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Capítulo 15

Multimedia: Just  a little bit of your heart- Ariana Grande. 

Narra Lynd

—Si se le ocurre decirle a alguien sobre la llamada que recibió, tenga por seguro que nadie a su alrededor saldrá con vida. —me advierte la azafata de forma fría e inescrupulosa.

—Sí—digo con voz cautelosa. Echo un vistazo al cielo del exterior, el sol sigue en pie y las nubes se amontonan de vez en cuando cerca de las ventanillas del jet.

Me aterra todo lo que va a suceder. No veo una forma de salir intacta de esta situación, y no sólo me refiero al plano estético o físico. Me preocupa Stacy, me preocupan mis padres, mi sobrina y aunque trate de no pensar en ello porque duele, también me interesa que no le pase nada a Armand. Me asusta que lastimen a Alessia, Lana y Caroline; por mi culpa.

Y peor aún, es posible que ni siquiera yo sobreviva. Las intenciones de estas personas son claras: Hacerme pagar con creces por todos los pecados que he cometido, y de paso lograr que Armand y yo dejemos de juntarnos.

¿Será la muerte el factor final que utilicen para conseguirlo?

Ahora entiendo a qué se refería Armand cuando dijo que se había apartado de mí por miedo a que me lastimaran. Sólo estando al borde de un acantilado he llegado a comprender que aquello de lo que tanto renegué, siempre fue por mi bien. Que cuando él se fue, tal vez lo hizo cubierto de una máscara de balas invisibles que atrincheraron su corazón. Balas que soportó durante años por mí, para que estuviese sana y salva. Aunque su mente nunca lograse alcanzar el nirvana.

Él dijo que había gente peligrosa a su alrededor, amenazando siempre. Tal vez ellos estén inmiscuidos en esto, pero ¿Por qué yo?

¿Me están utilizando como una vía para acceder a él de forma fácil?

No, no tiene sentido. Si pudieron hacer todas estas cosas sobre su nariz, eso sólo prueba que si quisieran llegar a él, lo harían sin despeinarse una pestaña.

¿Quiénes son estas personas?

—Ahora regrese con el señor Armand, y más le vale que él no se dé cuenta de que algo anda mal.

Asiento, con la cabeza dando tumbos en distintas trayectorias. Ahora soy un péndulo que se mueve tan rápido, que hasta podría separarme de la cuerda que me mantiene balanceándome.

—Está bien. —digo, avanzando con ellas detrás de mí, como serpientes ansiosas.

Sasuke, está parado frente a la puerta del compartimento cerrado en el que Armand descansa, me observa despreocupado cuando paso a su lado y se dispone a abrirme la puerta permitiéndome entrar. Desearía lanzarle una mirada de auxilio para que me ayude, pero no puedo hacerlo. Él podría estar involucrado en la conspiración que me han montado, y podría dar la voz de alerta respecto a mi falla. Eso podría ser fatal.

Dejo caer los brazos a ambos lados de mi cuerpo, derrotada. Suspiro como si quisiera robar todo el aire de las alturas para mí, y me dirijo hacia Armand, con mi estómago agitándose como licuadora.

Entro a la habitación, Armand descansa sobre la cama de envoltorio azul, pero abre los ojos apenas entro. Mira de forma rara a las azafatas que me siguen, dándoles a entender que deben marcharse. Estas se retiran, lanzándome fugaces miradas de advertencia.

Me siento frente a un banco cerca de la cama, opino que si me le acerco fallaré y terminaré contándole todo lo que ocurre. Y no puedo hacerlo.

Tengo que mantener la mente helada, necesito calcular todos mis movimientos; no puedo permitirme ser débil en un momento en el que se necesita que por mis venas circule acero.

Armand me pregunta si todo anda bien, le respondo con fingida tranquilidad, aunque no sé si creyó en la respuesta que le dí, pues me mira como si no entendiera el porqué en mis ojos, hay un chispazo triste.

—¿Qué hora es? —pregunto al cabo de un limitado minuto.

—Son las cuatro y treinta, ya casi aterrizamos, falta poco, hermosa. En verdad estamos cerca de lograrlo. Pronto te convencerás de que te estoy diciendo la verdad sobre tu supuesto esposo.

