11Todo acaba, o lo que es igual: el amor no existe
Julio de 2008.
Un año y once meses fue el tiempo exacto que duró la relación entre Laura y Alejandra. El lado bueno de la relación fue maravilloso: los regalos románticos, las cenas a la luz de las velas, los desayunos en la cama, las sorpresas de cumpleaños, las canciones que Laura llegó a escribir para Alejandra; la aceptación incondicional de doña Elizabeth, los besos robados a escondidas cuando se encontraban en algún pasillo solitario de la escuela, el modo en que Laura le acariciaba la rodilla por debajo de la mesa cuando estaban en un café. El lado malo de la relación fue caótico y destructivo: los celos injustificados de Laura, la inestabilidad emocional de Alejandra, las constantes peleas sin razón; el miedo incesante de Alejandra a salir del clóset.
Durante el primer año de la relación las cosas buenas opacaron a las malas facilitando que Alejandra y Laura ignorasen los defectos y carencias de su noviazgo. Sin embargo, a mediados del segundo año, las cosas malas comenzaron a ganar terreno, dejando un saldo de números rojos: "¿Cómo acabó este libro debajo de la cama?», "¿Cómo se manchó con café mi código penal?», "¿Cómo llegó el talco para pies a mi trabajo final?».
Después comenzaron los problemas de otra índole: El estrés del último semestre de la escuela les invadió a tal grado, que en promedio cinco de las siete noches de la semana preferían dormir que hacer el amor. Aún había deseo pero no las suficientes energías para satisfacerlo; la frustración provocada por la escasez de sexo acarreó discusiones cada vez más frecuentes y cada vez más carentes de sentido.
Una tarde, después de que los exámenes bimestrales por fin habían terminado, Laura estaba tumbada en la cama, leyendo «la Odisea».
—Quiero ir al cine —Alejandra se dejó caer sobre la cama y comenzó a acariciarle el brazo.
—¿Qué película quieres ver? —Laura no apartó los ojos de su libro.
—«8 citas»
—Sabes que odio las comedias románticas —Laura suspiró, exasperada.
—No las odias —Alejandra se rió—, simplemente te cuesta admitir que te gustan.
—No, Ale. En verdad las odio —Laura cerró el libro y la miró a los ojos para demostrarle qué tan serio era aquel asunto—. Son absurdas, predecibles, tienen una banda sonora para nenas y no aportan absolutamente nada a tu vida.
—Esta es diferente, es española.
—Al final es lo mismo.
—Lau, no todas las películas tienen que ser de arte —Alejandra dejó de acariciarle el brazo a su novia—. Algunas son domingueras, son para divertirte un rato y ya, olvidarte del mundo y del estrés.
—Sería más sencillo tirar tu dinero directamente a la basura. Además te ahorrarías 90 minutos de masacre a tu intelecto.
—Realmente quiero ver esta película —Alejandra se puso de pie—. Si no quieres venir conmigo, perfecto; no vengas —se puso los zapatos que se había quitado antes de subir a la cama y comenzó a caminar hacia la puerta de la habitación—. No tires tu dinero, te veo en la noche.
—No pensaba hacerlo —Laura abrió su libro nuevamente—¡Que te diviertas!
Habían pasado varios años ya desde la última vez que Alejandra había ido sola al cine. Y no imaginó que aquella sería la primera de muchas que le seguirían durante los tres meses de agonía que le restaban a su relación con Laura.
Al salir del cine Alejandra recorrió la plaza de principio a fin y de regreso, repasando varias escenas de la película que le recordaban sus propias experiencias de los últimos meses; preguntándose si su relación estaba destinada a la misma fatalidad que acababa de ver en pantalla. Temió haber visto un reflejo de su propia vida y una profecía de lo que se avecinaba, pero aun habiendo identificado síntomas muy similares, no quiso emitir un diagnóstico definitivo; no quiso predisponerse a algo que podría nunca suceder.
Laura y Alejandra alcanzaron el punto más bajo de su decadencia durante la fiesta de graduación de Alejandra; esa noche todo se salió de control.
Haber sentado en la misma mesa a don Fabián y doña Isabel —los papás de Alejandra— fue la peor idea en la historia de las malas ideas; por si aquella no hubiese sido suficiente fórmula para el caos, Alejandra había accedido a las exigencias de su mamá de invitar a sus amigos de la preparatoria, grupo que incluía a Rodrigo, su ex-novio. Laura había puesto el grito en el cielo cuando se enteró, pero Alejandra le dijo que no tenía opción, que sus papás estaban pagando por los boletos para aquella cena y ella tenía que acatarse a sus exigencias y extravagancias.
