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Capítulo 30- FINAL

Multimedia: Beat Me- Davina Michelle

Narra Lynd

Dante me mira con una diversión grotesca en la mirada, elevando sus cejas hasta que el rostro se le contorsiona, llenándose de peculiares sombras oscuras en los bordes de su mandíbula recta. Él cree que me ha vencido, que ha derretido el fuego en mi sistema, cree que sus revelaciones van a tirarme al fango; y me ahogaré en la oscuridad presa de la desesperación. Lo que él debe tener presente es que no importa cuántos golpes reciba de su parte, me las ingeniaré para ser yo quien ateste el impacto ganador.

—Di lo que tengas que decir sobre Armand y Amberly de una buena vez, me da mucho asco tener que estar cerca de ti. —digo despreocupada, levantando tanto el mentón que parece que lo estoy retando a un duelo de miradas.

—Te diré todo a su tiempo bella donna. — responde, y de repente se queda callado con expresión pensativa. —Olvidé que la paciencia no es tu gran virtud. Espero que nuestros hijos no hereden eso de ti. —concreta, sacando un puro de su bolsillo como si esto fuera una reunión casual entre amigos de toda la vida. —¿Te molesta si fumo?

Luego saca una especie de botellita de medicamento con un líquido chocolate dentro de ella, la mira con desgano y vierte el contenido sobre el fregadero. ¿Qué contendrá?

—Ahora no creo necesitar esto—murmura.

—¿Qué tenías en esa botella?

—Nada interesante, bella donna. —No le creo nada. —Mejor sigamos hablando sobre nuestros hijos. ¿Cómo te fue con el ginecólogo? ¿Son tres varones?

—No tengo por qué darte detalles.

—En serio que no se puede dialogar en paz contigo sobre nada, ni siquiera de los hijos que nos unirán aún más. Tampoco me has contestado sobre si te molestaría que fumara.

—Que te quede muy claro, son mis hijos, no tuyos. —Le dedico una mirada cargada de un hastío monumental. —Y con respecto al puro, puedes metértelo por el ano si quieres, me da completamente igual.

Dante menea la cabeza, luego suelta una carcajada rara que me confunde.

—A veces no te le pareces tanto —pronuncia reseco, pero suena como si estuviese hablando más para sí mismo. Frunzo el ceño confundida. No sé de qué o quién habla, y a juzgar por el tono platónico en su voz, la persona en cuestión era importante para él—Esos bebés que gestas en el vientre llevan mi sangre eso es más que claro, ¿o acaso no tienes entre 7 un ocho semanas de embarazo?

Mi mandíbula se aprieta en un amplio destello furibundo que llega hasta mi garganta y atraviesa mi tórax. No soporto que hable de la violación que supuestamente me infringió como si fuera la cosa más normal de este mundo. La piel me arde y me convierto en un manojo aturdido y nervioso que no soporta la idea de que él me haya ultrajado. Mis manos se menean inestables y torpes, pero las aferro contra mis muslos hasta que la tela del camisón se arrugue y aprieto fuertemente hasta que dejen de moverse. No es momento para desmoronarse, debo concentrarme en no perder la cordura o él sacará ventaja de la situación.

—Lo que digas no me hará creer que eres su padre. —refuto indignada. —Tú no eres más que la mayor inmundicia que habita este mundo, jamás podrías ser un padre para ellos. Pagarás muy caro si descubro que me violaste, así me encadenes y me crucifiques; jamás me rendiré y te destrozaré.

—Tus amenazas son como un bulto de azúcar siendo derramadas sobre ácido. No tienen el más mínimo efecto. ¿De qué sirven las amenazas cuando no eres capaz de soportar ni tu propia vida?—Dispara directamente contra mí. —Estuviste hospedada en mi bunker hace 7 semanas, coincide con el tiempo que llevas de gestación. En esas fechas follamos, y la verdad es que disfruté bastante el estrecharte contra mí—Voy a vomitar si sigue hablando sobre el secuestro. Aprieto los puños y bajo la vista hacia mi vientre aún plano, mi corazón da un vuelco extraño. No son sus hijos, proclama mi subconsciente. No pueden serlo—Es evidente que llevas un trío de magníficos Domenici en tu vientre. Deberías sentirte regocijada de tener tal honor.

No voy a mostrarle que me altera, no voy a evidenciar la incomodidad en mis venas al sopesar la idea de que él es el padre de mis hijos. Igual no importa que sean de él, los amaré por la luz que representan en mi vida, porque son el pilar que me incita a no rendirme. Son la motivación para que siga combatiendo contra un mundo injusto, contra un mundo que siempre quiere enviarme contra las cuerdas. Pero no puedo evitar sentir que la idea de estar embarazada de un violador es caótica, abrumadora, y escalofriante.

Dante se encoge de hombros, como si quisiera restarle poder a mis palabras. Siento ganas de pasar una navaja de derecha a izquierda por su garganta. Entre él y Richard no sé a cuál odiar más. Ambos son la misma mierda con diferente nombre.

—Me pregunto si toda esa valentía sobrevivirá a lo que tengo para decirte—Él da un paso hacia adelante y alza una mano, tratando de alcanzar una hebra mal colocada, lo aparto con una trompada que impacta contra sus nudillos. Él ríe, luego niega con la cabeza y regresa a su anterior posición.

