29¿Qué hay de malo en mí?
Marzo de 2011. Viernes.
Alejandra estacionó su auto a dos cuadras de casa de Vera. En el asiento del copiloto, Carla se secaba las manos con una servilleta de papel. Alejandra apagó el motor, su mirada estaba fija en el movimiento repetitivo de las manos de su amiga sobre la servilleta.
—Tranquila —Alejandra puso su mano sobre las de ella.
—Tenías razón, Ale. Fue mala idea —los ojos de Carla, llenos de nerviosismo.
—Aún estamos a tiempo de irnos —Alejandra volteó hacia el norte y luego el sur de la calle; no había una sola persona que pudiese dar cuenta de su presencia.
—Pero ya estamos vestidas para la fiesta —Carla más resignada que convencida.
—Pues nos vamos a bailar a la Zona Hotelera —sugirió Alejandra, levantando una ceja.
—No. No puedo hacerle esto a Alicia, es su cumpleaños.
—Como quieras —respondió Alejandra soltando la mano de su amiga. Acto seguido, bajó del auto y se apresuró a rodearlo para abrirle la puerta.
Al dar vuelta a la esquina, se encontraron con el caos habitual que provocaban las fiestas en casa de Vera. La calle entera estaba ocupada a ambos lados por los autos de la gente que estaba en la fiesta; la casa de dos niveles estaba llena a reventar: la acera, el jardín y la terraza; la sala, el comedor y la cocina —que eran las piezas que constituían la totalidad de la planta baja— estaban rebosantes de mujeres. Vasos desechables color rojo parecían ser el accesorio predilecto de las presentes. Música electrónica, o de alguno de esos géneros de fiesta que terminan siendo muy parecidos unos a otros, retumbaba en las paredes causando un temblor perceptible pero silencioso en los cristales de los ventanales.
Mientras se abría paso entre el mar de mujeres, Alejandra reconoció a más de una, pero no recordaba el nombre de ninguna. Carla distinguió a Alicia en la cocina y le hizo señas a Alejandra para que tomaran rumbo hacia la barra que dividía el comedor de la cocina.
Alejandra y Carla se acercaron, felicitaron a Alicia e hicieron entrega de sus respectivos regalos.
—Gracias por los regalos —Alicia los dejó en una mesa en la que estaba acumulando todos los que había recibido—. ¡Sírvanse, están en su casa! —dijo la festejada, abriendo los brazos para enfatizar la variedad de botellas que estaban sobre la barra.
—¡No es medianoche todavía y ya se le pasaron las copas! —interrumpió Vera, regresando del jardín de atrás, abrazando a Alicia por la espalda y de paso obligándola a cerrar los brazos.
Alicia se dio vuelta para recibir a Vera con un beso en los labios.
Alejandra volteó hacia Carla, quien a su vez la miraba apretando los labios, el gesto característico de sus intentos de ocultar su frustración. Cuando Vera y Alicia por fin se apartaron la una de la otra, Carla intentó sonreír. Se acercó a Vera y le dio un beso en la mejilla. Alejandra también saludó a Vera, y acto seguido, tomó a Carla de la cintura.
—¿Vamos por algo de tomar?
Carla asintió y la siguió hacia la barra. Alejandra se preparó un vodka con agua quina y le preguntó a Carla si quería que le preparara algo.
—No, voy por una cerveza.
Al momento en que Carla abrió el refrigerador, Alejandra vio que estaba repleto de botellas y latas de cerveza. Carla regresó a la barra, se acercó al oído de Alejandra pero aun así tuvo que levantar la voz para asegurarse de que ella la escuchara.
—¡Voy a estar allá atrás, necesito aire! —dijo, señalando el jardín de atrás.
—¡Voy contigo! —respondió Alejandra.
El jardín de atrás era bastante amplio para los estándares de las construcciones de esa zona de Cancún, tenía una alberca iluminada, una parrilla montada en el muro que bordeaba los límites de la casa y un juego de muebles de patio. Por toda la extensión del mismo, había pequeños grupos de mujeres platicando.