Don Fabián llegó sólo, tal como ella lo había requerido, pero se pasó la velada entera platicándole a Rodrigo sobre lo maravillosa que era Karina, su novia. Doña Isabel se la pasó quejándose con Alejandra sobre todo lo que su papá hacía o decía. Sus hermanos estuvieron en sus respectivas burbujas toda la noche: Miguel estaba tan drogado, que se hubiera necesitado una palanca metálica para abrirle la quijada; Raúl no habló con nadie, no tocó su cena y se pasó la noche entera con la cara enterrada en un juego de video portátil.
Durante el postre, el padrino de graduación comenzó su discurso. Aprovechando el momento de confusión en el que todo mundo guardó silencio, Rodrigo logró sacudirse a don Fabián y fue a sentarse junto a sus amigas de la preparatoria: Perla, Carol y Gabriela, quienes se habían procurado entretenimiento criticando los vestidos de las graduadas, la cena, el salón, la iluminación, y hasta la selección musical del evento. Y ya con Rodrigo a su lado, se la pasaron riendo y hablando escandalosamente durante el discurso del padrino de graduación, provocando miradas furiosas provenientes de las mesas que rodeaban la suya.
Alejandra y Laura llegaron a casa cuando el reloj estaba por marcar las cinco de la mañana en punto; Alejandra estaba histérica. Se sacó el vestido a la fuerza, casi rompiéndolo en el proceso, lanzó sus zapatos sin poner atención a donde fueron a aterrizar, y luego se paró frente al tocador para comenzar a desmaquillarse con tanta fuerza, que Laura temió que se llevaría parte del rostro junto con las capas de polvo facial.
—¡Son unos idiotas! —gruñó Alejandra, frotando con fuerza un pañuelo sobre sus párpados—¡No quiero volver a verlos por el tiempo que me quede de vida!
Laura estaba irritada, pero permanecía en silencio. Se retiró los zapatos y abrió los dedos de ambos pies, sintiendo como si acabasen de ser liberados de una larga tortura. Después, valiéndose de complejos movimientos dignos de un contorsionista circense, logró bajar el cierre de su vestido; se lo quitó y lo lanzó sobre la cama.
—Y mis papás ¿qué necesidad de iniciar una discusión en la mesa? ¡Dios! ¡Ya supérenlo!
Laura se embadurnó el rostro con crema desmaquillarte y comenzó el proceso de retirarla con una toalla de manos húmeda. Por momentos las palabras de Alejandra venían en ráfagas que atravesaban su mente y entonces no podía evitar escuchar su berrinche, pero había instantes en los que lograba sumergirse en una burbuja de silencio y bloquear su voz por completo.
—¿Viste los ojos vidriosos de Miguel? ¿Cómo se atreve a presentarse así? ¡Y mi mamá que se hace la que no se da cuenta!
Laura dejó la toalla húmeda sobre el tocador y se dirigió al armario para sacar sus pijamas favoritos.
—Di algo ¿Quieres? —reclamó Alejandra, dejando de verse en el espejo por primera vez en el tiempo que llevaba su monólogo.
—¿Qué quieres que te diga? —Laura ya estaba en pijama y lista para meterse a la cama.
—¡Cualquier cosa que me indique que me estás escuchando!
—Te estoy escuchando —los ojos de Laura se veían tan intensamente fríos, que su sarcasmo resultó redundante.
—En serio, Laura, dime algo.
—No quieres escuchar todo lo que tengo que decir —esta vez no hubo nada de humor en su voz, solamente la frialdad de sus ojos.
—Esa actitud es lo menos que necesito en este momento.
—¿Quieres que diga algo? —preguntó Laura, usando ese tono que antaño Alejandra encontraba encantador; ese tono que ahora le causaba escalofríos que nada tenían que ver con aquellas cosquillas que le movían el piso y le hacían temblar las rodillas dos años atrás. No, este tono era la confirmación más certera del creciente desinterés de Laura; este tono ahora indicaba que otra tormenta más estaba por desatarse entre ellas—. De acuerdo: ¡Te lo dije! Te dije que todo esto era una pésima idea. Los conoces, Ale. Conoces a tus papás, conoces a tus hermanos y ¡por el amor de Dios! ¡Conoces a la perfección a tus amiguitos de Cancún! ¿Qué esperabas? ¿Que todo fuera bello como en un cuento de hadas? ¿Que tus papás fueran civilizados? ¿Que tus hermanos fueran sociables? ¿Que tus amigos fueran considerados?
Alejandra hubiera querido decirle que no esperaba nada de eso, pero sí por lo menos un poco de respecto, pero estaba bien consciente de haber decido el micrófono y que ahora el monólogo le pertenecía a alguien más.
