XX • AMENAZAS DECLARADAS
Desperté entre los brazos de Federico en la cama del cuarto de invitados de Mónica, el lugar se sentía muy familiar y tan acogedor como cuando duermo en el remolque de mi vaquero. El susodicho estaba aún dormido cuando me levanté, llevaba puesta una camiseta y un pantalón de algodón que me prestó mi hermana para dormir. Caminé de puntas hacia afuera de la habitación, el sonido de la cocina me fue guiando, pero me detuve en la puerta al ver a mi hermana Mónica comiéndole la boca al que supongo es su novio. Un hombre alto de hombros anchos, piel bronceada y cabello negro con rulos apenas armados. No tenía puesta su camiseta, por lo que pude ver un tatuaje grande, pero delicado bajando por su espalda, eran unas runas nórdicas. Algunos de esos símbolos los había visto en el brazo de un exnovio, según me dijo en ese momento son runas de protección y otras simbolizan los nueve mundos del árbol de Yggdrasil.
—No es que me queje de esto, pero tú no me recibes con besos tan apasionados, ¿Estos besos son porque me extrañaste esta noche o me quieres decir algo? —escucho la voz grave y profunda del novio de mi hermana, los continuó observando escondida desde el umbral de la puerta de la cocina.
—Primero que nada, ¿cómo te atreves a decir que mis besos no son apasionados siempre? —habla Mónica dándole un suave golpe en el pecho al moreno que se ríe haciendo vibrar su espalda y rodea a mi hermana por la cintura.
—Sabes a lo que me refiero, calabaza. Anda, dime que pasa, lo veo en tus ojos, no puedes contenerte de la felicidad. Es mejor que me lo digas ahora antes de que explotes —bromea apretando a mi hermana contra su cuerpo cuando ella bufa enfadada queriendo liberarse de los brazos del castaño.
—Si te extrañe esta noche, me dormí leyendo un libro de esos explícitos que tanto me pone colorada cada que los leo cerca de ti y sufrí por no tenerte cerca —comenta Mónica. No pude verla porque tuve que contener la risa al imaginarla anoche entre sus sábanas leyendo un libro erótico pensando en su novio mientras leía esas eróticas escenas. —El caso es que vino Andrómeda anoche, es decir, no es una buena noticia, pero al mismo tiempo lo es. Ella confía en mí Pol, mi hermanita confió en mí para ayudarla y siento que nuestra relación está mejorando —habla ella emocionada conteniendo un gritito que es ahogado por un beso de su novio, Mónica estaba feliz. Algo muy dentro mío, sintió alivio de ver que en verdad le agradaba tenerme allí en su casa, bajo su techo y sin importarle que yo aún no estaba segura de querer apostar por nuestra relación de hermanas. Pensativa, retrocedí unos cuantos metros antes de comenzar a andar de nuevo haciendo un poco de ruido con los pies, quería advertirles de mi llegada para que no sepan que estuve escuchando su conversación.
—Buenos días —saludó entrando en la cocina, ahora si pude ver de frente al novio de Mónica. Ojos cafés, un mentón cuadrado con una barba de dos días, una sonrisa enorme y hoyuelos se le marcaban. —Hola, soy Andrómeda Lovelace, hermana menor de Mónica —me presenté, sabía que él me conocía, pero se supone que yo no los estaba escuchando, por lo que decidí actuar con normalidad.
—Es un gusto conocerte al fin, soy Pol Austen, el novio de tu alocada hermana mayor —se presenta el castaño esquivando el golpe de mi hermana que quedó suspendido en el aire, verlos tan bien juntos me hizo sentirme menos incómoda.
—Buenos días —con voz adormilada apareció mi novio a mis espaldas, rodeando su brazo en mi cintura, saludo a mi hermana y a su novio. Algo que nos tomó a ambas por sorpresa porque hablaban como si se conocieran y no pude resistirme a preguntar.
—¿Ustedes se conocen? —volteando a ver a Fede me pierdo un instante en su sonrisa de lado, en ese pequeño hoyuelo que se formó en su mejilla. Un hombre no puede ser tan sexy con solo una sonrisa, no, no puede, salvo que se trate de Federico Lynch.
