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In umbria potestas est


En resumen, es un oneshot que había subido como historia aparte, pero que ahora decidí agregarlo a esta... colección.

Vendría siendo un AU de Star Wars en el que Artemis es una jedi y Percy el almirante de una flota estelar durante la guerra de los clones.

...

Mientras observaba cómo los disparos de láser iluminaban el negro espacio, el almirante Perseus Jackson de la República Galáctica se cruzó de brazos tras la espalda.

—Están abordando, señor—advirtió uno de los oficiales clon bajo su mando.

El joven almirante sonrió sabiendo lo que eso significaba.

—General—dijo él—. ¿Haría los honores?

La general jedi Artemis Olimpia se llevó la mano hacia el sable de luz que colgaba de su cinturón.

—Con gusto, almirante.

La jedi salió rápidamente del puente de mando, llamando a los soldados clon se unieran a ella en los pasillos del gran crucero Venator llamado Argo II.

El almirante sonrió mientras miraba cómo la joven general abandonaba la zona para dirigirse a la batalla. Se dio la vuelta para volver a admirar el combate que se desarrollaba en el espacio.

—Todos los cañones, quiero que apunten al destructor de la izquierda, concentren el fuego de todas nuestras naves.

—Cómo ordene, almirante.

Los tres venator que conformaban la flota concentraron los disparos de sus turbo láseres en uno de los destructores de clase providencia separatistas.

Sólo fue cuestión de minutos para que la gigantesca nave enemiga volara en pedazos.

—¿General, cómo va todo allí atrás?—preguntó Percy a través del comunicador.

—Juzgue usted mismo, almirante—respondió Artemis mientras partía en pedazos un droide de batalla B1 y lanzaba sus pedazos con la fuerza en contra de una nueva horda de maquinas de guerra. Luego, la joven se volvió y saludó fugazmente la cámara que reposaba en la esquina del pasillo.

Percy sonrió mientras miraba la escena a través de un monitor.

La jedi y sus tropas se abrían paso entre los droides de batalla sin problemas, partiéndolos en pedazos y volándoles le cabeza con disparos. Obligando a las máquinas separatistas a retroceder poco a poco a la nave de la que habían salido.

El almirante no pudo evitar quedarse fascinado por la forma en la que la joven general se movía entre sus enemigos, maniobrando su sable de luz magistralmente, desviando disparos, lanzando cortes y estocadas cuidadosamente pensados y ejecutados.

Cada uno de los movimientos de la guerrera era arte puro, como una cazadora que abatía a su presa. Un espectáculo que era acentuado por la brillante hoja del arma de ésta.

Percy no había visto a demasiados jedi en acción, pero los pocos con los que había convivido tenían hojas de azul zafiro o verde esmeralda en sus sables. Muy diferente al gris plateado del sable de Artemis.

El chico sabía que había una historia detrás del particular color de su arma, pero nunca se había atrevido a preguntar cuál era, no parecía ser un tema que le agradase en lo absoluto a la general.

Hablando de ésta, Artemis dio un gran salto y aterrizó sobre la cabeza de un gran superdroide de batalla B2, atravesándolo con su hoja plateada para pasar al siguiente y así sucesivamente hasta que la brillante espada de la general en conjunto con los disparos ionizados teñidos de azul de sus clones acabaron con la amenaza.

La flotilla separatista emprendió la retirada, dos de sus naves saltaron al hiperespacio, solamente quedaba una, la cual parecía haber perdido el hiperimpulsor en la batalla.

—Manden a las cazadoras a por esa nave—ordenó Artemisa.

—¿Realmente odiamos tanto a las cafeteras, general?—preguntó Percy por el comunicador.

La jedi miró a la cámara más cercana, alzando una ceja con curiosidad.

—Tienes razón—reconoció Percy—. Desplieguen a las cazadoras.

Las Cazadoras de Artemisa, este era el apodo que un escuadrón de naves caza ARC-170 había recibido por parte de sus pilotos.

Los pilotos clones que conformaban el escuadrón habían apodado a sus naves pintadas de plateado brillante con distintos nombres tales cómo Zoë, Thalia, Reyna, o Phoebe como medio de distinción. El escuadrón había demostrado ser especialmente eficaz en la batalla, siendo capaces de destruir un destructor de clase providencia por si solos.

La nave separatista desplegó sus hordas de cazas droide buitre para detener el avance de las cazadoras, pero los hábiles pilotos clones se abrieron paso a punta de disparos, volando directamente hacia el puente de mando de la nave enemiga y descargando toda la potencia de sus cañones láser.

Percy sonrió desde el puente de mando y miró la destrucción de la nave enemiga.

—Siempre adoro ver cómo esas latas caen.

—Todos lo hacemos, señor—dijo uno de los oficiales clon en el puente.

Percy tomó su comunicador.

—¿Y usted qué dice, general?—preguntó—. Reporte de bajas.

La jedi ordenó a un grupo de clones que trasladaran a los heridos y se llevaran los cuerpos al tiempo que pedía que un equipo de limpieza fuera a llevarse los pedazos de droides destruidos.

—Tres muertes y una decena de heridos—respondió con pesar—. Fuera de eso, estamos bien.

Percy hizo una mueca de disgusto.

A muchos de sus compañeros almirantes, y otros militares sencillamente no les importaban la vida de los soldados bajo su mando. Después de todo sólo eran clones, si morían siempre podrían hacer más.

Sin embargo, Perseus Jackson no compartía esa opinión, para él cada vida contaba, sin importar si dicha vida había nacido en un laboratorio de clonación.

—De acuerdo—murmuró—. En ese caso, tenemos órdenes del mando central de volver a Coruscant para nuestro periodo de descanso. Un par de meses lejos del frente nos sentarán bien, ¿no cree, general?

La jedi pateó la cabeza de un destruido droide B1 y rodó los ojos.

—¿Un par de meses encerrada en el templo jedi? Paso—dijo ella—. Preferiría llevar iniciados jedi a su prueba en Illum antes que eso.

—Sigo sin entender por qué odias tanto el templo jedi.

—No lo odio—aseguró la general—. Simplemente me trae malos recuerdos.

Percy supo de inmediato que allí se terminaba la conversación. Siempre que Artemis decía que algo le traía malos recuerdos significaba precisamente que ya no hablaría más.