—¿Vas a seguir dando vueltas sobre lo mismo una y otra vez? No son tus hijos, digas lo que digas jamás lo serán. Tú los ves como un instrumento de poder, eso jamás lo haría un verdadero padre. Todo lo que dice suena loco y absurdo. ¿De qué te sirve decir tantas estupideces juntas? ¿Pretendes ganarte algo más que mi desprecio? ¿En la mafia italiana les pagan por ser idiotas traumados y tener micropenes?

—Estás siendo tan tonta, lo mejor es que te ahorres los comentarios absurdos. —musita con frialdad. —Ya deja de fingir y hacerte la fuerte, me exaspera un poco tu infantilismo. Admite que por dentro estás destrozada, que te rompe que haya penetrado hasta el fondo de tu pálido coño. —concreta arqueando los labios de forma que su grosor adquiere una tonalidad siniestra y un tanto descontrolada. Me da tanto asco tener que hablar con él.

—Me violaste, malnacido. ¡Eso hiciste, maldito degenerado!. —De un momento a otro pierdo el control y me lanzo contra su cara clavando mis largas uñas en su cuello. Sintiendo una oleada de calor que va a parar a mis manos. Aprieto con todas mis fuerzas, hasta que las articulaciones en mis muñecas se ponen rígidas y su piel se irrita. Él no hace amago de apartarme, me deja intentar asesinarle.

—Vamos, aprieta, bella donna. Estás a un paso de ser como yo. Asesina, conquista y destroza a justos, hipócritas y pecadores, si no lo haces ellos te lo harán a ti. Su voz truena decidida. Doy un respingo rápido perdiendo el enfoque, no quiero ser como él, jamás podría serlo. Me sumergiría en ácido si eso sucede—Pisotéalos con tu linaje, puedes hacerlo. Vamos, mátame, déjame sin aliento. Eso no te librará del pasado que te persigue, eso no hará que Koch recupere la cordura y que la pequeña Amberly... Oh, la pequeña Amberly, pobrecita—Sus palabras me sacan de combate bruscamente, y la duda se apodera de mis pupilas sin embargo no lo suelto, aborrezco que lo que dice sea capaz de aturdirme, de coaccionarme hasta que mis músculos dejan de moverse. Una carcajada corta se escapa de la boca, entretanto me observa como si acabara de encerrarme en una cueva repleta de bestias con garras afiladas de las que no podré escapar.

—No te atrevas a pronunciar su nombre con tu sucia boca. No te atrevas a hablar de ellos. —vocifero tan alto que siento como si un puñado de pimienta estuviese siendo presionado contra mis cuerdas vocales.

—¿Te acuerdas de tu despedida de soltera? —escupe de pronto. —Esa noche ordené que te trajeran aquí, esa noche la paloma regresaría a casa con su amo, esa noche me recordarías.

Frunzo el ceño fríamente.

—¿Recordarte? Nunca en mi vida te había visto, cómo iba a recordarte maldito violador.

—Le ordené a Nathan drogarte y traerte en su discoteca—cuenta con paciencia. — Todo iba tan bien, pero ese tonto de Koch apareció de repente y empezó a tocarte, no podía soportarlo y empecé a perder el control. Maté a mis guardaespaldas y fui por ti, pero ya no estabas, te habías marchado—continúa con una tonalidad afilada. —Decidí dejar que pasaran los días, yo necesitaba estabilizarme para que cuando te reencontraras conmigo yo fuese el hombre que tú merecías. Tu aparición salpimentó una vida que había perdido sus mejores ingredientes, bella donna.

—¿Tú fuiste quién me drogó?

No doy crédito a lo que escucho. Esta conversación se vuelve cada vez más extraña.

—Quería que regresaras conmigo, regina. Necesitaba tu bello rostro nuevamente en mi vida — Él saca una fotografía de su bolsillo mientras habla con una voz sedosa que me resulta repulsiva. Hundo las cejas y me quedo de piedra cuando veo a una mujer idéntica a mí, sonriendo en una foto matrimonial en la que el novio es Dante. La fémina de ojos violetas tiene la misma cabellera lacia y rubia que yo, posee un grosor idéntico en sus labios e incluso la punta de su nariz perfilada se arquea igual a la mía cuando sonríe.

Dante suspira mientras acaricia la foto con ensoñación, luego levanta la mirada y veo cómo sus ojos brillan de forma demencial.

—¿Qué es todo esto? ¿Estás tan trastornado que hiciste un fotomontaje de nosotros casándonos?

—Su nombre era Beatriz. La mataron un mes después de que nos casamos, o más bien Benedict la mató. Puso una bomba en el auto en el que ella iba. La arrancaron de mi infierno sin que pudiera oponerme demasiado. Era tierna, complaciente y discreta. Ella era la melodía de un ángel en toda la extensión de la palabra, y no pude disfrutarla porque un Koch me la arrancó. Pero ahora lo sé, mi Beatriz jamás murió. Sólo desapareció, perdió la memoria, pero ahora está frente a mí. —Le escudriño los ojos extrañada, él pestañea con rapidez y contorsiona la boca en una especie de tic nervioso repentino.

