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9 Lo único que necesitas es amor; y cigarros... y alcohol.

Alejandra estaba manejando sin rumbo por las calles de Mérida. Encontrar a Laura con otra chica, le había destrozado el corazón, revuelto el estómago y nublado la mente. Manejar le relajaba —o cuando menos eso le gustaba creer— pero esa tarde, después de unas tres o cuatro vueltas al anillo periférico de Mérida y otras tantas por las avenidas más cargadas de tráfico pesado, la mente de Alejandra seguía tan confundida como horas atrás.

Cuando por fin entendió que manejar no le estaba ayudando en nada, decidió ir al cine. «The Lake House» le hizo reír y llorar, pero no olvidar. Cuando salió del cine aún sentía que Laura había metido la mano en su pecho, tomado su corazón entre sus dedos y lo había arrancado con la saña con la que una bruja malvada de cuento de hadas trama sus planes más descabellados.

Era casi media noche cuando Alejandra regresó a casa. Desde la cochera pudo ver que la luz de la sala estaba encendida. Al entrar, le recibieron el rostro endurecido y los brazos cruzados de Laura. «Tú eres quien menos derecho tiene de estar así» pensó Alejandra, pero no pronunció palabra. Laura no tenía mucho de haberse duchado, lo notaba porque su cabello aún estaba húmedo; a pesar de tenerlo recogido en su característica cola de caballo impecable, su tono era más oscuro de lo normal. Un vaso servido a medias con lo que a simple vista parecía Coca-Cola, estaba sobre la mesa junto a un cenicero lleno casi a tope de colillas apagadas; Laura sostenía un cigarro encendido entre sus dedos.

Fue más o menos entonces que Alejandra notó el intenso olor a cigarro y pudo distinguir el humo residual en el ambiente. Alejandra odiaba que Laura fumara, pero en el tiempo que llevaba de conocerla, no había podido disuadirla de hacerlo.

—¿Dónde estabas? —preguntó Laura sin tacto y a Alejandra casi le pareció estar escuchando a su mamá.

—Pensando —respondió ella con un tono seco que parecía hacer eco al de Laura.

—Te llamé como diez veces al celular.

—Dieciséis —corrigió Alejandra.

—¿Por qué no me contestaste? Estaba preocupada.

Alejandra no respondió. Después de todo, era Laura quien le había enseñado a no responder preguntas cuya respuesta era obvia. Ambas lo sabían. Laura suspiró, Alejandra reconoció las muecas que le siguieron a aquel suspiro como un honesto intento por parte de Laura de calmarse. Los resultados, sin embargo fueron tan fútiles como todas las veces que Alejandra había presenciado aquel ritual.

—Ale, nunca me vuelvas a hacer algo así ¿entendido? Comprendo que estés enojada, decepcionada, ofendida, lo que quieras. Pero sales a toda velocidad en tu auto, te desapareces el resto del día y no contestas el celular...

—No seas paranoica. No me pasó nada.

—¡Pero eso yo no podía saberlo! ¿O sí?

Alejandra permaneció en silencio, sopesando la situación; midiendo la paciencia de Laura. Preguntándose si valdría la pena sincerarse con ella. Después de algunos segundos de silencio incomodo, y sin haber decidido si quería tranquilizarla o causarle más dolor, se animó a hablar.

—Si lo que querías era saber que estoy bien: ahora lo sabes. Regresé sana y salva; no me pasó nada. Necesitaba estar sola, eso es todo.

—Cuando quieres eres imposible, Alejandra —Laura apagó su cigarro.

Alejandra sintió un peculiar escalofrío al escuchar la longitud exacta de su nombre en un tono tan frío.

—A veces te comportas como una niña. Me besas y sales corriendo sin darme tiempo de pensar, de reaccionar, de decirte lo que siento.

—Lo que no sientes —corrigió ella.

—¿Quieres dejarme terminar? —la expresión en los ojos de Laura se suavizó al pronunciar aquella petición, muy a pesar de sus intentos de disfrazarla de exigencia.

—¡Termina, pues! —dijo Alejandra más por protocolo que por verdaderos deseos de escuchar lo que Laura tenía que decir.

Laura se puso de pie, molesta, sacudiendo la cabeza de un lado a otro. Se acercó bruscamente hacia Alejandra y la jaló hacia ella. Por un segundo el sabor a cigarro y a tequila con Coca-Cola distrajo tanto la atención de Alejandra, que no terminó de entender que Laura la estaba besando. Después, descubrió que detrás del alcohol y el tabaco se escondía un sabor dulce y cálido: el de Laura; una textura firme, penetrante pero no invasiva. Las mariposas revoloteaban sin parar no solamente en el estómago de Alejandra, sino en cada centímetro de su piel.

Cuando Laura se apartó de ella para mirarla, descubrió un rostro incrédulo, contraído en una mueca indescifrable; la empujó gentilmente contra la pared, apoyando su frente sobre la de Alejandra mientras le acariciaba las mejillas con los pulgares y metía los dedos entre sus cabellos.

Laura cerró los ojos; ella también.

—Yo también siento cosas por ti. Si me hubieras dado tiempo de responder nos hubiéramos ahorrado horas de sufrimiento.

—¿Qué? —Alejandra abrió los ojos, queriendo ver dentro de ella.

Laura se apartó unos centímetros.

—Saliste corriendo.

—¿Y la vieja que tenías aquí?

—No siento nada por ella, Ale. Nos hemos conocido por años y a veces... Ale, si hubiera sabido lo que sentías por mí, jamás hubiera...

El corazón de Alejandra se aceleró. Tomó el rostro de Laura entre sus manos y la jaló hacia ella.

—¿Desde cuándo? —preguntó Laura, interrumpiendo el beso para luego retomarlo.

—Desde «Delicatessen»

—¿Desde hace un año? —Laura se apartó, asombrada.

—Sí, ¿y tú? —Alejandra la jaló hacia sí una vez más.

—Desde que te descubrí escuchándome a través de la puerta. ¿Por qué nunca dijiste nada?

—Porque no estaba segura de lo que sentía, porque no estaba segura de que eras gay, porque no quería arruinar nuestra amistad. ¿Cuántas razones quieres?

Laura sonrió, asintiendo; comprendiendo. Se acercó una vez más, y la beso con una ternura que ocasionó escalofríos en el cuerpo entero de Alejandra. Luego la tomó de la mano y abrió la puerta de la habitación de Alejandra; la condujo hacia el interior sin encender las luces y la recostó lentamente sobre la cama. Por su mente pasó la posibilidad de detenerse para encender velas y poner música, pero decidió que la luz que se colaba por las ventanas tendría que bastar como ambientación.

Alejandra tembló de pies a cabeza mientras Laura le recorría la piel con la punta de los dedos, lentamente, sin prisa alguna; deteniéndose a contemplar pequeños lunares que en el futuro le servirían como referencias geográficas hacía los puntos más vulnerables de su cuerpo. Entre besos dulces y sonrisas compartidas, Laura la fue desnudando, lanzando una a una, cada pieza de su ropa lejos de la cama.

Contoda la valentía de quien recorre territorios inexplorados pero prometedores, Alejandra ignoró cada miedo que amenazaba con invadirle y se aventuró a repartir caricias, a explorar con sus labios las mejillas, las orejas y el cuello de Laura; a descubrir olores que le embriagaron los sentidos y sabores que le confirmaron que aquello era lo que siempre había querido. Los dedos de Alejandra resbalaron por la espaldade Laura, despojándola de paso de su pijama; dejando por primera vez su cuerpo al descubierto. El corazón de Alejandra dio un salto al contemplarla semidesnuda: aquel tenía que ser el espectáculo más perfecto que había visto. Laura sonrió al ver el efecto que causó en ella, alargando un poco más el instante en que volvería a besarla, permitiéndole absorber ese primer momento de comprensión absoluta; de aceptación indiscutible.

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