—Toma —dijo Alejandra extendiéndole un cigarro a Carla.
—Gracias —Carla dejó ir un suspiro mientras hacía un barrido relámpago de los grupos de chicas que estaban en derredor suyo—. ¿Qué estamos haciendo aquí? —preguntó en un tono que rayaba en la desesperación.
—Es cumpleaños de Alicia y no podías dejarla mal.
—No soporto verlas juntas —Carla bebió de su cerveza.
—Lo que yo no soporto —Alejandra encendió otro cigarro para ella—, es que Vera exagere esas demostraciones de amor cada vez que estás presente.
—¿Por qué me torturo de este modo? ¿Por qué no puedo simplemente terminar esta amistad malsana y olvidare de Alicia de una vez por todas?
—Somos humanas, Carlita, nuestras vidas estarían vacías y carentes de significado sin tanto drama.
—Ya no aguanto esto, ¿cuándo voy a entender que Alicia nunca la va a dejar? Tiene una vida muy cómoda a su lado y yo no puedo ofrecerle todo lo que ella le da —Carla abrió los brazos, señalando la casa y la alberca—. Además, si estuviera conmigo no le permitiría que se acostara con cuanta vieja quisiera —aquello último lo dijo con un tono agrio.
—Quizás es momento de aceptar que aún si dejara a Vera, tú y ella no estarían juntas —Alejandra contempló la punta de su cigarro que no se había encendido adecuadamente, se lo llevó a los labios y se apresuró a aspirar varias veces seguidas hasta que el tabaco tomó un tono naranja y comenzó a crepitar.
Carla se bebió su cerveza entera en dos tragos.
—Es cierto —su tono, más agrio que instantes atrás—. Esa es la triste realidad, Ale. Aún si no estuviese con Vera, Alicia y yo no podríamos ser nada —Carla contempló su botella vacía como si el paradero del contenido fuese un verdadero misterio.
—¿Otra? —preguntó Alejandra, señalando la botella con la mano derecha, en la cual sostenía su cigarro.
—Si no es mucha molestia.
—Ahora te la traigo —Alejandra le intercambio su vaso por la botella vacía y tomó camino hacia el interior de la casa.
Dos horas y algunas cervezas después, Carla estaba de un humor muy distinto al del inicio de la noche. Su mente parecía estar bastante ligera.
—Ya lo decidí. No tengo porque estar sufriendo por alguien que no me valora. Me voy a conquistar una chica guapa y me la llevo a la cama.
—Está bien. Sólo recuerda avisarme si te vas en el auto de alguien más —aunque Carla parecía estar plenamente convencida de aquel plan, a Alejandra le resultaba casi risible esa máscara de niña mala que intentaba portar.
—Sí —la mirada de Carla, clavada en una chica que estaba al otro lado de la alberca platicando con dos chicas más.
Alejandra siguió la trayectoria de la mirada de su amiga. La chica que había capturado su atención parecía ser apenas unos años más grande que ellas, vestía una camisa color lila con mangas de tres cuartos, unos jeans bastante anchos y mocasines negros. Su cabello era largo y lacio, y lo llevaba recogido en una cola de caballo que le recordó el modo en que Laura solía peinarse en sus épocas universitarias. No llevaba una sola gota de maquillaje, y su lenguaje corporal le confería una presencia bastante ruda; no, en definitiva aquella chica no era el tipo de Alejandra, pero si a Carla le gustaba, su deber de amiga era animarla. Además, todo parecía indicar que el interés era mutuo, pues la chica volteaba y sonreía constantemente.
—Está bonita —aseguró Alejandra, dándole un codazo a su amiga—. Y desde hace rato te está echando miradas coquetas.
—Sí, me di cuenta. Por eso me estaba dando valor con las cervezas.
—Pues no se diga más. ¡Ve por ella!
—¡Voy por ella! —Carla no se movió ni un centímetro.
—Vas a estar bien —Alejandra le dio un leve empujón por la espalda.