Y como si hubiera convocado al piloto, este anuncia a través del alto parlante, que, en efecto; estamos a punto de aterrizar. Yo ambiciono con todas mis fuerzas, no tener que hacerlo, porque eso significa que me tendré que alejar de él.

Tal vez para siempre.

***

Cuando llegamos a Sicilia, después de poner el papeleo al corriente en migración, nos acercamos al turgente mar, descendiendo por una calle de pendientes pronunciadas; que nos conducen a un inmenso buque de lujo esperándonos cerca de la costa sur. Es como una mansión flotante, que te hace sentir más pobre cada vez que pestañeas cerca de él. Permanece encallado en un solitario rincón. Desde mi perspectiva tendrá más de 300 metros de largo.

—Te presento al Gold Mermaid, el yate más grande y caro del mundo. Uno de mis grandes orgullos—comenta Armand alegremente tomando mi mano, cuando ve que me quedo mirando la inmensa estructura naviera sin podérmelo creer.

—Qué buen nombre—acoto, observando el detallado revestimiento dorado que le cubre de extremo a extremo, en la parte baja; misma que está en contacto directo con el aguaje marino. Mi vista se detiene en el ancla brillante que sobresale en la punta más alta de este, apalancado en una hilera de lámparas que probablemente produzcan un efecto único cuando la luna aparezca en el cielo.

—Lo bauticé así en tu honor—murmura, provocando que mi corazón se estremezca conmovido. El pulso me late dolorosamente en el tórax. Lo que acaba de decir lanzó flechas directas a mi resolución de alejarle. No quiero estar sin él, no quiero regresar a los días de llantos, vacío y lamentos. —Creo que era la única forma de seguirte llevando conmigo, aunque fuese a través del barco. —concluye mirando a la inmensa embarcación con un dejo de melancolía, como si hubiese pasado muchas horas buscando en este, una compañía que sólo podía encontrar en mí.

No sé por qué tiene que ser tan perfecto en momentos así.

—Eres maravilloso, ¿sabías? —acoto, poniéndome de puntillas y dándole un extenso beso que desearía poder prolongar por mucho tiempo. Mis intenciones de estar más minutos con él, se desencantan cuando abro los ojos, y veo cómo las azafatas me observan de soslayo, poniéndome la piel de gallina en la nuca. No me dan siquiera un minuto para intentar ser feliz antes de mi gran huida, las muy perras. —Pero no te tienes que preocupar por ello, seguiré estando contigo. —murmuro, en un doloroso intento de tranquilizar su mente. Siento mis piernas flaquear ante semejante mentira.

—Lo sé, preciosa. Ahora entremos, te daré un pequeño recorrido antes de salir, tengo un par de cosas que organizar antes de ir a ver a Richard.

Oh, Dios... Richard, con todo lo que está ocurriendo ni siquiera me acordaba de su existencia.

—¿Cosas? —pregunto, sintiéndome decepcionada. Una parte de mí, quería tenerlo por más tiempo antes de tener que partir, aunque fuese media hora más.

Pero debo irme, las instrucciones fueron claras, debo estar antes de las 6: 30 en el parque norte, cerca de la fuente en honor a la diosa Hera. No sé qué tan lejos quede ese parque y qué tan difícil sea llegar, por lo que necesito prepararme a tiempo; idear un plan que al menos permita que mi hermana Stacy no sea asesinada.

—Sí, hubo un incidente menor con la hermana de una conocida, y me pidieron algo de información. ¿Deseas acompañarme?

Niego. Sería más difícil ir hacia el parque con él cerca. Lo mejor es que se vaya

—Me gustaría dormir un rato, alguien estuvo sometiendo mi cuerpo a una deliciosa terapia y me dejó agotada.

Deliberadamente me muerdo el labio superior, daría lo que fuera por seguir teniendo esa terapia.

—¿El terapeuta realizó un buen trabajo?—exterioriza fingiendo curiosidad.

—Ese terapeuta tiene una maestría en volverme loca de formas demasiado sexuales, tanto que se me olvida el resto del mundo.

Este tipo de conversaciones sólo provoca que sea más pesada la idea de alejarme de él. Amo todo lo referente a estar con él.

—Me parece que deberías subirle el pago a tu terapeuta.

—¿Ah sí? —comento con picardía. —¿Cuánto debería aumentarle?

—Con sexo desenfrenado diario, y grandes dosis de tu belleza e ingenio. Creo que es el pago perfecto para ese terapeuta. Eso mantendría feliz hasta a Lucifer.

