6Roberto
Roberto tiene, a ojos propios, la vida perfecta. Apenas tiene 27 años y su apellido figura ya entre los cuatro que componen el nombre de la firma de abogados en la que trabaja.
Tiene un departamento envidiable en la Zona Hotelera, un cheque mensual que sería la envidia de cualquiera y un «Camaro» del año, color infierno con franjas negras, que levanta las miradas de hombres y mujeres por igual.
Además, está comprometido con una mujer hermosa, exitosa, inteligente y de carácter recio que sabe hacerse entender con elegante firmeza.
La repisa de su amplia oficina de octavo piso y enormes ventanales con vista a la laguna Nichupté, está repleta de trofeos de aquellas épocas en las que fue capitán del equipo de baloncesto de la preparatoria y posteriormente de la universidad. Su pared, se encuentra tapizada con diplomas y reconocimientos coleccionados en la carrera y en la maestría.
Cada mañana, Roberto se despierta a las cinco, se pone su ropa deportiva y sale a correr 5 kilómetros de ida y vuelta por la ciclopista de la Zona Hotelera.
Cuando regresa a casa se va directo al gimnasio del edificio y se pasa una hora en los aparatos, asegurándose de no olvidar ni un solo paso en la rutina cuidadosamente elaborada por su entrenador personal.
Luego sube a su departamento y se toma una ducha larga en su cabina eléctrica. Mientras el agua que sale de los veinte diferentes jets de hidromasaje baña cada centímetro de su cuerpo, Roberto esparce gel con olor a durazno sobre una esponja vegetal que además de resultar extremadamente agradable al contacto con su piel, estimula su circulación. Cada músculo, al igual que su rostro y sus partes delicadas, reciben un trato especial durante ese proceso.
Recién salido de la ducha y con únicamente una toalla blanca cubriéndole de la cintura para abajo, Roberto se va a la cocina a prepararse un desayuno altamente saludable y rico en proteínas.
Posteriormente se asea la boca a consciencia, primero con enjuague bucal, luego con el cepillo y al final con el hilo dental. A nadie le gusta una boca con gingivitis y esos dientes perfectos tienen que ser perfectamente cuidados.
A eso de las ocho treinta, se mete a su enorme clóset para escoger el traje que usará ese día y los aditamentos que le harán juego.
A las nueve de la mañana con treinta minutos se encuentra ya detrás de su escritorio, listo para otro día más de acumulación de victorias y halagos.
Los fines de semana, Roberto se va de fiesta. Sólo o acompañado, con motivos o sin ellos. Para él, la época del año es lo de menos, siempre hay algo que celebrar; algún evento importante al cual asistir. Además nunca falta quien —a modo de agradecimiento por algún favor extraoficial— le ceda un palco en el béisbol, asientos preferenciales en el fútbol, o le conceda mesas VIP en los mejores clubes nocturnos de la ciudad.
A pesar de su apariencia externa, Roberto no es feliz, pero no puede aceptarlo. Lo tiene todo, pero nada es suficiente. En alguna parte de su interior existe un vacío que no hace otra cosa que acrecentarse a cada instante. Aquel es un lugar que sólo él conoce; un rincón de sí mismo al cual no le gusta llegar, pero del cual no logra escapar por mucho que lo intente.
Ese vacío representa una batalla perdida y eso es simplemente inadmisible en su sistema de creencias.
Es debido a esa vacuidad que no duerme más de cuatro horas al día, misma razón por la cual necesita mantener su mente ocupada. Cuando Roberto encuentra tiempo para sí mismo, su mundo se colapsa y esa vacuidad amenaza con tragárselo entero.
Una parte muy oscura de su subconsciente piensa que estar con Amanda le hará mejor persona. En su muy personal modo de entender el mundo, la respeta profundamente, es por eso que a casi dos años de estar juntos —y tres meses después de haberse comprometido— aún no se ha acostado con ella. Amanda es lo único puro en su vida y no quiere empañarlo. Sin embargo, Roberto como todo hombre, tiene necesidades y ha encontrado el modo de saciarlas.