—De acuerdo, general—dijo Percy, volviendo a su tono formal y menos amigable—. Vuelva al puente de mando para recibir el reporte de daños.






Si algo había mantenido la cordura de Percy durante los tres años de guerra, fueron sus amigos:

Eran muy pocas las ocasiones en las que tenían tiempo para contactarse, y mucho menos para verse. Pero les gustaba aprovechar esos momentos a lo grande.

Por lo tanto, incluso después de una batalla, Percy encontró algo de tiempo para abrir un canal de comunicación con sus viejos amigos de la academia militar de Corouscant.

—Así que el sirenito aún vive—se burló Nico di Angelo.

—Muy gracioso, sombritas—bufó Percy—. Me preguntaba lo mismo sobre ti.

Nico di Angelo, apodado como "El Rey de los Fantasmas" debido a estar al mando de una flota de naves con tecnología de camuflaje que las hacía totalmente invisibles, era no sólo uno de los viejos compañeros de Percy en la academia, sino que también era su primo.

El apodo de "sirenito" hacia Percy se debía a que, a diferencia del resto de su familia, éste no había nacido en Corouscant, sino que había nacido en el planeta acuático de Glee Anselm, siendo que su familia se encontraba en un viaje vacacional en las paradisiacas playas del turístico planeta cuando éste nació.

—Amigo... te ves terrible—dijo Frank Zhang, notando el aspecto de Percy—. ¿Hace cuanto que no duermes?

Percy se encogió de hombros.

—Sólo un par de días, acabamos de terminar una campaña para sofocar una nueva revuelta en Riflor y hace sólo unos minutos repelimos una emboscada separatista, nada de que preocuparse—respondió él—. ¿Qué hay de ustedes? ¿Todo en orden?

—Yo me encuentro en Corouscant para reabastecimiento y manteniendo, cumpliendo con mi periodo de descanso—dijo Nico.

—Nosotros vamos de camino a Corouscant ahora mismo—reveló Hazel Levesque apareciendo en la llamada a un lado de Frank.

Nico sonrió.

—Hermanita, que bueno que estes a salvo—dijo el joven—. Así que nos veremos pronto.

Hazel asintió.

—Eso espero, tengo bastante que contarte.

Frank Zhang y Hazel Levesque, (quien era medio-hermana de Nico), eran conocidos como "los pretores" debido a que eran de los pocos no-jedi que lideraban una legión de clones, más específicamente la duodécima legión apodada como "Fulminata" debido a su peculiar afinidad al uso de armas de choque eléctrico.

—Mierda, tienen suerte—dijo Jason Grace—. Yo estoy a punto de incursionar a espacio separatista, suponiendo que sobreviva todo este tiempo debería de llegar a Corouscant en un mes, más o menos.

El grupo se volvió hacia Percy.

—¿Y qué hay de ti, Aquaman? ¿Vuelves a casa o ya te asignaron otra misión?

El almirante sonrió.

—Como dije, acabamos de salir de una batalla—dijo—. Pero tan pronto como reparemos los daños a los motores volvemos a Corouscant para un par de meses de descanso del frente.

—Vaya, ¿y Annabeth no tuvo nada que ver con eso?—se burló Jason.

—Puede que ella haya dado la orden, sí—murmuró Percy.

—Amigo, date cuenta—dijo Nico—. Ella aún está loca por ti.

Percy se removió incómodo.

—Creí que habíamos dejado claro que sólo somos amigos.

Annabeth Chase había sido otra compañera en la academia militar, pero a diferencia de ellos, no participaba directamente en el frente, sino que era una líder de inteligencia militar en Corouscant como lo había sido su madre entes que ella.

Y sí, Percy y ella habían mantenido una relación por un breve tiempo durante su periodo en la academia, pero lo habían dejado hacía ya bastante tiempo.

—Podría decir lo mismo de Will, sombritas—se burló Percy.

Nico se sonrojó mientras retrocedía momentáneamente aturdido por la respuesta, pensando en el jefe médico de la flota de di Angelo, luego se le ocurrió una contestación más que adecuada.

—Al menos no soy yo el que está loco por una jedi.

Percy hizo una mueca de dolor.

—Maldición, golpe bajo—se burló Jason.

Percy no sabía cómo responder, pero la fortuna le sonrió en la forma de tareas pendientes:

Las puertas del puente de mando se abrieron para permitir la entrada de la general jedi a cargo.

Percy suspiró aliviado.

—De acuerdo, chicos, los veo más tarde en casa, tengo algunos asuntos que tratar por aquí—. Y sin más se desconectó de la transmisión.

...

Había una razón por la que en todas sus reuniones en el puente Percy siempre estaba dando la espalda y mirando al bastó espacio del otro lado del cristal.

La mayoría creían que era una forma de imponer respeto sin siquiera dar la cara, se mostraba firme y con los brazos cruzados tras la espalda, siendo capaz de mostrarse formal y a la vez impertinente de una manera bastante única.

Sin embargo, la verdadera razón tras dicha acción era simplemente que Artemis no notará el rubor que se apoderaba de su rostro cada vez que ella entraba al puente.

Era... complicado...

Al principio de la guerra, cuando recién había sido asignada Artemis como general de la flota de Percy, realmente toda relación y conversación entre ellos era totalmente formal.

Haber, desde luego que Percy había notado el gran atractivo físico de la jedi desde el primer día: Artemis contaba con un cabello castaño rojizo y unos brillantes ojos de un color amarillo plateado. Al igual que la mayoría de jedis era atlética y acrobática, pero a diferencia de otras jedi femeninas, sus ropas no eran tan aparatosas, sino más bien ligeras y prácticas. Aunque lo más peculiar en ella desde luego era su ya antes mencionado dable de luz gris plata, único, hasta donde Percy sabía.

Cuando se habían conocido, Percy no había visto casi ningún jedi en su vida, y mucho menos interactuado con alguno.

Es por eso, que lo primero que sintió Percy hacia la joven fue un fuerte rechazo: la actitud fría, dura y reservada de Artemis no era muy del agrado de Percy.

Sin embargo, con el pasar del tiempo el almirante pudo ver con más detenimiento la personalidad de la jedi: era comprensiva y empática con las tropas, ayudaba en lo que podía y servía de guía para el resto.

