justo arriba de las rodillas. ¿Qué estoy haciendo? Me cuestiono a mí misma, pero despejo la mente.

Si mi madre me viera y supiera lo que estoy a punto de hacer, se llevaría la decepción de su vida. Ella y mi papá, eso sin contar al entrometido de mi hermano Nerón. Los extraño mucho, pero desafortunadamente no viven cerca de mí así que me aguanto y conformo con llamadas y video llamada.

Estoy nerviosa. Comienzo a temblar, y el no saber a dónde iremos me pone los pelos de punta. «Entre otras partes de mi cuerpo».

Retoco el maquillaje, me pinto los labios y aliso el vestido colocando un cinturón del color de mis botas. La lencería roja se transparenta un poco, pero ni siquiera me importa cuando me miro en el espejo viendo lo bien que luzco.

No dejo de preguntarme a dónde iremos. Sé perfectamente que a comprar un regalo para su esposa no es. Eso ni el se la cree.

Escucho la puerta cuando tocan. Me sobresalto, pero me tranquilizo tomando el bolso que yace sobre mi cama entre mis manos. Escucho la vibración del móvil en mi bolso, pero lo ignoro cuando veo que es Nay. 

Vuelven a tocar. Camino hasta la estancia decidida abrir la puerta, y lo hago. ¡El perfume de éste hombre me volverá loca!. Va vestido casual: unos jeans de mezclilla, botas que parecen ser costosas y una camisa de manga larga a color blanco. 

¿Por qué éste tipo está tan guapo?

Y lo está, y el que se deje crecer la barba no ayuda mucho a mi feminidad.

—Hola muñeca, te ves preciosa —saluda dejándome un casto beso en la comisura de los labios.

Me congelo. Todavía ni nos besamos, y el tipo ya me está calentando.

—Hola —es lo único que mi lengua suelta. —¿Nos vamos?

Asiente cediendo el paso. Salgo del apartamento cerrando la puerta. Caminamos al ascensor, y aunque la tensión es sorprendente solo nos limitamos a rosar los dedos de la mano.

—Y... ¿A dónde iremos por el regalo? —le pregunto consciente que no iremos a comprar ningún maldito regalo.

Éste esboza una sonrisa de maldad. 

—Fuera de la ciudad —contesta cuando me abre la puerta del coche en el que follamos hace unos días.

—Y Mercy... ¿Dónde está? —vuelvo a preguntar cuando me subo al coche.

—¿Es una clase de interrogatorio? —se burla.

—Tómalo como lo quieras tomar.

Otra vez esa sonrisa.

Abre la boca para decirme que Mercy ha ido de visita por unos días a casa de su madre, y que no me preocupe por eso. Ahora mismo comienzo a sentir pena, y no una pena cualquiera. La mujer es dulce, carismática, agradable y te hace sentir bien y yo... 

Durante el camino no hablamos, nadie dice nada y yo me dedico a ir observando el paisaje por la ventana. Las mañanas de otoño son frescas, y las tardes no sube mucho la temperatura. El clima me gusta.

—Se que no iremos por ningún regalo —digo mirando aún por la ventana.

—¿Qué comes que adivinas? —responde con su agradable voz.

Después de una hora, aparece una zona rural alejada de la civilización. Pasamos entre la carretera llena de árboles hasta llegar a una de las casas del pueblecito en el que sé, ahora nos encontramos.

Las casas son sencillas, algo antiguas pero bonitas. Damos vuelta en una de las calles, siguiendo hasta llegar a la casa más alejada de la zona. Es la única de dos pisos y está pintada de un color marfil. Marcus estaciona el coche frente a la casa de acera color blanca, me abre la puerta del coche y, en cuanto bajo, Marcus me toma de la mano caminando en dirección a la puerta de entrada. La casa no luce abandonada, sino todo lo contrario, pareciera que está recién pintada y remodelada. 

¿De quién será?

