1Noctámbula
Miércoles. Ocho con cuarenta y cinco de la mañana.
Alejandra entra a las oficinas de «Croma Visión» —el despacho de publicidad más exitoso de Cancún— vistiendo una blusa blanca de mangas de tres cuartos, sobre la cual contrasta un chaleco gris que hace juego con sus pantalones sastre del mismo color; lleva zapatillas color humo y un collar turquesa que resalta alegremente sobre la seriedad de su conjunto. Su cabello ondulado resbala por sus hombros hasta descansar en su pecho, enmarcando con elegancia su rostro afilado.
Fresca como una lechuga, café en mano y portando una enorme sonrisa en el rostro, se abre paso por la recepción del edificio en su camino hacia los ascensores; saluda de nombre a los tres guardias de seguridad y apresura el paso al ver que las puertas de un elevador están por cerrarse. La última persona en subir sostiene la puerta para darle oportunidad de llegar.
—Gracias —dice, usando un tono que no marca diferencia entre amabilidad y coquetería.
—Un placer —responde el hombre sonriendo—. ¿A qué piso vas? —él ya con la mano cerca del panel.
—Al tres, por favor.
El hombre presiona el botón. Alejandra se da vuelta, quedando de espaldas al hombre, con la mirada hacia las puertas del ascensor. Entonces él aprovecha para bajar la mirada y examinar con lentitud los atributos posteriores de Alejandra.
Cuando la pantalla digital del ascensor marca el piso tres, y las puertas se abren, Alejandra lo mira sobre su hombro y le sonríe una vez más, mientras comienza a bajar, exagerando el movimiento de sus caderas.
—Hasta luego.
—Hasta luego —responde él sin dejar de verle el trasero.
Alejandra deja sus cosas sobre su escritorio, toma su agenda y su café y se va directo a la sala de juntas B, donde ya se encuentran todos sus compañeros en espera de Gonzalo Urzaiz, el gerente del departamento de diseño y jefe directo de todos los presentes; su asistente —una mujer voluptuosa de bucles rubios y ojos color miel—, derrama su galanura por cada rincón de la sala de juntas mientras reparte la agenda a cubrir.
Alejandra hace un barrido rápido de la mesa buscando a Renata, la única compañera a la que considera su amiga. La única persona de todas las presentes a quien en realidad aprecia y en la cual puede confiar. Renata, como siempre, tiene un asiento reservado para ella. Alejandra toma asiento al lado izquierdo de su amiga.
—Buenos días.
Renata la mira, la examina, frunce el ceño.
—Me das miedo cuando tienes esa sonrisa. ¿Qué hiciste?
En ese momento Lucía se planta frente a Alejandra y le extiende, con toda frialdad, una copia de la agenda.
—Aquí tienes.
—Gracias.
Renata espera a que Lucía se aleje un poco, pero en cuanto considera que la distancia es suficiente, se inclina para estar más cerca de su amiga.
—Eres una sinvergüenza —dice en voz baja.
—Yo también te quiero —Alejandra sonríe.
—Reconozco esa actitud a kilómetros de distancia —la voz de Renata apenas escalando unos pocos decibeles.
Una mueca basta para incriminarla ante los ojos inquisitivos de su amiga.
—Esa —Renata voltea hacia Lucía, luego regresa su atención hacia Alejandra—, es la actitud con la que te trata una mujer después de haberse acostado contigo —le pega en el brazo con la agenda—. ¿La asistente del jefe? ¿Cómo se te ocurre?
La sala de juntas queda en silencio absoluto al instante en que Gonzalo Urzaiz entra apresurado, como de costumbre. Renata mira una vez más a su amiga y le dice con una mirada que el regaño dista mucho de haber terminado. Alejandra entiende a la perfección.
—Disculpen la espera, el director de publicidad quiso aclarar un par de puntos conmigo antes de la junta.
Sin dar tiempo a distracciones, comienza a hablarles de los proyectos que están por cerrarse y de los nuevos contratos que la empresa ha adquirido. Los ojos de Alejandra están fijos en su jefe, pero una mirada insistente llama su atención en otra dirección. Si los ojos de Lucía disparasen fuego, Alejandra ya estaría convertida en cenizas.
—Te va a hacer la vida imposible —murmura Renata entre dientes, con un tono tan dramático que es casi macabro.
Alejandra sonríe.
—Ale, ¿cómo vas con la imagen corporativa de la agencia de viajes? —pregunta su jefe, señalándola con un bolígrafo.