Aunque el verdadero momento de cambio fue a mediados del primer año de la guerra.

Percy estaba cansado, había estado varios meses en combate, apenas el inicio de una guerra que no parecía que tendría fin. El peso de las naves a su mando y los soldados caídos lo estaba abrumando, estaba sumergido en una depresión y angustia fruto del peso sobre su espalda.

Y fue un día cualquiera, en el que él se encontraba solo en su camarote, llorando en silencio para desahogarse sin mostrarse débil frente a las tropas, que ella apareció.

Lo hizo sin previo aviso, desactivando la cerradura electrónica de la puerta usando la fuerza, entró y se sentó a su lado, irradiando calma.

Para una usuaria sensitiva a la fuerza, el sentir y detectar las emociones de otros no era demasiado complicado, o al menos no lo era en un principio. Y cuando la emoción era tan intensa como la angustia y sufrimiento que estaba sintiendo Percy, era imposible no notarla.

Artemis habló con el por horas, simplemente siendo casual, pero apoyando y ayudando al joven almirante a lidiar con el estrés de la guerra. Después de eso, ambos empezaron a conversar de manera más casual y frecuente. Ya fuera en el comedor o en otros tiempos libres, en resumidas cuentas se habían echo buenos amigos.

Era agradable para ambos tener a alguien que entendiera su situación, Percy era un recién graduado de la academia militar cuando se le ordenó entrar a servicio. Y Artemis recién había acabado su período como padawan, convirtiéndose en caballero jedi justo antes de que comenzara la guerra.

Pero, inevitablemente, Percy empezó a tener ciertas emociones hacia con la general. Esperaba que ella no hubiera detectado la gran atracción tanto física como emocional que él sentía por ella, después de todo, con lo revueltas que estaban sus emociones debía de ser difícil de notar. Además de que todos, tanto la jedi, como el almirante, como los ejércitos clones, sentían un gran estrés para ese punto, ya cerca de tres años en guerra continua.

Obviamente Percy no le había dicho nada respecto a sus sentimientos a Artemis. De lo poco que sabía del consejo jedi era que estos no podían tener apegos emocionales de ningún tipo. Y sabía que de revelarle esa información a Artemis, seguramente ella rompería el contacto amigable entre ellos.

...

—Reporte de daños—pidió Artemis mientras entraba en el puente del venator.

—Los motores recibieron varios tiros, perdimos al menos una decena de cañones, el hiperimpulsor está dañado y los escudos traseros están malogrados—respondió Percy—. Ya hay varios equipos técnicos encargándose, ¿no es así, Leo?

Leo Valdez, jefe de mantenimiento del Crucero Venator Argo II, respondió por el comunicador.

—Obviamente, deberíamos de poder saltar al hiperespacio en unos veinte minutos—dijo el mecánico—. ¡Nos volvemos a casa, perras!

Percy rodó los ojos y cortó la llamada.

—Está emocionado por ver a Calipso—explicó el almirante.

—¿La hija del general Atlas?—preguntó Artemis un tanto sorprendida—. ¿Es siquiera eso legal?

—No tengo idea, pero no es como que a Leo le importe.

Calipso había iniciado una relación con Leo algún tiempo antes de la guerra, y se las habían arreglado para mantenerse en contacto viéndose en mundos neutrales. Sin embargo tras la derrota y muerte en acción del general separatista Atlas, ésta había sido apresada por la República.

Calipso no había cometido crímenes de guerra graves, pero había servido como mano derecha de su padre durante sus campañas, por lo que era retenida en una lujosa residencia en Couriscant. Pero lo lujoso no quitaba que fuera una prisión en toda regla.

—Entonces... ¿qué hará en estos meses libres, general?—preguntó Percy.

Artemis se encogió de hombros.

—Me apuntaré a toda misión que el consejo jedi me permita, no soportaría quedarme en el templo, rodeada de todos esos guardias enmascarados. ¿Qué hay de ti?

—Me reuniré con mi familia—respondió Percy—. No he podido conocer a mi hermanita, Stelle, nació poco después de que comenzara la guerra, así que solo la he visto en holoproyecciones.

Artemis sonrió ligeramente, pero con cierta tristeza.

—Tu familia... sí—murmuró—. Debe de ser lindo tener una.

—¿Tú sabes algo de la tuya?—preguntó Percy—. Ya sabes, además de los jedi.

Artemis ladeó la cabeza, claramente incómoda.

—No mucho, fui llevada al templo cuando era muy pequeña, casi no los recuerdo—explicó—. Se supone que vengo de una familia real de algún mundo del borde medio, pero la verdad ignoro que sea de ellos.

—Y veo...—murmuró Percy—. ¿Así que no sabes nada?

—Bueno... tenía un hermano pero...—ella sacudió la cabeza, claramente no queriendo abordar el tema—. Me trae malos recuerdos.

Percy dejó el tema de inmediato, sabiendo lo que esas palabras significaban.

Entonces, Artemis hizo una mueca de dolor, se sujetó la cabeza con ambas manos y pareció entrar en una breve agonía.

—¡Artemis! ¿Qué ocurre?—preguntó Percy mientras se apresuraba a atrapar el cuerpo de la joven antes de que cayera al suelo.

—Algo... algo no está bien...—dijo la jedi sacudiendo la cabeza—. Algo...

Entonces, una transmisión holográfica se proyectó en la sala, fue extraño, la transmisión no iba dirigida ni a la general a cargo ni al almirante, sino que le hablaba directamente a los clones.

En ésta, solamente se veía una oscura figura encapuchada que habló con la rasposa voz del Supremo Canciller Palpatine. Sólo dijo cuatro palabras, sólo cuatro frías palabras que sellarían el destino de toda la galaxia:

"Ejecuten la Orden 66"






"Ejecuten la Orden 66"

Todo sucedió demasiado rápido, Percy apenas y tuvo tiempo para reaccionar cuando todo se convirtió en caos.

De un segundo para otro, todos los soldados y oficiales clon que estaban en el puente alzaron sus armas y dispararon sin previo aviso contra Artemis. La jedi activó su sabe, moviendo su brillante hoja de un bello gris plata con una habilidad y precisión deslumbrantes.