—Te lo advertí, Ale —continuó Laura, subiendo el tono de su voz y la dureza de su expresión con cada nueva bocanada de aire—. Te dije bien clarito que todo esto acabaría mal, te dije que pensaras bien las cosas, pero dedicaste echar mis consejos en saco roto. Pues estas son las consecuencias ¡enfréntalas! Ya eres una adulta.
Alejandra pensó entonces: «¡Magnifico! Gracias, de verdad por todo tu apoyo y comprensión. ¿Algo más que quieras agregar a tu carrito de reclamos antes de pasar a la caja?», sin embargo no hubo necesidad de hacer la oferta en voz alta, Laura ya estaba encarrilada en el siguiente reclamo de su lista.
—Y ya que estamos en esas —Laura se detuvo un instante para llenarse los pulmones de aire—, estoy harta, ¿me oyes? ¡HARTA! De que me arrastres a estos eventos para heteros.
Alejandra se sentó en la orilla de la cama. Cuando Laura comenzaba con sus máximas auto-discriminatorias, no había poder humano que la detuviera.
—No hay nada que pueda enojarme más que verte fingir que eres hetero frente a tu familia y tus amigos. Es humillante. No puedo soportar tener que fingir que solamente soy tu amiga; no tienes idea de lo degradante que es para mí no tener el lugar que me merezco frente a todos esos que te importan. Para ellos no soy más que tu compañera de departamento.
Alejandra conocía aquel reclamo a la perfección. Últimamente salía como tema de discusión mucho más frecuentemente que al inicio de la relación, lo que le hacía considerar que quizás ya era tiempo de que tuviera una conversación formal con sus papás y hermanos al respecto. Aquel escenario sin embargo, se lo imaginaba mucho más caótico que la cena de esa noche. ¿Creía Laura que eso solucionaría sus problemas? ¿Tener su lugar frente a la familia y amigos de Alejandra? Ella sabía que no, pero las cosas se estaban poniendo tan mal entre ellas, que quizás era momento de tomar medidas drásticas y arriesgar todo por Laura.
—Ver cómo te le embarras a Diego mientras él, además de disfrutarlo, se aprovecha de la situación para tocarte.
«Esto es nuevo». Pensó Alejandra.
—Diego no me estaba tocando, ¿crees que se lo permitiría? —por primera vez en la noche, la voz de Alejandra no estuvo cargada de enojo, sino de confusión.
—Claro que lo hizo, todo el tiempo que estuvieron bailando dejaba caer la mano sobre tu trasero.
—¿Qué? ¿Cómo se te ocurre? —La confusión se convirtió entonces en ofensa—. ¿Crees que no sé darme a respetar?
—Pues presumes de hacerlo pero sé lo que vi.
—No. Por lo visto no tienes idea de lo que viste, Laura —la ofensa se transformó en tristeza—. Diego nunca me tocó y yo nunca me le embarré. Estás ebria.
—¡No te salgas por la tangente! ¡Sé lo que vi!
—Es obvio que no sabes lo que viste —murmuró Alejandra, bajando la cabeza y ya sin ganas de continuar aquella discusión.
—¡No estoy ebria! ¡Sé a la perfección lo que vi! ¡Y no me culpes por beber, cualquier cosa es mejor que tener que escuchar las idioteces de tus compañeros! No son más que un grupo de imbéciles pretenciosos que hacen hasta lo imposible por convencerse a sí mismos de saber de arte, cuando no tendrían la menor puta idea de lo que es el arte aunque éste les mordiera una nalga.
—Es cierto —dijo Alejandra con la voz mucho más tranquila de lo que ella misma esperaba—, mis compañeros son insoportables, pero no les eches la culpa de haberte acabado la botella de vodka. Eso lo hiciste sin más ayuda que la de Oscar.
—¿Y qué querías que hiciera? ¿Sentarme como niña buena a esperar que se acabase la noche? ¡Era una fiesta y estaba tratando de divertirme!
—Divertirte es una cosa, ponerte hasta el cuete de borracha es una muy distinta —el tono suave de Alejandra acentuó el dolor que cargaban sus palabras—. Un poco de apoyo me hubiera venido bien.
—No creo que mi apoyo te hubiera servido de nada, Ale —intentando, con todas sus fuerzas, suavizar su propio tono para no ser la única que continuaba gritando. Si algo podía apaciguar los arranques de furia de Laura, era la tristeza de una Alejandra que ya no tenía fuerzas para pelear—. Tus compañeros estaban insoportables, tus amigos de Cancún estaban causando pena ajena y tus papás convirtieron la mesa en un campo de batalla.