—Está casi lista, necesito un par de días más.
—Perfecto. Quiero que te reúnas con publicidad, van a necesitar varias propuestas para uno de nuestros nuevos clientes —Gonzalo abre un tríptico del hotel «Red Seduction».
Alejandra siente una punzada profunda en la boca del estómago, pues aunque ya han pasado meses desde que dos amigas suyas fueron discriminadas por el gerente de ese hotel, ese demonio activista que vive dentro de ella le hace perseguir misiones a veces ridículas en su eterno intento de defender los derechos de los homosexuales; principalmente cuando se trata de sus amigas.
—Como quizás algunos ya sepan —continúa Gonzalo—, el «Red» lleva algunos años en decadencia. Les urge levantar su ocupación y están dispuestos a invertir cuantiosamente en un cambio de imagen que les ayude —Gonzalo mira a Alejandra—. Sé que este hotel no está entre tus consentidos, pero el señor García no olvida el buen trabajo que hiciste con la imagen de la galletera estatal y te quiere trabajando en esto tan pronto como sea posible.
Alejandra no responde. Que el director de publicidad —el jefe de su jefe— la haya solicitado personalmente, no le resulta halagador.
—Confío en tu profesionalismo —remata Gonzalo al ver el rostro endurecido de su empleada—. No me dejes mal —luego voltea hacia otro de sus empleados—. Mario, hay más cambios para los folletos del parque acuático.
—Ya me tiene harta con el cuento de la galletera —murmura Alejandra, inclinándose para quedar más cerca de Renata.
—Renata ¿cómo van los carteles para festival de cine de la Riviera Maya?
—Los termino antes del mediodía, ya sólo estoy afinando unos detalles para el tercero —responde ella, aún sorprendida de la rapidez con la cual Gonzalo detectó que Alejandra estaba confesándole sus penas.
—Excelente, porque te va a encantar lo que te tocó —Gonzalo le lanza una carpeta con el logotipo del festival de jazz del año anterior.
—¿De verdad? ¿Para mí?
—Carteles, espectaculares, volantes. Pidieron el paquete premium; vas a tener diversión para rato. Tienes reunión el viernes a las 10 de la mañana con los organizadores y con el departamento de publicidad.
—Perfecto —dice Renata, abriendo su agenda para anotar la reunión.
—Te odio —murmura Alejandra.
—Lo sé —responde ella, sonriendo—. Cuestión de karma.
Media hora después, ya fuera de la sala de juntas y muy cerca de su cubículo, Renata retoma el regaño en donde lo había dejado.
—Ale, solo a ti se te ocurre acostarte con la asistente del jefe. Lucía podría hacerte la vida imposible si se lo propone.
—Todo eso ya lo dijiste —Alejandra está a punto de sonar a su mamá usando su frase favorita sobre parecer un «disco rayado», pero se detiene, baja la mirada y le habla con sinceridad a su amiga por primera vez en el día—. La verdad es que no dudaría que ella haya tenido algo que ver en esto del «Red»; no es ningún secreto que lo detesto.
—No creo que tu karma sea tan inmediato.
—Tampoco es como que se necesite tomar un número como en el área de carnes frías del supermercado para que el destino haga lo suyo —Alejandra se ríe.
—Sigue burlándote y te va a ir peor.
—Estoy convencida de que ya pagué todos mis pecados por adelantado —Alejandra se apoya en el escritorio de su amiga mientras ésta acomoda sus papeles—, y como resultado ahora tengo pase libre por la vida.
—No tienes vergüenza.
—No. ¿Te veo para comer?
—Si termino el cartel, sí.
—¿No estabas en los último detalles? —Alejandra, segura de lo que había escuchado durante la junta.
—Sí, pero ya me conoces —Renata hace una mueca.
—Tu perfeccionismo me asusta.
—Lo sé —Renata, orgullosa.
—No era un cumplido.
—Lo sé.
—Nos vemos al rato —Alejandra se va a su cubículo—. Esclava del sistema —dice entre dientes mientras se aleja.
—Ninfómana irremediable —responde Renata, sonriendo.
A las once de la mañana, después de varios intentos de hablar con su jefe, Alejandra da dos golpecitos sobre la puerta de la oficina de éste y entra sin esperar respuesta. Gonzalo está por colocar el auricular del teléfono de regreso sobre su base, pero Alejandra no espera.
