VII • CENIZAS AL VIENTO
En uno de los acantilados más cercanos al pueblo nos encontrábamos en una pequeña ceremonia en memoria de mis abuelos, un sacerdote estaba propinando la ceremonia y algunos amigos de mis abuelos estaban allí con nosotros. Federico me estaba brindando su apoyo dejándome esconder mi rostro en su pecho cada que quería llorar, no me gustaba que me vieran en especial mi madre. Temblando me acerqué a mi madre dejando libres juntas las cenizas al viento, vimos como mi abuelo y abuela se los llevaba la brisa perdiéndose en su amado pueblo. No quisieron dejarlo en vida y después de la muerte continuarán en donde fueron tan felices y no estando en un cajón algo que no les gustaría. Abracé a mi madre y juntas lloramos, merecíamos darle un último adiós junto a todo nuestro dolor y levantarnos con nuevos ánimos mañana.
Las cenizas se fueron volando en dirección al pueblo, desde este acantilado se podían ver las casas, los establecimientos y nuestra granja algo alejada. El sacerdote del pueblo se acercó a nosotras tocando el hombro de mi madre que se giró a verlo aun con las lágrimas cayendo de sus preciosos ojos claros. Un hombre bastante mayor oscilando entre los setenta y setenta y cinco años, miraba a mi madre con compasión. Tomó una de las manos de mi madre entre las arrugadas suyas, con una sonrisa triste, sus ojos marrones me miraron y me dedico el mismo gesto.
—Hijas mías, lo que pasó es una tragedia, pero el señor nos tiene una hora destinada y para los Lovelace les tocó partir juntos. Los que nos quedamos atrás sufrimos, pero ellos están bien, nos cuidaran desde los cielos a los que permanecemos aquí. Espero que su estadía en el pueblo sea corta, Naisha las cosas en el pueblo no han cambiado y su presencia sólo altera las aguas. Procuren que la maldad no las alcance —habla el sacerdote preocupado por ambas, no estaba entendiendo el porqué de su miedo, pero mi madre parecía comprenderlo. Dándonos su bendición se fue a hablar con otras personas que estaban en el acantilado, mi madre dio una mirada más por donde se fueron las cenizas y no hablo más. Terminé por alejarme dándole su espacio, necesitaba tener su tiempo a solas para despedirse de mis abuelos.
Federico se acercó a donde estaba y me abrazó de nuevo, acepte su gesto en verdad necesitaba de esto, sentía que me derrumbaría en cualquier momento. Joshua que había asistido con su familia y novia se acercó a nosotros con Amelie, no nos habíamos presentado y el momento tampoco era muy bueno. Me separé de Federico para abrazar al otro castaño que fue realmente afectuoso conmigo, gesto que me hizo sonreír y al separarnos vi a su novia. Melena larga color castaño claro, ojos verdes claros, piel algo pálida y estatura promedio. Su cuerpo pequeño, pero con unas curvas modestas, llevaba puesto un vestido negro, medias y zapatos a juego.
—Andrómeda te quiero presentar a mi novia Amelie Morrison, Amelie te presento a la hija de mi jefa Andrómeda Lovelace —dice Joshua con su tono amable, la chica se acerca a mí dándome dos besos y un ligero abrazo acompañado de un sentido pésame.
—Un gusto conocerte —respondo queriendo evadir el tema de mis abuelos, no quería volver a llorar y necesitaba ir a casa meterme bajo mis sábanas y salir mañana. —Eres tan hermosa como Jos me dijo que eras —confieso mirando a la castaña que sonríe mirando disimuladamente al chico que se sonrojó guardando sus manos en los bolsillos delanteros de su pantalón negro y pateo un poco el suelo con su pie izquierdo.
—Muchas gracias, digo lo mismo de ti. Por cierto, adoro esos zapatos ¿Dónde los compraste? —pregunta curiosa la castaña con una sonrisa amigable en su rostro, no sentía que me estuviera engañando y su pregunta me hizo entrar en confianza. Mirando mis botas de cuero negras las muevo enseñándola desde todos sus ángulos.