Carla aprovechó el impulso, asintió sin detenerse y comenzó a rodear la alberca. Cuando llegó hasta donde las chicas estaban platicando, se presentó con las tres. Después de un breve intercambio de formalidades, las otras dos chicas se disculparon, dejándolas solas. Alejandra distinguió claramente el tic nervioso de su amiga: dos de sus dientes superiores clavándose sobre el lado derecho de su labio inferior, mismo que para su buena suerte, era divino y se podía confundir fácilmente con coquetería descarada.
—¿Está contigo? —preguntó una chica morena de ojos color marrón y cabello negro, ondulado que le caía sobre los hombros descubiertos.
—Somos amigas.
—Menos mal —la chica se comió a Alejandra con la mirada.
Alejandra sonrió sin mostrar mucho interés.
—¿Te traigo algo de tomar? —preguntó Alejandra, moviendo su vaso vacío.
—Lo mismo que estás tomando.
—No tardo —quien le hubiese conocido, hubiera sabido al instante que Alejandra no sentía el menor interés en la morena que le estaba coqueteando tan descaradamente, pero ella parecía estar interpretando aquella hermeticidad como una invitación a esforzarse más por obtener su atención.
—Eso espero —respondió con un tono más intenso.
El tiempo parecía irse lento mientras Alejandra pretendía poner atención a la plática vacía de aquella chica cuyo nombre no recordaba, pero se negaba a retirarse del área de la alberca y perder de vista a Carla.
Carla por su lado, no parecía necesitar chaperón, estaba muy entretenida intercambiando besos con la desconocida de la cola de caballo. Aun así, Alejandra estaba convencida de que lo correcto en un caso como aquel, era estar al pendiente de su amiga.
La morena hablaba y hablaba sobre sus horas de gimnasio y las rutinas que le habían torneado las piernas y los glúteos, se daba vuelta frente a los ojos de Alejandra y le mostraba la firmeza de sus partes, tocándose y apretándose «¡Mira! ¿Ya ves? Es como magia» pero los ojos de Alejandra no se quedaban sobre ella más que los segundos necesarios para que no se sintiera completamente ignorada, luego regresaban a su tarea de cuidar a Carla.
Algunas personas más salieron al jardín, bloqueando la línea de visión de Alejandra, entorpeciendo su misión. Ella estaba por moverse un poco hacia su derecha, cuando escuchó la voz de Vera salir por todas las bocinas que el DJ había instalado para la fiesta. Vera, en el micrófono, pedía la atención de todas las presentes. El DJ bajó el volumen de la música drásticamente y puso «All the love in the world» de The Outfield, canción que Alejandra reconoció como la canción de Vera y Alicia; Alejandra sabía eso porque Carla siempre hacía burla respecto a que la canción era casi tan vieja como Alicia.
Alejandra miró a través de una de las ventanas del jardín, que daba hacia el interior de la cocina y que, en otras circunstancias, le hubiera permitido ver lo que sucedía en el comedor, pero no logró ver nada entre el mar de mujeres. Alejandra caminó hacia su izquierda, con la nariz aún pegada en el ventanal, cual si estuviera espiando en la casa de un desconocido. Entonces logró ver cómo Vera tomaba a Alicia de la mano y la conducía hacia la sala.
La respiración de Alejandra se agitó, presintiendo lo peor. Comenzó a caminar, cual poseída, hacia el otro lado de la alberca, tardando un poco más de lo debido en darse cuenta que Carla ya no estaba ahí. Miró en todas direcciones, Carla no estaba en el jardín. Alejandra se apresuró a entrar a la casa, intentando abrirse camino entre las capas y capas de gente conglomeradas alrededor de la sala; le resultaba imposible ver a Alicia o a Vera, pero el discurso estaba yendo por los mismos rumbos que ella había sospechado que lo haría.