—No puedes hacerme esto, Chalo, por favor.
—No puedo hacer nada por ti, Ale. De verdad lo siento mucho. Sé que odias ese hotel, pero Federico te solicitó específicamente.
—No puedo hacerlo.
—¿Qué quieres que le diga a mi jefe, eh? ¿Que la diseñadora que quiere para este proyecto no puede encargarse de una cuenta millonaria porque un gerente cometió un error hace meses?
—Ese desgraciado llamó a mis amigas «desviadas sexuales» y les negó un servicio insistiendo en que su hotel es para gente «normal». ¡Son un hotel swinger, por el amor de Dios!
—Alejandra, necesito que seas fría y profesional. No puedes dejar que tus asuntos personales nublen tu visión.
—¿Personales? Esto no es una cuestión de preferencias artísticas o de ética profesional. Esto es una cuestión de derechos humanos, derechos que ellos violaron cuando discriminaron y ofendieron a mis amigas. Por mí, todos ellos y su estúpida doble moral pueden irse directo a la quiebra.
—A ver —Gonzalo abre las manos y le indica con un ademán que se calme, deteniéndola antes de que sea imposible hacerlo—, lo primero que tienes que entender es que la opinión obtusa del gerente no refleja necesariamente la del negocio.
Alejandra hace una mueca.
—Existe la posibilidad de que ese gerente haya sido despedido hace tiempo y mientras tanto tú sigues culpando a la firma entera de algo que a lo mejor ignoran que sucedió.
Alejandra se cruza de brazos.
—Además, el jefe te pidió a ti y no voy a darle razones para creer que no tengo autoridad sobre mis empleados. Mucho menos puedo ir a darle razones de tus preferencias sexuales o de tus batallas activistas.
Alejandra suelta un resoplido de frustración.
—Si todas esas razones no te bastan, te voy a dar la más poderosa de todas: el «Red» está invirtiendo muchísimo dinero en esta campaña y ni Federico ni yo vamos a arriesgarnos a perder esta cuenta. Por eso se designó exactamente al mismo equipo que levantó la imagen de la galletera.
—Tienes un piso entero lleno de diseñadores talentosos. ¿Por qué te parezco tan indispensable para este proyecto?
—Porque ninguno de ellos fue el que diseñó el logotipo que ha logrado que los locales vuelvan a comprarle a la galletera estatal.
—El logotipo no es la razón y lo sabes bien; fueron las enormes cantidades de dinero que invirtieron en espectaculares, comerciales de televisión y espacios en radio.
Gonzalo no responde.
—No vas a quitármelo ¿verdad?
—No.
—¿Aunque te ofrezca sacarte el doble de trabajo si me asignas otra cosa?
—Aunque me ofrezcas las perlas de la virgen.
Alejandra niega con la cabeza. Se marcha, desganada y afligida ante una batalla perdida; temiendo no poder encontrar la inspiración que un proyecto de esa magnitud requiere.
Cuando llega a su cubículo, abre el tríptico del hotel. Las fotos y la información le cuentan sobre tentación y sensualidad, apenas sugiriendo de manera muy discreta pero sin confirmar nunca que la finalidad de los espacios y las actividades es el intercambio de parejas. Temiendo que esta vaya a ser la peor campaña en la historia de su carrera, deja el tríptico sobre su escritorio y regresa a trabajar sobre los últimos detalles de la imagen corporativa de la agencia de viajes.
A las cinco y media de la tarde, Renata se acerca a su cubículo.
—¿Te vas a quedar un rato?
—Media hora más —dice Alejandra sin levantar la mirada—. ¿Tienes planes para la noche?
—No —responde Renata.
—Voy a ir a tomarme una cerveza con Oscar y mis amigas, ¿quieres venir?
—Ale, es miércoles.
—¿Y? ¿Qué tiene de malo? —Alejandra la mira— Además, Oscar sigue insistiendo en que quiere verte.
—Dile de mi parte que no pienso tropezar con la misma piedra —Renata no puede evitar que una sonrisa le ilumine el rostro al recordar los besos que intercambió con el mejor amigo de Alejandra unos meses antes—. Gracias por la invitación, pero mejor salimos un fin de semana tú y yo.
—Como quieras.
—Hasta mañana —Renata se marcha.
—Hasta mañana.