Cada uno de sus movimientos era rápido, fino, certero y meticulosamente calculado, como si de la danza de batalla de una diosa se tratase. La brillante hoja de la espada desvió los rayos azules de los blasters, golpeando a los clones con sus propios disparos.

La velocidad de reacción de Artemis jugó un papel clave en su supervivencia. La joven se lanzó de frente hacia los clones a toda velocidad, dió un barrido con su hoja eliminando a varios soldados. Apuñaló, cortó y esquivó, esgrimiendo su sable con elegancia y maestría.

Percy tardó en reaccionar, se sacudió el estupor y desenfundó su blaster de mano DC-17.

Él no sabía muy bien lo que estaba sucediendo, pero si sabía que no iba a permitir que los clones mataran a Artemis, no al menos sin dare una razón válida.

Una ráfaga de tres disparos dejó fuera de combate al soldado clon que apuntaba a Artemis desde su espalda. Después, el almirante revisó por los monitores las cámaras de los pasillos, decenas de clones se dirigían hacia ellos.

Con un certero disparo, Percy selló las compuertas del puente, inutilizando el sistema de cerraduras.

Artemis giró sobre sí misma, sosteniendo con fuerza el mango de su espada, dio un golpe lateral y la cabeza de un solado clon rodó por el suelo.

La jedi miró a sus alrededores, tratando de ubicar algún soldado enemigo restante, por un momento nada, pero al siguiente sintió el frió contacto del metal contra su cuello.

De inmediato, Artemis supo que no era un clon quien le apuntaba, según acababa de ver, ellos tirarían a matar de inmediato.

—Percy, este no es el momento para...

—Quiero respuestas, general—la interrumpió el almirante—. Los clones no te hubieran atacado sin razón alguna, y quiero saber cual fue esa razón.

Artemis sostuvo su sable con fuerza, sabía que podía deshacerse con suma facilidad de Percy con tan solo un movimiento. Pero la verdad era que no quería hacerle ningún daño, y también sabía que él tampoco deseaba dañarla, después de todo, no era como que no estuviera al tanto del secretito del almirante.

—No quiere hacer esto, almirante—dijo Artemis con un tono calmado.

Percy bajó su arma.

—No... no quiero... tienes razón—reconoció—. Pero eso no cambia que quiera respuestas, Artemis. ¿Qué está sucediendo?

La jedi sacudió tristemente la cabeza.

—No lo sé, sentí...—suspiró derrotada—. Necesito tiempo.

Percy miró los monitores una vez más, notando como los clones se agrupaban del otro lado de las puertas metálicas del puente.

—No creo que tengamos de ese tiempo del que tanto hablas.

—Entonces consíguelo—repuso Artemis—. No tardaré demasiado.

La jedi se sentó en el suelo con las piernas cruzadas, serró los ojos y entró en un profundo trance. Percy parpadeó dos veces y se dirigió a los altavoces mientras veía como el comandante de la legión de clones miraba fijamente una cámara de vigilancia.

—General jedi Artemis Olimpia, ríndase en este momento y entréguese por sus crímenes de traición contra la republica.

—¿Traición? ¿De qué están hablando?—preguntó Percy confundido.

Artemis no respondió, seguía sin moverse sentada en el suelo.

—Ejem—Percy activó los altavoces de los pasillos y se dirigió a las tropas—. Atención, aquí el almirante Perseus Jackson. Tengo a la jedi bajo custodia, pero exijo una explicación sobre los cargos de los que se le acusa.

En lugar de una respuesta a su pregunta, lo único que Percy recibió fue lo siguiente:

—Almirante Jackson, entregue a la jedi ahora mismo o será acusado de alta traición contra la republica.

Percy se alejó del altavoz y miró a la jedi.

—Bueno, hasta allí llego el tiempo—dijo—. ¿Qué descubriste, Arty?

La joven abrió los ojos, saliendo de su trance, y parpadeó dos veces.

—¿Arty?

—Yo... ehm... lo siento, si no quieres...

—No, no—lo detuvo Artemis, mientras se apartaba el cabello del rostro—. Está bien. Me... me agrada.

El estridente sonido de las compuertas del puente siendo rápidamente destruidas interrumpió su conversación.

—De acuerdo, ¿qué descubriste?—preguntó Percy.

Artemis se levantó del suelo y sujetó con fuerza su sable.

—No creas que sé demasiado—dijo la jedi—. Pero sí te puedo decir que todo fue una trampa.

—¿A que te refieres?

—La guerra de los clones, todo fue una excusa para crear un ejercito que peleara codo con codo con los jedi, el objetivo era crear una fuerte confianza y compañerismo. De ese modo, en el momento más crítico e insospechado, los clones podrían acabar con nosotros.

Percy abrió mucho los ojos y sacudió la cabeza.

—He luchado junto a los clones por casi tres años—dijo el almirante—. Me niego a creer que ellos...

—Les labraron el cerebro, Percy—dijo con pesar la jedi—. Esas palabras de antes... la Orden 66, eran un comando que obligaría a los clones a matar a todo jedi que encontraran, despojándolos de su libertad e individualidad en el proceso.

Percy tomó el mango de su blaster y miró los monitores, los cuales mostraban a los implacables soldados clon abriéndose paso rápidamente hacia las compuertas.

—¿Los demás jedi lo saben?—preguntó el almirante.

Los normalmente brillantes ojos de Artemis se oscurecieron, tornándose de un gris oscuro como la plata al oxidarse.

—Los demás jedi están muertos.

—Pero... es imposible... ¡Son jedi!

Artemis se sentía fría y distante de la realidad.

—Percy, ser un jedi nunca ha sido un seguro de vida—murmuró—. La mayoría de maestros y caballeros estaban solos, rodeados por legiones de los clones en los que confiaban su vida. Fue excesivamente fácil para el enemigo dar una orden y acabarnos a todos nosotros. Estuvimos ciegos, atrapados en nuestra propia arrogancia, y eso nos costó demasiado caro.

—¿Quién es el enemigo? ¿Los separatistas?

Artemis negó con la cabeza.

—No lo sé, esto vino desde adentro de la República, quien sabe cuánto tiempo se lleva planeando.

Las puertas chirriaron aun más violentamente, Percy hizo una mueca.

—No se detendrán hasta asesinarte...

