21Vicios
—Aún no puedo creer que Miguel te haya llamado —Alejandra se puso un cigarro en los labios, después inclinó la cajetilla hacia Laura, ella le dijo que no con un movimiento de su cabeza.
—No, gracias, ya no fumo. Tu hermano está mucho más despierto de lo que crees, Ale.
—¿Despierto? Entre tanta porquería que se mete, no creo que sea posible —Alejandra se rascó el ojo izquierdo y sintió la hinchazón característica que toda la vida le había impedido ocultar que había llorado.
—No le das crédito suficiente. Los problemas de tus papás les afectaron a los tres, pero de todos ellos tú fuiste la única que ya no vivía en esa casa. Tú fuiste quien menos tuvo que soportar ese ambiente viciado.
—Pero no usé eso como pretexto para refugiarme en los químicos.
—Cada quien lidia de modos distintos con sus problemas, lo sabes bien —Laura señaló el cigarro que Alejandra tenía en la boca—. La única diferencia entre Miguel y tú es en qué tipo de droga gastan su dinero.
—¡Dime que no estás comparando los cigarros con la cocaína! —el tono de Alejandra llamó la atención de dos señoras que estaban caminando hacia el estacionamiento del hospital.
—La finalidad es la misma: un escape; y los resultados son comparables en un nivel general: ambos están destruyendo sus cuerpos de formas distintas.
—Esa es una visión muy fatalista, no puedes comparar el cigarro con las drogas psicotrópicas —Alejandra se estaba alterando.
—Tranquila, no estás viendo el punto al que quiero llegar.
Alejandra respiró profundamente y le hizo una señal de que continuara.
—No estoy comparando los productos, sino la intención con la que tú has terminado por tomar un vicio y la intención con la cual tu hermano se ha refugiado en otro.
—De acuerdo —respondió Alejandra—. Las cosas se pusieron tan mal, que los tres necesitábamos algún escape. Pero esa situación se acabó hace mucho.
—¿De verdad? ¿Estás diciéndome que vivir hoy día con tu mamá es más fácil que cuando tu papá aún estaba en esa casa?
Alejandra no respondió. Recordó pleitos, reclamos, gritos sin razón. La naturaleza explosiva de su mamá hacía que la convivencia con ella fuese muy difícil.
—¿Estás diciendo que el comportamiento de Miguel es justificable? —Alejandra colocó la palma de su mano sobre su ojo izquierdo, con la secreta intención de que un instante de presión ayudase a bajar esa hinchazón delatora.
—No. Solamente estoy diciendo que tienes que darle una oportunidad y abrirte a escucharlo. Miguel necesita tanta ayuda como la va a necesitar Raúl y tú puedes ser la persona que haga la diferencia en su vida.
—Nunca he podido acercarme a él; a ninguno de los dos —Alejandra abrió la mano derecha, sosteniendo el cigarro entre sus dedos índice y medio y entonces colocó la palma sobre su ojo derecho.
—¿Lo has intentado?
—¡Claro que sí! —en el énfasis de su afirmación, olvidó que estaba intentando deshincharse el ojo, y azotó ambas manos en el aire; la ceniza se desprendió de la punta de su cigarro, estrellándose silenciosamente contra el pavimento.
—¿De verdad? ¿Cuánto te has esforzado? ¿Qué tan dispuesta a escuchar has estado?
Alejandra se quedó en silencio una vez más.
—No tienes ni la menor idea de quién es tu hermano y lo que hay en su cabeza. Hace meses, Miguel me buscó; dijo que necesitaba platicar. Me preguntó si podíamos ser amigos aunque tú y yo ya no estuviéramos juntas.
—¿Qué? —Alejandra miró su cigarro, que se había consumido casi completo sin que ella lo hubiese fumado— Pero si yo nunca le dije nada —apagó el cigarro en el pavimento.
—¡Exacto! Y no tuviste que decirle que estuvimos juntas ni que ya no lo estábamos para que se diera cuenta de ambas cosas.
Alejandra sacó otro cigarro, se lo colocó entre los labios y lo encendió.
—¿Estás aquí para verlo a él?
Laura asintió en silencio.
—Está allá adentro —Alejandra señaló el hospital con un movimiento de su cabeza.
—También estoy aquí para ti.
—Lo sé, y te lo agradezco, pero como sea yo tengo a Oscar y un poco a mi papá; él no tiene a nadie.
Laura abrazó a Alejandra por un instante, luego se puso de pie y entró al hospital.
Martes.
Laura estaba hablando con Miguel en unas sillas bastante alejadas de donde estaba Alejandra. Ella los observaba pero no podía escuchar su conversación. Alejandra estaba sorprendida con la escena: los ojos de Miguel clavados en Laura, poniendo atención a cada palabra que ella decía. Mientras tanto, ella se preguntaba en silencio cómo ayudarlos a él y a Raúl. ¿Había sido demasiado egoísta al desentenderse de todo lo que pasaba en esa casa, al irse sin mirar atrás en cuanto tuvo la oportunidad, al nunca querer ver que ella no era la única afectada por la neurosis de su mamá? Claro que sí.
Alejandra exhaló ruidosamente.
El doctor Echeverría, un hombre chaparrito, calvo y subido de peso, con la cabeza redonda y la piel morena y lampiña, salió de la habitación de Raúl, acompañado por los papás de Alejandra.
—Raúl va a ser dado de alta mañana en la mañana, de ahí vamos a trasladarlo a la unidad de psiquiatría. Va a tener que estar ahí por lo menos un mes. Después, dependiendo de su progreso, podremos determinar si puede regresar a su casa con terapias semanales, o si tiene que quedarse más tiempo internado.
—¿Está diciendo que lo van a tener encerrado aquí un mes? —preguntó doña Isabel, histérica.
—Así es, señora.
—¡No puede encerrar a mi hijo sin mi consentimiento!
—Si su hijo no recibe el tratamiento adecuado, no tardará mucho en volver a intentar algo como esto.
—¡Mi hijo no está loco, no voy a dejar que lo encierren con un montón de locos para que se deprima más!
—Isabel, tranquilízate —intervino don Fabián, colocando su mano sobre los brazos cruzados de su ex esposa.
—Señora, nadie está diciendo que su hijo esté loco —dijo el doctor Echeverría con suma tranquilidad—. Raúl sufre de una depresión severa y necesita atención.
—¡No! ¡No lo voy a permitir! —dijo doña Isabel, al borde de los gritos y regresó a la habitación de Raúl sin dar más oportunidad a que el doctor le diera argumentos.
Alejandra miró a Laura y Miguel del otro lado del pasillo, ambos atentos a todo lo que acababa de suceder.
El doctor miró a don Fabián.
—Señor Soto, sé que es una decisión difícil, pero tiene que hablar con su ex esposa y hacerle entender que es absolutamente necesario que Raúl reciba este tratamiento. Si no contamos con la autorización de ambos padres, no podremos admitirlo.
—Sí, doctor, no se preocupe —don Fabián, cruzado de brazos, bajó la cabeza—. Voy a hablar con ella.
—Con permiso —dijo el doctor, luego le regaló una mueca de compasión que don Fabián no vio y entonces se marchó.
—Propio —respondió don Fabián.
Alejandra se acercó a su papá; Laura y Miguel también.
—¿Estás bien? —Alejandra posó la mano sobre el hombro de don Fabián. Eran tan pocas las muestras de cariño que se habían dado en toda una vida, que Alejandra no estaba segura de cómo hacerlo.
—Sí, pero tu mamá es imposible.
Miguel no se detuvo cuando llegó a donde estaban su papá y su hermana. Siguió de largo hacia a la habitación de Raúl sin decir nada; Laura se acercó para disculparse, diciendo que regresaba en un momento.
—Mi mamá tiene que entender que Raúl necesita este tratamiento —continuó Alejandra después de la breve interrupción.
—Es tu mamá, Ale. La conoces —don Fabián, frustrado, acariciándose las sienes mientras tomaba asiento.
—El hecho de que sea terca no quiere decir que le permitas salirse con la suya en esto, papá; es la vida de Raúl la que está de por medio. Esto no es una pelea por cosas materiales en la que puedes darte el lujo de ceder ante sus peticiones ridículas como lo hiciste durante el proceso de divorcio.
Don Fabián, encorvado, se llevó la mano derecha a la nuca y comenzó a darse un masaje con los dedos índice y medio.
—Tienes que ponerte recio, papá —continuó Alejandra, reconociendo la pose que su papá tomaba cuando se sentía sumamente tenso—. Tienes que hacerle entender las cosas.
Miguel salió de la habitación. Cerró la puerta y se marchó en silencio. Doña Isabel salió detrás de él, se acercó a su ex esposo y a su hija, llorando. Don Fabián se puso de pie.
—Está bien —comenzó doña Isabel entre lágrimas y sollozos—. Está bien. Si eso es lo que quieren, voy a firmar, pero si algo le pasa a mi niño, voy a demandar a este hospital y hacer que lo cierren para siempre.
Alejandra se puso de pie, caminó a toda prisa hacia el elevador, cuando llegó a la planta baja, salió y se apresuró hacia la entrada principal del hospital. Miguel estaba terminando de encender un cigarro. Alejandra se paró a su lado, sacó un cigarro y lo encendió. Quiso sonar casual, pero no estaba segura de cómo hacer eso con su hermano.
