10Pablo
Pablo le da un sorbo a su «Blue Lagoon» mientras los tonos de una de sus canciones favoritas de música electrónica le llevan más allá de los límites de su lounge favorito. Con ambos codos apoyados sobre la barra —que cambia de colores en neón cada 20 segundos— y sosteniendo en la mano derecha su bebida, cierra los ojos para dejar que su sentido auditivo tome completo control de su ser. La mente de Pablo viaja por el éter, hacia un lugar en el que puede dejar de fingir que es quien no; en el que sus miedos se desvanecen; en el que se ve a sí mismo como un hombre realizado y no como el perdedor que está convencido de ser.
—Qué puñetas te ves con tu bebida azulita y cantando esa letra para maricones —es la línea que lo saca del estado cuasiorgásmico al que había logrado inducirse.
Al abrir los ojos se encuentra con la sonrisa engreída de Roberto y se pregunta —quizás por millonésima vez— qué es lo que le mantiene unido a ese despreciable pedazo de ser humano que se cree admirado y envidiado por todos. No se responde, prefiere dejar la bebida sobre la barra y encender un cigarro.
—¡Robby-boy! —el barman se acerca al instante en que ve a Roberto.
—¡Buenas, mi querido Charlie! —responde Roberto, que aunque engreído y elitista, dista mucho de ser estúpido y sabe transformar su carácter ácido en uno carismático para conseguir lo que quiere, cuando lo quiere.
—Qué raro verte aquí tan temprano —aprecia Carlos, saboreándose de antemano las jugosas propinas por las cuales Roberto es el cliente favorito de todo prestador de servicios que ha tenido la fortuna de conocerlo.
—¿Qué te puedo decir? eso es lo que pasa cuando uno sale con nenas —Roberto señala a Pablo con el pulgar—, que tienen que levantarse temprano al día siguiente.
—¿Qué te tomas? —pregunta Carlos, más por protocolo que por cortesía.
—¿Tienes que preguntar?
—¡Mera formalidad! Sale tu Martini seco con corteza de limón; agitado, no mezclado... como el de James Bond.
"¿Que no se da cuenta del ridículo en el que se pone a sí mismo? —se pregunta Pablo mientras se ríe para sus adentros— No, seguramente piensa que es muy cool pedir una bebida al estilo de James Bond. ¡Tremendo imbécil que me dio la vida como mejor amigo!» gruñe en silencio, sabiendo que jamás se atreverá a decir semejante cosa en voz alta. Asqueado con el intercambio de hipocresía, Pablo coloca el cigarro en el cenicero y se acerca para saludar a su mejor amigo de abrazo con palmada firme en la espalda como lo hace cada viernes cuando salen a beber; del mismo modo que lo ha venido haciendo desde que se conocieron en segundo grado de secundaria.
—¿Se puede saber qué te traes, idiota? —Reclama Pablo con más sinceridad de la que había planeado demostrar—, primero me dices puñetas y luego nena. ¿Estás pidiendo que te agarre a besos y te demuestre lo contrario?
—Seguro, matador, hazme temblar —responde Roberto agarrándole las mejillas, acercándose mucho más de lo que Pablo puede reconocer como una distancia sana para la integridad de su hombría. Pablo se echa un paso para atrás.
—Ya idiota, déjame —reclama sin dejar de manotear para escapar de Roberto.
—Aquí tienes, Robby-boy —dice Carlos mientras coloca la bebida sobre la barra, a cambio de la cual recibe un billete que justifica el grado de lambisconería de minutos atrás.
—Gracias, mi querido Charlie.
Pablo se hunde en sus pensamientos a la menor distracción de Roberto; éste le da un golpe en el brazo.
—¿A dónde te fuiste, idiota? —pregunta, fingiendo interés.
—A ningún lado.
—No pierdas tu tiempo, mejor dime quién es.
—¿Quién es qué?
—La vieja que te tiene así. Y no me pongas esa cara de «no sé de qué me hablas» porque ayer Malenita me fue a visitar y a juzgar por el drama que armó, solo puede haber una explicación y esa es que hay otra vieja en tu vida.
—¿Malena te fue a ver? —pregunta Pablo, con el ceño fruncido y toda la expresión de confusión que la situación aparentemente amerita.
—Así es, se la pasó llore y llore —informa Roberto.
—No me digas —Pablo conoce a Roberto lo suficientemente bien como para adivinar el desenlace de su relato—. Déjame adivinar, hiciste el favor de consolarla.
—¿Qué te puedo decir? Soy un caballero y no dejo ir la oportunidad de consolar a una dama entristecida.
Pablo no responde. La sonrisa de Roberto se borra. Por un instante, Pablo jura que reconoce una sombra de preocupación en los ojos de su amigo.
—¿Estás enojado? Porque ella dejó muy claro que terminaste con ella.
—No.
—¿Seguro?
—Seguro. No pasa nada.
—¿Entonces por qué estás tan serio?
—Estoy pensando —responde Pablo, con la mirada perdida.