—No tienes que venir conmigo—dijo la jedi—. Siempre puedo noquearte para que finjas que te ataqué. No serás considerado un traidor.

Percy tomó su blaster con fuerza.

—¿Traidor a qué? ¿A la república que maquinó contra los guardianes de la paz que la habían protegido por milenios? Me quedo contigo.

Artemis suspiró.

—Como desees—se oía resignada, pero en el fondo estaba sumamente agradecida de que el almirante se quedara a su lado.

—¿Ahora qué?—preguntó Percy.

Artemis lo pensó por un tiempo.

—¿Sabes dirigir esta cosa?

—Desde luego.

—Bien, fija curso hacia el sistema Endor—ordenó la jedi—. Ponnos en curso de colisión con el gigante gaseoso. Nos iremos en una cápsula de escape antes de que el crucero sea absorbido por el campo de gravedad, aterrizaremos en la Luna Santuario.

Percy asintió.

—Entonces nuestro plan es escondernos en la luna... me agrada—dijo—. Pero primero, hay que asegurarnos de que el hiperimpulsor esté operativo.

El almirante tomó su comunicador de mano y habló a través de él:

—Leo, ¿me copias?

—Afirmatorio sirenoman, ¿qué sucede?

Percy bufó.

—¿El hiperimpulsor ya está funcionando?

—Síp, justo acabo de terminar de repararlo.

—Bien, te recomiendo que subas a una nave y te vallas de aquí ahora.

—¿Qué? ¿Qué estás diciendo?

—En resumidas cuentas vamos a estrellar esta nave contra Endor—explicó Percy—. Huye ahora y no serás aplastado por la gravedad del planeta.

—¡No van a destruir al Argo II! ¡Es lo único que tengo en esta guerra!

—Leo, escúchame—dijo Percy, usando un tono señero que muy pocas veces había usado antes con el jefe de mecánicos—. Les lavaron el cerebro a los clones, piensan que Artemis es una traidora. Puedes huir ahora y pasar como superviviente, puedes venir con nosotros y quedar como traidor a los ojos del senado, o puedes quedarte en el Argo y morir con el resto de soldados, tú eliges.

Sólo hubo silencio por un minuto.

—¿Seguro de que estás haciendo esto porque es lo correcto y no porque la general te mueve el tapete?

—¡Leo!

—Tengo un mal presentimiento sobre esto... Está bien, está bien, saldré de aquí—dijo con resignación—. Buena suerte, almirante.

Percy guardó su comunicador, se aseguró de que su blaster de mano estuviera cargado y se volvió hacia Artemis, quien lo miraba con los brazos cruzados y alzando una ceja.

—Así que... ¿te muevo el tapete?

Percy tragó saliva, luego negó enérgicamente con la cabeza.

—Sólo es Leo siendo Leo, no le hagas caso—aseguró—. Tenemos que irnos, esas puertas no aguantarán más.

La jedi señaló una rendija de ventilación con la cabeza.

—Ya me adelanté.






Justo antes de que los soldados pudieran atravesar las puertas, una repentina sacudida los desequilibró por unos segundos cuando el crucero venator entró en el hiperespacio.

Los clones irrumpieron en el puente de mando del venator con sus rifles blaster DC-15A en alto. Los grupos se dispersaron por la habitación cubriendo la zona y examinando posibles escondites.

—Nadie, capitán—dijo un soldado al clon al mando.

—No pueden estar lejos, revisen las cámaras de seguridad.

—Señor—llamó otro soldado—. Tal vez quiera ver esto, nos encontramos en curso de colisión contra un planeta.

—¿Y qué estás esperando? ¡Cancélalo!

—Yo... aunque supiera dirigir un crucero, señor, que no es el caso, los controles están completamente inutilizados, no hay forma de detenernos.

—¡Vayan al segundo puente y detengan esta chatarra!

Una de las ventajas del venator era que cintaba con dos puentes de mando, lo que le permitía seguir operando incluso cuando uno era destruido.

Por lo que obviamente Artemis ya se había adelantado.

La jedi pasó la hoja de su sable por la última consola de mandos, sólo para asegurarse, y volvió a guardar su arma, colgando el sable de su cinturón.

—Eso debería basar—dijo—. Tenemos que llegar a las cápsulas de escape, habrá que desacoplarnos en un momento muy específico para que la velocidad nos aleje del campo gravitacional de Endor y podamos llegar a la Luna Santuario.

Percy asintió.

—Perfecto... ahora dime... ¿sabes cuándo será ese momento exacto?

—No tengo idea, ya lo descubriremos.

Ambos entraron nuevamente a los ductos de ventilación, volviendo a colocar la rejilla de mantenimiento detrás de ellos.

Sin embargo, eso no sería suficiente para despistar a los implacables soldados clon.

—Señor, la rejilla fue forzada—informó un soldado—. Los objetivos están en la ventilación.

El capitan clon miró las consolas de mando destrozadas frente a él.

—Tratarán de escapar antes de que la nave choque contra el planeta, envíen a todos los equipos a las cápsulas de escape y lárguense, que no quede ni una sola cápsula disponible. Si la jedi quiere destruir la nave, que se hunda con ella.

—Eso no está bien—susurró Percy en la ventilación, habiendo escuchado parte de las órdenes del capitán clon—. Hay alrededor de 7800 tripulantes en la nave, y eso sin contar a los otros 2000 soldados que llevamos. No hay forma de que lleguemos a las cápsulas.

Artemis pareció meditarlo por un momento.

—Aún tenemos tiempo—decidió—. Date prisa.

La pareja se apresuró por los ductos de ventilación hasta que encontró un pasillo aparentemente vacío donde salió, a partir de ese punto echaron a correr tan rápido como podían por los pasillos, obviamente llamando bastante la atención.

—¡Habrán fuego!

Los soldados dispararon a la jedi nada más verla. Artemis accionó su sable y desvió los disparos con su hoja plateada.

Ella corrió, saltó, cortó, apuñalo y pateó para abrirse camino a través de los pasillos. Usaba la fuerza para defenderse y atacar por igual, en ese momento la supervivencia era la prioridad absoluta.

Percy hacía lo que podía, disparaba a la distancia con su pistola blaster e intentaba ser más útil que estorbo, pero aún así le era simplemente imposible seguirle el paso a la jedi, quien tenía que correr más despacio para permitir que él no se quedara atrás.