—¿Qué le dijiste?
—La verdad —Miguel miraba al horizonte, sobre la avenida Bonampak por entre los edificios hacia donde se alcanzaba a ver una fracción de la laguna Nichupté.
—¿La verdad? —Alejandra lo miraba a él, intrigada.
—Que si ella no firma y Raúl se muere, ella nunca se lo va a perdonar... y va a tener toda la razón.
Miércoles.
Alejandra, Oscar y Laura estaban en un bar de la avenida Yaxchilán, cada uno con una cerveza; en el centro de la mesa, estaba una bandeja negra rectangular con alitas de pollo, dedos de queso, aros de cebolla, nachos y papas a la francesa.
—Sigo sorprendida del modo en que Miguel hizo entrar en razón a mi mamá —dijo Alejandra y después le dio un trago a su cerveza.
—¿Qué va a pasar ahora? —preguntó Oscar.
—Para empezar va a estar internado un mes —contestó Laura, al ver que Alejandra seguía con la cerveza empinada—. Ya luego decidirán si se puede ir o si tiene que quedarse más tiempo.
—¿Vas a poder visitarlo? —Oscar miró a Alejandra.
—Sí, pero el doctor le dijo a mi papá que la primera semana estará bajo observación, ya que tengan más o menos un perfil de su caso podrán determinar la frecuencia y el horario de visitas que mejor se ajusten a sus necesidades.
—No pensé que fuera tan complejo —Oscar también le dio un trago a su cerveza.
—Yo tampoco, pero honestamente esto me hace pensar que realmente ponen atención a las necesidades individuales de sus pacientes —contestó Alejandra.
El celular de Laura comenzó a sonar; ella se puso de pie, disculpándose y se retiró.
—¿Cómo estás? —preguntó Oscar, inclinándose hacia su amiga y bajando el tono de su voz.
—Bien, ya estoy tranquila. Sé que mi hermano recibirá la ayuda que necesita. Me preocupa un poco lo que pasará después, pero será mi papá quien tenga que intervenir. No hay nada más que yo pueda hacer al respecto.
—No me refiero sólo a Raúl —Oscar miró a Laura a través del cristal, ella estaba dando vueltas en el mismo pedacito de acera mientras hablaba por teléfono.
—Estoy bien —Alejandra la observó en silencio. Luego regresó la vista hacia su amigo—. Laura ha estado al pendiente de Miguel. Ha sido maravillosa con él —la mirada de Alejandra se fue hacia ella una vez más.
—¿Estás segura de que estás bien? —insistió Oscar después de algunos segundos de silencio.
—Sí, flaquito —Alejandra regresó su atención a la mesa—, todo bien.
Laura regresó a la mesa pero no se sentó. Sacó un billete de doscientos pesos de la bolsa de sus jeans y lo dejó sobre la mesa.
—Tengo que irme —miró a Alejandra—. ¿Vas a estar bien?
—Sí. Gracias —ella se puso de pie.
Laura la abrazó y le dio un beso en la mejilla.
—Lo que necesites, avísame. ¿De acuerdo?
—Te lo prometo.
—Disculpa que tenga que irme así, pero estoy segura que me entiendes.
—No te preocupes —aseguró Alejandra.
Oscar se puso de pie. Laura le regaló un abrazo largo y lleno de sentimiento.
—¡No te pierdas! —dijo él.
—No. Te llamo en estos días para ponernos al corriente en chismes.
Oscar sonrió.
—Nos vemos, Ale —dijo, mirándola nuevamente.
—Adiós, Lau.
Cuando ella se marchó, Oscar tomó asiento una vez más. Alejandra se empinó la botella, acabándose la mitad restante de su cerveza en un sólo movimiento.
—Sí, se nota que vas a estar bien.
El mesero se acercó para llevarse la botella.
—¿Te traigo otra? —preguntó el chico, señalando la botella de cerveza.
—Sí, por favor —respondió Alejandra.
La mirada reprobatoria de Oscar era demasiado pesada como para ser ignorada.
—¿Aún está en pie la invitación a la boda de Marco?
—Seguro... pensé que me dirías que no.
—¿Cuándo es?
—Aún faltan un par de meses.
—Cuenta conmigo.
Oscar le dio otro trago a su cerveza, preguntándose en silencio cual tendría que haber sido la cadena de pensamientos en la cabeza de Alejandra que le llevase a pensar en la boda de Marco. No había relación aparente, lo cual solamente podía significar una cosa: era una táctica de evasión.
—Ahora, regresando al tema de Laura —insistió él.
—¡De verdad, flaco! ¡No quiero hablar de ella!
El resto de la noche, Oscar se la pasó tratando de hablar acerca de Laura; y Alejandra, haciendo todo lo posible por evitar el tema.
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