—Gracias, estos los compré para ir a un concierto hace un par de meses en Londres, son cómodos y me traen buenos recuerdos —sonrió al recordar el concierto de la banda Black Honey, grupo muy conocido en Inglaterra y del cual amaba su música. Mis amigas asistieron conmigo pues todas amábamos esa banda, bailamos, cantamos y disfrutamos de aquel concierto. Los recuerdos con mis amigas me hacen sonreír, las extrañaba y la hostilidad que muchos en este lugar me demostraban me hacían añorar más volver a mi amado Londres.
—Aquí no tenemos conciertos, la ciudad más grande donde pueden pasar esas cosas nos queda a un día de viaje por carretera —responde algo desanimada Amelie aplanando sus labios mientras se encogía de hombros resoplando frustrada—. Pero conozco un viejo autocinema que queda en el pueblo vecino, podemos ir en algún momento como una cita doble —anima la chica sonriendo y mirándonos a Federico y luego a mí. Era una chica muy observadora además de que se dio cuenta de algo que al parecer Joshua no se había percatado hasta que su novia lo señaló. No somos pareja, es más nunca hablamos de lo que sea que teníamos entre manos y lo que dijo Amelie me recordó que debo hablar de esto con Federico antes de que se formen ideas erróneas.
—Suena estupendo —respondo con una ligera sonrisa, di una mirada disimulada a Fede que continuaba con su rostro serio y con su mano aún sobre mis hombros a modo de abrazo. Admito que no me sentía incómoda, su cercanía me hacía sentir mejor y necesitaba del calor de un abrazo sincero. Nuevamente mi rostro se escondió en su pecho, respire su perfume antes de aferrar mis manos a su camisa y las lágrimas comenzaron a picar en mis ojos. Los brazos de Federico me envolvieron escondiéndome por completo con su cuerpo, sus manos frotando mi espalda solo hicieron que los sollozos escaparan de mis labios y con un temblor involuntario mi cuerpo comenzó a estremecerse por el llanto.
Una semana entera había pasado desde que vimos como las cenizas se fueron volando con el viento, mi madre no ha querido que vaya al pueblo por provisiones y manda a Joshua por ellas. Intenté hablar con ella sobre esto, pero me evadía el tema o cambiaba de conversación para no responderme. Me comencé a preocupar cuando ella llegada la noche revisa cada puerta y ventana asegurándose de que se encuentre cerrada. Comenzó a colgar extraños atrapa sueños en las puertas y ventanas, pidiéndome encarecidamente que no los moviera de su lugar. Obedeciéndola me preocupé por su estado mental, pero fuera de esas extrañas anomalías no parecía hacer nada fuera de lo común.
Por otro lado, el invernadero quedó terminado y ya se veía con vida nuevamente las plantas le daban otro color a aquel lúgubre lugar que durante años estuvo abandonado. Me entretenía durante horas cuidando de cada planta, cuando no tenía nada para hacer con las plantas buscaba algún libro y me senté en una banca de madera cerca del estanque donde peces de colores habitaban. Ese pequeño lugar tan verde era mi refugio de todo, estaba cómoda en ese lugar porque sentía que era mi espacio y nadie se atrevía a invadirlo. Oh al menos eso era hasta que mi madre me entregó dos atrapa sueños en el desayuno delante de Jos y Fede.
—Andrómeda hice esto anoche para que cuelgues en las puertas del invernadero —alega ella dejando sobre la mesa dos colgantes idénticos, hechos de ramas de árbol que se entrelazan entre sí formando un círculo. Dentro de este se entrelazaban las piezas de lana blanca y en el centro se veía una pequeña piedra de color verde claro. Colgando hacia abajo tenían más piedras y plumas de color blanco que no sé de donde saco, pero espero sean artificiales.
—¿Qué son estas cosas exactamente madre? —interrogó tomando una de las dos piezas la levantó analizando más a detalle, nunca había visto a mi madre hacer estas cosas y de repente estaba llenando la casa de mis abuelos con estos rudimentarios adornos.
—Son amuletos para atrapar las malas energías —respondió ella levantándose de la mesa del desayuno, se veía calmada y juntando los trastes sucios de la mesa se fue dejándome con los dos muchachos.