Son poco más de las ocho de la noche cuando Oscar estaciona su auto frente al restaurante al que van él, Alejandra y las amigas de ella a cenar cada miércoles. La noche es cálida, húmeda, carente de brisa. Las mesas de la terraza están repletas. Los comensales en su mayoría, acompañan su cena con una cerveza o un té cargado de hielos; son pocos los que se atreven a beber algo que no sea refrescante.
—Hay que amar Cancún en verano —Oscar baja de su auto y se apresura hacia el lado del copiloto para abrirle la puerta a Alejandra—. Te apuesto a que nuestra mesa está ocupada.
—Vele el lado positivo, flaco: adentro tendremos aire acondicionado.
—¡Como si se sintiera alguna diferencia cuando el lugar está a reventar!
Alejandra y su mejor amigo miran en todas direcciones en busca de Alicia y Vera, que invariablemente son las primeras en llegar cada semana. Alicia nunca fue puntual, pero Vera que es casi 10 años más grande que ella, lo es a tal grado que más de una persona le ha dicho que se podría sincronizar un reloj suizo en base a ella. Oscar, por su parte, dice que es una verdadera lástima que sean lesbianas y además sean pareja; no únicamente porque las encuentra irresistibles físicamente sino porque además son las dos únicas mujeres que siempre están listas a tiempo cuando se ofrece a pasar por ellas.
Tal como lo venían discutiendo, las chicas no estaban en ninguna de las mesas de la terraza. Oscar, sin resignarse aún, sostiene la puerta del restaurante para Alejandra sin dejar de buscar con la mirada entre las mesas de la terraza.
Cuando dan con ellas, Alicia y Vera están sumergidas en una conversación.
—«Como el agua» —Alicia se aclara la garganta al verlos llegar.
—Cómo el agua, ¿qué? —Oscar jala una silla y toma asiento frente a Vera. Alejandra toma asiento frente a Alicia. Alicia mira a Alejandra de reojo. No responde.
—Es la última que anda circulando por aquí —se apresura Vera, con un tono que todos los presentes reconocen enseguida: su tono venenoso.
Oscar mira a su amiga, sospechando que ella sabe de qué están hablando. Ella, por su parte, abre el menú y comienza a murmurar los nombres de los platillos, aunque se los sabe de memoria.
—¿De qué me perdí? —Oscar mira a Alicia y luego a Vera.
—¿No le has contado? —Vera insiste con la mirada hasta que Alejandra por fin levanta la cara.
—¿Qué parte de que se olvidaran del asunto no entendieron?
—«Como el agua» —empieza a explicar Vera—, es la respuesta más popular de esta semana en la competencia por describir a Ale en tres palabras o menos.
—¿Competencia? —Oscar se ríe, pero se detiene al entender que no es una broma.
—La explicación es que se te escurre entre los dedos cuando intentas atraparla —interviene Alicia, casi orgullosa, como una niña de primaria que supo la respuesta cuando nadie más la sabía.
—Es una estupidez —dice Alejandra, con tono seco y regresa la mirada al menú.
—Cuando menos es mucho mejor que «irresistible pero inalcanzable» —defiende Alicia.
—¿Hay una competencia por describirte? ¿Por qué siempre soy el último en enterarse de estas cosas?
—Porque no eres lesbiana, obviamente —el tono de Vera, aunque despectivo, es juguetón.
—Eso es injusto —Alejandra deja el menú sobre la mesa—, él es una lesbiana honoraria; comparte la pasión insaciable por las mujeres, la vitalidad y la inteligencia, sólo le faltan los senos y le sobra el pene.
—¡Exacto! No deberían discriminarme de ese modo. Soy parte del equipo.
—Además es uno chiquito, así que no cuenta —remata Alejandra.
—¡Oye! Nunca me lo has visto —Oscar mira a Alicia y a Vera—. Nunca me lo ha visto.
—Como si me importara —responde Vera.
—Me lo dijo tu ex novia al oído —dice Alejandra, soberbia.
—Nunca te acostaste con ella —interrumpe él.
—Es verdad; lo hicimos paradas.
—Eres peor que una villana de cuento de hadas.
—Aun así, me amas.
—Volviendo al tema —Alicia gesticula con las manos mientras explica—. Hace como un mes, apareció una página de Facebook en la que una chica que se acostó con Ale comenzó a escribir cosas sobre ella.
—¡Santo niño de atocha! —Dice Oscar entre carcajadas—. Ale, tienes que elevar tus estándares, mira nada más la clase de locas que te has estado llevando a la cama.
