VIII • CASA LYNCH
Sentada en mi cama desnuda terminó de aplicarme mi crema corporal, desde temprano había comenzado con la búsqueda de qué ponerme para la cita. Estaba un poco ansiosa por lo que pasaría, Federico me ponía los vellos de punta con tan solo una mirada y cada parte de mi ser se alteraba por tan solo escuchar su voz. Por lo que comencé desde temprano en los preparativos para mi cita, me bañe y me depile porque no estaba segura al cien por ciento que pasaría. Me puse ropa interior algo atrevida, pero que no combinaba, no me quería mostrar tan preparada para algo que no sabía si pasaría o no. Después de debatir entre una falda de cuero roja y una negra de tela opaca opté por la negra, corta y elegante. Un top de lana fina en color blanco que enseñaba un poco de piel en mi abdomen y un tapado corto con estampado a cuadros en beige, marrón oscuro y marrón claro. Calcé mis pies con unas bucaneras de cuero negras que me llegaban por encima de las rodillas, me puse en el cuello un collar de oro con forma de luna, en mi mano un par de anillos y complemente el conjunto con una pequeña cartera de mano negra.
Planche mi pelo rubio dejándolo suelto, me maquillé con algo de base y corrector para mis ojeras, no había estado durmiendo bien y comenzaba a notarse. Me puse algo de iluminador en zonas que quería resaltar de mi rostro, me puse algo de sombras cafés en mis párpados, un poco de rímel en mis pestañas, algo de rubor en mis mejillas y un gloss rosa suave. Dándome una mirada en el espejo de mi habitación sonrió satisfecha, le había dicho a mi madre que saldría esta noche cosa que no le agrado, pero cambió de parecer cuando supo que estaría con Federico.
Revisando la hora en mi teléfono escuche el timbre sonar, guarde el aparato en mi cartera y me encamine a la entrada donde apenas abrí la puerta me encontré con mi vaquero favorito. No llevaba su sombrero, algo que me dejo ver un poco mejor su largo y abundante cabello castaño. Traía una chaqueta de jean negro estilo americano, una camisa escocesa verde oscuros, azul marino y blanca, abierta de los tres primeros botones dejando ver un poco de su pecho, pantalones de jean negros rasgados en sus rodillas y un par de converse negras. Escudriñe su cuerpo a detalle antes de saludarlo con un beso en la mejilla, él no se quedó atrás y también me observó de pies a cabeza.
—Te ves hermosa Andrómeda, a tu lado parezco un vago —bromea él haciendo que me ría, en verdad ante mis ojos se veía estupendo y la que desentonaba en este lugar era yo. Su mano tomó la mía haciéndome reaccionar y ambos salimos de mi casa para ir donde su camioneta. Comenzamos un viaje con música que puse en mi celular y cantando de vez en cuando algún que otro tema, mi mirada estaba perdida en la imagen del paisaje y el perfil de Fede.
—Este sitio es tan tranquilo —murmuró volteando a ver a Federico que mantenía su vista fija en el camino, las veces que había viajado con él en la camioneta me había dado cuenta de que él mantiene su atención siempre en el camino. Algo que internamente agradezco, en mi hogar conduzco siempre y cuando salgo con mis amigos prefiero quedarme como la conductora designada porque la única vez que deje que mi amiga Keira condujera mi auto terminó con un farol roto y una multa por mal estacionamiento.
—Me gustaría decirte que es así siempre, pero mentiría, lo pacífico que tiene se esfuma cuando alguno de sus habitantes hace algo que se sale de las normas morales anticuadas que rigen el pueblo. No me quejo de vivir aquí, estoy más que agradecido de haber sido bien recibido en este lugar, pero Santo paraíso no es el lugar donde quiero morir. Sonará un poco cliché, pero me gustaría recorrer el mundo, explorar sitios que me quiten el aliento y saciada esa hambre de comerme al mundo sentar cabeza en algún pueblo tranquilo —comenta apartando la mirada tan solo un segundo para verme con una sonrisa ladina, pude ver como un hoyuelo se formó en la comisura de sus labios y sonreí porque me pareció algo sumamente lindo.
—Por esa moral anticuada mi madre se fue del pueblo, nos mantuvimos alejadas por años hasta qué... —trague saliva queriendo que el nudo que se formó bajara, pero continuaba allí oprimiendo ahora también mi pecho —Hasta que pasó lo que paso con mis abuelos. Este sitio es muy lindo, pero no cuando se trata de sus habitantes, salvo por unas cuantas expresiones y tus sueños no son clichés. Ningún sueño en realidad es cliché, únicamente los valientes se atreven a soñar, algunos sueñan muy bajo, otros muy alto, pero son sueños que nada más con tu esfuerzo lograrás cumplir. Admito que una vez que viajas, comenzarás a sentir esa adrenalina y el miedo por lo desconocido desaparece. Es mucho mejor viajar acompañado, a menos claro que sea un recorrido personal que necesites estar solo en una búsqueda personal de la felicidad —acotó viendo el camino, había viajado con mis amigas a Italia en mi segundo año de universidad luego de ahorrar juntas cerca de un año entero. Las anécdotas de ese viaje hasta el día de hoy nos hacen reír, la que siempre me recuerdan es como me perdí en una de las discotecas más famosas de Milán y termine siendo llevada a la zona VIP por un amable hombre que me ayudo a buscar a mis amigas desde la zona alta donde nos encontrábamos con una vista privilegiada de la discoteca.
—¿Has viajado alguna vez? —curiosea Fede esquivando un enorme bache en el camino de tierra que terminó haciendo que mi cuerpo se mueva en mi asiento y termine pegándome contra el costado del castaño. Con una sonrisa apenada me alejo de su cuerpo y miro hacia adelante arreglando mi cabello que terminó pegándose un poco a mis labios.
—Sí, viajé con mis amigas a Milán por cuatro días, pero pasaron tantas cosas que nos pareció que fueron dos semanas —respondo con una risa, mientras mi rostro se pone rojo al recordar algunas anécdotas que son inolvidables de lo ridículas que fueron.
El autocinema al que vinimos terminó por ser el mismo que una semana antes Amelie me había mencionado para asistir los cuatro juntos. Nos percatamos de eso cuando vimos a la castaña con su novio montándose en la parte trasera de la camioneta de Amelie, los saludé con la mano cuando notaron mi presencia. Estábamos algo alejados por los autos y la oscuridad lo que nos daba privacidad para que podamos disfrutar de la película. Nos montamos a la parte trasera de la camioneta donde Fede puso una manta en el suelo y algunas almohadas a nuestras espaldas que nos dejaba un poco más cómodos, cubriéndonos con otra más abrigada. Nos acomodamos acercándonos ambos con la excusa de estar más cómodos y que la manta nos cubra a los dos. La pantalla terminó de mostrar los créditos y finalmente presentó la película que veríamos esta noche Flashdance, un clásico del cine, de superación personal, tintes de romance y mucho baile. Recostada en el torso de Fede como palomitas mientras la película transcurre, no puedo apartar mis ojos de la pantalla y de reojo noto que mi acompañante tampoco.
—Esta escena es mi favorita —comenta contra mi oído el castaño, en la pantalla estamos viendo el último baile antes del cierre del filme y la emblemática canción. Sin dejar de mirar la pantalla busco lo último que nos quedan de las palomitas y mi mano se encuentra con la suya haciendo que el simple roce de mis dedos contra su mano me saque de mi concentración con el filme.