—Pareces estar muy seguro de lo que necesita ese terapeuta. —puntualizo, intentando que mi sonrisa no refleje lo mal que me siento por tener que separarme de él.

Sus ojos se quedan en mí, completamente teñidos de un gris abrasador. Cierro los ojos, tratando de atrapar esto como una memoria que perdure en mí. Contengo la respiración, y cuando vuelvo a mirarle, me escudriña curioso.

—¿En verdad estás bien?

—Sí, por supuesto, ¿Por qué lo dices?

—Por tu expresión, por mucho que te esfuerces, eres muy mala ocultando que algo te pasa.

—Es que pensaba en Richard. —miento, aunque suena convincente que esté intranquila debido a él. —La mafia no se quedará tranquila si ve que uno de los suyos fue descubierto tan fácilmente.

—Es su problema no el nuestro, a decir verdad lo que suceda con él me tiene sin cuidado. Si lo matan no será mi culpa, si lo castigan tampoco. Tarde o temprano la gente tiene que asumir a las buenas, o a las malas; el resultado de las cosas que ha hecho. Es lo justo y lo que él se merece.

—Creí que era tu amigo.

—Hubo un momento en el que yo también lo creí, pero no puedo seguir considerándolo de esa forma si le mintió a todos y te puso en riesgo... Además...—él deja la frase en el aire, colgando de un globo invisible.

—¿Además? —inquiero, curiosa.

—Además, tengo un recorrido que darte, nena. Espero te guste lo que voy a mostrarte.

Armand me dirige a través de la entrada, y me convierto en roca al contemplar el lujoso interior. Hay una especie de fosa laminada en el centro, que da vista directa a las profundidades marinas. Junto a ella, hay una serie de barandales que brillan en dorado.

El techo, tiene una gran abertura en medio, colindante a ella hay láminas traslúcidas que reflejan el color y movimiento del mar, dando la impresión de que estamos dentro de un acuario de amplio presupuesto, o que estamos suspendidos en el fondo del mar.

Junto a los barandales hay un grupo de sillones en forma de L, sillines para recostarse y bandejas vacías, pegada a las paredes blancas con acabados plateados. Junto a la mueblería, están ubicadas una serie de mesas rectangulares, hay un camarero esperándonos parado junto a la que parece ser la más grande de todas.

El viento frío del exterior también entra revolviendo mi cabello, Armand me lanza una mirada moja bragas, y un segundo después está sobre mi boca, poseyendo mis labios; conformando así la mejor bienvenida posible. Mi corazón se agita, tembloroso, a él le duele saber que este podría ser uno de los últimos besos que recibamos de Armand.

Miro hacia las alturas cuando el beso concluye, intentando despejarme y me percato de que estamos en el primer piso, de una estructura de cuatro.

—Bienvenida al Gold Mermaid, nena. Espero que te sientas a gusto en él—comenta, echándole un vistazo orgulloso. Como un padre a su amado hijo.

—Hola, Gold Mermaid, estoy segura de que nos llevaremos muy bien. —digo acariciando las barandas—Este lugar es increíble, da la impresión de que nos encontramos en medio de los dominios del dios Neptuno, y que en cualquier momento algún Sebastián el cangrejo de la sirenita, llegará a saludar y nos cantará una canción.

Armand sonríe, apretando mi mano con dulzura, acto seguido la levanta y la coloca justo sobre su labio superior, y le da un beso.

—Eso es precisamente lo que quería lograr cuando ordené que lo construyeran. Tener un sitio en el que pudieses sentir que el mar te rodeara en todo momento. Como estar en medio de una gran aventura de la sirenita. Quería cumplirte ese sueño, preciosa. Aún recuerdo tu fascinación por el cuento de la Sirenita, así que quería crear algo así para una hermosa sirena dorada, que no dejaba de palpitar en mi corazón. He ahí el origen del nombre Gold Mermaid. No imaginas cuántas veces anhelé tenerte aquí y ver tu expresión cuando ambas se conocieran. Ahora lo tengo y me siento el hombre más afortunado que ha pisado la tierra.

¿Se puede ser más perfecto y adorable?

No, definitivamente, no.

Estoy a punto de ponerme a llorar, no puedo con tanto. Es como si él supiera que vamos a separarnos y estuviera haciendo todo lo que esté en sus manos para que eso no pase.

