15Femme Fatale
Junio de 2009.
Ningún remedio fue absoluto y ciertamente ninguno fue mágico tampoco. Los libros de superación personal no dieron resultado, tampoco la terapia de shock, mucho menos los manuales de cómo convertirse en algo que Alejandra no era; dejar la tarjeta de crédito ahorcada para hacer un cambio de guardarropa completo fue infructuoso, y tirar toda su música para reemplazarla con ritmos que no pudiera asociar con Laura resultó igualmente inútil.
Lo cierto era que el único remedio infalible parecía ser el tiempo. Sin embargo, el tiempo no trabajaba lo suficientemente rápido.
Una de las ideas más catastróficas de Oscar durante esa época, fue inscribir a Alejandra a varias páginas de citas; sin decirle nada al respecto, creó un perfil con sus datos y una foto que le había tomado con el celular. Ignorante de lo que estaba sucediendo, Alejandra fue tomada por sorpresa cuando los correos comenzaron a invadir la bandeja de entrada de su correo personal.
—¿Cómo te atreves, flaco? —Reclamó Alejandra apenas tuvo oportunidad de sentarse a desayunar con él— Eres un desgraciado —Alejandra bañó sus waffles con jarabe de maple.
—Deberías darme las gracias; Dios sabe la falta que te hace que te den hasta por las orejas —Oscar le dio un mordisco a su tira de tocino.
—¡Cerdo!
—¡Oinc!
Alejandra sonrió involuntariamente.
—Sonreíste: me salvé.
—Te va a llevar años estar a salvo de mi ira —Alejandra seguía sonriendo, aún a sabiendas de que eso ocasionaría que Oscar no se tomara en serio sus amenazas—. No tienes idea de la clase de locas que han intentado contactarme.
—No las quieres para casarte. Deberías salir con alguna.
—No sabes lo que dices —Alejandra bebió más de la mitad de su taza de café.
—¿Qué es lo peor que podría pasar?
—¡Que acabe en una tina entre hielos y sin riñones! —respondió Alejandra, haciendo referencia a la leyenda urbana tan popular de finales de la década de los noventa.
—Te llegaron demasiados correos basura cuando eras chamaca —Oscar la señaló con su tenedor—. De verdad, deberías intentar salir con alguna de ellas. De mínimo te echas una buena pata, descargas tu exceso hormonal y quizás tu sentido del humor regrese eventualmente.
—A veces me pregunto cómo es que seguimos siendo amigos.
—Lo sé, pero aún tengo esperanzas de recuperar a la Alejandra de antaño —Oscar le regaló su mejor sonrisa cínica.
—¡Qué gracioso te pones por las mañanas!
Con el paso de los días, los correos que antes se iban directo a la bandeja de eliminados, comenzaron a carcomer la mente de Alejandra con una curiosidad que no lograba explicarse a sí misma. Casi sin darse cuenta, revisar los que se veían prometedores o por lo menos un poquito interesantes, se convirtió en parte de su rutina matutina. Llegar al trabajo, prepararse un café, leer los correos de mujeres solteras en busca de: amistad, una relación sería, sexo casual, diversión sin compromisos o una aventura inolvidable.
Después, decidió entrar a una de las páginas y cambiar el perfil que Oscar le había creado por uno que fuese más apegado a la realidad; aprovechando el viaje, añadió algunos filtros a la búsqueda que Oscar había dejado abierta.
«Con razón me llegan tantos correos —pensó, cuando descubrió que Oscar no había limitado el rango de resultados en ninguno de los campos de búsqueda—, este inútil no discrimina.» Alejandra comenzó por establecer un rango de edad: 22 a 28; después, los pasatiempos: lectura, música y películas de arte. Más tarde decidió qué nivel socioeconómico y educativo deseaba en las personas que quería conocer. Cuando terminó de meter todas sus exigencias en los filtros, estaba convencida de que el sistema de búsqueda de compatibilidad no le arrojaría resultados por mucho tiempo.