Mis ojos se dirigen a nuestras manos en las palomitas y viajan hasta el rostro de Federico que me devuelve la mirada con una sonrisa. Apenas moja un poco sus labios con su lengua y en mi interior surge una urgencia antinatural por querer probar de nuevo esos labios tentadores. Moviéndome un poco me impuso hacia arriba encontrándome cara a cara con sus ojos, nuestras narices se rozan y sin dejar de verlo deposito un suave pico en sus labios. Él es quien toma la iniciativa en esta ocasión y me besa, uniendo nuestras bocas en nuestra propia danza ruda, apasionada y necesitada del otro. Mis manos suben por su pecho y se enroscan en su cuello atrayéndolo hacia mí profundizando nuestro beso. Sus manos se aferran a mi cintura, muerde ligeramente mi labio inferior sacándome un jadeo que no logró contener, pero que a él pareció agradarle porque volvió a morderme despacio el mismo labio. Estuve a punto de volver a besarlo, pero los aplausos a nuestro alrededor nos hicieron darnos cuenta de que el filme había terminado y todos estaban alabando una vez más semejante pieza de arte.
—Nos perdimos el final —señaló al castaño que no ha dejado de tener sus manos en mi cintura y con su mirada aún sobre mí me sonríe mirando a nuestro alrededor.
—Con tal de probar tus tiernos labios una vez más puedo vivir sin saber cómo terminan las películas el resto de mi vida —responde rozando su nariz contra la mía, sonriendo me suelta para comenzar a levantarnos. Los otros autos comenzaron a encender los motores indicativos de que debíamos dejar el lugar.
Con ayuda de Federico bajé de la parte trasera de la camioneta y me monté en el asiento del acompañante, vi al castaño subirse del otro lado y comenzamos a marcharnos del sitio. Sin dudas había sido una buena cita, la película fue muy buena y mucho mejor la compañía, pero lo que yo no sabía es que aquella noche no hacía más que empezar. El regreso al pueblo fue entretenido charlando sobre el filme, descubrí que a Federico al igual que a mí le gustan los clásicos del cine y no se encasilla en ningún género en especial. Nuestra charla acabó cuando llegamos a un restaurante de paso, no se encontraban muchas personas del pueblo, pero las pocas que estaban allí todos me dirigían una mala mirada. Algo que no pasó desapercibido por Fede que realizó un pedido y en cuanto se lo dieron nos fuimos del local. No tenía ni idea de a dónde nos dirigimos, pero mi estómago ya estaba exigiendo probar la comida que el castaño había comprado para ambos.
Luego de unos quince minutos la camioneta frenó delante de una pintoresca casa rústica, es de madera pintada de blanco, con tres escalones que te invitan a entrar al porche. Uno grande con dos hamacas colgantes a cada lado frente a ventanas grandes, en medio de estas dos se encuentra la puerta principal de color blanco con tres ventanas medianas. Fede me tomó de la mano y me guió a la parte trasera de la casa, donde se encuentra un área para parrilladas y algo más alejado un camper. Nos acercamos a este y el vaquero abre la puerta dejándome pasar primero. El lugar es pequeño, pero eficiente, tiene una mesa pequeña de desayuno a un costado de la puerta. Enfrente un lavado, del otro lado una cama y una mesa pequeña para uno a modo de escritorio.
—Lindo camper —mirando todo el interior veo muchos compartimentos cerca de donde están los asientos. Y por encima de ellos veo muchos sombreros colgados a modo de percheros junto a algunas bufandas. —¿Vives aquí solo? —interrogó mirando las finas decoraciones del sitio, son bastante rústicas y por todos lados veo implementaciones para montar caballos. Medallas y trofeos de equitación, rodeos y concursos de la preparatoria.
—Es mi habitación, técnicamente no vivo con mis padres, pero estoy en su terreno. Este camper me lo regaló mi padre cuando cumplí dieciséis, con los años y algo de esfuerzo logré que se viera así —cerrando la puerta detrás de él apoya la comida en la mesada y toma asiento en uno de los bancos de la mesa del comedor. —Ponte cómoda —señala el castaño sin apartar su mirada de mis ojos y manteniendo mi mirada me siento frente a él.
Hola, criaturas. Este capítulo es algo tranquilo, vemos a Andró y a Fede teniendo una cita muy romántica y lo que se viene en el siguiente capítulo sé que les va a encantar.
Canción: Lost in the fire - Gesaffelstein ft The Weeknd
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