—Bienvenidos sean los señores, ¿desean comer algo? —un camarero vestido enteramente de blanco nos saluda.

—¿Deseas comer algo, preciosa? —dice, Armand, dirigiéndose hacia mi rostro.

—¿Te parece si comemos cuando regreses de la reunión sobre la hermana de tu amiga?

Armand asiente, por supuesto y me da da un rápido recorrido por el lugar. Y para cuando termina de hacerlo, siento que visto ropas hechas de cartucho, y que el contenido de mis cuentas bancarias en un mal chiste.

El Gold Mermaid, tiene dos helipuertos, 13 cabinas para invitados, 3 piscinas (de diferente tamaño), varios jacuzzis, una discoteca y pone a disposición de los huéspedes cuatro lanchas y un mini-submarino que es capaz de sumergirse hasta 65 metros. Eso sin contar que tiene capacidad para 80 personas, y que soporta un aproximado de 25 toneladas de peso. También tiene un blindado sistema de defensa antimisiles. Me imagino el coste incalculable de semejante yate.

—¿Eres algún jeque árabe y no me constaste? —le pregunto, cuando ambos entramos a mi habitación. La atmósfera se carga de un aroma a despedida del que sólo yo soy consciente.

—Quería construir algo tan magnífico como tú. — confiesa, con una voz que otra vez suena melancólica. —Quería creer que algo del amor que siento por ti, podría quedar inmortalizado entre estas paredes. Cada vez que venía aquí, te recordaba; cerraba los ojos y te imaginaba bailando en la sala, sonriendo para mí; siendo tú, esparciendo tu belleza en cada rincón del Gold Mermaid. Diciéndome que no importaba lo duro que fuera, tú me amabas y que estarías dispuesta a quedarte conmigo. Gracias a Dios ya no tengo que hacerlo, ya no tengo que imaginar que tú y el Gold Mermaid se conocen, porque esto es real. Estás aquí, conmigo y nunca más te irás. No imaginas cuánto te amo, y cuán feliz me hace tenerte aquí. Cumplí mi sueño de traerte aquí, y eso es algo indescriptible. Me siento privilegiado. Créeme que sería feliz, con apoderarme de una pequeña pizca de tu corazón.

Una tormenta se zarandea caóticamente dentro de mi. Siento que mis fuerzas flaquean, que mi estómago estalla y que mis ojos están a punto de traicionarme inundándose de lágrimas. Aprieto el labio inferior, intentando retener la maldita verdad: Que tengo que irme, que estar juntos es un peligro para todos; que nuestro amor nunca tuvo, ni tendrá futuro. Que le amo, y que la idea de alejarme de él, es peor que arrancarse el corazón y lanzarlo al mar para que los tiburones lo devoren.

—Tú no mereces una pizca de mi corazón, lo mereces completo. Siempre a tu lado y por encima del infinito. Volando entre miles de océanos, muelles y acantilados para llegar a ti.

—¿Es eso un juramento de amor?

Experimento cómo cada pétalo de la felicidad que podía concebir a su lado se desvanece lentamente. Empiezo a sentirme incompleta, vacía; incapaz de pronunciar algo así, sabiendo que no podremos estar juntos. Armand no se merece eso, no se merece una mentira. No merece que le dispare crueles balas de esperanza.

Parece que el mundo se obsesionó por separarnos y que el destino decidió juntarnos porque le divierte castigarnos.

Rememoro todo lo que hemos pasado, las veces en las que le he visto sonreír, la forma en la que sus brazos me aprietan; ansiosos por protegerme. La pulcritud en sus ojos grisáceos al observarme como si fuese lo único que valiera la pena en este mundo, todo pesa, se condensa y me quema. Quema tanto que mis articulaciones se acongojan.

Lloro en silencio, me desgarro en destructivas partículas que se alejan con nuestro amor en sus manos. Grito y maldigo, renegando de mi endemoniado destino; arrastrándome secretamente ante Dios, implorándole que al menos le permita a Armand ser feliz. Que logre olvidarme, que se convenza de que tal vez la vida; nunca quiso que envejeciéramos juntos. Que su corazón encuentre el consuelo que tal vez el mío no consiga. No sé si salga viva de lo que me espera, y quiero que al menos podamos tener un último y magnífico momento de paz.