Al día siguiente, tenía únicamente tres correos. Su corazón se aceleró al darse cuenta que había tres personas que, aparentemente, llenaban el perfil de mujer que encontraba atractiva. El primero fue una desilusión total. La chica que la había contactado no llenaba el perfil de ninguna forma.
—No cumplo con tus expectativas, pero dame una oportunidad y podrías sorprenderte mucho de lo que encontrarás —decía su mensaje privado.
Alejandra sintió escalofríos al ver la foto. De primera instancia no supo si fueron los tatuajes de manga en ambos brazos o las siete perforaciones en la cara lo que provocó el rechazo inmediato. Más tarde concluyó que fueron ambas cosas. Cerró el correo y pasó al siguiente, ya con mucha menos emoción.
La segunda chica cumplía con el rango de edad y el tipo de físico que Alejandra había establecido en sus parámetros de búsqueda: Estatura media. Complexión delgada. Cabello largo, negro. Ojos negros con un brillo un tanto pícaro. Tez trigueña. Su rostro era afilado; su nariz, pequeña. Sus labios también delgados, estaban adornados con un color borgoña que resaltaba elegantemente sobre el tono de su piel. Su sonrisa parecía sincera aunque aquella fuese una pose de fotografía. Sus dientes superiores, a ojo de buen cubero, parecían perfectos. En conjunto, su rostro se veía tierno, pero con un pequeño toque de malicia que Alejandra encontró muy atractivo. Se llamaba Carla.
Alejandra sintió palpitaciones pero no en el pecho, sino en el sur de su cuerpo. Por primera vez en casi doce meses, Alejandra estuvo consciente de lo mucho que extrañaba las sensaciones que solamente el contacto con otro cuerpo podía brindarle. No respondió el correo, pero el rostro de Carla se quedó con ella el resto del día y regresó varias veces durante la madrugada; tres. Al día siguiente, Alejandra llegó al trabajo decidida a contactarla.
Aquel fue el correo corto que más tiempo le tomó redactar. Cuando por fin lo terminó, no sabía si enviarlo o no. Después de enviado, la expectativa de la respuesta fue razón suficiente para que su mente vagara por el limbo durante largos periodos en los que no encontró motivación para concentrarse en su trabajo. La respuesta llegó unos minutos antes del mediodía. La soltura con la que Carla escribía le dio la confianza para redactar su siguiente correo.
Varios días se fueron entre mensajes y sus respectivas respuestas. Cuando por fin ambas se sintieron listas para dar el siguiente paso y conocerse en persona, decidieron que ir a tomar algo sería lo más conveniente. Así, si no había química, podían pararse e irse sin tener que sufrir el engorroso proceso de una cena.
Alejandra llegó temprano al «Garden Lounge». Ordenó un vodka con agua quina y ocupó una mesa desde la cual tenía una vista estratégica. Cuando Carla entró, ella la reconoció de inmediato y pudo darse el lujo de observarla de pies a cabeza antes de que ella lograse localizarla. Si bien no era curvilínea como Alejandra había imaginado en sus fantasías nocturnas, su actitud de femme fatale compensaba la falta de atributos voluptuosos. Alejandra supo al instante que se la llevaría a la cama; la pregunta era cómo.
Carla la encontró por fin y comenzó a caminar hacia ella, sonriente. Entre el instante en que se vieron y el momento en que Carla llegó a la mesa, Alejandra solo tuvo tiempo para pedir un deseo: que platicar con ella no resultase una experiencia tortuosa.
Dos horas después resultó obvio que ambas estaban en busca de lo mismo. Ninguna había hecho el menor intento en indagar sobre la vida de la otra, manteniendo la plática en un plano completamente superficial, aunque entretenido. Carla le sonreía, se reía hasta del chiste más falto de gracia, se colocaba el cabello detrás de la oreja. Alejandra estaba completamente segura que Carla se quería acostar con ella, pero no tenía idea de cómo sacarla del bar para llevársela a la cama. Carla, por su parte, parecía ser la clase de chica que nunca daría el primer paso. Alejandra solamente sabía dos cosas, uno: que si no hacía algo al respecto perdería la oportunidad que se le estaba dando en bandeja de plata; y dos: que una propuesta demasiado agresiva terminaría por matar el interés de Carla.