—No me la llevé a la cama —responde Alejandra categóricamente—. Lo hicimos en el baño —completa en un tono únicamente audible para Oscar.
—¿El de su casa o la tuya?
—El de aquí —Alejandra señala el baño del restaurante.
—¿Quieres saber o no? —interrumpe Alicia mirando a Oscar.
—Lo siento, sigue —él se aclara la garganta—. Hablando de locas —dice solamente para Alejandra.
Ella sonríe discretamente.
—Esta chica comenzó a escribir frases románticas sobre ella —Alicia hace una pausa dramática—, pero eventualmente otras despechadas comenzaron a contribuir, hasta que lo que comenzó como algo entre ella y sus tres o cuatro seguidoras, se hizo viral en la comunidad lésbica de Cancún... y áreas aledañas. Eso evolucionó hasta convertirse en una especie de competencia y ahora cada que una nueva propuesta se publica en la página, corre de boca en boca peor que el herpes.
—Gracias por la imagen mental —Alejandra levanta la mano para que el mesero la vea.
—Herpes, mmm qué rico —Vera hace una mueca y le da un trago a su cerveza.
—Total —continua Alicia, haciendo caso omiso a los comentarios de su novia y los de Alejandra—, que una chica publicó esa frase que dice que Ale es como el agua y ahora es cosa del dominio público.
—¿Y cuál es el punto de esta competencia? —El énfasis en la palabra lleva todo el peso de su intención de hacerla sonar ridícula—. ¿Hay premio? ¿O qué se gana uno?
—Claro que no, es cosa de diversión, o de venganza. Yo qué sé.
—Tus admiradoras necesitan una vida —Oscar mira a su amiga.
—Eso me queda bien claro —Alejandra vuelve a levantar la mano, el mesero sigue de largo sin voltear—. Odio estar aquí adentro. Extraño nuestra mesa de la terraza.
—Entonces deberían considerar llegar más temprano —responde Vera.
—Ya vamos a comenzar con el regaño de cada semana —le dice Oscar a Alejandra.
—Si no quieren regaños, no se quejen.
—Regresando al punto de la conversación —Alicia reclama la atención de Oscar una vez más—, como podrás darte cuenta, nada de eso ha afectado el modo en que las mujeres la buscan.
—¡Nada más escúchate! Pareciera que estás hablando de una estrella de cine —Oscar también levanta la mano al ver que el mesero no ha hecho caso a los intentos de Alejandra, pero tampoco obtiene resultados.
—No tienes a nadie más a quién culpar que a ti mismo por este monstruo —interrumpe Vera, mirando a Oscar pero señalando a Alejandra.
—No, no, no. A mí no me quieran echar el muerto. Yo solamente quería sacarla de su encierro, que conociera mujeres; jamás le dije que fuera y se acostara con todas las mujeres de Cancún y áreas aledañas —Oscar, al igual que las amigas de Alejandra, nunca deja pasar la oportunidad de usar esa frase que se ha convertido en un clásico para referirse a la actividad sexual de su amiga.
—¿Se les olvida que estoy aquí? —interviene Alejandra.
—No —responden todos en coro.
—¡Menos mal! No me quiero imaginar si se les hubiera olvidado.
—El punto es —continúa Alicia, despreocupada—, que ninguna de las descripciones habla realmente de Ale sino de lo platónico que resulta estar con ella.
—Ni que fuera Megan Fox —Oscar se ríe.
—Sigo aquí.
—Lo sé —Oscar vuelve a levantar la mano al ver al mesero pasar; mismo resultado—. ¿Y a este tipo qué le pasa? ¿Está ciego o qué?
—Tranquilo —dice Alejandra, poniendo su mano sobre la de él—. De todos modos será mejor esperar a que lleguen las demás.
—De acuerdo, no es Megan Fox —dice Alicia en cuanto Oscar regresa la vista a la mesa—, pero no creo que logres visualizar la cantidad de personas con las que Ale se ha acostado.
—No pueden ser tantas —Oscar frunce el ceño, luego mira a su amiga—, ¿verdad?
—Claro que no —responde ella—. Para empezar no hay tantas lesbianas en Cancún; no es algo para escandalizarse.
—Ese es el verdadero punto aquí —dice Vera—, la comunidad gay es bastante pequeña y Ale se la ha recorrido toda; o casi toda —Vera voltea hacia su novia.
—No, no, no —se apresura Alicia a aclarar—. ¡Jamás!
—Somos amigas —interviene Alejandra—. Nunca me acuesto con mis amigas.
En ese momento Carla y Patricia, las dos amigas a las que estaban esperando, aparecen entre la gente.
—Ya no —corrige Alejandra, recordando por un instante la noche en que conoció a Carla y todo lo que esa primera cita implicó.
Sus tres interlocutores sonríen.
Cuando sus amigas llegan a la mesa, el mesero llega justo detrás de ellas. Alejandra sabe que eso no es casualidad. Carla es una chica muy guapa y sexy, no hay hombre demasiado ocupado para dejar pasar la oportunidad de acercarse a ella.
—Disculpen la tardanza ¿les puedo traer algo de tomar?
El mesero toma la orden de bebidas y se retira, no sin antes sonreírle a Carla; ella, como siempre que alguien le coquetea, no se da cuenta.
Cuando el mesero se retira, Patricia pregunta:
—¿Ya escucharon la frase de la semana?
—¡No, por favor! —dice Alejandra, temiendo que el resto de la noche se les vaya sin salir de esa conversación.
—Justo de eso hablábamos antes de que llegaran —contesta Vera.
—¿Pueden creerlo? —Patricia, que es una chica que se entretiene muy fácilmente, los mira a todos como esperando sus opiniones al respecto.
—No les hagas caso —dice Carla, colocando la mano sobre la pierna de Alejandra.
Alejandra hace una mueca que Carla reconoce como su mejor intento de sonreír cuando no encuentra una razón para hacerlo.
—¿Qué plan tienes hoy?
—El mismo de siempre —Alejandra sonríe coquetamente y le guiña un ojo—. ¿Quieres venir?
—Gracias, pero eso de ir a bailar a media semana no es lo mío.
—Un día de estos deberías intentarlo.
—¿Para qué? Ir contigo es horrible, todas te miran y es como si nosotras no existiéramos.
—Eres igual de exagerada que todas estas locas —Alejandra señala a sus amigas.
—Tengo que trabajar mañana.
—Todos nosotros también.
—Gracias, pero no vas a convencerme. Cuando quieras ir por un café y platicarme como te va aquí —Carla coloca la mano sobre el pecho de Alejandra—, me avisas.
—Nunca va a pasar nada ahí —asegura Alejandra.
—Eso dices ahora, pero quién sabe. No pierdo las esperanzas de que algún día vuelvas a encontrar el amor.
—No puedo encontrar algo que no existe.
—Guárdate esa clase de respuestas para las chicas con las que te acuestas; no me insultes intentando venderme baratijas. Yo sí te conozco.
Alejandra sonríe, recordando nuevamente la noche en que conoció a Carla, cómo ambas tenían el corazón roto y como ahogaron juntas, entre besos y caricias, las penas que arrastraban.
—Si dejan de hablar de toda esa ridiculez de la competencia, les puedo contar lo que me pasó en el trabajo hoy —interrumpe Alejandra con un tono bastante alto, pero nadie más que Carla le está poniendo atención—. Mi jefe quiere que ayude a rescatar al «Red Seduction» de la quiebra —dice casi gritando. Todos se quedan callados al instante.
Alicia se pone roja del coraje al escuchar el nombre del hotel.
—No lo piensas hacer ¿o sí? —la voz de Vera casi temblando al recordar las cosas que el gerente del hotel le gritó en pleno lobby frente a otros huéspedes.
—Al parecer no tengo alternativa.
—No puedes ayudarlos, Ale —Alicia, cada vez más roja—. No después de todas las cosas que nos dijeron a Vera y a mí. Son una manada de desgraciados de doble moral...
—Tranquila —interrumpe Vera, abrazándola—. Olvídalo.
—Yo digo que es una oportunidad perfecta para sabotearlos —interviene Oscar, intentando alivianar un poco la atmósfera pesada que resulta de la alteración de Alicia.
—Sí, deberías ponerles algo subliminal en el logo —dice Patricia, levantando las cejas y con la mirada desorbitada como resultado de todas las ideas que se le ocurren.
Carla propone la figura que debería ir escondida en el logo, recordando un documental de mediados de los noventa sobre los mensajes subliminales. Patricia y Oscar también lanzan propuestas grotescas, desatando una lluvia de ideas bastante enfermiza que termina haciendo reír a Alicia.
Un par de horas más tarde, Oscar se levanta para ir al baño mientras cada una de las chicas deja su dinero sobre el recibo de la cuenta. El mesero llega unos instante después para retirar diminuta bandeja de plástico con los billetes. Vera y Patricia aún se están terminando sus respectivas bebidas. Alicia y Carla mientras tanto, se enfrascan en una conversación tan superficial, que Alejandra no se molesta en fingir interés.
—¿Lista para seguir la fiesta? —pregunta Alicia al notar que Alejandra ya está mirando su reloj con más regularidad de lo normal.
—Sí, tengo demasiadas energías que necesito sacar de mi cuerpo.
—Vaya modo de ponerlo —interrumpe Vera, con su usual tono punzante.
—Me refiero a que necesito bailar —aclara Alejandra—. Me espera la campaña más infernal de mi carrera. Y créeme, quisiera prometerte que voy a sabotearlos y diseñar alguno de esos logos que me propusieron, pero no puedo. Es mi trabajo y tengo que cumplir.
—Creo que tu día está a punto de ponerse mejor —interrumpe Carla, indicándole con un movimiento de su cabeza, que siga la dirección de su mirada.
Alejandra voltea. En la barra está Oscar platicando con una chica muy guapa de cabello extremadamente corto. El corazón de Alejandra se acelera al reconocerla.
—Chicas, ha sido un verdadero placer —Alejandra se pone de pie—. Nos vemos la próxima semana.
Todas ellas comienzan a quejarse al mismo tiempo por el modo tan abrupto en que ella se despide.
—La próxima semana se quejan todo lo que quieran. Yo también las quiero a todas. Adiós —Alejandra se apresura a llegar a donde está su amigo.
—¿De qué me perdí? —pregunta Vera.
—Esa —Carla sonríe—, es Lorena.
—¡Ah! —Vera levanta una ceja—. Pues sí está guapa, lo que sea de cada quien.
Alicia le pellizca el costado.
—¡Oye! ¡Tranquila! Sólo era un comentario inocente.
—¡Sí, claro! Inocente.
Desde la mesa, las chicas observan a Alejandra saludar a Lorena de beso en la mejilla. Intercambian sonrisas coquetas y miradas de complicidad. Instantes después, Oscar se despide de ambas; llega a la mesa y se sienta para acabarse su cerveza.
—Lo que no entiendo es —Vera retoma el tema—, ¿qué tiene de especial y por qué Ale es diferente con ella?
Oscar dice algo a lo que nadie pone atención.
—Diferente ¿cómo? —pregunta Patricia.
—Pues a todas las demás les ha roto el corazón pero por lo visto a ella no —responde Vera, volteando una vez más para ver cómo Alejandra le regala sus sonrisas más coquetas a Lorena.
—Alejandra trata a Lorena como trata a todas las demás —interviene Carla—, la diferencia es que Lorena está en el mismo canal que ella; nunca ha querido nada distinto a lo que Alejandra ofrece.
—¿O sea que lo que tienen en común es el corazón de piedra?
Oscar bufa, ofendido, y se empina el tarro hasta acabarse su contenido. Ninguna de ellas sabe que Lorena y Oscar son amigos de la adolescencia.
—Alejandra no tiene corazón de piedra —dice Carla.
—Lo dice su defensora número uno —Vera, desafiando la paciencia de Carla—. Yo no apostaría que Alejandra sea capaz de sentir amor por nadie más que por sí misma.
—No deberías hablar de lo que no sabes —interviene Oscar finalmente, con un tono categórico que siempre logra callar a Vera cuando ésta se pasa del nivel de veneno que él está dispuesto a soportar. La mirada que cruzan él y Vera se siente eterna. Las chicas se quedan en silencio.
—Es cierto —dice Patricia finalmente, rompiendo el témpano de hielo—. Alejandra tiene un corazón muy lindo, todos los presentes hemos sido testigos de ello; simplemente se ha encargado de ocultarlo muy bien.
—Nos vemos —Oscar se pone de pie y se retira sin más protocolo.
Antes de tomar camino hacia la puerta, se detiene y mira hacia la barra. Alejandra lo mira y asiente; Lorena le hace un saludo militar con el dedo índice y el medio. Él sonríe, levanta la mano derecha para decirles «adiós» y se marcha.
Al subir a su auto, mientras escoge qué álbum de música poner en su teléfono, piensa en las palabras agrias de Vera y se da cuenta que él es el único que conoce todos los secretos de Alejandra, incluyendo la fragilidad de su corazón.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro