
33: Anillo
Malya
Me suelto del agarre de William y le tiro una mirada asesina. Que no se meta o lo mato a él también. Estoy hecha una furia, no puedo creer que esto esté pasando. Apenas me llegó la información hace un ratito, mientras esperaba para saber más sobre el estado de salud de Hermes. Se supone que los Señores Letra buscarían al culpable del que robó, un tal archivo Oscuridad y resulta que lo tenía ella. Si no lo hubiera tomado, esto no estaría pasando, es su culpa. Le dispararon por su culpa, lo sé. ¡No puedo ni pensar!
Camino angustiada y noto como S me sigue, entonces me detengo y me giro a mirarlo.
―No estoy de ánimos para que me acoses ―exclamo molesta y él me regala una sonrisa. Entrecierro los ojos―. ¿No habrás sido tú, cierto? ―Lo apunto―. ¡Lo mandaste a matar! Lo querías muerto.
Lanza una enorme carcajada.
―Lamentablemente, no fui yo ―exclama muy alegre―. Pero me hubiera encantado serlo. ―Se lo piensa―. Hablando de eso, deberías tener cuidado. ―Se acerca a mi rostro―. El agresor puede volver a terminar su trabajo ―agrega con malicia y siento un estremecimiento―, ¿no te parece?
―¿Qué estás diciendo? ―digo nerviosa.
―Que pueden venir a matarlo, qué miedo ―se burla.
―¿Estás bromeando? ―Lo empujo, alejándome de su cercanía―. No puedes estar diciéndolo en serio, ¡hasta sonríes! ―expreso más angustiada que antes.
―Sonrío porque disfruto la situación, te vas a quedar viuda, qué lástima, siendo tan joven. ―Continúa divirtiéndose mientras cuenta una macabra realidad que no quiero ni pensar que pueda suceder―. Pero ya, hablando en serio... ―Hace una pequeña risa―. H tiene cuentas bancarias como otros Señores Letra, que se lo pensaron antes de llegar a este asunto, y aunque estén prófugos, se pueden salvar, pero los que no, van a aprovechar la débil situación en la que está, y aparte, tienes al asesino que aún no sabes quién es. Muy complejo, ¿no te parece?
Me tapo los oídos.
―No quiero escucharte, ¡maldita seas, cállate!
―Si no lo mata su salud, lo matarán ellos.
―¡Hay policías! ―Bajo las manos y las formo en puños―. ¡Ellos no permitirán que entre nadie a la habitación! ―lo defiendo de la única forma en que se me ocurre.
―¿Segura? ―Vuelve a reír―. Las autoridades son algo ineficientes algunas veces. ―Mete su mano en su chaqueta y saca su placa―. O hasta corruptas, si yo quiero entro y lo asesino ahora mismo.
Trago saliva, nerviosa.
―No lo harías.
―¿Por qué no? ―Hace una mueca―. Me saco un peso de encima. ¿No dijo que iba a matarme? Mejor asegurarse la vida, ¿no? ―Sonríe, tranquilamente, tan amigable que hasta da miedo.
―No le toques un pelo o sino...
―Ciertamente, es un vegetal ―me interrumpe―. Es muy aburrido matar a una planta, no esperé a que sea el Señor H para enfrentarlo de esta manera ―expresa calmado y luego sonríe―. Pero otras personas no piensan lo mismo y van a aprovecharse, qué triste realidad.
―Deja de jugar, no me tortures más. ―Mis ojos se humedecen―. Tu tortura psicológica me está matando. ―Me giro―. Ya no me caes bien. ―Intento irme, pero agarra mi brazo y me detiene.
―Lo que tu hombre necesita es protección, la adecuada, por supuesto.
Me giro para mirarlo.
―Suéltame. ¿Es que acaso lo vas a proteger? ¡No digas estupideces! ―Forcejeo.
―Me gusta jugar. ―Levanta mi mano y posa sus dedos en mi anillo―. ¿Quieres jugar con la serpiente? ―Se muerde el labio inferior y comienza a sacarlo.
Maldita sea, esa es una indirecta muy directa.
Ay, ya lo malpensé.
―¡Olvídalo! ―Me aparto y sostengo mi anillo con fuerza―. ¡Pervertido!
Se ríe.
―Vale, no jugamos. ―Mueve los hombros―. Será otro día.
―¡Nunca! ―Me cubro, aunque tengo ropa y como si me estuviera mirando de manera lasciva, sin embargo, en realidad, su mirada sigue siendo tranquila, sin ninguna perversión perceptible.
Va a decir algo más, pero se detiene cuando visualizamos a Merche y Eiden caminar por los pasillos. Ambas nos observamos con odio, sin dejar de mirarnos mientras pasa cerca y no decimos nada, no obstante, se puede notar la tensión entre nosotras.
―Te mataré mientras duermes ―susurro y me escucha, entonces se detiene, girándose a verme con furia.
Se me acerca a paso rápido y a pocos centímetros me aclara.
―Debí haberlo dejado morir, malagradecida.
Trago saliva al escuchar eso y tomo aire en profundidad.
―No voy a cambiar de opinión.
Sonríe con molestia.
―Yo tampoco, estás muerta para mí. ―Se gira y se retira, siguiendo a Eiden, que le hace una señal para que no continuemos discutiendo.
Tal vez me equivoqué, pero ya no hay vuelta atrás.
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