—Precisamente a eso me refiero —Alejandra levantó la cara y la miró a los ojos—. Me hubiera servido de mucho tenerte como apoyo y no como otra cosa por la cual preocuparme.
—¿Eso es lo que soy? ¿Una cosa por la cual preocuparte?
—No fue lo que quise decir —Alejandra intentó encontrar las palabras adecuadas para componer lo que acababa de decir, pero no pudo.
—Nunca es lo que quieres decir —dijo Laura, para entonces mucho más tranquila que unos instantes atrás.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Precisamente lo que estás imaginado —los ojos de Laura se pusieron más fríos que antes, pero su voz permaneció serena—. Siempre haces lo mismo, Ale: me destrozas con un comentario y luego retiras lo dicho, escudándote de que no fue lo que quisiste decir. Dime, exactamente ¿qué fue lo que quisiste decir?
—Lo que quise decir es que te necesitaba como apoyo, y en lugar de eso te emborrachaste y cuando te pones así me preocupo por ti.
—¡Sí! ¡Eso lo mejora todo! —ahí estaba el sarcasmo nuevamente.
—Laura —Alejandra quería con todas sus fuerzas decir algo; encontrar esa palabra que hiciera que toda esa noche se esfumara y todo estuviera bien, como un conjuro que por arte de magia compusiera todo lo que había salido mal. Pero las palabras se le seguían escondiendo mientras que a Laura parecían sobrarle.
—Que irónico que me culpes de todo esto cuando la noche la arruinaron los demás.
—No te estoy culpando de todo lo que pasó. Te estoy reclamando por haberte puesto así cuando más te necesitaba. Eres mi pareja y...
—¡Qué conveniente! Para lo que tú necesitas si es importante que esté ahí como tu pareja ¿no? Pero el resto del tiempo no soy otra cosa que tu amiga o tu compañera de casa.
—¿Es eso? —Alejandra sintió que sus entrañas comenzaban a arder como minutos atrás—. ¿Ese es el gran problema? ¿Que fuiste a mi graduación sin que nadie supiera que eres mi pareja?
—No. Son casi dos años de que nadie sepa que soy tu pareja, que me amas, que vives y duermes conmigo. Dos años de no poder tocarte cada vez que estamos en Cancún; de que no me des el lugar que merezco. ¡Dos años, Alejandra!
—¡Si eso es lo que te está matando, voy ahora mismo y les digo a todos que eres mi pareja! ¡Si es tan importante que no puedes entender que eso puede terminar de destruir lo poco que me queda de familia, adelante! ¡Vamos! ¡Vamos ahorita mismo y les digo!
Laura no respondió, respiró profundamente sin dejar de mirar dentro de los ojos de Alejandra. El silencio se prolongó. Alejandra bajó la mirada, las lágrimas le habían ganado la batalla.
—No lo vas a hacer —dijo Laura con un tono que aunque aparentaba ser tranquilo, llevaba detrás toda la fuerza de su ira—, lo sabes bien. No lo has hecho en todo este tiempo y es obvio que eso no va a cambiar pronto. No quiero que lo hagas por mí. Nunca se ha tratado de mí, sino de que tú te liberaras de eso. Siempre quise que supieras lo bien que sabe la libertad, pero tú nunca has querido probarla. Además —Laura suspiró—, ya no importa.
Alejandra levantó la mirada, sus ojos inundados de llanto.
—Nos estamos haciendo mucho daño, Ale. Esto ya no es saludable para ninguna de las dos.
—¿Qué estás diciendo?
—Sabes lo que estoy diciendo —la voz de Laura por fin encontró la calma que tanto trabajo le había costado momentos atrás—, teníamos un trato desde el principio y creo que es hora de respetarlo.
—¿Me estás dejando? ¿Así nada más? —Alejandra se secó las lágrimas que corrían por sus mejillas—. ¿Por una fiesta de graduación fallida?
—No. Sabes que no es por lo que pasó hoy —Laura se puso de pie, se quitó los pijamas—. Esto no es algo que haya empezado ahora, esto ya lleva tiempo sucediendo —Tomó unos pantalones de mezclilla y se los puso. Se puso sus converse negros y tomó sus llaves—. Es lo mejor para ambas.
Laura se quedó en silencio por unos instantes, esperando la reacción de Alejandra; ella no dijo palabra, supuso que quizás lo que Laura necesitaba eran unas horas para recapacitar, para pensar en todo lo que se habían dicho. Quizás lo único que Laura necesitaba era un poco de espacio para darse cuenta que aquello era un error.
—Luego vengo por mis cosas —dijo Laura mientras se marchaba.
Si Alejandra hubiera sabido lo que vendría después, quizás hubiera salido corriendo detrás de ella en aquel momento.
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