Multimedia: Crazy in love- Sofía Karlberg

—Sara me dijo que anoche te fuiste con un hombre—me cuestiona mi hermana crudamente. Dorothy, como siempre, haciendo gala de su personalidad certera y sin filtros. — ¿En qué estabas pensando, Lynd? Vas a casarte en unas horas.

Un matiz oscuro se apodera de sus ojos, reflejando molestia e indignación. Ella suele ser el tipo de persona que te recrimina hasta el hartazgo tus errores, con la excusa de que sólo quiere que aprendas de ellos.

La observo y finjo que no sé de qué habla. La culpa me ha estado carcomiendo desde que desperté en brazos de Armand Koch. Ese ser despreciable, que me rompió el corazón en mi adolescencia, regresó años después sacudiendo los cimientos de un apego emocional que creí estaba hecho cenizas. Armand y yo salimos de forma clandestina cuando iba al instituto. Yo era menor de edad, él era tres años mayor y en ese entonces y para evitar malos entendidos, decidimos ocultar lo nuestro.

Él era el apuesto chico malo universitario con cuenta bancaria amplia, que tenía a todas comiendo de su mano y yo, era la hermosa jovencita con la que todos querían salir. Éramos tan imperfectamente compatibles, que cuando desapareció un día después de que me entregué a él por primera vez; quedé absolutamente deshecha. No me regresó las llamadas, no me escribió, simplemente desapareció de la faz que me rodeaba como un demonio que había sido convocado al infierno.

— ¿Con quién te fuiste? —increpa, Dorothy, sentándose a un lado de mi cama adoselada y sacándome de mis amargos recuerdos. Mi hermana mayor, observa severa el revoltijo despeinado y desaliñado que soy, mientras agita su cabeza en negación.

—No lo sé, estaba algo tomada. Sara estaba más borracha que yo, seguramente creyó ver algo que jamás sucedió. —sugiero y miento, extendiendo una mano hacia la mesita de noche, en busca de algún lazo o bandana para recoger mi cabello. Enrollo la cinta azul cielo en mi sedosa cabellera rubia y me concentro en convencer a mi hermana de que le informaron mal. No quiero que se inmiscuya en una situación que me resulta tan indeseable. Entre más me esfuerce en sacar de mi mente, mi revolcada con Armand Koch, más fácil la olvidaré.

—Luces fatal. Vamos, levántate. —ordena, moviendo las persianas provocando que un par de rayos dorados incomoden mi grado de visión. —La maquilladora, junto con mamá y las demás, llegarán dentro de poco, y estoy segura de que no quieres que te vean en ese estado.

— ¿Viniste a ayudarme o a juzgarme? —reniego, intentando ignorar el montón de pinchazos que taladran mi cabeza. No debí tomar tanto anoche. Debo lucir como la novia más espantosa del mundo.

—Vine a ayudarte, soy tu dama de honor, ¿recuerdas?

A decir verdad pensaba elegir a Alessia como mi dama de honor, pero como muchos me sugirieron el puesto de dama de honor requiere de eficiencia, cooperación y organización, Dorothy que es metódica y perfeccionista la más idónea.

—Bueno, sea lo que sea que haya ocurrido, es mejor ignorarlo y olvidarlo. Espero por tu bien que no hayas hecho una tontería. —murmura severa, caminando hacia la puerta del baño, acto seguido coloca una toalla blanca en mis manos.

Asiento, muy segura de que mi pequeño desliz no trascenderá más allá. Después de todo, ¿por qué habría de tener repercusiones el que me haya acostado estando borracha con el más tóxico de mis ex novios, un día antes de mi boda con Richard?

No tiene por qué enterarse. Si sus ojos no lo ven, el pecado nunca ocurrió.

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