—No te vayas a causar daño permanente, idiota.
Pablo, tuerce la boca en su mejor intento por sonreír.
—Ya, idiota. Háblame ¿en qué piensas? Aquí estoy, soy tu mejor amigo. Si no confías en mí ¿en quién? Cuéntame qué te tiene así... o mejor dicho quién te tiene así: más estúpido de lo normal.
—Kafka.
—¿El escritor? —Roberto se revuelve los sesos tratando de empatar ese pedazo perdido de información con cualquier cosa que tenga sentido; no obtiene resultados.
—No, pedazo de imbécil. La vieja que me trae así de estúpido.
—¿Es por la que botaste a Malenita?
—Así es.
—¿Y está buena?
Pablo no responde.
—Te hice una pregunta, maricón.
—Kafka es diferente.
—No te me salgas por la tangente. ¿Está buena?
—Me atrae por muchas otras cosas.
—No estás entendiendo la pregunta ¿es-tá bue-na?
—¡Ya, imbécil! Sí, está buena. Está más que buena y lo que siento por ella va más allá de lo que nunca sentí por Malena.
—¿Lo ves? Eres una nena, sólo las nenas y los maricones se expresan así.
—Ya te veré cuando te enamores, pedazo de zoquete.
—Lo dices como si realmente fuera a suceder.
—¿De verdad nunca te has enamorado?
—Lo preguntas como si te sorprendiera —Roberto le da un trago a su bebida.
—¿Te vas a casar con Amanda y no estás enamorado de ella?
—No hay razón para meter a mi prometida en esta conversación.
—Pero ¿sí la amas, no? ¿O como por qué le diste anillo de compromiso?
—El matrimonio es una transacción y como cualquier otra, tiene que ser escogida y tratada con seriedad. Amanda es el mejor partido que voy a encontrar en mi vida, estoy muy consciente de ello —Roberto deja su bebida sobre la barra para poder usar sus manos como herramienta de apoyo visual en la venta de una idea—, nuestra relación ya estaba en el punto en el que hay que decidir si llevar las cosas al siguiente nivel o dejar que otros prospectos comiencen a husmear en tus propiedades.
Pablo vuelve a quedarse callado, pensando en la mujer tan extraordinaria que es Amanda; preguntándose cómo pudo haberse enamorado de Roberto y cómo pudo haber aceptado su propuesta de matrimonio.
—Oye —Roberto se aclara la garganta—. ¿De verdad ya no sientes nada por Malenita?
—De verdad.
—¿Te importaría si la sigo viendo?
—No —Pablo sabe a la perfección que en el vocabulario de su mejor amigo, esa frase significa seguir acostándose con ella.
—¿Seguro?
—Seguro.
—No quiero pleitos contigo, eres como el hermano que nunca tuve y...
—Te juro que no hay problema —interrumpe Pablo—. Yo ya no siento nada por Malena, puedes seguir viéndola sin necesidad de sentir cargo de consciencia.
—Gracias, hermano.
Minutos después, al entender que no hay modo de arraigar a Pablo al presente, Roberto decide que quizás aparentar interés por el tema que lo tiene flotando en el limbo sería lo mejor que podría hacer si quería salvar la noche.
—¿Y quién es esta Kafka que te tiene como zombi?
—La conozco desde que éramos unos niños; desde que vivíamos en la Ciudad de México pero se fue a estudiar a Francia y nos perdimos la pista. Hace como dos meses me la encontré aquí y desde ese día hemos estado saliendo mucho. ¿Y qué te puedo decir? Hace unos días me di cuenta de que estoy bien clavado.
—¡Espérate! ¡Ya sé porque su nombre me suena! Es la vieja de la que no dejabas de hablar cuando estábamos en la prepa... la que nunca quisiste que conociera.
Pablo sonríe, satisfecho de haber evitado en aquellas épocas, que Roberto pusiera siquiera un ojo sobre la chica que consideraba el amor de su vida.
—Entonces no estás enamorado, imbécil. Estás obsesionado, que es diferente.
—Eso también.
—Me das miedo ¿debería llamar a la policía? Seguro tienes un muro en tu departamento con fotos de ella —Roberto se emociona con sus propias ideas—, o un altar con velas y un muñequito de vudú.
Pablo no responde. Roberto se aclara la garganta e intenta retomar la seriedad.
—¿Y ya le dijiste?
—Sí.
—¿Y qué te dijo?
—Te vas a burlar.
—¿Qué te dijo?
—Mejor dejemos el asunto por la paz.
—¿Quién te entiende? Primero quieres hablar de ella y ahora quieres cambiar de tema. ¿Qué te dijo? ¿Está casada? ¿Tiene un hijo adolescente? ¿Es un androide?
—Le gustan las mujeres.
Roberto lo mira a los ojos sin decir una palabra. Después de unos segundos se deshace en carcajadas.
—¿Dejaste a Malenita por una trailera? ¡Eres un completo imbécil! ¡Tú sí que estás jodido!