—Lo es, es el juramento de que pase lo que pase, te amaré hasta el final y más allá de lo que el tiempo imponga. —musito, luchando para que mis manos no tiemblen, y sintiendo cómo mi corazón llora. Cómo mi alma se arroja al suelo, pronunciando lamentos desesperados, implorando que no me aparte de él. Que luche, que me esmere en cumplir mi juramento.

Veo la sonrisa genuina resplandecer en su cara, y la conmoción me embarga, permitiéndome regalarle a ambos, un último fragmento de felicidad.

—Te amo, preciosa. Siempre lo haré. Regresaré pronto, ¿Estás segura que no quieres acompañarme? Servirá para que conozcas Sicilia un poco. —Él se inclina, y me da el que podría ser nuestro último beso. Un beso cálido, ardiente y tranquilo. Una mezcla hermosa de cómo el verano y el invierno, pueden tener la belleza de la primavera, y la gracia del otoño. Un beso que tatúa nuestro amor para la posteridad, y que no debería ser manchado por las lágrimas que amenazan con salir de mis ojos.

Cuando el beso termina y abro los ojos, veo una enorme sonrisa recorrer cada centímetro de su perfecta cara. Amo su sonrisa, y la forma despreocupada en la que me mira cuando lo hace. Es como ver a la estrella más brillante en el cielo, lanzar un nuevo destello.

Quiero tocarlo, quitarle la ropa, apretar su cuello con mis labios, estremecerme aferrada a su nuca. Contar sus respiraciones contra mi pecho, acariciar su torso desnudo. Amortiguar mis gemidos con la fuerza de su boca, volvernos a unir en deliciosa actividad sexual. Lo voy a extrañar tanto, extrañaré sus comentarios sarcásticos, sus detalles y la inteligencia soberbia de la que siempre hace gala. Extrañaré su ingenio, su voz ronca y masculina. Su exquisito acento británico con toques rusos, su aroma hechizante y la fuerza caótica disfrazada de neblina en sus ojos.

Ansío tanto poner una mano sobre la suya, anexarlo a mí; y no tener que someterme a un irrespirable adiós.

Niego, creo que si transcurre un minuto más y él no se ha ido empezaré a llorar a todo pulmón frente a él.

—Yo también te amo, nos vemos pronto—.comenta entusiasta.

Y así sin más, le veo marcharse y me despido estando en llamas. Pero las llamas no me queman, porque mi corazón se ha congelado. Ahora soy un triste y marchito árbol sin hojas. Cuando él cierra la puerta yo ya estoy llorando, aunque por dentro me sienta seca y desvalida.

Me aovillo contra la cama, y dejo que las lágrimas saladas caigan sobre ella. Dejo que mi alma se desahogue, que la angustia que siento toque al mundo. Abrazo la almohada intentando buscar un último atisbo de Armand y su olor. Me pongo en pie y toco las paredes del Golden Mermaid, y le pido perdón por tener que lastimar a quien con tanto amor quiso construirle.

Sé que los barcos no tienen vida, ni un espíritu tangible; pero la historia tras la construcción del Golden Mermaid es tan bonita, que de alguna manera debo retribuir la devoción con la que la crearon.

—Espero que Armand pueda encontrar consuelo en ti otra vez. —pronuncio acariciando una de las paredes lisas del yate. —Siento mucho tener que fallarle a ambos. Gracias por ser la prueba física de que al menos nuestro amor, dejó algo bueno en la vida de Armand.

Una mano puesta en mi hombro me sobresalta. Doy la vuelta y la veo, allí, parada. Una de las azafatas gemelas.

—Ya es tiempo de partir. —me ordena de forma insípida—Sígame, y recuerde que si comete un error, mataremos a su hermana.

Asiento, saboreando unas enormes ganas de darle un puñetazo en el centro de su rostro ovalado.

—Sígame sin hacer ruido, mi hermana y yo entretendremos al equipo de seguridad, y usted debe estar esperándonos dentro de diez minutos en la entrada.

Ambas salimos de la habitación, y llegamos a una bifurcación entre dos puertas, una de ellas; si mal no recuerdo lleva al restaurante. La mujer, que ahora lleva un vestido negro con las mangas ajustadas hasta las muñecas, entra por la puerta del restaurante. Yo sigo caminando recto, paso entre varias puertas cerradas, no hay ningún guardaespaldas, es como si hubieran encontrado la forma de alejarlos de mi camino.

