Prefacio
—¿Sabes? —recupero mi fuerza—. Ya lo sabía, sabía lo que dirían. No soy tonta, cuando vi al doctor... hablando con todos ustedes, tratando de no caer en llanto como Jaime. —Me ahogo y cubro la boca, para controlar mis sollozos interminables—. Yo lo sabía. Pero..., este pensamiento rondaba y rondaba desde el primer paso que di hacia el doctor —aún recuerdo cómo se sintió—, e intentaba presionar y presionar y derrotarme; y en cambio, este otro giraba y persistía, se anteponía, gritaba, suplicaba que dejara de pensarlo..., porque si no se haría realidad. —Ahogo un llanto—. Y la realidad es un asco, ¿sabes? —Un vago intento de risas, se convierten en gruesas lágrimas, las cuales queman mis mejillas—. Él me decía que no me atreviera a sentirlo... No lo sé, no sé qué pasó, él estaba bien. Cuando me fui a casa él sólo... se fue. Quizás pensó que su partida me dolería menos. Pero no fue así, porque el efecto sigue siendo el mismo. Me duele, muchísimo; y lo siento, siento que me duela, siento defraudarlo. Pero esto está matándome. —Me sorbo la nariz—. Sé que a él no le gustaría verme así, llorándole a la nada y sufriendo por su ausencia. Pero no puedo evitarlo —me echo a llorar como hice en el hospital.
Esto no estaba en mis planes, no estaba en mi agenda, no desperté creyendo que una visita al hospital me llevaría al entierro de una de las personas más importantes de mi vida. No planeé nada de esto, fue algo que pasó sin que nadie lo advirtiera.
Intento recuperar mi voz en medio de la tormenta, necesito decir lo que pienso y dejar de lloriquear.
—Supongo que no fue una pesadilla, ¿verdad? Porque si fuera una pesadilla, no estaríamos conversando tú y yo... ¿O sí?
Veo los árboles que adornan su jardín, danzando con ánimos, como él solía hacer cuando intentaba hacerme sonreír. Lo curioso es que quizás, sólo quizás, él esté aquí conmigo, intentando por todos los medios que tiene al tratar de enviarme alguna señal, un mensaje, sólo uno, que pueda decirme que él vive, que aún vive en todas las cosas que hicimos y dejamos de hacer por culpa de nuestra equivocada decisión.
Y, ¿ahora qué? ¿Cuál es el plan o qué voy a hacer?
¿Voy a quedarme sin más recuerdos suyos cuando pasemos de año en año? ¿Ya no tendré más oportunidades para ser feliz? ¿Qué voy a hacer cuando sea nuestro aniversario? ¿Cómo pasaré sus cumpleaños? ¿Qué obtuve a cambio de unas semanas intensas y constantes tira y afloja de nuestra relación?
¿Cómo llegamos aquí? Su vida a penas había iniciado.
Lo aceptaron en la universidad de sus sueños, la universidad que eligió porque quería ser un gran artista desde pequeño. Y yo, cómo no, a mí no me aceptaron ni de oyente en ninguna de las universidades que solicité.
Yo debí haber muerto esa noche, él no. Yo debí haber recibido esa bala en el pecho... Él no.
«¿Por qué?», me lamento, mientras intento no romper en llanto, por enésima vez esta semana, en este infierno, en esta vida, en este inicio o este final... que es surrealista y fuera de mi control.
Todo se está desmoronando.
Todo pasó tan rápido. Nada va a cambiar esa noche, una que pudo haberse evitado si yo jamás hubiese hecho lo que hice hace meses con...
Aidan.
—Fue mi culpa.
Me sentencio con la peor tortura para un corazón roto: imágenes de nosotros dos juntos.
Pero..., mi corazón no sólo está roto, está destrozado, acuchillado, perjudicado, abierto y, posiblemente, esté desangrándose dentro de mi estúpido y helado pecho, que ansía el latir de su alma gemela como todas las mañanas. Porque eso fue él para mí: mi maldita mitad, mi alma gemela.
Nunca creí en esas tonterías del primer amor, no hasta que me pasaron a mí.
La reminiscencia de su rostro, de nuestros momentos juntos, de las noches que hicimos el amor y compartimos secretos: juegan conmigo, despiadada y lastimosamente.
Intento no caer en la locura. Intento hacer caso a las súplicas de mi madre y amigos. Intento no seguir aferrándome a sus recuerdos.
Supongo que todo termina donde empieza.
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