Vera se paró sobre la mesa de centro de la sala; una diminuta pero fuerte mesa de mármol que podía resistir el peso de ambas sin problemas. Sin soltar el micrófono, Vera se internó más y más por los caminos románticos que había estado explorando desde que comenzó a hablar. No cabía duda, aquello era una propuesta de matrimonio. Alejandra necesitaba encontrar a Carla... y tenía que hacerlo pronto.
Vera terminó su discurso en menos tiempo del que Alejandra hubiera deseado. Mientras Vera se hincaba en una rodilla, la mirada de Alejandra encontró por fin a Carla, sus ojos desorbitados delataron que ella sí podía ver lo que estaba sucediendo desde el ángulo en el que se encontraba parada. La mano de Carla se sujetó del brazo de la chica de la cola de caballo y Alejandra supo que las rodillas la habían traicionado. Mientras Alejandra empujaba a las presentes para abrirse paso, fue captando las distintas reacciones que aquella escena estaba provocando. Había quienes lo consideraban una cursilería, pero también quienes estaban sinceramente conmovidas. Los ojos de Carla se llenaron de lágrimas y su labio inferior comenzó a temblar descontrolado. Alejandra volteó hacia el centro de la vorágine de mujeres que se había formado en la sala: Vera le estaba colocando el anillo de compromiso a Alicia.
Cuando Alejandra por fin llegó hasta su amiga, se disculpó con la chica de la cola de caballo y se llevó a Carla fuera de la casa.
—¡Vámonos, Carlita! No le des el gusto de verte así.
El cuerpo entero de Carla temblaba como una gelatina, las lágrimas fluían en torrentes que quedaban impresos en la ligera capa de maquillaje que se había aplicado para la ocasión. Alejandra pasó su brazo izquierdo sobre los hombros de su amiga mientras que con la mano derecha la sostenía por la cintura.
Desbaratada en llanto, Carla se sentó en el lado del copiloto mientras Alejandra le sostenía la puerta. Alejandra rodeó el auto a toda prisa, subió y le puso el cinturón de seguridad a Carla; puso el auto en marcha, se echó en reversa, y cuando logró salir del estrecho espacio en el que se había estacionado, se fue del lugar tan rápido como le fue posible.
Sábado.
Alejandra estaba en su cocina sirviendo dos tazas de café. El sol iluminaba cada rincón de su comedor, su sala y su cocina. Con ambas tazas en mano, se dirigió hacia la habitación. Al sentirla entrar, Carla se incorporó a medias. Sus ojos aún estaban adormilados y su cabello tenía un parecido increíble a un nido de grulla.
—Buenos días —dijo Alejandra en voz baja y le dio una de las tazas mientras se sentaba a su lado.
—¿Qué hora es? —Carla se talló los ojos. Cuando por fin pudo aclarar un poco su vista estiró la mano derecha para tomar la taza mientras se sobaba las sienes con la izquierda.
—Casi mediodía.
—No recuerdo cómo llegamos aquí —Carla se aclaró la garganta al notar lo ronca que se escuchaba su voz.
—No te preocupes, yo te cuidé.
—¿Me haces un resumen?
—Nos fuimos a la Zona Hotelera a recorrer bares, bebiste el equivalente a tu peso en vodka y como a eso de las cuatro, lo sacaste todo de la manera menos elegante que te puedas imaginar.
—Sí, esa parte la recuerdo vagamente, estábamos por llegar al auto cuando...
—Por tu propio bien que cantaste Guadalajara antes de llegar a mi auto —interrumpió Alejandra—, si lo hubieras manchado, te bajaba a medio camino y te dejaba abandonada a tu suerte.
—No serías capaz —Carla sonrió, sabiendo que aquellas palabras carecían de peso, Alejandra la quería mucho más de lo que quería a su auto.
—Nunca intentes comprobarlo —amenazó ella, para luego continuar con el relato—. De ahí te llevé por unas tortas de cochinita. Luego venimos para acá, te subí por las escaleras como pude, por cierto, ese cuerpo tan chiquito es engañoso, pesas como 300 kilos; luego te cambié de ropa y te metí a la cama.