A falta de experiencia propia, Alejandra terminó por recurrir al aprendizaje teórico resultante de cada película, serie y libro que había leído en su vida.
«A fin de cuentas —pensó— esto de las artes amatorias aplica igual para heterosexuales y gays.» Se disculpó para ir al baño. Necesitaba unos minutos para poner sus ideas en orden. Ya en la privacidad del baño, se miró en el espejo de cuerpo completo mientras recordaba a todo aquel personaje que había encontrado sexy. Respiró profundo y se aventuró a imitar la actitud sutil pero segura y sensual que todos ellos tenían en común. No tomaba gran cosa, solamente plantarse en lugar de estar encorvada, poner más peso en la intensidad de la mirada y sonreír como si uno supiese algo que los demás no sabían.
Ahora sólo necesitaba un plan. Para su desgracia, no podía piratearse eso de ninguna de las historias de las que estaba sacando su nueva actitud, puesto que Cancún no ofrecía las mismas opciones que las grandes ciudades americanas. «De aquí en adelante tendré que improvisar» se dijo.
De regreso a la mesa, Alejandra pasó por la barra, pagó la cuenta y con aquella actitud recién encontrada, caminó hacia Carla. Cuando llegó a la mesa, se acercó a ella y le dijo al oído algo que ella misma no recordaría después.
Carla se tomó de un trago lo que restaba de su bebida, acto seguido, dejó el vaso sobre la mesa y tomó la mano de Alejandra mientras ella la conducía fuera del bar. Subieron al ascensor y más tardó éste en cerrar sus puertas que Alejandra en lanzarse sobre Carla. Los cinco pisos de descenso le resultaron muy cortos; el camino al departamento de Carla, muy largo.
Era de día cuando Alejandra abrió los ojos. El cuerpo desnudo de Carla, tibio y relajado, fue lo que le confirmó que aquella no había sido una fantasía. En un instante pasaron varias cosas: Alejandra se hizo consciente de su propia desnudez, ráfagas de recuerdos de la noche anterior asaltaron su mente, un calambre se desató en su estómago. Durante algunos segundos, Alejandra no supo identificar si eran nervios, malestar estomacal resultante de las bebidas de la noche anterior, o hambre. Las imágenes se hicieron más nítidas en su cabeza: besos apasionados, la forma casi violenta en que se habían desnudado mutuamente, la sensualidad de los movimientos de Carla. Alejandra se puso de pie y comenzó a recoger su ropa. Entró al baño, se aseó lo mejor que pudo y se vistió.
«Huelo a sexo» pensó y después de unos instantes sonrió, satisfecha.
Cuando salió del baño, Carla seguía dormida.
—Carla —dijo ella, tocándole el brazo.
—¿Qué? —Carla hizo su mejor esfuerzo por levantar la cabeza.
—Ya me voy.
—¿Qué hora es? —Carla quiso quitarse los cabellos que le caían sobre el rostro, pero únicamente logró revolverlos más.
—Las ocho de la mañana.
—¿Tan temprano? —el peso de su cabeza la venció.
—Tengo cosas que hacer.
—Pero es domingo ¿no?
—Sí. Es domingo —Alejandra no encontró palabras que justificasen una huida tan temprana.
—Llámame ¿sí? —dijo Carla después de recitarle siete números.
—Sí —respondió Alejandra antes de marcharse.
Cuando Alejandra llegó a su departamento, la pantalla de la máquina contestadora anunciaba tres mensajes nuevos. Alejandra presionó el botón para comenzar a escucharlos y se fue a la cocina. La máquina comenzó a reproducir los mensajes mientras ella ponía la cafetera a funcionar.
—Ale, este es como el décimo mensaje que te dejo en la semana.