—Coincidimos en el mismo gimnasio y hablamos mientras entrenamos.
Pol asiente viendo a mi hermana que se recompone de la sorpresa, como una buena anfitriona nos ofrece de desayunar y los cuatro nos sentamos en la mesa del desayuno. Hablamos para conocernos mejor entre todos, compartiendo anécdotas vergonzosas, las mías me hicieron ponerme muy roja y me entró una pequeña nostalgia por mis amigas en Londres. No hablaba con ellas desde hace mucho, salvo por algún que otro mensaje y nota de voz, pero no hemos podido coordinar para hacer una videollamada. Mónica se ofreció a ir conmigo a denunciar el hecho, pero estaba tan cansada que decliné su oferta. Primero debía ver a mi madre que a estas horas debe estar caminando por las paredes, muerta de preocupación y mirando por la ventana a cada rato como una acosadora a la espera de su víctima. Federico me llevó a casa, no dijimos nada, era innecesario hacerlo y me mantuve pensativa con una de mis manos en su pierna, me ayudaba a no pensar en lo que sucedió anoche. Me preparo para todo lo que deberé decirle a mi madre, estaba odiando vivir en este pueblo, quería tomar el primer vuelo a Londres y olvidarme que existe este lugar en el mundo. Y cuando se me pasa esa furia vienen a mi mente Mónica, está intentando componer una relación sana de hermanas conmigo, no puedo abandonarla, mi madre, me da miedo dejarla sola en este sitio. Por último, Federico, mi novio, es ridículo creer que en tan poco tiempo él haya puesto mi vida de cabeza y no me daba miedo. De hecho quería que siguiera poniendo todo de cabeza en mi vida por un largo tiempo o por el resto de mi vida y no me disgusta la idea de ir dando vueltas por el mundo hasta que encontremos nuestro sitio juntos.
Un lugar al cual llamar hogar.
—¡Mamá! —grité cerrando la puerta tras de mí, le había pedido a Federico que me dejara hablar sola con mi madre. Quitándome el abrigo que llevaba, camine unos pasos y me detuve en mitad de la sala. Mi corazón se frenó. Las piernas me temblaban y ni siquiera sabía cómo respirar con normalidad. Dos hombres estaban sentados en el sillón de nuestra sala, el primero que rondaba cerca de los cincuenta años, cabello canoso, bien cortado y engomado hacia atrás. Traje a la medida gris, perla, camisa blanca, una corbata azul con franjas delgadas plateadas y zapatos de vestir negros. Tenía algunas arrugas en su rostro y manos, contaba con un ostentoso anillo de oro con una piedra cuadrada de color negro, un Rolex de oro. Su mirada era penetrante, con ojos tan oscuros y sus cejas estaban pobladas. A su lado estaba el chico que me agredió ayer, con una petulante sonrisa en su rostro y una mirada depravada recorriéndome por entero.
—¡Lárguense de mi casa! —gruñó la gélida voz de mi progenitora, con una mano rodeó mi antebrazo y me hizo dar unos pasos hacia atrás, se puso enfrente de mí como una verdadera leona cuando protege a sus crías. —Soros, sabes que nunca has sido bienvenido en mi granja y mucho menos tu bastardo. Aléjense de mi hija, no tiene ninguna obligación para con el pueblo. La vuelven a molestar una vez más y el próximo cuerpo que aparecerá en las noticias será el de tu bastardo. Con un agujero en la cabeza —amenaza mi madre llevando sus manos hacia su espalda, donde del cinturón desenfundo un arma, una de tamaño mediano que no tenía conocimiento que tuviéramos en la casa. Apuntó con ella al par que de inmediato se puso de pie, ninguno parecía tener miedo, el hombre seguía con su cara de póker y su hijo ensanchaba aún más su sonrisa petulante.
—Naisha no tenemos que ponernos violentos ni declarar amenazas entre familias, ambos venimos de linajes familiares de los fundadores y nuestros antepasados eran amigos. Seamos razonables, mi hijo cometió un error y como es debido viene a disculparse con la dama —habla al fin el hombre con una voz profunda, firme y carente de emociones. A su lado, el chico deja de sonreír y agacha la cabeza apretando los puños a los costados de su cuerpo. Es obvio que no piensa darme una disculpa, y si me la da sé que será puramente actuada.