Qué diablos le pasa.

—Lo supe desde que te vi, supe que eras ella. Me convencí de ello cuando te vi sonreír por primera vez, lo hacías maravillosamente mientras caminabas hacia tu trabajo un viernes 8 de marzo, y yo estaba allí, pero no me atrevía a acercarme, no me animaba a romper con tu tranquilidad aunque en el fondo esperaba que pudieras recordarme. Temía que volvieran a amarrar con fuego tu hermoso cuerpo y yo no lo soportaría. Así que esperé a que llegaras a mí, pero no lo hacías y me preguntaba. ¿Por qué Beatriz? ¿Por qué decidiste condenarme al infierno nuevamente? —Él me observa anonadado con voz aterciopelada, como si creyera que en verdad soy su esposa muerta y somos los verdaderos protagonistas de la Divina Comedia.

—No sé de qué hablas, llevo 25 años siendo Lynd Spencer y no respondo a otro nombre que no sea ese. —afirmo exasperada, fijando mi vista en sus ojos verdes. Dante luce perdido y atontado, como un desquiciado que no acepta que ha perdido a su joya más preciada.

—No lo eres. —dice, subiendo la voz, mientras aparta mis manos del agarre en su cuello bruscamente. —Tú eres Beatriz, vamos cariño, recuérdame. Haz un esfuerzo. —sintetiza, su voz oscura se descontrola y empieza a reír como un demente al hablar con su amigo imaginario. —Vamos, no es tan difícil. ¿Recuerdas cuando te fuiste a Milán y elegiste ese abrigo de seda rojo que tanto me gustaba?

—No—contesto. Los ojos del mafioso brillan cada vez más, mientras las lágrimas se asoman levemente .

—¿Recuerdas cuando hicimos el amor por primera vez? Estabas tan nerviosa, tan hermosa y me entregaste tu virginidad.

—Que no. —exclamo fastidiada. Él trata de acariciar mi rostro con la yema de su dedo índice, lo aparto sin contemplaciones. Este tipo está cada vez más loco.

—El que creas que me parezco a tu esposa muerta no te dio el derecho de violarme, imbécil. —Trato de que mis ojos no se llenen de lágrimas al recordar lo que me hizo, pero es tan difícil. Mi pecho se contorsiona cada vez que hago mención de esto. —Déjate de estupideces que yo no soy esa mujer, soy distinta a ella. No somos la misma.

—Si lo eres, eres mi Beatriz. Regresaste del abismo para amarme. —Él me toma de las manos, luego me coloca de espaldas, me empuja con sus palmas de forma que quedo a su merced e intenta levantarme la parte trasera del camisón, pero doy un salto y me vuelvo a colocar frente a él.

—No vas a toquetearme nunca más.

Sé que debería aprovecharme de que él cree que soy su Beatriz, pero es que me asquea tener que hacerlo. Me parece tan repulsivo como fingir que Richard aún me atrae.

—Por favor, Beatriz, no sabes cuánto te he extrañado. —implora en un tono lastimero que me repugna. Es patético.

—Tú mismo me contaste que era la hija de Antonella Gambino el día que me secuestraste. ¿Cómo se te ocurre que voy a ser tu Beatriz?

Él pestañea, y da unos pasos hacia atrás con las manos enredadas en su cabello. Se le ve exasperado y agita la cabeza de derecha a izquierda. Ahora es él quien está perdiendo el control. Me sorprende, Dante siempre pareció un hombre calmado que nunca se exasperaba ante nada. Ahora descubro que tiene un punto débil y es su esposa muerta, está claro que debo usarlo a mi favor.

Ahora comprendo su obsesión malsana, pero no por eso lo justificaré.

Por otra parte. ¿Por qué diablos la tal Beatriz se parece tanto a mí? ¿Será mi hermana desaparecida?. Meneo la cabeza, no parece plausible. La chica de la foto no se ve mayor que yo, calculo que mi hermana tendrá más o menos 30 años, yo tengo 25 años. Así que debería notarse que tiene más edad que yo.

—Tú eres mi Beatriz, aquellos que me dijeron que eras Lynd mienten. Estoy rodeado de traidores que no quieren que recupere a mi mujer. Saben que soy invencible contigo a mi lado.

Siento que la cabeza me va a estallar. Este tipo no tiene un gramo de cordura en su mente.

Bella donna, estás confundida. Koch tiene la culpa de todo, pero supongo que la desesperación al ver la realidad te hará entender; te hará ver que sólo conmigo estarás bien.—Él no deja de pasarse las manos por el cabello, parece estar luchando para recuperar el dominio sobre sus emociones. —Tú eres mi Beatriz, por favor, regresa conmigo, evitemos más disputas. —suplica en una letanía apesadumbrada.

—No tengo nada que entender, porque no soy la mujer que buscas. Amo a Armand, amo a los hijos suyos que llevo en el vientre. Soy Lynd Spencer.