Avanzo y llego a una gran puerta azul, recuerdo haberla visto antes, Armand me explicó que allí duermen los de seguridad, me siento tentada a abrirla, pero si las mujeres me descubren estoy frita. Doy la vuelta, y miro hacia atrás, intentando cerciorarme de que no hay nadie.

No hay rastros de las azafatas.

Entro rápidamente cuando entro al cuarto del pórtico azul, con el pánico de ser descubierta haciéndome gritar interiormente. Las manos me sudan, tengo la nariz congelada y el miedo de ser atrapada con las manos en la masa, restalla en mi sistema. Me concentro en lo que vine a hacer, tratando de manejar el ritmo frenético con el que mi corazón late testarudo en las rodillas.

Respira, Lynd. Puedes con esto.

Hay cinco camas, un par de mesitas de noche, televisores, y ceniceros colocados en una mesilla apartada de las camas. Hay una especie de letrero que dice: Si fumas, desinfecta todo los residuos que dejes. Evitemos accidentes e incendios.

Las camas están arregladas, busco rápidamente en los cajones de las mesas de noche, algún arma, cuchilla o lo que sea que me permita tener un poco de protección. Busco en la primera, no hay nada. Rebusco en otra, tampoco hay nada. Y así, introduzco la mano en cada uno de los compartimentos, sin lograr mucho.

Bufo malhumorada cuando termino de cerrar el último cajón. He perdido mi tiempo.

Salgo de la habitación, desanimada y con ganas de patear a las gemelas, y a quien sea que me haya metido en esto.

La cabeza me empieza a doler, y los oídos me zumban a causa del estrés. Ligeramente desanimada sigo caminando, paso entre más cuartos cerrados. Sintiéndome cada vez más descompuesta y derrotista. Cuando llego a lo que parecen ser los metros finales de mi recorrido, reconozco la luminiscencia marina en las paredes. Estoy justo frente a la entrada frontal del yate.

Retengo aire, y me detengo al recordar que las gemelas me dijeron que las esperara aquí.

Miro en derredor, todo sigue tal cuál y lo dejamos. Ordenado, limpio y ostentoso. Pero cuando le echo un vistazo a la fosa laminada que da vista directa al mar, me quedo completa y absolutamente sorprendida, cuando veo las dos pequeñas y delgadas pistolas, colocadas sobre esta.

¿Es acaso una trampa, o alguien intenta ayudarme?

No lo sé, pero este par de pistolas, más chicas que el puño de mi mano, son lo último que me queda.

Sonrío, sosteniendo la esperanza que esas pistolas representan. Le echo un vistazo al pasillo para ver si es seguro recogerlas, no hay señales de las azafatas. Ojalá se hayan ahogado.

Meto las pistolas dentro de la gran copa de mi sostén y rezo para que esto sea una señal de que no estoy sola en esto. Que alguien me vigila, y trata de ayudarme.

Me acomodo frente a la entrada, y cuando han pasado casi cinco minutos las azafatas aparecen. Ambas me observan con fría insensibilidad.

—Listo, tienes que dirigirte al norte, siempre en línea recta, no debes desviarte hacia ninguna calle. Ten presente que no puedes hablar con nadie, te estarán esperando junto a la fuente. Allí habrá un minibús negro, debes entrar allí. Ten mucho cuidado con lo que haces antes de llegar al sitio pactado, si llamas la atención o le cuentas a alguien lo que ocurre no saldrás viva. La fuente de la diosa Hera, es la quinta en tu recorrido. Más te vale no hablar con nadie y acatar lo que se te ha dicho, porque habrá gente siguiéndote todo el tiempo. Pero tendrás que atravesar todo sola, porque es tu camino de redención. Mientras lo hagas, tendrás que pensar en todos los pecados que has cometido y en que quieres purificarlos. Que Dios acompañe tu camino de salvación. —sentencia la mujer, abriéndome la puerta y empujándome hacia el exterior.

Al salir al exterior la frescura y salinidad marina golpean mis fosas nasales, pero no tengo tiempo para admirar qué tan bonito se siente estar junto al mar. Me quito los tacones, y me lanzo a tambor batiente sobre el muelle.

Avanzo un par de metros, veo más de veinte personas dirigirse al otro lado de la playa.