—Mi abuela también hace esas cosas —comentó Jos señalando el colgante que aún sostenía entre mis dedos —Dice que son para alejar a las personas con malas intenciones y mantener a los espíritus del bosque lejos de nuestra familia. En Santo paraíso existe una leyenda sobre el bosque que se remonta a la época de los primeros colonos del pueblo, se dice que se encontraron con una criatura mágica y que gracias a esta lograron progresar. Pero con el paso del tiempo la criatura les pidió cosas que al principio fueron sencillas, pero luego comenzaron a ser pedidos cada vez más demandantes. Hasta que una bruja del pueblo les dijo que dejáramos de venerar a esa criatura, creando los amuletos que todo el pueblo puso en sus casas. Después de eso la criatura desapareció y ya más nadie supo de ella, algunos dicen que aún habita el bosque a la espera de sus recompensas por haber ayudado a los colonos —reveló el castaño con una seriedad que me llego a asustar un poco su peculiar relato, pero al percatarse de mi mirada soltó una ligera risa que aligero el ambiente—. No tengas miedo Andrómeda, mi abuela está algo loca y solo es una leyenda nada de eso es real —aclaro levantándose de la mesa, se fue dejándome con la mirada atrapante de Federico que aún continuaba con su vista fija en el colgante.
—Son solo historias inventadas en pueblos pequeños, pero si te hace sentir segura puedo colgar esas cosas en tu invernadero —señaló con su dedo el colgante, mire nuevamente esa cosa y no tenía miedo, sino que curiosidad de que mi madre siendo la mujer madura que era creyera en leyendas tontas.
—Gracias por ofrecerte, pero puedo hacerlo sola no creo en leyendas, criaturas que nadie nunca ha visto o en pie grande —bromeó dejando el objeto sobre la mesa mientras sonreía, volviendo mi mirada a Fede este me devuelve la sonrisa y nuestras rodillas se rozan debajo de la mesa.
—Hoy por la noche estrenan una película que hace mucho espero ver en el autocinema ¿quieres ir conmigo? —comentó volviendo a rozar su rodilla con la mía por debajo de la mesa. Intentó contener la sonrisa y asiento levantándome de la mesa tomando los colgantes.
—Nos vemos esta noche —comunicó girando sobre mis talones para salir de la casa con rumbo a mi invernadero amado. Aun con los colgantes en mis manos meditó sobre si ponerlos, no soy creyente de leyendas o historias de terror, pero por respeto a mi madre iba a colgarlos. Con ayuda de un pequeño banquillo y algo de ingenio colgué ambos atrapa sueños en las puertas como mi madre lo pidió y no se veían tan mal, hasta le daban al lugar un aire más natural.
Pase gran parte de mi día dentro del invernadero leyendo un libro que me había enviado Amelie luego de enterarse por Jos que yo era una afemina lectora. El libro que me prestó era Cumbres Borrascosas de Emily Brontë, era una novela que cargaba de muchos sentimientos y me estaba encantando. Por conversaciones por mensaje me había enterado de que muchas de mis lecturas las compartimos y ambas nos recomendamos distintos libros. Nos habíamos vuelto grandes amigas que compartían lecturas de romance, fantasía y eróticas porque a pesar de tener diecisiete años ella había leído libros prohibidos para su edad. Pero no me sorprendía a su edad, también leía esos libros y me sentía una rebelde porque mi madre pensaba que mis lecturas eran inocentes.
Estuve tan inmersa en la lectura que no escuche cuando mi madre entró en el invernadero y me percate de su presencia cuando todo mi hombro sacándome de mi concentración. Cerrando el libro de golpe giró el rostro en dirección de dónde provino la interrupción y la veo parada mirando el lugar.
—Has hecho un gran trabajo con este lugar hija —comenta orgullosa viendo cada rincón y deteniéndose en él atrapa sueños de la puerta, pude ver como su cuerpo se relajaba y respiraba con alivio. Aquella acción me dejó con una sensación extraña, mi madre jamás demostró creer en nada relacionado con las energías por lo cual me llevó a pensar en porque ahora estaba tan alterada con las malas energías.
Hola, criaturas. ¿Qué tal les está pareciendo la novela hasta ahora? ¿los personajes?
Canción: Just calling - Black Honey
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