Nos adentramos pasando por un pequeño porche, y al adentrarnos, el aroma a su loción inunda mis fosas nasales. 

Marcus cierra la puerta, mientras yo me dedico a observar a detalle el lugar en el que nos encontramos. Los muebles parecen nuevos, pero de un modelo rústico y amaderado. Frente a la sala de tres sillones, se encuentra una alfombra color negra, y frente a la misma, una chimenea eléctrica que Marcus activa en cuanto se da cuenta que me froto las manos por el frío. 

Al otro lado de la sala, se encuentra la cocina, una muy sencilla con lo suficiente para preparar comida. «Lastima que no sea muy buena cocinando como Mercy».

De repente, siento cuando Marcus me quita el bolso que llevo en la mano. Comienzo a temblar cuando recorre con la yema de sus dedos mis muslos, hasta llegar a mi lencería de encaje color rojo.

—Te deseo —me susurra al oído mordiendo el lóbulo derecho.

Muevo la cabeza a un lado para darle un mejor acceso a mi cuello. Sigue el recorrido con sus dedos, acariciándome después por encima de la lencería el botón de nervios. Me recuesto en su pecho y no dudo en cerrar los ojos disfrutando. 

Me muerdo los labios al sentir la deliciosa sensación de sus dedos tocando mi botón por encima de la delicada tela. Las puntas de los senos se me endurecen tanto que comienzo a frotarlas con una de mis manos sueltas. 

—Desnúdate para mí Charlotte —gruñe lamiéndome el cuello.

Asiento a su proposición. 

Marcus me voltea hacia él, este toma asiento en una de los sofás comenzando admirar el panorama que es mi piel para él.

—¿Qué quieres que haga? —le pregunto.

Sonríe. Siempre lo hace, y en éste preciso momento me está fascinando que sonría de esa manera tan descarada, tan despreocupante.

—Báilame. 

—No hay música puesta —le digo comenzando balancearme ondeando las orillas del vestido.

—No la necesitamos —lo dice con la voz ronca observando cómo lo hago.

Sigo con el baile lento sin música, me levanto el vestido hasta sacarlo por mi cabeza. Marcus suspira cuando me ve en lencería y botas. Después, se quita la camisa dejando ver el abdomen plano que tiene, la "v" se le marca perfectamente, y en lo único que estoy pensando es pasar mi lengua por ahí lentamente.

Sigo con un baile sensual, cierro los ojos chupándome dos de mis dedos los cuales llevo hasta el botón de mi intimidad. 

—Joder, que sexy te ves...

Sigo sin abrir los ojos, simplemente froto ese punto por debajo de la lencería con suavidad sintiendo la dulce sensación del placer. 

Sin pensar, me deshago del sostén a juego liberando los senos ansiosos de ser tocados por él. Pero al no recibir respuesta aún de su parte vuelvo a lamer los dedos decidiendo acariciar uno de mis pezones erguidos. Suelto un gemido, y cuando abro los ojos ya tengo a Marcus sin pantalón y el miembro erecto el cuál termina restregándome en la entrepierna.

Me rodea la cintura con una sola mano, mientras con la otra se aferra a uno de mis senos.

—Estoy caliente —digo —, Marcus...

—¿Si muñeca? —me susurra con su gruesa y excitada voz.

—Bésame...

Se apodera de mis labios. Con agilidad, me recuesta en la alfombra repartiendo después caricias y besos con sus manos y labios, tocando así, hasta el último centímetro de mi piel. Rodea mis pezones con su lengua, baja por el abdomen hasta que llega a mi coño. Gimo de placer cuando siento su hábil lengua trazando círculos en ese punto que ya se encuentra húmedo.

—Sabes delicioso —susurra en mi entrepierna, apoderándose después de ella.

Enarco la espalda, me estoy volviendo loca por las miles de sensaciones que éste hombre me causa. Gimo y me aferró a su pelo forzandolo a que tome y succione mi palpitante punto, y lo hace. Sigue lamiendo los jugos que mi sexo derrama. Después, me penetra con los dedos sin parar ni por un segundo provocándome un quejido que me encanta.

