
13: Sueños
Merche
Mi cuerpo se encuentra tenso, sus manos me tocan mientras me resisto e incontables lágrimas salen de mí, cuando estoy de bajo de eso, que no se puede llamar hombre. Esto es asqueroso.
―¡No, por favor, no! ―Me aprisiona las manos―. Por favor, otra vez no. ―Lloro, no me queda otra que aguantar al cliente―. ¡Me duele! ―chillo.
Abro mis ojos ante la pesadilla, aunque en realidad es un recuerdo oscuro, que pensé que había bloqueado. Me siento en la cama y respiro agitada. ¿Hace cuánto que no tenía uno de estos horribles sueños? Me levanto del colchón y camino al baño a ducharme. Me quito la ropa, enciendo rápido la regadera y empiezo a refregarme el cuerpo con intensidad, mientras las gotas caen sobre mí.
Me siento sucia.
¡Reacciona, Mercedes!
Me paralizo al darme cuenta que me he lastimado el brazo de tanto restregar mis dedos en mi piel.
―Mierda ―me quejo y salgo al ver la sangre que yo misma me generé. Necesito tranquilizarme, eso fue hace mucho tiempo y era mi antigua yo. Ese miedo no existe en mí. Muevo mis manos, sintiéndolas tensas y bufo―. Los destruiré a todos ―exclamo con odio―. Nadie quedará impune. ―Presiono mi puño y camino a buscar mi ropa al armario. Agarro la lencería y mientras me la pongo, suspiro―. Maldita sea, estoy hablando sola.
Me miro al espejo y visualizo mis cicatrices, los asquerosos juegos de Clow siguen pegados en mi cuerpo aunque él esté muerto. Las malditas marcas no se borran tan fáciles, me pregunto si se puede operar esto. Es poco probable, quisiera cambiarme la piel.
Gatita.
Al menos no soñé con Clow, esas pesadillas son peores.
El teléfono de línea suena y salgo de mis pensamientos para ir rápido hasta este. Contesto y una sonrisa se forma en mi rostro, cuando me informan lo que tanto he estado esperando.
―¿De verdad? No lo puedo creer.
―Créalo, esta misma tarde podrá retirar a su hija, el doctor le dará el alta ―me informan del hospital y estoy que salto de emoción.
―Claro, díganme qué tengo que hacer y si es necesario, yo voy ya mismo para allí.
―Usted, tranquila, el pediatra quiere hacer unas cuantas pruebas más, pero es lo más probable. La mantendremos en contacto.
Oh, cielos, espero que no sea una falsa alarma, pero pronto tendré a mi beba entre mis brazos. No lo puedo creer, tengo que preparar todo.
Pasar de un estado amargo a uno de extrema felicidad, es tan extraordinario. Cuelgo el teléfono y corro hasta la caja de la cuna, que ni abrí por estar deprimida. Empiezo a sacar las partes para armarla y las miro detenidamente.
―¿Cómo se pone esto? ―exclamo pensativa, luego dejo de desvariar y busco las instrucciones―. ¡Aquí! ―Sonrío cuando las encuentro. Me sobresalto cuando escucho el timbre―. ¡Voy! ―aviso, después me percato.
Cielos, me olvidé de ponerme la ropa. Voy al armario y me pongo lo primero que encuentro, una musculosa verde y un short blanco, camino descalza hasta la puerta. Sonrío al ver a William.
―¿Estás coqueteando conmigo? ―se burla ante mi atuendo y mis pelos parados.
―Ya quisieras. ―Ruedo los ojos―. ¿Dónde dejé el peine? ―Miro para todos lados.
Agarra mi mano.
―¿Qué te hiciste? ―pregunta preocupado, viendo la herida que me generé en la ducha.
―Nada, ya pasa. ―Lo empujo adentro y cierro la puerta.
―¡Qué desorden! ¿Armas un campamento? ―Se ríe.
―No... ¡Voy a tener a Danaya muy pronto conmigo y preparo todo! ―Corro hasta las cosas y vuelvo a sentarme en el suelo.
―¿Te olvidaste de trabajar, no? ―me provoca.
―¿Qué? ¿Cuándo? ¿Qué día es? ¿No es mi día libre? ―exclamo aturdida.
―No, por eso vine. ―Vuelve a reír―. Me preocupé para nada, estás muy bien. ―Se sienta al lado―. ¿Te ayudo? ―Me sonríe.
―Okey, necesito un macho para esto. ―Me río y le entrego las piezas más difíciles.
―Qué tramposa. ―Hace puchero.
―Sí, lo sé.
―¿Me vas a decir que te hiciste en el brazo? ―insiste.
―No fue adrede, no me di cuenta ―me defiendo, frunciendo el ceño, y bufo―. Tuve un mal sueño, eso es todo. ―Suspiro.
―Okey, no insisto más. ¿Dónde va esta cosa? ―Sonríe y yo me río.
―¡Yo qué sé!
Nos reímos toda la mañana, luchando con la cuna. Las instrucciones están en otro idioma y el traductor del celular no lo detecta. ¿Quién me manda a mí a comprar por internet? No importa, me divertí igual.
―Voy a buscar algo para tomar. ―Se levanta.
―En la heladera hay gaseosa o jugo, trae el que quieras ―le aclaro.
―De acuerdo. ―Asiente y camina hasta la cocina.
El timbre suena por segunda vez y camino desprevenida hasta la puerta, cuando la abro mis ojos se expanden en grande. No sé cómo reaccionar. ¿Enfadada porque ha desaparecido sin avisar o abrazarlo por tenerlo sano y salvo delante de mí?
Y las palabras de Stella retumban en mi cabeza.
"Se ha convertido en el Señor E".
No debí haber escuchado las artimañas de esa arpía, ahora tengo el cerebro descompaginado por su culpa.
Tomo un aire profundo y lo nombro, observándolo con la mirada perdida.
―Eiden.
Sonríe aliviado.
―Hola, ya vine.
―Sí ―exclamo seriamente―. Supongo que hay que hablar.
Lo veo venir, esto se va a poner feo. Se nota hasta en mi voz.
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