—Cállate. —dice abofeteándome. Luego me da otro golpe más en el rostro, la cara me arde tras el impacto y la mejilla me pica. El estómago se me revuelve al rememorar que su piel contaminó la mía. Él me mira como si hubiese cometido una aberración imperdonable, tiene el rostro cuadrado más pálido de lo que le había visto. —Tú me obligaste a hacerte esto. Necesito que reacciones, necesito que vuelvas a ser mía. Necesito tener el sabor de tus pechos nuevamente conmig...—grita, luego maldice. Después se reclina contra la baldosa celeste y empieza a llorar como un chiquillo mientras abraza mis rodillas.

—Y yo necesito que te mueras, pero no se puede tener de todo en esta vida. —le ladro.

—Cuando descubras la verdad te quedarás anonadada. ¿Por qué sigues mostrándote tan fuerte, bella Donna? —concreta con amargura, poniéndose en pie. Veo mucha decepción en su expresión, mixturada con un gran trozo de desquicio.Es como si él acabara de abrir la caja de Pandora y todos sus niveles de locura hubiesen sido liberados al fin—Mi Beatriz era una flor delicada, llena de pétalos suaves que me fascinaba acariciar. ¿Por qué cambiaste tanto, regina mía? Tu debilidad me excitaba tanto, me gustaba la forma en la que tu fragilidad salía a flote y me susurrabas que sólo a mi lado estabas segura. Necesito de tu lasitud, de la delgadez que inunda tu mente cuando estás en peligro. Necesito verte en el abismo para saber que eres tú, pero sé que cuando veas la verdad volverás y serás tú de nuevo Beatriz.

—No entiendo en verdad de dónde sacas tanta tontería. —confieso aturdida.—Si querías cerciorarte que la he estado pasando mal, pues mírame y date cuenta de que no han sido días fáciles, no tenías que inventar semejante tontería para verlo. Si esperas que me lance al suelo a llorar desesperada, créeme que no soy ese tipo de mujer que va a suplicarte que clemencia. Eso sólo te dará más poder y creo que ya tienes más del que mereces. Eres una basura Dante, eres la peor aberración que existe en el mundo, pero llegará el día en el que todo eso que has hecho se regresará contra ti.

Bella donna estás confundida, estás actuando como esas mujeres que siempre se hacen las fuertes, rudas e implacables. Todo te hace creer que puedes contra mí cuando es imposible. Tu confusión te hace pensar que siempre ha sido así, porque ambos sabemos que no tienes forma de ir contra mí. Perdiste el apoyo ruso que tanto presumías, la que creías que era mejor amiga está bajo mi control, no tienes idea de en dónde está el patético de Koch, ni mucho menos tu diminuta sobrina. Acéptalo, regina, no tienes forma de oponerte a mí. Lo mejor será que cooperes por el bien de lo poco que te queda. ¿O es que quieres que rellene de balas a los que creen son tu familia? Tengo hombres en cada una de las habitaciones, dispuestos a matarles si la situación se pone difícil y tú decides comportarte de maneras poco convencionales.

Niego con la cabeza, inundada de coraje, ira y frustración.

—No te atrevas a dañarlos. —escupo. —Eres nauseabundo. Tu puto lío y obsesión es conmigo, hazme toda la mierda a mí. Déjalos a ellos fuera de esto.

—No hay lío entre nosotros, bella donna. Somos esposos, pero pronto lo recordarás—externa con tanta seriedad que cualquiera se lo creería.

—Preferiría arrancarme el clítoris antes que llamarte esposo, mafioso inmundo.

—No servirá de nada que te lo diga, supongo que es mejor que lo veas por ti misma. —alega tranquilo, detesto que mis palabras no hayan tenido una miserable pizca de efecto en él. No me gusta que piense que soy una oveja a la que le quitará la lana con facilidad. Mi quijada se tensa y siento cómo las venas en mi cuello se engrosan.

Dante mete con mucha parsimonia las manos en su bolsillo, ocupándose de taladrarme ocasionalmente con el iris verdoso en sus ojos. Está disfrutando esto en un nivel que me resulta nauseabundo.

—Si no hubieses sido tan testaruda nos habríamos ahorrado mucho drama. —señala como si yo tuviera la culpa de todo lo malo que me está pasando.

—Si tú no le tuvieras tanto miedo a las mujeres de mi familia que necesitas hacer estas cosas, nos habríamos ahorrado tanto.

Él arquea una ceja, asiente burlesco y vuelve a reír.

—A mí lo único que me importa es que regreses, Beatriz.

—Y a mí que nos dejes en paz.

—Ven, mi hermosa Beatriz—sisea halándome del brazo, sus manos están sudorosas y sus pupilas están dilatadas. Da mucho miedo la forma en la que sus ojos excesivamente abiertos se clavan en mí. Me pone la piel de gallina el temblor descontrolado que inunda sus labios, mientras no para de morderse las uñas y de hacer muecas con la cara mientras pronuncia palabras en un idioma que desconozco.

Está monumentalmente loco.

Dante se vuelve a tirar al suelo, lame la baldosa y murmura que besará todo aquel lugar que yo haya pisado. Acto seguido gime en voz alta y rememora una especie de discurso funerario en el que se despide de su gran amor Beatriz, y le pide al cielo que se la regrese, posterior a ello y como si no fuesen suficientes idas y venidas se pone en pie, acomoda su camisa y empieza a fumar como si no hubiese pasado nada.

En mi mente palpitan tantas teorías respecto a lo que acaba de pasar: La muerte de su esposa lo trastornó por completo y el parecido en común que tenemos entre ambas terminó de arrastrarlo a una vía sin retorno. También podría ser que la botellita que botó contenía algo para controlar sus bruscos cambios de humor. Aunque algo me dice que este tipo siempre estuvo loco y lo que pasó con su esposa fue la gota que derramó un vaso repleto de demencia.

Debí preguntarle más a Adriano sobre su hermano, pero el hecho de que él y yo jamás consiguiésemos llevarnos bien lo jodió todo.

—Vamos a ver a Koch, bella donna. —pide con una vocalización gutural marcada por un italiano muy duro.

—¿A dónde pretendes llevarme?

—Te dije que si accedías todo saldría bien para ti, sólo acompáñame —responde trémulo e intranquilo.

Mi cuerpo reacciona ante su respuesta. Mi cerebro envía impulsos que me incitan a no ignorar lo que va a decirme, sobre todo por el estado tan desquiciado en el que se encuentra. Todo en mí se mueve rápidamente mientras analizo lo que expresa. Las posibilidades pasan frente a mí como cintas en un reproductor cinematográfico. Si me opongo a Dante matará a mi familia, no hay más opción que esa; y si decido empeorarlo todo también me matará a mí y nadie podrá acomodar este desastre. Lo de Armand y Amberly es sólo un elemento más que Dante está usando para manipularme.

Sin mediar palabra y temiendo por la seguridad de mis padres y mis hermanas le sigo hacia la entrada. Doy cada paso con gran lentitud, deseando aletargar lo que sea que esté por venir. Una ráfaga de viento me abraza la espalda y sacude mi subconsciente arrastrando mis temores, mientras veo la oscura camioneta que nos espera aparcada cerca de un par de rosas marchitas. Mi madre lleva semanas sin regarlas debido a la constante presencia de periodistas. Miro en derredor y me sorprendo de que hay una gran masa de cuerpos mal vestidos tirados contra el asfalto, y que este a su vez se ha manchado de un innumerable número de borrones irregulares de sangre. Son los paparazzis, no cabe duda y estoy más que segura que Dante fue quien los mató. Es tan peligroso y escalofriante que me altera los poros de la piel.

—Oh, creí que estos estorbos ya no estarían aquí. —señala escudriñando el área llena de cabezas boca abajo.

Fijo la vista en el par de hombres que nos esperan junto al carro.

—Estábamos empezando a acomodarlos, mister. —responde uno de ellos con un ineludible aire sombrío.

—Ya déjenlos así, eso se merecen por haber estado molestando a mi esposa.

Blanqueo los ojos, alguien se bañó con agua proveniente de las cataratas de la locura.

Finalmente, luego de muchas dudas y temores subo al auto.

Observo hacia la calle, hay un matiz muy siniestro envolviéndolo todo. Mi corazón se acelera cuando una brisa grotesca roza mi oreja y doy un respingo aterrada, es como si un ente oscuro me estuviese diciendo que algo muy malo va a ocurrir.

Entrelazo los dedos e intento convencerme de que no puede suceder nada peor, respiro aire gélido y me intranquilizo más cuando el frío estremecedor machaca mis fosas nasales. El ambiente ha adquirido una tonalidad energético muy oscuro, como si una alfombra de maldad acabara de caer sobre el lugar.

Trago duro y me humedezco los labios por inercia, creo que en cualquier momento empezaré a temblar y saldré corriendo sin que nada más me importe.

—Pongan una melodía digna de la bella donna. —le ordena a los matones que van en los puestos de chofer y copiloto.

Los trabajadores le hacen caso y colocan una canción de ópera que me provoca es sueño.

El auto sigue sin arrancar, por lo que observo a Dante sin entender el motivo de la demora. La oscuridad invade casi toda la calle, hay una sola luminaria encendida y temo que en cualquier momento esta se apague y no quede un solo remanente brillante que me ayude a resguardarme aunque sea un poco.

—Espero que disfrutes tu regalo, regina. Esta es tu despedida hacia una vida indigna. —me dice Dante, luego saca una cajilla que contiene un interruptor que presiona y el potente estallido que se produce tras esto me deja sorda.

No me toma mucho tiempo averiguar lo que ha sucedido cuando veo las llamaradas cubriendo mi casa.

El mundo detiene su tránsito por completo,

Las pupilas se me disparan y expulsan un torrente de lágrimas tan magno que podrían provocar una inundación.

El ruido de la canción es amortiguada por los gritos desoladores que escapan de mis labios.

Mi vista se nubla y la garganta se me atora.

El aire se atasca en el exterior y no logra entrar a mis pulmones. Todo duele, quema, lastima, destroza y desespera.

Todo me quema, y quiero ser yo quien se consuma en lugar de ellos. Quiero salvar a mi familia, quiero protegerles, quiero colocarles en un sitio en donde sólo puedan respirar felicidad.

Esto es mi culpa, yo los traje aquí. Yo los coloqué en esto, si hubiese sabido juzgar mejor a aquellos que me rodeaban mis padres no estarían siendo devorados por las llamas.

La fortaleza de mi madre se está apagando.

La bondad de mi padre empieza a disiparse entre el calor.

El buen humor de Stacy se derrite sobre el apocalipsis.

La disciplina de Dorothy es asfixiada por una cortina inmensa de humo.

Mi mente se convierte en un páramo de desesperación.

Mi interior tiembla y se zarandea como si cada uno de mis órganos acabaran de explotar también.

El nerviosismo destroza mi estómago y la ansiedad que antes experimentaba se transforma en dolor. Trato desesperadamente de salir del carro, de alcanzarles, de salvar sus vidas.

Otro grito se construye en mi garganta y lo expulso con tanta fuerza que Dante se ve obligado a poner una mano en mi boca, tapándola para que deje de hacer ruido.

—Odio tu escándalo.

—Suéltame hijo de puta. Suéltame desgraciado, jamás te perdonaré por ello. —ladro con los ojos repletos de lágrimas de sangre, tormento y muerte. —Déjame ir, ellos no tienen nada que ver en esto. Déjame ir a salvarlos.

Mis manos se apoderan de mi cabello y empiezo a tirar de él con fuerza presa de la angustia, de una desesperación tan amplia como la tierra misma. Empiezo a enloquecer mientras el auto arranca llevándose mis esperanzas de salvar a mi familia.

—No, regresen. Aún puedo salvarlos. —grito histérica, pero Dante no me hace caso y el desastre en mis neuronas incrementa. Me duele cada célula, cada latido que mi corazón ejerce, cada respiración, cada palabra, cada movimiento que hago sin poder salvarles. Cada segundo martillea, sacude y me calcina las entrañas. Cada instante que transcurre es más inmanejable que el anterior.

—Déjame ir con ellos. —suplico atolondrada.

—Esto era necesario, bella donna.

—Cállate, llévame con ellos—repito llorando tan alto que podrían escucharme en América.

Me comporto como una loca desquiciada, y muerdo la mano de Dante con tanta fuerza que mis dientes chocan con sus huesos. Este ni se inmuta y me vuelve a agarrar.

—Suéltame, déjame ir con ellos.

—Ya no se puede hacer nada, regina. Están muertos. Acéptalo.

Rememoro el último abrazo que recibí de mi madre, el último chiste que compartí con Stacy, la última vez que Dorothy y yo compartimos como hermanas y el dolor se acrecienta sacudiendo los cimientos que aún me sostienen. Le pego manotazos al marco de la ventana y me impulso hacia este con la esperanza de que no estemos tan lejos y aún haya chance de volver, pero no es así. Ya salimos del área residencial y transitamos sobre una serie de peñascos que nos regalan una vista directa hacia un océano que se mueve de una forma hipnótica que no me tranquiliza. Derramo más lágrimas, mientras intento arañarle la cara a Dante.

Cada minuto está en mi contra

Cada pestañeo es una condena.

Cada mirada hacia el horizonte es caótica.

Contemplo el reflejo plateado de la luna sobre las oleadas de agua y recuerdo la primera noche que pasé con Armand cuando nos reencontramos.

Amusgo los ojos y me dejo ir sobre el asiento del auto.

—Ni siquiera pude despedirme de ellos. —Me quejo y una nueva oleada de gimoteo y llanto vuelve a hacer eco en el interior del auto. —Eran mi familia y los mataste, jamás te lo voy a perdonar, malnacido. Ya casi no me queda nada.

—Me tienes a mi y eso es todo lo que necesitas.

—¡Cállate, no quiero escucharte, me repugnas! —Suelto un alarido tembloroso y rabioso antes de escupirle.

Él se limita a secarse la saliva del rostro con despreocupación.

—Estas mañas cavernícolas las tendremos que ir cambiando, regina.

Me quedo callada porque es lo único que puedo hacer. Estoy a su merced, me colocó donde quería, mató a mi familia y sabrá Dios qué es lo que le ha hecho a Amberly, Alessia y Armand. Tengo miedo de encontrarme con ellos y que las cosas empeoren. No puedo con tanto dolor, con tanta pesadez sobre mi espalda.

¿En qué clase de mundo insano nacerán mis hijos?

¿Qué más puedo ofrecerles a parte del dolor?

Puedes ofrecerle tu fuerza, tu valentía, tu espíritu combativo, puedes ofrecerles tu amor inmenso. Tienes tanto que darles, no te rindas tan fácil oigo que murmura la voz de mi conciencia que aunque suene raro suena igual a la de Alessia.

Oh Dios, mi mejor amiga. Me crucifica la idea de que también esté pasando terribles momentos por mí culpa.

¿Acaso sólo vine a este mundo a sufrir?

¿Acaso viviré llena de recuerdos intoxicados por el dolor por siempre?

Lo que daría por tener a mi madre conmigo, su mirada me reconforta me incita a no tirar la toalla.

Te tienes a ti misma, Lynd. Mientras tu corazón lata puedes dar pelea.

Vamos, levántate.

Tienes que hacerlo por tus hijos.

Ellos son tu motor desde que supiste que existían.

No puedes rendirte.

Tienes que escapar. Él mató a tu familia, no le des oportunidad de lastimarte más.

Oh, Dios, qué puedo hacer. ¿Cómo puedo escapar de él?

No puedes detenerte a llorar, a encapsularte en la tortura si tienes que defender a tus bebés.

El auto se detiene junto a una especie de casucha ancha de paredes bajas y techo plano. No hay más carros en el lugar, sólo el que usamos para llegar aquí. La apariencia de la vivienda no me transmite ningún adelanto de lo que nos espera en su interior.

Bajamos y entramos por la puerta de hierro.

Dante va adelante, yo lo sigo siendo empujada por las pistolas que sus guardaespaldas colocaron contra mi nuca y espalda.

Tengo que huir de aquí como sea.

Pasamos a través de una especie de sala en la que sólo veo armas desperdigadas por el suelo, un par de sillas de madera y cajillas de cigarrillo rosa con letras doradas en el empaque.

Me conducen a través de un pasillo tan oscuro y angosto que me hace sentir claustrofóbica y mareada.

Llegamos a otro cuarto en el que hay barrotes y de repente me pongo a gritar como loca desquiciada al ver lo que tengo en frente.

Las pupilas se me disparan.

El corazón se me detiene.

El ADN me arde.

La tristeza desencadena un aluvión indeseable de gritos y martirio.

No puedo creerlo, no lo comprendo.

Armand se encuentra al otro lado de los barrotes, cubierto de sangre y pegándole con un mazo a un gran revoltijo de carne machacada y cabellos rubios, envuelto entre ellos alcanzo a ver el vestido que Amberly llevaba el día que desapareció.

Un centenar de emociones me embarga el cuerpo, imposibilitando mis movimientos y mi calma. Los músculos se me agarrotan y no logro hacer nada más. Sólo mirarlo sintiéndome aterrada y desconcertada.

Pero qué has hecho, Armand.

Doy un paso, luego otro y me tambaleo al analizar la expresión demencial y aterradora de Armand que se agacha a lamer la sangre, para luego seguir dándole con el mazo a la carne maltratada. Escucho el crujido de huesos rompiéndose, el chisporroteo de la sangre al chocar contra el hierro del mazo y sigo sin dar crédito a lo que observo.

Cierro los ojos con fuerza, con la esperanza de que todo sea una mentira. De que estoy en una pesadilla en la que Armand mató a mi sobrina.

Es imposible que él le haya hecho daño.

La adoraba, oh Dios. No.

Un montón de manchas e imágenes difusas nublan mi vista, tratando de que pierda lo que me mantiene en pie. Me siento débil e incapaz de soportar una nueva muerte en mi vida. Esto es demasiado para mí.

Miro hacia arriba, la cabeza me da vuelta y las pocas luces que hay en el techo me encandilan y siento ganas de vomitar.

Estoy a punto de caer en el abismo cuando un pensamiento surca mi mente.

Sea lo que sea que esté pasando con Armand ya no tiene remedio, no puedo quedarme aquí a tratar de cambiarlo debo velar por mis hijos.

Abrazaría una granada antes de que esta explote con tal de salvarlos, me cortaría la mano si eso les regala un segundo más de vida, me arrojaría frente a un tren si con eso consigo sacar adelante a mis bebés.

No puedo derrumbarme, mi madre no educó a una perra débil. Ya no hay vuelta atrás, mis hijos son lo único que me queda.

Lo primero es escapar, el dolor debe pasar a segundo plano.

Finjo desmayarme y fundirme en la negrura. Mientras me muevo en el aire Dante me detiene contra su pecho y escucho su voz apresurada pidiendo que me lleven a la sala. Siento que me colocan contra algo duro y decido esperar a que por un milagro alguno de ellos se retire.

—Fue demasiado para mi Beatriz. Vamos colóquenla en la sala, y llamen al doctor. —ordena como si le encantara la idea de que al fin he cedido y he colapsado.

Escucho una voz profunda hablando por teléfono durante unos minutos, luego cuelga y le informa a Dante que el doctor ya viene.

Dante se levanta y anuncia que irá por agua. Entreabro los ojos y me percato de que se ha retirado hacia un pasillo ubicado a la derecha del que conduce hacia los barrotes. Miro de soslayo y veo que no hay casi nada que me separe de la salida. Salvo por un individuo parado a mi lado.

Demonios

Me percato de que uno de los matones de Dante dejó su pistola colocada muy cerca de mi posición.

Sólo tengo una oportunidad.

Siento cómo mi corazón ruge en mi pecho mientras me pongo en pie, tomo la pistola, y suelto un disparo que va a parar directamente en su frente. El tipo cae abatido y yo me lanzo en tambor batiente hacia la salida.

—Regresa aquí—ordena Dante cuando llega a la sala y ve que me muevo como un a gacela.

El evento desencadena una seguidilla de balas en pleno pasillo y todas van contra mí. Una de ellas pasa muy cerca de mi sien.

—No le disparen, atrápenla. No se olviden que lleva a mis vástagos en su interior.

Me doy la vuelta, ladeo una expresión mortífera y apunto el cañón contra la pierna del capo italiano, un segundo después el proyectil sale, acierta y Dante se desploma como una torre mal construida. Sonrío mientras disfruto de mi victoria momentánea.