Malena no significa nada para él. Los 78 encuentros sexuales que han tenido durante el año y medio que llevan con esa rutina, han sido meramente parte de un acuerdo en el que los sentimientos no tienen cabida. Pasión y profundo deseo son los únicos elementos permitidos en su transacción. Roberto la usa para descargar sus hormonas; Malena, lo usa como venganza.
Roberto apaga su celular durante dos horas en las ocasiones en las que se encuentra con Malena para aquello del sexo. Si bien el acto en sí mismo les dura menos de treinta minutos, todo el ritual del antes y el después se consume el resto del tiempo.
Los martes y los jueves Roberto no toma su hora de comida a las 2:00 p.m. como el resto de la semana. Esos días, misteriosamente se le atrasa el apetito hasta las tres de la tarde, hora a la que baja al estacionamiento para tomar un auto de la empresa. Roberto no se lleva su auto para ese asunto tan personal, cualquiera que le conociese sabría que se trata de él al ver ese «Camaro» color infierno entrar al estacionamiento del motel de las afueras de la ciudad.
A las 3:15 p.m. está en casa de Malena. A las 3:30 p.m. entran a la habitación de siempre, la que tiene alberca y espejos en el techo. A eso de las 4:00 p.m., Roberto saca uno de los cigarros de la cajetilla de «Pall Mall» que guarda para esos días de sexo salvaje con Malena.
A las 4:05 p.m. toma el kit de baño que deja siempre en su maletín de gimnasio, mismo en el que lleva condones, una botella pequeña de su gel olor durazno y una mini esponja vegetal. Roberto jamás se atrevería a usar el jabón «Rosa Venus» del motel.
A las 4:15 p.m. está saliendo del baño, perfectamente aseado y despierta a Malena; ella generalmente se toma una siesta después del cigarro.
Dependiendo del tráfico, deja a Malena de nuevo en su casa entre las 4:30 p.m. y las 4:40 p.m. Luego, hambriento como sólo puede estar después de una de esas sesiones, se detiene en el restaurante de sándwiches y ensaladas que se encuentra a medio camino entre casa de Malena y su oficina.
A eso de las 5:00 p.m. llega al despacho, pero antes de entrar a su oficina, pasa al baño para asearse la boca.
A las 5:10 p.m., algunas veces un poquito antes y otras un poquito después, está tomando asiento detrás de su escritorio para continuar con su ocupado día.
La tarde en que Amanda murió, el teléfono de Roberto estaba apagado; mientras ella era arrollada por el auto, él estaba por alcanzar un orgasmo descomunal; mientras ella yacía tendida en el pavimento, él se fumaba un cigarro; para cuando la ambulancia por fin llegó por ella, él estaba restregándose la espalda cuidadosamente con su esponja vegetal. Cuando el cuerpo de Amanda llegó al hospital, Roberto estaba estacionando el auto frente a casa de Malena, pensando en qué se le antojaba comer.
Esa tarde Roberto llegó tranquilamente al trabajo a las 5:25 p.m. —la lluvia jugando un papel crucial en su retraso— para encontrar a su secretaria hecha un manojo de nervios.
—Su mamá ha estado llamando cada cinco minutos y no supe darle razón de usted.
—Mi mamá es una desesperada —Roberto, sonriendo sin caer en cuenta del modo en que el cuerpo de Lupita temblaba.
—Señor, su prometida tuvo un accidente... está en el hospital; sus papás están con ella.
A las 5:58 p.m., Roberto estaba llegando al hospital. Amanda llevaba casi dos horas muerta.
Roberto no ha vuelto a ver a Malena desde esa tarde; trabaja más que nunca, bebe hasta la inconsciencia, conduce a toda velocidad con el secreto deseo de que una fuerza inamovible un día se atraviese en el camino de su aceleración aparentemente imparable; la sonrisa presuntuosa se le ha borrado del rostro; encontrarlo solo en el cine o en algún bar, se ha vuelto cosa bastante común. «Ya no es el mismo» aseguran quienes lo conocieron antes de la tragedia; Malena, a pesar de no haberlo visto nunca más, es la única que sabe que nada ha cambiado, que simplemente ahora el rostro de Roberto es congruente con su interior. La única diferencia real, es que ahora Roberto tiene a quien culpar por su miseria.
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