—No necesitó su disculpa mediocre. No quiero nada de un hombre y abusador cereal. Por mí vete al infierno con tus disculpas —al fin encuentro mi voz, salí del shock directamente a atacar con tipos como este no se puede mostrar el más mínimo de debilidad o lo tomarán como una invitación a hacerte daño.
—Ya escucharon a mi hija. ¡Ahora lárguense! —con la voz firme, mi madre dio un paso al frente y le quitó el seguro al arma. No estaba enterada de que supiera manejar tan bien un arma, a mí me daba miedo solo de pensar que teníamos una y aún más que ella supiera manejarla.
Los dos hombres salen de la casa, mi madre les pisa los talones hasta que los ve subirse a un coche que aparcó frente a nuestra casa. Tiene los vidrios polarizados negros y las ventanas cerradas, mi progenitora no baja la guardia hasta que un segundo vehículo aparece siguiendo al primero. Supongo que el alcalde del pueblo está acostumbrado a hacer visitas para arreglar "los errores de su hijo", hecho el cual me parece sumamente cínico y hasta cruel con las pobres víctimas de este monstruo.
Al verlos desaparecer en la distancia mi madre bajó su arma y se giró a verme, ya no tenía aquella expresión dura, se ablandó por completo al mirarme. Nos abrazamos con fuerza, pude sentir la culata del arma contra mi espalda, no me importo en absoluto y tampoco lloré, ya no me quedaban más lágrimas para dar. Mi madre busca alguna herida potencial en mi rostro, cuello y hombros, sin encontrar nada suspira aliviada, pero no me suelta, continuaba sosteniéndome por los hombros. Siguiendo con su análisis visual por todo mi cuerpo me suelta cuando comprueba que no tengo nada y escondiendo de nuevo el arma tras su espalda me hace entrar en la casa con ella.
—Nos iremos pronto de este lugar, estoy arreglando las cosas con los agentes de bienes raíces para que ellos se encarguen de todo. Es imprescindible volver a Londres cuanto antes, venir aquí fue un error y quedarnos solo hará que corras mucho peligro —habla tan acelerada que con dificultad logré entenderla, me apretó el brazo caminando conmigo hasta el inicio de las escaleras y antes de dar un paso más la detuve.
—Mamá - chilló soltando mi brazo de su agarre —No puedo marcharme así como si nada, no ahora que tengo una relación con Federico y me estoy entendiendo con Mónica. Lo que me pasó no se volverá a repetir, no saldré a bailar, al menos no en este pueblo, lo de anoche no pasó a mayores Fede me cuido. Y ahora con tu amenaza dudo que quieran hacerme algo —comentó cruzándome de brazos, mi madre se relaja y desinfla sus pulmones como si fuera un globo pinchado, pero continúa viéndome con esa expresión seria.
—Andrómeda sucede una cosa más y nos iremos de este lugar —dictamina con una mirada dura, sé que soy una adulta, pero jamás me atrevería a contradecir las decisiones de mi madre. Ella se giró para subir las escaleras y nuevamente vi el arma en su espalda, ahora que estábamos solas quería preguntar.
—¿Desde cuándo sabes manejar un arma? —interrogó viéndola fijamente a la espalda, ella no se tensó y deteniéndose a mitad de camino, tan únicamente giró un poco su cabeza para verme por encima de sus hombros.
—Tu padre me enseñó todo lo que sé de armas, este lugar siempre ha sido un infierno cuando eres una mujer y aprendí muchas cosas de cómo defenderme. Si no fuera por tu padre me habrían dañado hace mucho tiempo, es un buen hombre, su único error fue no luchar lo suficiente por ti.
Las hermanas sean unidas, la sangre siempre tira criaturas. ¿Qué les parecio este capítulo? Las cosas entre Monica y Andrómeda creen que van a terminar en buen puerto o ¿creen que es un truco?
Canción: Alive - Sia
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