Te lo mereces hijo de puta.

Su mayor error fue menospreciarme y traer pocos guardaespaldas. Creer que la desesperación me derrotaría definitivamente, que sería la Beatriz que él creyó que encontraría. Pero lo que él no sabe, es que no habrán cenizas suficientes para el resurgimiento de este fénix.

La adrenalina sube, amortiguando mi desesperación cuando llego a la puerta y la abro, librándome momentáneamente de la caza de Dante.

No hay nada en la planicie, ni un solo auto o vía de escape. Por lo que hago lo único que se me ocurre: Correr hasta que el viento expíe mi dolor.

El aire se agolpa contra mi sistema pulmonar y siento su frialdad remeciendo hasta mi tórax

Escucho el chirrido de llantas arrancando para perseguirme, por lo que apresuro el paso.

—Tienen que atraparla. —Oigo que gruñe el siciliano. Pero sólo me atraparán muerta.

Un proyectil roza mi pierna, pero por fortuna no la alcanza. Las luces del auto de Dante encienden mi camino.

Soy ligera como las hojas de un árbol en primavera, mientras avanzo. Corro como si no hubiera mañana. Le mostraré al mundo de lo que estoy hecha, soy el fuego que azota el infierno, soy la joya más valiosa de cualquier corona. Soy rápida, soy el vendaval que sacudirá y destrozará la vida de Dante. No caeré, no me dejaré derribar.

No me dejaré atrapar.

Él hizo exactamente lo que tenía que hacer para que yo reaccionara, golpearme hasta que el shock me volvió imbatible.

Le haré justicia a mi familia.

El polvo se levanta cuando corro. Llego al borde del acantilado, y ellos detienen el auto.

Dante se baja y arremete contra mí, como un lobo herido, cojeando mientras sus hombres me rodean.

—Estás atrapada, no queremos dañar a los Domenici que llevas dentro de ti. Echo una mirada a lo que se encuentra a mis espaldas.

Sólo veo vacío, agua y oscuridad. El acantilado tras de mi tendrá más o menos 20 metros de altura.

—Nos volveremos a encontrar y ese día te enviaré al infierno. —pronuncio antes de arrojarme al vacío.

Siento como la fuerza del aire resquebraja mi tímpano, y derramo lágrimas mientras caigo. Me obligo a acomodar los brazos contra mi cuerpo, esperando el impacto.

Tiene que salir bien, tengo que sobrevivir.

Tengo miedo.

Tengo frío.

Pero también tengo a mi valentía conmigo.

Tengo a mis hijos y por ellos pelearé.

Por ellos venceré.

Por ellos lo daré todo.

La perversión dio paso al caos.

Y el caos es algo que enfrentaré como lo que soy, una mujer a la que el dolor motiva a levantarse.

Golpéame y verás cómo te ganaré la contienda.

Derríbame y verás cómo me elevaré sobre la sangre para destrozar tus huesos.

Hazme correr y verás que soy inalcanzable.

Mi cuerpo se funde con el agua, y el impacto aturde mis ojos. Estirando cada uno de mis órganos y calentándolos como si estuviesen a la parrilla.

Cierro los ojos por un segundo, y dejo que el agua me empuje hacia las profundidades.

No puedo moverme, no logro oponerme al agua.

Empujo lo que queda de mis fuerzas y me impulso hacia el exterior.

Salgo hacia la costa a punto de desfallecer, y preparo mis tobillos para correr. Sé que ellos vendrán en cualquier momento por mí.

Empiezo a toser agua salada, y las piernas me fallan como si estuvieran hechas de gelatina. Hinco mis codos en la arena y me arrastro, no puedo detenerme no puedo dar pie a que me atrapen.

Mi cerebro se activa, movido por quién sabe qué y logro ponerme en pie nuevamente.

Aferro mis dedos fríos al camisón y camino hacia el frente con la esperanza de hallar algún camino que me ayude a escapar.

Estoy ansiosa y nerviosa cuando llego a la carretera. El peso de mi cuerpo parece estar aumentando, pero no me rindo. Continúo andando y llego a una parada de autobuses, y cuando me recuesto al poste que la sostiene algo me golpea fuertemente en la espalda y pierdo el conocimiento.

***

Cuando abro los ojos no tengo ni idea de en dónde estoy, sólo veo paredes de metal unidas por inmensos pines plateados y frente a mí, se ubica un sujeto encapuchado que parece observarme con la cabeza ladeada.

—Comida—musita con una voz ronca y tosca, lanzándome una manzana y una botella de agua.

FIN

Foto de Lynd porque fue una diosa que se comportó a la altura siempre. 

Estoy tan orgullosa de ella.

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Obviamente la historia tendrá continuación que será subida en este mismo libro. Se llama: Caótico, será como una segunda temporada.

En las próximas horas subiré la sinopsis de Caótico. Y hablaremos más sobre la historia.

¿Les gustó el final?

¿Crees que Armand sí haya matado a Amberly?

¿Quién será el encapuchado?

¿Será Dante el padre de los hijos de Lynd?

¿En dónde estará Samira?

¿En dónde estará Alessia?


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