Capítulo 2
Zoé.
Camino por los pasillos de la escuela hasta llegar a la salida del lado norte. Ahí se juntan las animadoras y surfistas. Los chicos populares que calientan tus pantimedias. Probablemente vea a Aidan entre ellos. No voy con la intención de verlo, mis amigos me dijeron que a partir de hoy vamos a reunirnos ahí a la hora del almuerzo. ¡Qué bueno que a ninguno de mis colegas les gusta la cafetería del instituto!
Abro las puertas del lado norte, y me recibe el exquisito sol del medio día, junto a la brisa fresca que trae rumores de las animadoras y comentarios peyorativos de los surfistas hacia los culos de las chicas. Pero no escucho sus chismes o historias para +18. Me concentro en respirar el aire libre de tabaco (que usualmente rodea la fuente o los baños), y en buscar a mi banda.
Inhalo y exhalo, y estiro los músculos tensos de mi cuerpo mientras camino.
Suspiro con fuerte ánimo.
¡Hoy es un día precioso!
Visualizo a mis amigos.
Kate y Rocket se están tomando unas fotos de novios súper románticas. Me imagino que los dos son fanáticos de Instagram. Oscar está acostado sobre el césped recién podado, tecleando algo en su celular.
Me acerco a ellos a paso lento... Y después corriendo. Me rio como una niña que acaba de cometer una travesura, y los sorprendo soltando un fuerte «Boo». Abrazo a Kate, como ella hizo conmigo el segundo día de clases, y le doy un beso en la sien.
—Oye, chica, que tiene novio, eh —me advierte en broma mi buen amigo.
Me rio de su ocurrencia, y vuelvo a besar a Kate mientras ella sigue muriéndose en carcajadas que ahogo con mi abrazo. —En tu mente —digo. Y en español.
—Calma, cariño. Ya me la regresó —dice Kate.
—Además, así se llevan estas dos —dice Oscar, saliendo por fin de su conversación en WhatsApp.
—¿Y desde cuándo tan amigas ustedes dos? —nos pregunta su curioso novio.
—Desde el día de la fiesta, cariño —le responde una contenta Kate.
Mi atención se desvía de nuestra plática cuando veo a Aidan atravesar las puertas del lado Norte, abrazando por la cintura a... ¡¿BAMBI?!
Pero... (¿qué mierda...?)
—¿Qué miras, mujer? —me pregunta Oscar.
No puedo hablar. Siento que si lo hago me pondré a llorar, y ya he derramado demasiadas lágrimas por él durante mi período de duelo y superación.
Como me quedo muda, Oscar sigue el hilo invisible de mi corazón que aún late por el imbécil que me rompió en cachitos, y sus ojos se oscurecen en un sentimiento que conozco demasiado bien. Celos... Sí, yo también he sido una loca rabiosa por culpa de los celos que siempre adormecieron mi autoestima, cuando salía con Aidan por ahí, y yo tenía que aguantarme que otras chicas se nos acercaran y le coquetearan como conejas desesperadas. Y a mí me humillaban, me lanzaban indirectas bien directas sobre mi atuendo, mi apariencia o mis frenos.
No... No puedo volver a eso. Me alejé de él por eso. Es tóxico. Hice bien en decirle que nuestra amistad se acabó el día que nos acostamos; el día que perdí la virginidad y me di cuenta de la magnitud de mis sentimientos por él. Estaba enamorada; bueno, aún lo estoy.
Oh, ¿a quién engaño? Estoy encantada, súper romántica y enamorada.
Y por desgracia para mí, destilo mis emociones. O sea que todos a mi alrededor lo saben, o, terminan por enterarse. Como ahora.
—Ah... Es Aidan —dice, y un deje de decepción en su voz no pasa desapercibido para mis oídos.
Pero, ahora no tengo tiempo de atender su corazón herido. Mi mente y rabia demandan cosas mucho más importantes, que atender una conversación pendiente con Oscar.
Los veo a los dos juntos, muy a gusto, sin sentir mi mirada asesina o mis endemoniados pensamientos sobre su perfecta aura estilo «novios del año». Se nota a la distancia que son la imagen perfecta de «rey y reina del baile».
¡Y para colmo de colonos!, Bambi está fantástica, más guapa que nunca. Su piel, su sedoso cabello rubio de Barbie como Rapunzel, su ropa de diseñador y su cuerpo son envidiables. Todo en ella es perfecto. Todo en ella es la clásica postura y caminata de Miss Universo. Ni siquiera hay un vello en su cara o en sus delgados omoplatos que pueda convencernos de que es un poco menos surreal de lo que ya sabemos.
—¿Se enteraron de la infidelidad de Aidan?
Regreso en mí.
—¿Qué? —Los miro a los tres.
—Sí, dicen que engañó a su novia Miranda durante el verano —chismea Kate.
—Okey... —musito con el corazón en la garganta.
«Tranquila, Zoé. Tranquila», me habla mi subconsciente.
Mi lado razonable tiene razón, Miranda no tiene motivos para creer en esos rumores que circulan por la escuela. Rumores que son ciertos. Pero eso no tiene porqué saberlo. Además, ella no tiene suficientes pruebas para pensar que yo soy su principal sospechosa. ¿A no ser que Aidan se lo haya dicho en una especie de venganza en mi contra? No. Aidan no me haría eso. Nadie puede ser tan cruel como para manchar la reputación de otro.
Oh, mierda. Claro que sí, somos adolescentes, ¡por el amor de...!
Nuestro trabajo de niños inconscientes es precisamente ese: atacarnos los unos a los otros.
—¿En serio? —pregunta Oscar, sorprendido e intrigado—. ¿Quién puede ser tan estúpida como para creerle a un chico que le dice que acaba de romper con su novia hace apenas unas horas?
«Respira. Respira. Y no levantes la mano, estúpida».
—Ah... Míralo, pillín —dice Rocket, mirándolo y sonriendo con malicia.
—¿Y con quién creen que haya sido? —pregunta Oscar.
«Maldita sea. Maldita sea».
—¿Que no es obvio? —los mantiene en vilo.
Me va a dar un infarto.
—Ya dinos, cariño —le pide su novio, mi buen amigo, el sujeto que acaba de acribillarme sin conocer toda la historia que guarda mi corazón.
¡¡¡EL INFARTO!!!
—Pues... ¡con Bambi!, la rubia que está a su lado. Dah, obvio.
Suelto una discreta y ligera bocanada de aire, cuando el nombre de otra chica (mi enemiga mortal), sale a la luz.
Jesús bendito. Me salvé de puro milagro. Y sé que sí, porque incluso mis amigos se lo creen. Piensan que la zorra de Bambi, es la «zorra baja novios» también.
¡Dios, qué suerte tengo!
—Es cierto —concuerda Rocket.
—Sí, mírenle la cara, se nota que perdió su virginidad con él.
¡Ay, madre de todos los santos!
—Sí, eso están rumoreando dentro y fuera de la escuela —asegura Kate.
—Tiene sentido, por eso la sujeta de la cintura como si fuera de su propiedad —dice Oscar.
—Es verdad. —Los dos concuerdan.
Los chicos concuerdan como un par de mandilones. ¡Pero qué importa! Lo importante aquí es que estoy a salvo de los rumores y las pedradas sociales del instituto. Con «pedradas» me refiero a sus crueles comentarios y posible intimidación o bullying.
—¿Tú qué opinas, Zoé? —me pregunta mi amiga, a lo que todos me miran.
—Yo... No lo sé. —No me cae bien Bambi, pero tampoco voy a echarle tierra por un rumor que es falso.
«Yo soy la baja novios», quiero decirles, pero no confío en su discreción.
No... Este secreto me lo llevaré conmigo a la tumba. Sólo los muertos lo sabrán. Cuando esté delante del gran señor en las nubes, le diré de esta falta de respeto a mi dignidad y después rogaré en silencio ser perdonada bajo su santísima sabiduría. Estoy segura que si se lo cuento todo, desde mi enamoramiento infantil, hasta el día de la fiesta en donde dejé que Aidan me tocara y besara como yo siempre deseé en silencio desde los quince años, sé que lo entenderá y seré perdonada.
Uf, se pueden pensar demasiadas cosas en un minuto.
—Vamos, estoy segura... —se interrumpe, y su mirada de chismosa cambia súbitamente por un ceño fruncido, cuando se queda viendo algo detrás de mí—. Ah... ¿Esas chicas van hacia Bambi o hacia Aidan? —pregunta.
Me volteo.
Es cierto.
Y la que lidera el grupo es... ¡Miranda!
—Ay, mierda. —Se va a armar; y lo pienso en español, eh.
Todo pasa demasiado rápido que... mi mente no logra procesarlo.
—¡TÚ! —le grita Miranda a Bambi, y ésta se voltea—. ¡TÚ! ¡TÚ! ¡PERRA!
Y... el primer bofetón se dispara.
La barbilla de Kate roza el césped. Los ojos de Rocket se salen de sus órbitas. Una sonrisa burlona cruza la cara de Oscar. Y yo... estoy presenciando la escena de mi crimen (No intencional) en cámara lenta, mientras cubro la exaltación de mi boca con ambas manos.
SANTA MADRE DEL CREADOR.
Pero... (¿Qué he hecho?)
—¡NO! —grita Aidan, cuando trata de quitarle de encima a Miranda. Literalmente está en su espalda como una pulga, golpeándola y mascullando groserías con los dientes apretados y el cuello hinchado de venas coléricas.
—¡EY! —gritan otros, yendo en su auxilio.
Chicos y chicas que forman el grupo de Aidan y Miranda, entran en conflicto y resuelven el problema a golpes, gritos y blasfemias. Los chicos se lanzan puñetazos; las chicas sueltan arañazos, empujones y jalones de pelos que hasta aquí se escucha el agonizante dolor en sus cueros cabelludos y pieles desgarradas. Sus dientes truenan y rechinan, y las botas de algunos en el pavimento se retuercen y levantan el polvo.
Aidan golpea a uno de ellos, provocando que su nariz se rompa y sangre en el acto. La escena me da asco, pero no me permito apartar los ojos de él.
Más chicos se unen a la pelea; pero no para apoyarlos, sino para separarlos.
¡Y lo consiguen!
Gracias a Dios.
Se forman dos bandos cuando la pelea termina.
Por un lado tenemos a Aidan sujetando a Bambi de la cintura, impidiéndole que le regrese cada uno de los golpes a su contrincante. Y por el otro tenemos a Miranda, fusilando con la mirada a su exnovio y a la chica con la que piensa que la engañó durante el verano.
Ay, madre de Dios.
Miranda amaga con volver a golpearla, pero un chico fibroso y más alto que ella se lo prohíbe.
—¡Hija de mierda! —sus palabras son corrosivas y cargadas de odio.
—¡Vete, maldita! —le regresa el grito.
—¡Eres una zorra asquerosa! —le grita a Bambi—. ¡Tú y él se merecen! —los señala.
Sus amigas la arrastran fuera del ala Norte. Literalmente, la tienen que arrastrar gritando y pataleando del lugar.
—¡Putos infieles! —les grita por última vez, antes de que su clan desaparezca de la atención y murmullos de todos.
Para cuando suene la última campana, todos estarán hablando de esto.
Aidan suelta a Bambi. Ésta se limpia la comisura de su boca. Las chicas se encargan de arreglar su cabello y su ropa; le rompieron el tirante de su vestido, y tiene algunos puntos rojos en el cuello y la cara. Algunas de sus amigas tienen un par de rasguños en sus brazos y mejillas, pero nada grave. Aidan revisa a sus amigos, y les pregunta si están bien; todos asienten y les quitan importancia a sus heridas con una burla sobre exnovias furiosas y locas que buscan cualquier excusa para llamar la atención.
Observo a Aidan durante un período de tiempo, mientras me late el corazón con el miedo erizando los vellos de mis brazos e indigestando mi barriga, y... cuando nuestros ojos se encuentran, retiro rápidamente la mirada de la suya.
«No puedes volver a caer», habla mi subconsciente.
—¡¿Qué demonios pasó?! —pregunta una inquieta Kate.
—No... No lo sé... No lo sé —respondo, sabiendo muy bien que estoy mintiendo. Gracias a Dios, nadie más lo nota.
—Se volvió loca —dice Oscar.
—¿Qué mierda, viejo? —habla Rocket.
«No lo sé... No lo sé».
Bambi cubre su mejilla magullada. Algunas de sus amigas limpian la sangre en su vestido. Otras se atienden los golpes y arreglan el cabello que les quedó —literalmente— electrificado.
Mis ojos se posan en Aidan, aunque no quiera, y en lo confundido que se ve desde esta posición. Debe de estarse preguntando cómo se enteró Miranda de su desliz durante el verano.
Oh, no. Ahora lo último que necesito es que piense que su loca ex amiga inició un pequeño rumor sobre sus actividades extracurriculares. Espero que no me investigue. Espero que se haga la pregunta «¿Por qué?» si alguna vez cree que fui yo la que lo traicionó.
Porque no fui yo. No fui yo.
Quisiera ir con él, abrazarlo, decirle que todo estará bien (como en los viejos tiempos), pero me lo prohíbo rotundamente. Ahora, Aidan está solo. Ya no es mi amigo. No me incumbe su vida, así como a el —de seguro— no le incumbe la mía. Ahora somos extraños.
Suspiro. Giro la cabeza, y me encuentro con la figura encapuchada del imberbe de Jake, mirándome como si se creyera con el derecho de asaltarme de ese modo lascivo las piernas y el busto. Me mira directamente a los ojos. Como no soy una cobarde, le sostengo la mirada, y él me sonríe a su manera retorcida, mientras mira mis piernas y mi... ¡trasero!
¡Infeliz, hijo de *&$%!
Le voy a enseñar buenos modales a este idiota.
Me aproximo a su figura con apariencia de cuervo, y le planto cara.
—Deja de mirarme —le exijo.
—¿Por qué?
¡Ya estamos otra vez con ese juego!
—Muérete —espeto.
Le lanzo el dedo de en medio, y me alejo.
No sé por qué, pero siento que me mira las nalgas.
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