—Córrete a chorros muñeca —gruñe lamiendo y penetrando ese delicioso punto. 

Las Miles de sensaciones se apoderan, verlo entre mis piernas, así de esa manera me calienta el doble y no me detengo, porque simplemente hago lo que me ordena. Me corro a chorros. Exploto liberando hasta la última gota. 

—¡Joder, Marcus! —jadeo aún con el alma en los cielos.

No se detiene. Está empapado de la cara y me siento apenada cuando lo veo así. Me tapo la boca de la vergüenza, pero él me la quita repartiendo después besos que van de mi entrepierna hasta llegar al cuello.

—Dilo... ¿Cómo ha estado? 

—Rico...

Se muerde los labios y de pronto, siento el embate de su miembro en mi canal. Lo rodeo con las piernas empujándolo y animando a qué lo meta hasta el fondo. Aprieta mis senos, los magrea y se saborea de ellos a su antojo. Me besa el cuello, la cara y los labios.

Sigue con los embates fuertes y concisos. Me abre de piernas en su totalidad, después los pliegues y comienza a frotar con  el pulgar mi punto palpitante que ya se encuentra más que hinchado de placer. Gimo, gruño y digo su maldito nombre una y otra vez al sentir que se avecina el orgasmo. Y si, vuelvo a explotar como una dinamita en mil pedazos.

El sexo de éste hombre me hace querer que vuelva a repetir otra vez.

De la nada se aparta girándome boca abajo. Me azota el trasero dejando pequeñas mordidas en él. Estimula mi segunda entrada con su lengua, me abre las nalgas y la jodida sensación es tan... es tan...

—Cuando sea tiempo... —me dice —Te penetrare por aquí.

De la nada, vuelve a embestirme en esa posición. Me toma del pelo tirándome hacia atrás sintiendo de la nada el líquido vaciarse dentro de mi. 

Descansa un momento. Después se tumba a mi lado sobre la alfombra que ahora se encuentra húmeda de mis fluidos. Me quedó boca abajo dejando que él me acaricie la espalda con la yema de sus dedos.

—Te debo una alfombra —comento.

—Prefiero quedarme con ese recuerdo.

Sonríe y yo hago lo mismo. Me deja un beso en los labios, uno que se vuelve delicioso cuando comienzo a masajear su miembro.

—Quiero rodearlo con mi lengua —se lo digo a los labios.

—Joder Charlotte. Ven, atragantate con él.

Quiero reírme, y por lo que veo él también. Pero deshecho dicha acción. Marcus me toma del pelo bajando me hasta su miembro. Lo rodeo con la lengua sintiendo el sabor de mis jugos con los de él. No me da pena hacerlo, en cambio veo que Marcus lo disfruta, disfruta ver cómo me lo llevo a la boca hasta sentir arcadas con él.

—Mierda... —gruñe.

Sigo saboreando el falo, lo hago tan deprisa, como si estuviera sedienta por él. 

—Me correré muñeca y...

Clavó las uñas en su perfecto y endurecido trasero cuando habla. Sigo con las lamidas y las arcadas hasta que siento el líquido en mi garganta.

(***)

Estoy tumbada boca abajo en la alfombra frente a la chimenea. Un pequeño edredón de color blanco me cubre la parte desnuda de mi trasero. Me he quedado dormida, y ni siquiera tengo conocimiento de cuánto tiempo lo he hecho.

Me enderezo sentándome sobre la alfombra. Me envuelvo en el edredón cubriendo mis senos con el mismo. Rodeo con la mirada el lugar, aún hay luz afuera, por lo que supongo sigue siendo temprano para regresar a casa.

Suspiro al recordar las otras dos veces que volvimos a follar durante el día. Marcus encima de mi, yo encima de él montándolo con el deseo que nos corroe a los dos.