—¡Qué pena! —Respondió Carla, intentando acomodar un poco su cabello sin lograr ningún cambio significativo— Gracias por aguantarme en semejante estado.
—No pasa nada —la mirada de Alejandra era sincera—. ¡Tómate el café, te sentará bien!
—Seguro soy la persona más patética del mundo —Carla sopló sobre su taza y por fin dio el primer trago, sintiendo que el alma le regresaba al cuerpo.
—Ya deja de torturarte, no sirve de nada.
—Ya no quiero sentir todo esto que siento por ella, de verdad que ya no quiero, pero no sé cómo dejar de hacerlo.
—No creo que haya quien sepa cómo.
—¿Cómo le hiciste para dejar de amar a Laura?
—Dejé de creer en el amor —respondió Alejandra, casi sin darse cuenta de lo que estaba diciendo—. Me convencí de que eso que todos llaman amor es sólo un espejismo que inventamos para intentar darle significado a nuestras vidas; que la felicidad es mítica y que uno desperdicia años enteros soñando con algo que no existe. Y cuando por fin creemos que lo hemos encontrado, nos obsesionamos, causándonos más miseria que otra cosa, pero convencidos de que esa es la razón de nuestro existir.
Carla no respondió.
—Somos tan tontos —continuó Alejandra—, que no nos damos cuenta de que eso que llamamos felicidad, no es más que compartir dos desdichas que en efecto se complementa pero solamente para crear una desdicha más grande.
—¿Ese es el costo de dejar de amar a alguien? —Carla tenía una expresión de pánico en el rostro—. ¿Dejar de creer en el amor y la felicidad?
—Me preguntaste qué hice —Alejandra se encogió de hombros—, pero en ningún momento dije que fuera una receta universal.
Carla suspiró, aliviada en parte y por otro lado, al borde de la desesperación.
—Todos somos distintos —comenzó Alejandra una vez más—, lo que le funciona a unos puede resultar inservible para otros; el único consejo real que puedo darte es que no esperes una eternidad para comenzar a ocupar tu mente en otras cosas.
—Quiero sacármela del corazón, olvidarla, matar todo rastro de lo que siento por ella. Quiero aplastar ese sentimiento a tal grado, que la próxima vez que la vea, mi corazón no reconozca siquiera que alguna vez sufrió por ella
—Cuando descubras cómo lograrlo, aquí estaré para ayudarte.
—Creo que tengo una ligera idea de por dónde comenzar, ¿puedo usar tu teléfono?
Tres de la tarde.
El timbre sonó dos veces. Carla estaba recostada en el sofá con la cabeza apoyada en el regazo de Alejandra. Se incorporó al tiempo que se secaba las lágrimas, mientras Alejandra se ponía de pie para ir a abrir la puerta.
Patricia y Valeria entraron al departamento cargando varias bolsas de supermercado; pasaron de largo hacia la cocina, apenas saludando por mero protocolo. Acto seguido, comenzaron a vaciar las bolsas sobre la barra: vasos desechables, alcoholes diversos, jugos en variedad de presentaciones, hielos y pizza; esa era la lista de materiales que, de acuerdo con Carla, se requerían para el exorcismo que pretendía realizar sobre su cuerpo y ese espíritu maligno que lo había poseído por años.
Alejandra se pasó el resto de la tarde y gran parte de la noche preparando bebidas para sus tres amigas, cuidando que ni una sola gota de alcohol fuese a parar sobre sus muebles.
Carla se pasó la tarde bebiendo y cantando el repertorio completo de José-José en el sistema de karaoke de Alejandra.
Carla estaba cantando «amar y querer», cuando Patricia se acercó a pedir una «paloma».
—Te la debo, ya no tenemos tequila —Alejandra le mostró la botella vacía.
—¿Ya nos la acabamos? —Patricia estaba sorprendida—. ¿Pues qué hora es? —preguntó, poniendo la botella de cabeza y sacudiéndola, como queriendo comprobar por sí misma si la conclusión de Alejandra era correcta.
—Es medianoche, trío de borrachas.