La gente habla a mi alrededor, y me observan, enfundados en peculiares camisas multicolores y sombreros blancos de paja. Algunos me gritan frases en un italiano que reconozco, una de las cosas que hice durante la cuarentena obligatoria debido a la pandemia del coronavirus, fue aprender italiano y ruso.

Me pongo en marcha, el sol caliente machaca mis pies, cuando camino, pero no me queda de otra. Si uso tacones, no llegaré a donde sea que vaya. Aprieto la boca, y enredo mi pelo en una bola improvisada que se suelta apenas acelero el paso.

Aprieto la nariz frustrada, mientras batallo para que las ondas que produce mi cabello, dejen de bloquear mi campo de visión. Acomodo el pelo tras mi oreja, y lo enredo en una trenza improvisada, amarrando las hebras que quedan al final de mi trenza; espero que funcione al menos hasta que logre llegar hasta la fuente de la bendita diosa Hera.

Avanzo entre calles estrechas, autos pasando de un lado al otro. Autobuses que apenas y logran franquear entre las reducidas veredas.

Los edificios departamentales, en este lado de Sicilia, están repletos de manchas que parecen de cacao. La gente habla y discute en voz muy alta, parecen alterados y enojados todo el tiempo.

Corro entre casas, con tablas pegadas a las puertas y ventanas. Como si sus dueños ocultaran algo.

Mis pies se resbalan a causa del dolor tan incómodo que es correr estando descalza a plena luz del día. Me cuesta un poco respirar, y lo que al inicio era un ligero dolor de cabeza, ahora duele y pita muy duro. Siento el estómago agitado, y es posible que si me detenga, empiece a vomitar hasta la vesícula biliar.

Sigo moviendo mis piernas, mientras las personas me miran. No debe ser muy común ver a una mujer descalza corriendo como loca a esta hora de la tarde.

Sicilia es un poco extraña, hay calles muy ordenadas y limpias, con edificios en el mismo estado, y luego llegas a otros sitios no tan bonitos, que deben resultar espeluznantes al pasar por ellos de noche. Lucen abandonadas por el tiempo y la alegría.

Yo sigo marchando, avanzando como gacela en una jungla de asfalto. Transitando hacia el león con pobres esperanzas de vencerlo. Pero convencida de que mientras no lluevan meteoritos y bolas de fuego, no es el fin del mundo; y puedo hallar una grieta mediante la cual pueda vencer a un enemigo, cuyo rostro todavía no conozco.

***

Todo el miedo general que he sentido hasta ahora, se condensa en un miedo concreto y válido, cuando paso junto a la cuarta fuente. Me siento más agotada que nunca, el sudor envuelve mi cuerpo y los labios se me resecan a causa del calor. Las mejillas me arden, el cuello me pica y el vestido verde se convierte en el peor obstáculo en semejante situación, ya que atrinca mis piernas impidiéndome avanzar a mayor velocidad. No sé cuánto tiempo ha transcurrido desde que empecé a correr. Espero que no sea demasiado.

Las piernas me pesan, y los músculos apenas me sostienen en pie. El sexo del día anterior y la mañana, está dificultando que pueda moverme con mayor soltura.

Tengo la vista envuelta en nubarrones que aparecen ocasionalmente frente a mí, me siento agotada, tengo la mente revuelta y en lo único en lo que logro pensar es que tengo que llegar.

Falta poco, me digo a mí misma. Tragando una nueva bocanada de desesperación. Pienso en el tiempo que llevo corriendo, es difícil decir si llegaré a la hora acordada.

Retengo el rostro de Armand en mi mente, y lo imagino parado frente a mí, esperándome al otro lado de la calle. Corro hacia él, corro como si en verdad estuviera allí. Él me sonríe, y me anima a llegar, me grita: Vamos, tú puedes. Ya casi llegas.

Tengo que hacerlo, tengo que aguantar. Debo soportar esto, o mi hermana morirá.

La fatiga empieza a pesarme, no esa que te hace detenerte a dar un pequeño descanso, es esa que si la dejas vencerte te hunde en la inconciencia. Hago un último esfuerzo cuando llego a una especie de mercado, el eco de las voces y el ruido de los transeúntes aumenta mi aturdimiento. Los músculos de mis rodillas están a punto de rasgarse, la piel me arde y siento las ampollas en mi pie, sangrar contra el suelo. Cada vez es más difícil avanzar, creo que en cualquier momento caeré desmayada y no habrá forma de que despierte, y pueda llegar a tiempo.