—¡Más rápido, estamos a sólo unos pasillos de lógralo!—gritó la joven antes de dar un salto, pasar por sobre las cabezas de un par de soldados clones desprevenidos y acabar con ambos con un certero movimiento.

Más clones llegaron a la zona, Artemis se movió rápidamente, esquivó dos disparos y lanzó una patada lateral que derribó a un enemigo, acto seguido lanzó dos mandobles que atravesaron las armaduras de otro par de soldados y con un empujón de la fuerza se libró de un último grupo antes de poder seguir con su camino.

—¡Deja de quedarte viéndome como un idiota y corre!—ordenó ella.

—¡Sí, general! ¡Lo siento!

Artemis sonrió para si misma mientras corría dándole la espalda a Percy. Sabía que no debía de alegrarse por los sentimientos de su compañero, estaba simplemente prohibido, pero no podía evitarlo por más que quisiera.

Entonces, una voz se escuchó por la nave, una transmisión desde Corouscant hacia todos los clones y miembros de la República.

La rasposa voz del canciller Palpatine se escuchó una vez más:

"...Y se frustró la rebelión de los jedi"—decía la siniestra voz del canciller.

Clones aparecieron por los pasillos, rodeando a la pareja de traidores, quienes alzaron sus armas, pero nadie atacó, era como una tregua no pactada en la que ambos bandos estaban escuchando que era lo que Palpatine tenía que decir.

"¡Cazaremos a los jedi que quedan, y los derrotaremos!"—seguía diciendo el canciller—. "Cuando mi vida fue... puesta en peligro... las heridas me deformaron... pero les aseguro... ¡¡Que mi determinación jamás ha sido más fuerte!!"

Además de la voz del político, lo único que se escuchaba en aquel pasillo eran las respiraciones agitadas de los soldados, el latir de sus corazones, y el vibrar del sable de la jedi.

"Y para garantizar la seguridad y una continua estabilidad, ¡La República se va a reorganizar...! ¡¡En el Imperio Galáctico más poderoso!! ¡Así tendremos una sociedad más segura!"

Mientras oía esas palabras, Percy notó algo raro en Artemis. Esta miraba a todas partes y a ningún lado en particular. Sus ojos parecían temblar y su mueca de concentración se transformó en una sonrisa, pero no era nada alegre, sino anhelante, ansiosa e incluso lujuriosa de poder.

—Un imperio...—murmuró, casi como si la idea le diera hambre.

—Artemis, ¿Qué estas...?

—El Imperio Galáctico más poderoso...

Los clones pusieron fin a la breve tregua y se prepararon para abrir fuego, sin embargo el rugir de un lanzallamas los alertó, demasiado tarde para evitar el ataque.

Leo entró al pasillo a espaldas de los clones, atacándolos con un lanzallamas sacado de la armería.

—¡Corran!—dijo el mecánico.

Percy se apresuró a seguir su camino, pero se detuvo en seco y se volvió hacia atrás al notar que la jedi no lo seguía.

—¡Artemis!

Ella tenía la mirada perdida, sonreía con deseo y sus ojos brillaban anhelantes.

—Una sociedad más segura... un imperio...

Por el otro lado del pasillo, más soldados clon entraron abriendo fuego.

Artemis los miró, sonriendo maliciosamente y se lanzó contra ellos. Sus ataques antes finos y calculados ahora eran frenéticos y salvajes, la jedi hizo gala de una brutalidad nunca antes vista, sonriendo con un sadismo perturbador cada vez que arrebataba una vida.

—Artemis...—murmuró Percy.

La joven estaba desatada y fuera de sí, masacró al escuadrón de soldados que había llegado, y en cuanto se cercioró de que no habían más vidas que destruir, se volvió hacia donde Percy y Leo.

—Amigo... esto no me gusta nada...—murmuró el mecánico.

Artemis se abalanzó sobre ellos con un salto.

Leo abrió fuego con su lanzallamas, pero la flama simplemente se dividió en dos carriles que Saraí inofensivamente por los costados de Artemis. Está se lanzó contra Leo y destruyó su arma con un golpe de sable.

El mecánico retrocedió asustado, siendo salvado por la llegada de nuevos clones, que mientras disparaban, suponían una amenaza más importante para la jedi.

—¿Qué le sucede?—preguntó Leo aterrado.

—N-no... no lo sé...—tembló Percy.

Artemis se lanzó contra los clones una vez más, destruyéndolos por completo, pero dejando descuidado el lado opuesto del pasillo.

Más clones entraron por allí, tomando desprevenidos a Percy y Leo.

Los solapaos ni siquiera escuchaban razones.

—¡Por favor! ¡Hemos luchado juntos por tres años!—dijo Percy—. ¿No pueden ver que esto está mal?

La respuesta que recibió fue un blaster apuntándole a la cabeza y la frase:

—Los buenos soldados siguen órdenes.

Leo embistió a un soldado y lo derribó, antes de forcejear con otro, arrebatarle su arma y rematarlo con ella.

Percy estaba estupefacto, viendo a su amigo luchar en un lado y a Artemis desatada en el otro.

El joven almirante estaba tan distraído que ni siquiera notó el disparo que se dirigía hacia su cabeza hasta que fue demasiado tarde...

Y Leo había recibido el disparo por él.

—¡Leo! ¡¿Qué diablos haces?!

—Sólo fue el hombro...—murmuró el mecánico con dolor—. No es ¡Ay...!

Un nuevo disparo le dio en la espalda, el mecánico cayó sin fuerzas, siendo sostenido por Percy.

—No no no, esto no está pasando, esto no...

La hoja plateada de Artemis chirrió cuando terminó una nueva masacre, la jedi se volvió hacia Percy y se acercó velozmente para terminar también con él.

—¡Artemis! ¡Por favor! ¡Detente...!

La jedi lo miró a los ojos, quedándose muy quieta.

—Escucha mi voz—pidió Percy—. Soy tu amigo... No... no sé qué te sucede pero... puedo ayudarte... si me dejas.

Las pisadas de más clones se acercaron por los pasillos.

Los nublados ojos de Artemis recuperaron su brillo amarillo plateado, la jedi miró con horror a su alrededor y miró a Percy con determinación.

—¡Largo!—ordenó.

Ella dio un poderoso empujón de la fuerza, mandado a Percy de espaldas contra una de las cápsulas de escape. Acto seguido lanzó un segundo empujón aún más poderoso, mandando a volar a todos los clones que se acercaban por el pasillo.

La joven empezó a retroceder torpemente, manejando su sable una vez más con movimientos cortos y certeros. Pero Artemis se veía mal, era errática y estaba confundida. Un destello azul impactó en su hombro y ella gritó mientras casi caía al suelo por el dolor.

Un nuevo disparo le dio en la pierna izquierda, haciendo que la jedi cayera al suelo con violencia.

Eso había sido todo para ella.

O no si Percy tenía algo que decir al respecto.

Con sus últimas fuerzas, en un brutal arranque de adrenalina, Percy se lanzó a la carga, vaciando por completo el cargador de su pistola, sobrecalentando el arma a un punto que empuñarla era doloroso y dañino para su mano desnuda.

No dejó de disparar hasta que se quedó sin gas de munición, tomó a Artemis con fuerza y la arrastró por el pasillo de regreso a la cápsula de escape. La subió en la cabina, arrojó su pistola contra los clones como última medida desesperada, recibió un disparo en el brazo izquierdo, y finalmente accionó el sistema de eyección.

La cápsula salió del venator, siendo arrojada al hiperespacio, giró violentamente mientras desaceleraba, pasando a una velocidad sub luz. Se movió incontrolablemente hasta que los pequeños motores de la cápsula se activaron, y ambos, jedi y almirante, de quedaron en medio del espacio, solos en una galaxia ahora los veía como enemigos.






—Se fueron, capitán—dijo un soldado clon.

—¡Evacuen ahora, la nave va a...!

—Ya es muy tarde, señor...

...

Percy miró con horror y fascinación la escena.

Él estaba flotando en el vacío del espacio, protegido únicamente por una maltrecha cápsula de escape, mientras veía como el imponente Destructor Estelar Venator, el Argo II, salir del hiperespacio dentro del campo gravitacional del gigante gaseoso Endor, antes de sumergirse en los gases para ya nunca más salir.

—Leo...—murmuró con pesar.

El joven se recostó cómo pudo, viendo cómo el planeta de Endor se alejaba mientras la cápsula era arrastrada por el campo de gravedad de la Luna Santuario. Percy se sujetó el brazo herido, demasiado conmocionado como para darse cuenta de lo que sucedía a su alrededor, o al menos lo estaba en un inicio.

El chico se volvió hacia Artemis, viendo a la jedi en una posición que jamás creyó posible:

Ella estaba acurrucada en una esquina de la cápsula, abrasándose a sí misma en posición fetal, llorando desconsoladamente. Se tomaba con fuerza las heridas de disparos, pero claramente eso no era lo que más le dolía.

—Artemis...—murmuró Percy, sin saber muy bien que hacer para ayudarla—. ¿Qué...? ¿Qué pasó allí arriba?

La joven siguió llorando ensimismada.

—Arty...—el almirante le apartó a Artemis el cabello del rostro y la hizo mirarlo. No le gustaba en lo absoluto como las lágrimas inundaban sus ojos plateados.

—Soy un monstruo...—sollozó la joven.

Percy la abrazó, tratando de pagar el favor que ella le había hecho hacia un par de años al ayudarlo en su momento de mayor debilidad.

—No, Artemis, no eres ningún monstruo—aseguró él—. Solamente... bueno... me gustaría saberlo.

Artemis bajó la mirada y se refugió en los brazos del chico, agradeciendo la compañía, el calor y la seguridad que le provenían.

—Mereces saberlo...—murmuró.

Percy la abrazó protectoramente y acarició su cabello tratando de tranquilizarla.

—Sólo di lo que quieras decirme—habló con un tono calmado—. Cuanto tu estés lista.

Artemis asintió lentamente.

—Yo... tú... ¿recuerdas lo que hablamos antes? Sobre lo de mi familia biológica...

Percy asintió.

—Al parecer... es muy común que en mi familia se desarrolle un trastorno de doble personalidad. Mi padre lo tenía... y varios de mis tíos, según me dijeron, y lo mismo con mis hermanos... o medio-hermanos... o lo que sea.

—¿Doble personalidad?—preguntó Percy—. ¿Eso fue lo que sucedió en el Argo? Salió tu... tu otra tú.

Artemis asintió temblorosa.

—Diana...—murmuró—. Ella... ella no había salido en...—negó con la cabeza—. Creí que la había sellado para siempre.

Percy alzó una ceja.

—¿Qué quieres decir?

Artemis apretó los puños, tembló más violentamente, se le escapó un sollozo y se aferró con fuerza a Percy.

—Me... me trae malos recuerdos...—dijo.

Percy estaba dividido entre seguir preguntando o dejar el tema, pero Artemis tomó la decisión por él al continuar hablando.

—Cuando fui llevada al Templo Jedi, fui junto con mi hermano mellizo, Apolo...—siguió ella—. Ambos crecimos como iniciados jedi, y pasamos nuestra prueba en Illum para conseguir los cristales Kyber de nuestros sables. Yo encontré uno azul, pero él... él consiguió uno de un color amarillo dorado.

—¿Un sable de luz amarillo?—preguntó Percy, no habiendo visto un sable así en su vida.

—Sí... y no sólo eso, sino que cuando llegó el momento de construir nuestras armas, él no hizo una espada como los demás. Sino que construyó una pica-sable de luz. Un arma de hojas gemelas doradas a cada extremo. El arma sagrada de los guardias del Templo Jedi. Él sabía cuál era su destino, y poco después de eso nos separamos. Yo fui tomada como padawan por mi maestra, y Apolo se convirtió en un guardián enmascarado del templo.

Percy hizo una mueca de confusión.

—Pero... tu antes dijiste que odiabas a los guardias del templo...

Artemis se tensó y aferró a él con más fuerza.

—Cuando aún era una padawan, yo y mi maestra tuvimos una misión para apaciguar una revuelta en contra de los jedi en Corouscant. Apolo y otros guardias del templo estaban allí también, aunque yo no sabía si mi hermano era uno de ellos... o no lo sabía hasta que él recibió un disparo de los protestantes y su máscara se le cayó. Entré en cólera, se supone que un jedi no puede tener afectos, es peligroso y una puerta de bienvenida para el lado oscuro de la fuerza. Así que yo había cometido un terrible error al amar a mi hermano... cuando lo vi allí tirado, algo se rompió y despertó dentro de mí... mi segunda personalidad, hasta ese momento oculta, salió y se hizo con el control... matando a todos los participantes de la revuelta.

Percy se tensó ligeramente, pero siguió abrazando a la joven para que se tranquilizara. Claramente necesitaba liberarse de toda esa carga, y él estaba allí para ayudarla.

—Cuando acabe con todos... creyendo que habían matado a mi hermano... él se levantó una vez más, herido por el disparo, pero vivo. Nunca olvidare su cara... un horror y sorpresa absolutos, mezclados con la decepción de verme habiendo cometido tales actos. Yo ni siquiera me alegré de que estuviera vivo... me abalancé sobre el y lo ataque con todo... Cuando llegó mi maestra y me detuvo... ya era muy tarde...

—¿Apolo...?

—Maté a mi propio hermano, Percy...—sollozó la joven—. Soy un monstruo, un...

—¿Qué pasó después?—preguntó Percy—. ¿Cómo es que seguiste en la orden?

Artemis intentó tranquilizar su respiración, pero le fue inútil.

—Fui enviada a un retiro de meditación, duré casi dos años encerrada en las frías cavernas de Illum, entrenando, meditando, luchando contra mí misma en el interior de mi mente, asegurándome de que mi lado oscuro jamás volviera a salir... cuando terminé mi proceso de sanación... el cristal de mi espada se había tornado de un gris plata, el color opuesto al del sable de mi hermano...

Ambos se quedaron un largo tiempo en silencio, sin hacer nada más que esperar a que su cápsula finalmente se estrellara contra la luna de Endor.

Había un incómodo silencio entre ambos, una tensión esperando a romperse.

—¿Por qué te quedaste conmigo?—preguntó la joven—. Ahora eres un traidor a la República, podrías haberte quedado y...

—¿Y acabar aplastado en el núcleo de Endor?

Artemis negó con la cabeza.

—Hubiera... hubiera encontrado otra forma de escapar sin destruir la nave...—murmuró—. Pero te quedaste conmigo... y creo que sé el porqué, pero necesito oírlo de ti. ¿Por qué te quedaste conmigo?

Percy se apartó muy ligeramente de la jedi, le levantó el rostro con suavidad para que se miraran a los ojos y dijo:

—Si te lo digo... ¿me odiarás?

Ella negó con la cabeza.

—El odio es el camino al lado oscuro, jamás podría odiarte.

Percy tragó saliva.

—Entonces, es por esto que me quedé.

El joven se inclinó hacia Artemis y serró los ojos, uniendo sus labios con los de ella. La jedi se sorprendió por un segundo, pero luego serró los ojos y se dejó llevar, disfrutando de la liberación del momento.

Entonces se apartó de golpe y negó con la cabeza.

—No... está mal...—murmuró—. El consejo no...

—¿El consejo que está muerto?—dijo Percy—. Artemis, si hay algo en tu interior, una oscuridad que debamos combatir... lo haremos juntos, ¿está bien?

La chica asintió con la cabeza y se dejó caer nuevamente en los brazos de Percy.

—Sí... está bien... está muy bien...





Salto temporal:

Percy luchó por aire, mientras una fría y poderosa mano invisible se serraba alrededor de su cuello y lo elevaba un metro sobre el suelo.

Artemis miró a cinco metros de distancia, con impotencia y sufrimiento en su mirada. La jedi sujetaba con fuerzas el mango de su sable de luz, y luchaba por levantarse mientras se sujetaba las adoloridas costillas, probablemente rotas tras el golpe que recibió.

Percy la miró a los ojos por una última vez, le sonrió casi sin fuerzas y dijo sus últimas palabras:

—Artemis... mi hermoso rayo de luna...

El cuello del joven se partió, y por un segundo, lo único que se escuchó en toda la Luna Santuario de Endor fue el terrible grito furioso de Artemis, seguido por una macabra respiración mecánica.

Aquella oscura figura de la armadura negra volvió su sable de luz de un bello rojo carmesí hacia la jedi y habló con una voz profunda e imponente:

—Llévense a la niña, yo lidiare con la jedi.

Una pareja de usuarios oscuros, Inquisidores, asintieron con la cabeza, mientras uno de estos sostenía entre sus garras a una pequeña bebé humana de cabello negro ojos plateados.

—¡Zoë!—gritó Artemis con horror mientras veía como los Inquisidores se llevaban a su hija.

La jedi saltó, ignorando el terrible dolor de su cuerpo, balanceó su sable y chocó su hoja plateada contra la brillante espada del señor oscuro.

La respiración mecánica de aquel ser no se alteró, balanceó su hoja magistralmente, deteniendo todos y cada uno de los embates de la jedi.

La mirada de Artemis estaba enloquecida por la pérdida y nublada por el dolor, se movía errática y salvajemente, como un animal desatado.

No era Artemis.

Era Diana.

El lado oscuro de la jedi sigue atacando sin piedad alguna al señor oscuro, quien la contuvo con una excesiva facilidad, estiró su brazo y su mano mecánica, enfundada en un guante negro, se cerró alrededor del cuello de la joven.

La mirada de Diana era de odio puro hacía con el sith, Darth Vader, quien sin siquiera considerarlo atravesó el estómago de la joven con su hoja carmesí, para luego limitarse a tirar sin ceremonias el cuerpo sin vida de la jedi.

La misión había sido todo un éxito, el Inquisitorius y Vader habían acabado con otro jedi, además de haber tomado a un nuevo niño sensitivo a la fuerza para los planes de su emperador.

...

Artemis se despertó de golpe en su improvisado refugio en la luna de Endor, abrazó con fuerza a su pequeña hija, Zoë y trató de controlar su respiración.

El agitado estado de su amada despertó a Percy, quien se talló los ojos, bostezó y abrazó a Artemis.

—¿Qué sucede Arty?—preguntó adormilado—. ¿Una pesadilla?

—No...—dijo la jedi sombríamente—. Una premonición

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