—Despertaste —me sorprende con su fascinante voz.

Le regalo una sonrisa y él también a mí. Se acerca quedando a mi altura besándome los labios con algo de ternura.

—Te has bañado —afirmo.

Él asiente con su característica sonrisa. Le acaricio la barba ligera y me llevo de nuevo sus labios uniéndolos en un beso con los míos.

—Ahora entiendo porque Oliver es tan posesivo contigo —dice llevando sus labios a mi cuello.

—¿Por qué? —pregunto al cerrar los ojos disfrutando de la sensación.

—Por todo tu delicioso cuerpo.

Sonrío.

Me envuelvo en el edredón y lo empujo hacia atrás.

—Lo siento, pero necesito una ducha, ¿Dónde está el baño?

Me da la indicación. Camino por un pasillo que me dirige a las escaleras y subo por éstas llegando al segundo piso. El lugar es sencillo, y sigo sin poder evitar preguntarme quien vivía aquí.

Tomo una ducha rápida, y cuando salgo, Marcus ya tiene comida puesta sobre la mesa.

—¿Quién vive aquí? —no puedo evitar preguntarle.

Me siento junto a él, me sirve la comida que consiste en un estofa de carne y sopa.

—Aquí viví un tiempo —dice dándole un sorbo al jugo de naranja.

—¿Solo? —pregunto como si no me interesara.

—Si, solo.

Después de eso comemos en silencio. Terminamos, lavamos los platos vacilando un poco y jugueteando con la espuma del jabón de trastes.

Recorro el lugar. Se ve hogareño y tranquilo, observo por la ventana y no hay ni un alma afuera. Aun es de día, y recuerdo que ni siquiera he revisado el móvil para ver si Oliver me ha llamado o mandado algún mensaje.

—Ven, quiero mostrarte algo.

Marcus me toma de la mano. Los dos salimos a la parte trasera de la casa y lo que mis ojos ven es nada más y nada menos que un pequeño lago. Caminamos sobre el césped hasta ahí. Esbozo una sonrisa conforme nos vamos acercando, el lugar es hermoso, sobre todo porque se reflejan los rayos del sol sobre el agua.

—Es precioso —digo mirando a los patos nadando.

—Lo soy —sonríe.

—¡Tú no! El lago si —bromeo.

—Ajá, claro.

Me estrecha atrayéndome a sus brazos. Me besa la barbilla, dejando después castos besos por toda mi cara. Rodeo los brazos a su cuello, uniendo después sus labios con los míos. Nos fundimos en un beso suave de labios en donde Marcus comienza a manosearme.

—¿No puedes quedarte quieto? —le digo riéndome echando la cabeza hacia atrás.

—Contigo no.

Seguimos caminando alrededor del lago. Le damos de comer a los patos y comienza a preguntarme sobre donde me críe o donde es que nací.

—Mi madre es mexicana y mi padre norteamericano —le hago saber.

—Ya decía yo, tu cuerpo es de una deliciosa latina —agrega volviendo a tomarme de la cintura.

Cuando me suelta seguimos hablando. Le cuento sobre mi vida en California y como es que vine a dar aquí a Seattle. Le pregunto sobre su vida, a lo que se dedica, y aunque ya lo sé por Oliver quiero que él mismo me lo diga.

—Viví aquí por un tiempo desde que me mudé, mis padres son de Arizona al igual que los de Oliver.

—¿Tienes hermanos? —pregunto, aunque ya sé que si.

—Si, dos gremlins —añade sonriendo.

Suelto una carcajada por el apodo que les ha puesto.

—De verdad, Dilsea y Dominica se transforman cuando quieren.

—A mí me parece que tienen un lindo nombre —agrego.

—No las conoces aún... ¿Tú tienes hermanos? —me pregunto.

—Uno solamente, su nombre es Nerón.

Seguimos caminando alrededor del lago. Siento que vacila, o que simplemente quiere decirme algo pero no lo hace. ¿Estaría bien animarlo?

—Quiero hacerte una propuesta —dice deteniendo el paso.

El corazón se me acelera. Las piernas me tiemblan, y todo pensamiento y culpas desaparecen cuando me mira a los ojos. Vuelve a tomarme de la barbilla mientras le rodeo la cintura con mis brazos.

—¿A sí? ¿Qué propuesta?

Comienza a besarme el cuello hasta llegar al escote en uve del vestido. Aspira su aroma y...

—No pienso aguantarme tanto las ganas de follar contigo muñeca —me derrito en sus brazos —Seamos amantes... —jadeo cuando me acaricia los pezones con la yema de sus dedos.

—Yo... no sé...

—Tú también quieres, lo sé.

La respiración se me entrecorta al sentir sus dedos recorrer mi piel. Echo la cabeza hacia atrás, y asiento a su propuesta.

—Tu propuesta... —jadeo cuando juguetea con el hilo de mi ropa interior. —Es una propuesta indecente...

(***)

Después de media hora regresamos a la casa. Abro el bolso, y mi sentido de alarma explota cuando veo las cinco llamadas perdidas de Oliver.

—Mierda —suelto al ver la pantalla.

—Joder, también me marcó a mí —dice Marcus en cuanto me ve.

—Debemos irnos.

Asiente y ambos salimos de la casa. Me abre la puerta del coche arrancando después el motor del mismo. Se adentra a toda prisa a la carretera. Coloco el cinturón de seguridad y decido marcar el número de Oliver.

Tarda en responder, pero lo hace.

¡¿Dónde mierda están?! —espeta cuando descuelga la llamada.

—Vamos en camino cariño... —digo, provocando que Marcus me repare con la mirada oscurecida.

¿Con quién estas eh?

—Con Marcus, Oliver estoy con tu amigo —espeto.

Pásamelo.

Estiro la mano entregándole el móvil a Marcus. Éste responde, y cuando lo hace simplemente se queda callado sonriendo una que otra vez. ¿De que estará hablando Oliver?

—Claro, yo te la llevo hermano —finaliza la llamada.

—¿Qué dijo? —pregunto.

—Cosas de hombres.

—No estoy jugando ¿Qué te dijo? —insisto.

—Nada, solo que te cuidara.

Si supiera sus métodos de cuidado, ni siquiera se lo pediría.

Luego de una hora y media llegamos al edificio. La luz de la tarde ha desaparecido dándole inicio a la noche fresca de la ciudad. Estaciona el coche, espero a que me abra la puerta encaminándonos después a la recepción que se encuentra oscurecida. Oliver aún no llega, y al tocar el suelo del ascensor la culpa se hace presente nuevamente.

Trato de ignorar el hecho de saber que estoy engañando a mi marido con su mejor amigo.

—¿Entonces? —me pregunta tratando de deshacerse de la tensión en las cuatro paredes metálicas. —¿Qué piensas?

—Si. —Respondo.

Estoy jodida. Deberían ponerme un anuncio panorámico por estúpida.

Para cuando Marcus está por responder, el ding del elevador suena indicando que hemos llegado a mi piso. Estoy por salir, pero éste último me detiene al tomarme del antebrazo.

—¿Qué? ¿No te piensas despedir de mí?

Sonrío acercándome a él dejándole un beso en los labios. Trata de profundizarlo pero me niego porque ya sé cómo es que terminará esto si seguimos con éste juego.

Camino por el pasillo sin mirar atrás. Escucho cuando las puertas del elevador se cierran y es ahí cuando decido volver la mirada.

—¡Joder, me espantaste! —exclamo al verlo tras de mí.

—Te follaré de nuevo en ese sofá, muñeca...

¡Pero que consentidas! Vale, sólo porque lo merecen y porque es viernes, un capítulo más ♥

¡Esto está demasiado hot! ¿Cómo que de pronto hizo calor, no?👁👅👁

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