Me estremezco, y elevo los codos, buscando impulsarme más, agitando los brazos; logro caminar, ya no me quedan fuerzas para correr.

El sudor humedece el puente de mi nariz, y mi pelo termina soltándose y meneándose contra mi cara. A duras penas lo aparto, y me detengo un segundo, y al siguiente empiezo a correr. La adrenalina es más fuerte que todo, y aunque parezca que estoy a punto de desmayarme; sigo andando. A paso torpe, a paso inestable, como un débil trozo de macarrón seco que pronto se quebrará por completo.

Las personas pasan a mi lado, como si no se dieran cuenta de lo importante que es para mí, que no obstaculicen mi carrera. Rozan mis hombros cuando se paran a mi lado, algunos intentan

Agua, necesito agua.

No puedo más, todo empieza a tornarse oscuro. Mis piernas se rinden, y me voy de bruces hacia el frente.

Lloro, dejo que la salinidad me empape la cara, porque no quiero detenerme. Estoy desesperada, todo depende de mí. No puedo parar , mi hermana morirá si lo hago.

Bufo, como un toro a punto de morir, y siento que de pronto, unos brazos me sostienen; impidiendo mi caída.

—¿Sucede algo malo, Regina? —escucho que dice un hombre contra mi oído. Sin soltar el agarre contra mis caderas.

Levanto la mirada todavía adormecida, y veo a duras penas a un par de ojos fríos, insensibles. Como si albergaran dentro de sí, toda la furia inclemente del invierno en los polos.

—Señor Dante, qué placer tenerle por aquí—le oigo murmurar a un hombre cerca de nosotros.

—Suélteme—refunfuño contra el sujeto que me agarra. —Necesito tomar agua.

—Tráiganle agua a la bella donna—Él me agarra, e intenta alzarme en sus brazos. Yo me aferro a su camisa, e intento empujarle. No quiero ir a ningún lado con este tipo. —La llevaré a que la revisen, es parte de mi hospitalidad.

—No, usted no entiende, debo llegar a....—me quedo callada, la voz aún me falla. El haberme detenido revuelve más mi estómago, creo que voy a vomitar. —Apártese o lo vomitaré.

Alguien levanta una pistola y me apunta.

—Baja esa arma, Adriano—ordena el sujeto. No tengo cabeza para describirlo a cabalidad, sólo diré que si el mal tuviera un rostro, sería el suyo.

—No sé por qué estamos perdiendo el tiempo aquí, Dante. Tenemos cosas que hacer.

—Me parece que ayudaré a esta bella dama. Encárgate tú, Adriano. Para eso eres el segundo al mando.

Alguien le pasa un vasito de agua al tal Dante, que sigue sin soltarme. Intento detallar su rostro, pero en lo único que logro pensar es en lo mucho que sus ojos me aterran.

Peleo con todas mis fuerzas para mantenerme a flote, no puedo caer otra vez no debo. Me tambaleo entre sus brazos, y agito cada hueso de la espalda a punto de volver a ceder ante el cansancio.

Dante parece adivinar lo que me ocurre, y coloca el vaso sobre mi boca, prácticamente forzándome a beber.

Tomo el primer sorbo de agua helada, luego el segundo y cuando llego al tercero, el cuerpo me falla y me desmayo.

Vestido que usa Lynd. 

Dante (Todavía tengo que editarle su banner)

Adriano sí tiene el suyo.


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El próximo capítulo va a estar muy bueno :O 

Y será publicado el domingo. 

Agradezco un montón sus votos y comentarios 7u7  Y he escuchado que hay chicas que están recomendándole la novela a sus conocidas, significa un montón. De verdad gracias por eso. Siempre que puedan, recomiéndensela a otros, por favor. Es una ayuda gigantezca hacerlo. 

¿Qué fue lo que más te gustó del capítulo?

¿Te gustó la escapada de Lynd?

¿Quién crees que le esté ayudando a Lynd?

¿Será en verdad una ayuda?

¿Qué te pareció la intervención de Dante? 

¿Qué le dirías a Armand para consolarlo?

Nos vemos el domingo.

Besos mafiosos para todas <3 

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