Pablo no responde. Roberto sigue burlándose por varios minutos. Quizás unos diez minutos después, Roberto se queda boquiabierto al ver entrar a una hermosa chica de figura esbelta, usando un vestido negro corto con un escote que deja poco a la imaginación; tacones altos del mismo color, que dan perfecta forma a sus piernas torneadas; cabello castaño, largo, lacio, que cae elegantemente sobre sus hombros descubiertos y perfectamente bronceados. En la mente de Roberto mil escenarios sexuales brotan en un instante mientras la joven en cuestión camina hacia donde están parados él y Pablo. Cuando ella llega y planta un beso en la mejilla de Pablo, el corazón de Roberto se retuerce al sospechar el nombre que está por escuchar.
—Kafka, te presento a Roberto.
Roberto se queda impávido. Pablo siente un goce indescriptible al ver la expresión en el rostro de su amigo.
—El famoso Roberto, he escuchado mucho de ti —Kafka sonríe.
—Y yo de ti —dice él, intentando recuperar la compostura. Se aclara la garganta y sonríe—, aunque Pablito se distingue por quedarse corto al intentar describir belleza tan escultural.
Kafka se ríe y se muerde el labio inferior, lo que Pablo reconoce como una táctica que utiliza para restringirse de decir algo incómodamente directo. Pablo disfruta el ridículo en el que Roberto acaba de ponerse. En ese momento el nombre de Kafka se escucha a lo lejos. Los tres voltean. En una mesa llena de gente, está la persona que gritó su nombre.
—¡Ah! Unos conocidos del trabajo. Regreso en un momento —dice ella, acariciando levemente el brazo de Pablo a modo de disculpa.
—Tómate tu tiempo, la noche es joven.
Kafka se retira sin decir más, pero dejando una hermosa sonrisa que se adhiere a la lista de recuerdos que torturarán la mente de Pablo por mucho tiempo. Kafka camina con tanta gracia, que pareciera que danzara con cada paso. Roberto y Pablo la siguen con la mirada.
—¿De verdad le gustan las viejas?
—Sí —Pablo bebe, tratando de pasarse el trago amargo de una verdad tan dolorosamente irreparable.
—¡Ah de ser que no ha conocido a un hombre de a de veras! Si quieres déjamela un rato y yo te la compongo; ya luego te quedas con ella.
—¡Eres un imbécil!
—No puede ser que estando tan buena... no. No puede ser.
—¡Hazte a la idea, idiota! Te ahorrarás las pocas neuronas que te quedan —dice Pablo y voltea para ordenar una bebida.
Carlos está ahí parado, la boca semiabierta y la mirada clavada en Kafka; ella en la distancia, platica alegremente con sus compañeros del trabajo.
—Dame un vodka con arándano —el tono duro de Pablo obliga a Carlos a reaccionar inmediatamente.
—Sí, claro.
—¿Qué piensas hacer? —Pregunta Roberto—. ¿Ser su perrito faldero con la esperanza de que un día se despierte y descubra que te ama?
Carlos pone la bebida sobre la barra y su mirada se pierde una vez más en la distancia, buscando el cuerpo de Kafka.
—Sí —Pablo paga la bebida, toma la suya con la mano que tiene libre y levanta la mirada hacia los ojos de Roberto.
—Sabes que eso no va a pasar ¿verdad? —Roberto, preocupado genuinamente por primera vez en todo el tiempo que lleva de conocer a Pablo.
—Lo sé.
—¿Entonces, para qué te torturas inútilmente?
—Porque ser su mejor amigo es mejor que no ser nada en su vida. Y porque la esperanza es lo último que muere —sonríe con una tristeza poco característica en él y se aleja de Roberto.
Al llegar a la mesa en la que Kafka está con sus compañeros de trabajo, le entrega su bebida predilecta. Kafka sonríe con la mayor de las sinceridades y le da un beso en la mejilla. Acto seguido, lo presenta como su mejor amigo ante todos los que están en la mesa. Justo cuando Pablo está por tomar asiento, su celular tiembla en la bolsa de su pantalón; lo saca y al ver que es el número de Malena, cancela la llamada. Instantes después cuando Roberto está dando una propina por su cuarto Martini de la noche, su celular suena, anunciando un mensaje de texto de Malena. Roberto lo lee, contesta, se toma la bebida de un solo trago y pone la copa vacía sobre la barra.
—¿Otra? —pregunta Carlos, siempre presto.
—No, mi querido Charlie, me largo de aquí.
—¿Tan rápido?
—Nunca hay que decepcionar a una dama entristecida.
Roberto se retira del bar, sinceramente convencido de que su mejor amigo es un perfecto imbécil por haber abandonado buen sexo a cambio de algo platónico. Pablo lo mira marcharse, sinceramente convencido de que su mejor amigo es un completo imbécil por desconocer lo que es el amor; ese que es incondicional, ese que va más allá de todo razonamiento y toda lógica.
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