—¿Qué pasa? —Valeria se acercó al ver que Patricia y Alejandra debatían algo.
—Ya no tenemos alcohol —respondió Patricia con genuina consternación.
—¡No! —El tono de Valeria mucho más arriba de sus decibeles normales— Y nosotras que decíamos que era demasiado alcohol y que Carlita estaba loca si pensaba que nos lo íbamos a acabar entre las tres.
Una de la mañana.
—No creo que nos dejen entrar al «Rainbow Room» en el estado en el que vienen —dijo Alejandra mientras estacionaba el auto—. Si yo fuera el cadenero las mandaría derechito a su casa.
—¿Y tú crees que los bares se hacen de dinero gracias a su consciencia social? —preguntó Valeria, que era la menos ebria de sus tres acompañantes.
«Y no me importa nada, nada —cantaba Carla, disfrutando al máximo de su estado desinhibido— que rías o que sueñes, que digas o que hagas»
—¿Alguien sabe cómo se apaga el karaoke ambulante? —preguntó Alejandra, señalando a su amiga con el dedo pulgar.
Una vez dentro del bar, Alejandra se apresuró a encontrar una mesa cercana a la pista de baile, que no requiriese de subir ni bajar escalones, dado el riesgo que eso representaba para la integridad física de sus amigas. Habiéndolas dejado instaladas, Alejandra se retiró hacia la barra.
—¡Buenas! —Dijo Armando en un tono que delataba el doble sentido característico de su exceso de confianza—¿Qué te sirvo?
—Cuatro aguas minerales, varios limones y un poquito de sal, por favor.
—¿Es broma? —Armando frunció el ceño.
—Esas tres teporochitas no van a notar la diferencia —respondió Alejandra, señalando a sus amigas.
—¿Y crees que este negocio va a prosperar si me preocupo por toda la gente que llega en mal estado?
—¿Y crees que te quedarás sin chamba por evitar tres congestiones alcohólicas?
Armando hizo una mueca, exhaló en clara señal de descontento y movió la cabeza en forma negativa mientras se sacaba el palillo de dientes de la boca. Miró a las amigas de Alejandra. Suspiró. Se metió el palillo de dientes a la boca una vez más y comenzó a servir hielos.
—Toma —dijo finalmente, mientras colocaba sobre la barra todo lo que Alejandra había pedido.
—Gracias —Alejandra pagó sus aguas minerales y dejó más propina de la que hubiera dejado si aquellos hubieran sido vasos con alcohol, luego exprimió unas gotas de limón sobre cada uno de los vasos y les echó una pizca de sal. Revolvió el contenido de cada uno y regresó a la mesa. Le dio un vaso a cada una y se quedó con uno. Ellas bebieron; ninguna notó la diferencia.
Más tarde, mientras sus amigas bailaban y brincaban en la pista, Alejandra se acercó a la barra por una segunda ronda de agua mineral. Acababa de apoyarse contra la barra cuando sintió una presencia a su lado. Al voltear, se encontró con los ojos coquetos de Lorena.
—¿Alguna es tu novia?
—Sabes que esas cosas no se me dan.
—¿Bailas?
—Seguro.
Lorena sostuvo su cigarro con la mano izquierda; con la otra, tomó la mano de Alejandra y la llevó a la pista. Mientras bailaban, Alejandra notó la mirada inquisitiva de Valeria; Patricia y Carla estaban demasiado entretenidas para notar que Alejandra ya no estaba bailando con ellas.
Antes de que la canción terminara, Alejandra y Lorena ya estaban intercambiando fluidos efusivamente. Alejandra moría de ganas de salir del bar, llevarse a Lorena y hacerle cosas que solamente le hacía a ella, pero su conciencia le repetía que no podía dejar a sus amigas ahí; no en el estado de intoxicación que se encontraban, no cuando ella había sido quien había aceptado que salieran a bailar y se había comprometido a cuidarlas. Ellas quizás no recordarían aquella promesa al día siguiente, pero Alejandra sabía que no sería capaz de vivir con la culpa si algo le sucediese a alguna. Contra toda hormona de su cuerpo, Alejandra se apartó de Lorena y respiró profundamente, intentando con todas sus fuerzas, apagar las ganas que Lorena encendía en su interior.
Justo en el momento en que Alejandra estaba buscando los ojos de Lorena para decirle que ese encuentro no podría acabar del modo que lo habían hecho los anteriores, dos siluetas junto a la entrada llamaron su atención.
—¡No, no, no! —dijo casi sin darse cuenta, al momento en que reconoció a Vera y Alicia.
—¿Qué pasó? —Preguntó Lorena, volteando en la misma dirección—. ¿Esa es la razón por la que tu amiga está así?
—Sí. Tengo que sacarla de aquí antes de que esto se ponga muy feo —Alejandra miró a Lorena, sintiéndose desdichada por tener que irse tan abruptamente—. Me tengo que ir, lo siento mucho.
—No hay problema —Lorena, despreocupada—. Las amigas están primero —sonrió—; la próxima vez será —le dio un beso y luego caminó tranquilamente hacia la barra.
El cuerpo entero de Alejandra tembló al ver a Lorena alejarse. Volteó hacia la mesa de sus amigas y en los pocos segundos que le tomó llegar hasta allá, varias cosas sucedieron: Alicia se había acercado a saludar, pero Carla había volteado el rostro para recibir el beso en los labios en lugar de la mejilla. Vera se alteró y empujó a Carla con ambas manos sobre su pecho. Valeria se metió entre las dos, intentando calmar los ánimos alterados.
—¿Qué te pasa? ¿Qué crees que estás haciendo? —reclamó Vera, mirando a Carla.
—¡Tranquila! Fue un accidente —dijo Valeria, mirando a Vera—. ¡Vámonos, Carla! Estás muy mal —tomó a su amiga de un brazo y la jaló para alejarla del alcance de Vera.
—¡No quiero irme! —reclamó Carla, jalando su brazo para zafarse de Valeria.
Alejandra llegó a la mesa, se paró frente a Carla y colocó sus manos sobre las mejillas de su amiga.
—Carlita, ya vámonos, ¿sí? Estás muy mal, necesitas dormir.
Carla frunció el ceño, como si Alejandra le hubiese hablado en un idioma desconocido.
—Ya es tarde, ¿nos vamos? —insistió ella.
—Sí, sácame de aquí, Ale.
—¿Dónde está Paty? —preguntó Alejandra mirando a Valeria.
—En el baño. Voy por ella, les alcanzo en la puerta.
Alejandra miró a Vera, disculpándose en silencio por la actitud de una Carla bastante alcoholizada. Vera asintió, intentando ser comprensiva. Alicia no miró a Alejandra. Alejandra abrazó a Carla y la sacó del lugar.
—¿Por qué no me ama, Ale? ¿Qué hay de malo en mí? —Carla, tambaleante bajo la brisa fresca.
—No hay nada de malo en ti —Alejandra la sostenía mientras esperaban a Valeria y Patricia.
—¿Entonces? ¿Por qué no puede amarme? —el tono de Carla sonaba como el de una niña de cinco años que no entiende por qué su mamá no quiere comprarle un dulce.
—Esa no es la pregunta correcta, Carlita. La verdadera pregunta es ¿por qué sigues amándola después de todo el daño que te ha hecho?
Los ojos de Carla se llenaron de lágrimas, pero ella no dejó que una sola se escapase de su control; respiró profundamente y asintió. Luego miró a su amiga a los ojos.
—Ya no más, Ale. Esto se termina aquí.
—¡Vámonos! —dijo Valeria cuando salió del lugar sosteniendo a Patricia.
Alejandra miró a Carla y asintió en silencio sin responder a la promesa que acababa de hacer; con la esperanza de que en la mañana aún recordase ese instante de lucidez, Alejandra la llevó hacia el auto mientras Valiera llevaba a Patricia justo detrás.
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