—¡Es solamente el tercero, mamá! —respondió ella, mirando a la máquina con el mismo rencor con el que hubiera mirado a su mamá de haberla tenido frente a frente.
—¿Por qué no me has llamado? Espero que tengas una buena excusa. A menos que te hayas roto los dedos de ambas manos, no veo razón para que no puedas levantar el teléfono y marcar mi número. ¡Llámame cuando escuches esto!
—¡Sí, sí! —murmuró ella mientras ponía dos cucharaditas de azúcar en su taza.
Un tono marcó el final del mensaje. Después de anunciar la fecha y la hora, comenzó el segundo.
—Chaparra ¿dónde andas? ¿Por qué no contestas el celular? Me voy a ir con unos amigos del trabajo a un rave y quería ver si te animabas. Si escuchas esto antes de las 11, me llamas.
—Ay, flaco —Alejandra dejó escapar un resoplido de burla— como si no supieras que me no me gusta esa música.
El tercer mensaje era solamente silencio y luego el sonido de un teléfono al colgar. El número era el de casa de su mamá. Aquello sí era de preocupación, porque según la máquina, aquella llamada había ocurrido a las 2 de la mañana. Muy a pesar de sus instintos, Alejandra levantó el auricular y comenzó a marcar el número de su mamá.
—¡Vaya! Hasta que te dignas.
—Hola, mamá.
—Te veía más seguido cuando vivías en Mérida.
—Mamá, los días que tengo libres, tú los tienes ocupados con tus amigas.
—¿Pues qué querías? Todas tenemos cosas que hacer entre semana.
—¿Todo bien, mamá? ¿Tú me marcaste a las dos de la mañana?
—A las dos de la mañana yo estaba en mi quinto sueño, no tendría por qué estarte llamando a esas horas.
—Es que tengo una llamada en la contestadora...
—¿Y tú como por qué no estabas en tu departamento a semejantes horas?
Alejandra cerró los ojos y respiró profundo, arrepintiéndose sobremanera de haber hecho aquella llamada. Se sirvió café y comenzó a deambular por su casa contestando a los reclamos de su mamá.
Diez de la mañana.
El teléfono timbró tres veces antes de que la voz adormilada de Oscar contestara.
—¿Estabas dormido, flaco?
—No. Estoy pasando por una segunda pubertad, por eso traigo la voz tan ronca. ¡Claro que estaba dormido!
—¿A qué hora entraste a tu casa?
—A las cinco. Mira, chaparra, no me lo tomes a mal, pero si no es el fin del mundo ¿podrías dejarme dormir y llamarme a una hora decente?
—Claro, flaquito —dijo Alejandra con un tono casi convincente —yo solamente quería invitarte a desayunar.
—¿Invitarme? —La voz de Oscar sonó mucho menos adormilada de modo instantáneo—. ¿Eso significa que tú vas a pagar?
—Sí, en efecto. Ah y también quería contarte que no pasé la noche en mi cama y que llegué a mi casa ya pasadas las ocho de la mañana —Alejandra alejó el teléfono—. Pero mejor te dejo dormir.
—¡Oye!, no. ¡Espera! ¡Cuéntame!
—¡No! —Alejandra ya tenía el teléfono cerca nuevamente— Mejor te dejo dormir y te llamo más tarde.
—¡No seas payasa, chaparra! ¡Cuéntame!
—Vamos a desayunar y te cuento todo.
—¿Pasas por mí? —la voz de Oscar parecía más una súplica que una petición— No creo poder manejar ahorita.
—Llego en veinte minutos.
Cuando Oscar subió al auto y se quitó los lentes oscuros para saludar, Alejandra casi pudo palpar su resaca.
—¿Estuvo divertido el rave?— gritó ella como si estuviera hablándole a una persona con discapacidad auditiva.
Oscar se retorció mientras se tocaba las sienes. Alejandra se rió.
—No sabes de lo que te perdiste, chaparra —dijo Oscar, cuando por fin se recuperó de aquella experiencia taladrante—. Estuvo buenísimo.
—Créeme, no me arrepiento de mi noche.
—¿Ya me vas a contar?
—Antes dime qué se te antoja desayunar.
—Unos chilaquiles verdes con mucho picante.
—Conozco el lugar perfecto.
Llegaron al restaurante, ordenaron y comenzaron a desayunar. Oscar comía sin parar mientras que Alejandra estaba más interesada en darle cada detalle de su noche, que en prestarle cualquier atención al platillo que tenía frente a ella.
—¿Y le vas a llamar?
—No creo.
—¿Por qué no?
Alejandra no estaba segura de las razones de su negativa, simplemente le parecía la respuesta adecuada.
—Mira —comenzó a decir Oscar—, el asunto es muy sencillo: está rica, sabe lo que hace en la cama y además estaba buscando lo mismo que tú ¿qué más puedes pedir?
—Llámame paranoica, pero a estas alturas estoy convencida de que debería dar las gracias de que las cosas se dieron así de bien y mejor no moverle más al asunto.
—Paranoica.
—Fue perfecto así, flaco. No tuve que enterarme de nada de su vida, no hubo drama, no hay historia y tampoco consecuencia. Si le llamo voy a terminar involucrándome en su vida y el siguiente paso siempre es el drama.
—Tienes problemas serios, chaparra; ya casi te ves casándote con ella y ni siquiera sabes si recuerdas el número que te dictó.
—Tengo buena memoria —Alejandra sonrió involuntariamente.
—Bueno, decidas lo que decidas, estoy muy orgulloso de ti. Saliste, te divertiste, te acostaste con alguien. Honestamente es mucho más de lo que esperaba lograr con esos sitios en los que subí tu perfil.
—Ni me lo recuerdes, que aún no te perdono por esa invasión a la privacidad —Alejandra por fin comió un bocado de su desayuno—, pero pasando a temas menos divertidos y más escabrosos: cuando llegué a mi casa en la mañana, tenía dos llamadas de mi mamá.
—Ajá.
Alejandra le contó a Oscar de la llamada perdida de la madrugada, él le dijo que quizás su mamá había marcado sin darse cuenta, o que quizás alguno de sus hermanos era sonámbulo. Ambos se rieron y Alejandra dio por cerrada su investigación de aquel misterio.
Esa tarde mientras limpiaba su departamento, Alejandra se sorprendió a sí misma recordando fragmentos de la noche anterior. Durante los siguientes dos días, esos mismos recuerdos le asaltaron en repetidas ocasiones.
El miércoles en la noche, Alejandra estaba en su cama trabajando unas ideas para un logotipo en su libreta de dibujo, cuando el recuerdo del cuerpo desnudo de Carla se apoderó de su mente una vez más. Casi sin darse cuenta, Alejandra mudó su creatividad a una página en blanco y comenzó a dibujar.
Carla de espaldas, desnuda sobre la cama con la sábana cubriéndole medio cuerpo, fue el resultado de aquel arrebato de inspiración. Alejandra se puso de pie y fue por una cerveza a la cocina. Regresó y observó el dibujo con detenimiento. Suspiró. Bebió de la botella sin dejar de ver el dibujo "¿Qué es lo peor que puede pasar?» pensó.
Alejandra tomó el teléfono.
Un timbrazo, dos, tres.
—¿Diga?
—¿Carla?
—Sí.
—¿Cómo estás?
—Bien... —respondió Carla, alargando un poco la palabra para darse tiempo de identificar la voz—. ¿Alejandra?
—Sí —Alejandra sonrió.
—¡Hola! ¿Cómo estás?
—Suenas sorprendida.
—Lo estoy, pensé que no me llamarías.
—¿Por qué?
—¿Cómo que por qué? Saliste huyendo en la mañana. Ni el correcaminos escapa tan rápido del coyote.
—Tenía cosas que hacer.
—Eso es lo de menos, lo que importa es que llamaste.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro